Domingo XXVIII Tiempo Ordinario, Ciclo C

Gratitud por la salvación universal

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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            1. De las lecturas de hoy se desprende la universalidad de la salvacion. Entre los leprosos curados uno es de Siria, Naamán. Otro es samaritano. Ambos, extranjeros. Como afirmaremos después en la Plegaria eucarística: "Congregas a tu pueblo sin cesar desde donde sale el sol hasta el ocaso" PE III

            2. En Nazareth Jesús evocará le fe de Naamán, que se baña siete veces en el Jordán profesando su fe en el Dios de Israel.

            3. Para la propagación de la fe son necesarias las mediaciones de las personas. Esto es lo que ocurrió: Un general del rey sirio, llamado Naamán, estaba leproso. Una muchachita israelita que fue hecha cautiva por sus soldados, entró a servir como criada de la mujer de Naamán. Esta jovencita habla a su señora del profeta de Samaría. La esposa de Naamán dice a su esposo que aquella esclava está segura de que el profeta de Israel puede curarlo de su enfermedad. El rey de Siria escribe una carta al Rey de Israel, recomendando la curación de su general. El rey de Israel se irrita por lo que considera una provocación. El profeta Eliseo pide que le remitan al general leproso. Cuando Naamán rehusa aceptar las condiciones de bañarse en el Jordán impuestas por el profeta, los siervos de Naamán le persuaden a que haga lo que le manda Eliseo. Y queda curado de la lepra. Podemos enumerar provechosamente las personas que han intervenido en su curación. ¿Cuántas personas han tomado parte y han trabajado en nuestra vida cristiana, administrándonos los sacramentos, y  engendrándonos por su predicación en la fe? ¿Les estamos agradecidos, como Naamán? Cuando quiso agradecer a Eliseo su curación, éste, sin aceptar sus regalos, le dijo: "Levántate, vete" 2 Reyes 5, 14.

            4. Son las mismas palabras que dice Jesús al leproso samaritano: "Levántate, vete. Tu fe te ha curado" Lucas 17, 11. Dirigidas al único que regresa a agradecer la curación. Justamente el menos religiosamente culto, es el que cumple el deber humano de la gratitud. Suele ser difícil agradecer el don que nos regalan. Es difícil descubrir a Jesús y aceptarlo agradecidos en el interior. Y eso es la fe. El creyente es el hombre que recibe el don de Dios como este leproso y lo convierte en vida nueva. Todo nace en la oración. El gesto de los leprosos condensa el clamor de todos los hombres que, al descubrir sus múltiples necesidades, llaman a las puertas del misterio pidiendo auxilio. La perfección del hombre no está en él, sino en la plegaria, dice Aristóteles, principio que asumió Santo Tomás para definir la oración, como petición de lo que el hombre necesita.

            5  "¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha vuelto más que un extranjero para dar gloria a Dios?" Jesús destaca, porque le duele, la ingratitud de los nueve leprosos judíos curados, que no han apreciado la gracia de la curación, que es un don mesiánico. Supieron reconocer que Jesús podía curarlos, y oraron; recibieron el milagro de su curación y dieron más importancia a la legalidad de presentarse a los sacerdotes para notificar su curación que les retornaba a la sociedad y al culto, que a la fe en Jesús. Y se quedaron detenidos en la letra de la exterioridad y no entraron en el ámbito de la gratuidad.

            6  Los nueve judíos recibieron la curación de la lepra. Hoy serían enfermos de Sida. Pero se quedaron en la situación religiosa en que estaban. No entraron en el mundo nuevo.

Sólo el Samaritano entró en el mundo de Jesús y recibió la salvación definitiva por la fe: "Tu fe te ha salvado".

            Los leprosos, se constituyen en signos de la salvación de Dios, por su fe. La oración atrajo el milagro; el milagro, la curación; la curación, para el samaritano, la gratitud; la gratitud, la salvación por la fe.

            5. Estamos celebrando la Eucaristía, que es acción de gracias (eujaristía). Cada uno de nosotros estamos aquí representando a la humanidad. Y, al participarnos su queja: "Los otros nueve, dónde están?", nos dice Jesús: Vete y anuncia a los otros el Reino. Siguiendo a santo Tomás, sabemos que la gratitud, como toda virtud, consiste en el medio entre dos extremos viciosos; uno es por exceso, cuando se recompensa lo que no se debe recompensar, como puede ser el favor que se prestó para cometer un pecado; otro es por defecto, si no se agradece lo que debe ser agradecido, o si se hace más tarde de lo que sería conveniente. Luego la ingratitud es una deficiencia, que puede ser negativa, simplemente porque se omite la recompensa que exige el deber de la gratitud, no reconociendo, no alabando, o no recompensando el beneficio recibido; o puede ser positiva, porque hace lo contrario a la gratitud, devolviendo mal por bien, o despreciando el beneficio recibido, o considerándolo un perjuicio.

          6. Séneca en su carta 81 a Lucilio, aconseja cómo debe aceptarse al hombre ingrato: "Te quejas de haber encontrado un hombre desagradecido. Si ésta es la primera vez, da gracias a la fortuna o a tu precaución. Pero en este negocio nada puede la precaución, sino volverte cicatero; pues si quieres evitar este riesgo, no harás beneficio alguno; pero vale más que los beneficios no tengan correspondencia que dejarlos de hacer: aún después de una mala cosecha hay que volver a sembrar. Muchas veces lo que se había perdido por una pertinaz esterilidad del suelo, lo restituyó con creces la ubérrima cosecha de un año. Vale la pena, para encontrar un agradecido, hacer cata de muchos ingratos. Nadie tiene en los beneficios la mano tan certera que no se engañe muchas veces; yerren enhorabuena para dar alguna vez en el blanco. El premio de la buena obra es haberla practicado".
         7. La gratitud es un signo de nobleza y dignidad. Resulta conmovedor Juan Pablo II en su libro DON Y MISTERIO en el que se esfuerza por agradecer reproduciendo nombres, apellidos y sus propios cargos la formación recibida de ellos. Y lo vemos extraño y aleccionador porque en nuestro mundo prevalece no el agradecimiento, sino su antónimo: la ingratitud. Ejemplo patético lo encontramos en el relato que nos hace San Lucas de los diez leprosos: -“¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y mientras iban, fueron limpiados. Uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.

        8. Respondiendo Jesús, dijo: -¿No son diez los que fueron limpiados? Y los otros nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”. El favor había sido colosal, por lo horrible que era entonces la lepra. Era repugnante, destructiva e incurable y temible por sus efectos sociales. Aislado de su familia y del resto de la sociedad. Corrieron a sus casas para abrazar a su familia, reorganizaron sus actividades. No podía ser más innoble y egoísta olvidar al que les había curado. Rafael Pericas, era un fecundo escritor y publicista, decía que de cada 100 libros vendidos sólo 3 lectores se le hacían presentes.

       9. Los nueve desagradecidos han tenido multitud de imitadores. Según la Real Academia, la gratitud es un «sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Los antiguos griegos veían en la gratitud, “eumnemia”, buena memoria de los beneficios. La memoria prolonga el goce de los mismos y entre la persona que da y la que recibe se establece una comunión de sentimientos que se entrelazan y enriquecen la personalidad de ambas. Renunciar a tal comunión puede ser indicativo de ruindad moral. En ella caen quienes corresponden al don o favor recibido con indiferencia o incluso con enemistad. Decía Séneca que «nuestros más capitales enemigos lo son, no sólo después de haber recibido beneficios, sino precisamente por haberlos recibido».

      10. Para el cristiano, el deber de la gratitud es claro e indeclinable. El apóstol Pablo exhortaba a los Efesios a vivir gozosamente «hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cántico inspirados, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,19). A los Tesalonicenses les instaba a «dar gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tes.5,18). Y a los Colosenses les recuerda, entre otros, ese mismo deber: «Y sed agradecidos» (Col 3:15). El agradecimiento debe distinguir al cristiano en sus relaciones humanas, pero también -y sobre todo- en su relación con Dios. Es la mejor evidencia de que hemos entendido el significado y el alcance de su amor, pues, «la gratitud es una actitud del corazón». «Amamos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
      11. La Sagrada Escritura nos revela los muchos bienes que Dios nos concede en Cristo, por los que debemos darle gracias. Todos fluyen de su gracia y corresponden al propósito eterno de Dios de bendecirnos «con toda bendición espiritual en Cristo» (Ef 1,3). Una enumeración de las bendiciones que recibimos de Dios desbordaría los límites de este Reportaje, por lo que sólo mencionaremos algunas de las más sobresalientes. Cada una de ellas debe producir en nosotros una respuesta de gratitud y alabanza.
A Dios debemos la vida, pues «él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos» (Sal 100,3). La preservación de esa vida, pues «en él vivimos, nos movemos y somos» (He 17,28). Él es el dador del «don inefable» (2 Cor 9,15), su Hijo, por el cual tenemos vida eterna. A Dios debemos su Palabra y su Espíritu, que nos guían en el camino de la verdad y la santidad: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.(Jn 14,26); ”cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”.(Jn16,13); “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom.8,2); ”Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom 8,28).
         12. La ausencia de gratitud no sólo afea el carácter, sino que revela la negrura de la mente y el corazón humanos cuando hace oídos sordos a la revelación natural. Pablo traza atinadamente el perfil de los paganos de su tiempo diciendo que, «habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Rom 1,19). Es el retrato del incrédulo de todos los tiempos. Hay que saber ver en todo la mano sabia y poderosa de Dios y reconocer que todo cuanto acontece, aun los sufrimientos más duros, los ha permitido para bien. Así lo vio José: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó para bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a nuestro pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Gn 50,19-21). Así Pablo y Silas en la cárcel de Filipos, cuando todavía sangrando a causa de los azotes recibidos, oraban y cantaban himnos a Dios (He16,25). Pablo, náufrago camino de Roma. Cuando todos, marineros y presos, estaban dominados por el miedo y no podían probar bocado, el apóstol, alentado por la promesa de Dios, los animó con su palabra y con su ejemplo: «tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer» (He 27, 35).
        13. Ver la sabiduría, el poder y la bondad del Señor en todas las cosas, en las grandes y en las pequeñas: en la protección de grandes peligros, en la oportuna provisión de recursos, en las plácidas horas de triunfo profesional, en las épocas felices de vida familiar, pero también en mil y un detalles, que a menudo nos pasan desapercibidos, pero que debiéramos agradecer: la nube que nos pone a cubierto de un sol abrasador, la brisa que nos acaricia, el murmullo relajante de los álamos junto al río, una bella puesta de sol, el beso de un niño, el jardín florecido y perfumado, y la flor que vemos junto al camino... Gratitud a Dios «por la belleza de la aurora, por los buenos amigos y hermanos y porque a los enemigos les puedo tender la mano; por el trabajo, por mis pequeños aciertos, por la alegría, la música, la luz; gracias por muchas horas tristes, por poder hablar, porque siempre nos guía la mano de Dios; gracias por la salvación y porque nos da paz; gracias porque, cantando, gracias le podemos dar.» «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?», Alzaré la copa de salvación invocando su nombre (Sal 116,12) ¿Con qué pagaremos el don de «una salvación tan grande»? (Heb 2,3). Como el leproso agradecido decirle a Jesús: “¡Gracias, Señor, mil gracias!”

        14. Cuando hablamos de la gratitud, todavía estamos estudiando la virtud cardinal de la justicia. Cuentan el caso curioso del cocodrilo, que jamás hace daño al pequeño pájaro de la India que le hace el regalo de la limpieza de los dientes afilados y crueles. Deja que entre en su su boca pasea y sale seguro. Esto es lo que sucede con el bienhechor del que ha recibido algún beneficio, no debido. No debido, porque si fuera debido ya entraríamos en la campo de la estricta justicia.

          15. Hemos comenzado pidiendo como los leprosos: "Señor, ten piedad". Después en el Prefacio, seguiremos dando gracias: "Demos gracias al Señor nuestro Dios". -"Es justo y necesario". Es instintivo, pedir. Es educado, dar gracias. Naamán el sirio, y el leproso samaritano nos dan la lección de la gratitud a Dios, y a todas las mediaciones suyas que nos llevan a El, y que son signo de su amor y bondad. El domingo anterior hemos pedido la fe. Pidamos hoy saberla agradecer.

            16. Y por la fe y por todos los beneficios que constantemente recibimos de la bondad de Dios, "que revela a las naciones su santidad, cantemos un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas" Salmo 97.

            17. También San Pablo se ha sumado con su exhortación al tema dominante de la gratitud: "Dad gracias en todo, pues esto es lo que Dios quiere, en Cristo Jesús, de todos vosotros" 1 Timoteo 5, 18.                                                            

            Santa Teresa destaca su característica de agradecida: "Me sobornarán con una sardina".