Domingo XXVIII Tiempo Ordinario, Ciclo B

Vende lo que tienes

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1.Nos cuenta hoy Salomón elevado al trono de Israel, según la decisión de su padre David que, viéndose tan joven e inexperto para gobernar, no encontró más apoyo que el de Dios, al cual dirigió su plegaria: "Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría" Sabiduría 7,7. En su humilde plegaria, reconoce y confiesa su incapacidad para estar al frente del pueblo de Dios, acrecentada en su percepción de joven que sucede a un rey genial, David, su padre querido y admirado, que le ha preferido a sus otros hermanos, confiesa que es: "un niño pequeño para gobernar". "Agradó al Señor la súplica de Salomón y le dijo: porque has pedido esto y discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de tí ni lo habrá después"(1 Re 3,7). 

2. Israel posee una ciencia práctica de la vida, hija de la experiencia y de la reflexión, que venía formulada en máximas y sentencias, a la que llama sabiduría, don del hombre que sabe hacer. Sabio es el hombre hábil, tanto en las obras manuales como en las del pensamiento, y el que sabe vivir en sociedad, como fruto de la experiencia, y también como regalo de Dios. 

En el Nuevo Testamento la sabiduría es la gracia, que hace amigos de Dios y que habita en las almas santas. También se entiende la sabiduría como atributo de Dios, que es el sabio supremo. Dios concede la sabiduría a Salomón, como la mejor cualidad del hombre, mejor que los tronos, los cetros y las riquezas; que el oro, la plata y las piedras preciosas. La sabiduría, el pensamiento fuerte, el sentido común, la adecuación de la vida a los principios éticos y morales, en definitiva a la manifestación de la voluntad de Dios, es tan excelente que "no se da a cambio de oro fino, ni plata, ni oro, ágata o zafiro. No se paga con vasos de oro puro. No cuentan el cristal ni los corales, y es mejor pescar sabiduría que perlas" (Jb 28,15). 

3. Esta lectura es un preámbulo para introducirnos en la tercera, que nos propone el seguimiento de Jesucristo, Sabiduría encarnada. Al que le preguntaba qué tenía que hacer para heredar la vida eterna, "Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, y luego sígueme" Marcos 10,17. Palabras que se dirigen a todo hombre, cualquiera que sea su estado. 

4. Sólo iluminados por la Sabiduría podemos comprender y por tanto, practicar, la necesidad que tenemos para ser felices y llenos de paz, que es llenos de Dios, de dejarlo todo, al menos en el afecto, de negar apetitos y deseos, gustos y sentimientos que excluyan a Dios. Y, como esto es difícil si lo poseemos, lo mejor es dejarlo, a lo que Jesús nos invita, fiados en El, que pagará al ciento por uno lo que dejamos. Si dejamos un gusto, si sometemos un capricho, la paz que nos invadirá compensará con creces el gusto negado. La naturaleza siempre pide más. “No se cansa el ojo de ver, ni el oído de oír...” dice Kempis. Someterse a la naturaleza es firmar nuestra sentencia de amargura. De disgusto y de inquietud. Ahí está para confirmarlo la tristeza del joven que, porque era rico, le pareció imposible lo que Jesús le pedía. No conocía el poder de la gracia. La fuerza de la oración. Yo pienso que aquel joven que rechazó a la primera, no quedó inmune del flechazo de los ojos cariñosos que le miraron cautivadores. No nos dice más el evangelio, pero ¿quién me asegura que aquella invitación no trajo resonancia y que un día u otro, como el pájaro herido, no cayó redondo a los pies de Jesús? 

5. Cuando se está bajo la oscuridad de la negación, hay dolor, porque es la tiniebla de la noche, pero tras la noche, llega la paz de la aurora. Y al revés, cuando se está saboreando el gusto y acariciando las alas de la mariposa multicolor, se olvida por un fugaz momento la verdad oscurecida por la pasión y el capricho, pero cuando ha pasado, se quisiera haber escapado de la trampa del cazador. Sólo el amor de Dios consigue estas victorias. Y si no se hacen las obras por amor, al llegar al juicio con las manos vacías, por mucho que hayamos hecho, se nos dirá, que ya hemos recibido la paga, que fue la satisfacción del gusto, de la propia voluntad, de la vanidad y del orgullo de éxito buscado a cualquier precio. D. Nicolás David, Rector del Seminario de Valencia era un gran predicador. A la hora de su muerte, un amigo le decía para animarle: "Piense, Don Nicolás, que ahora le van a pagar tantos sermones predicados". Musitó con humildad: Si el Señor no me los recuerda, yo no se los pienso mencionar. Lo que no se ha hecho por puro amor, ningún premio obtendrá por brillante que haya aparecido. 

6. "¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?". El joven cree que para ello tiene que "HACER". Confía en la eficiencia. ¿Cuánto cuesta? Te lo pago... Pretende comprar la vida eterna. Jesús le contestó: Uno sólo es bueno: Dios. El bien no es una cosa, es una persona. Otra vez Jesús corrige al que quiere heredar la vida eterna diciéndole: "Si quieres entrar en la vida"... Es Dios quien te ofrece la vida. Guarda los mandamientos: -¿Cuáles? -Los he observado desde pequeño. Parece querer decirle, ¿y qué más? Como quien no está satisfecho... Hay algo en el hombre que exige una relación personal profunda que llegue hasta el fondo, que sólo en Dios se puede conseguir. -Jesús le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes"... Si quieres ser hombre en plenitud, y tener vida abundante, abandona todo aquello en que te apoyas y que convierte tu vida en una rutina. Tendrás un tesoro en el cielo. Pero ya aquí y ahora. Ahora tu tesoro son tus posesiones, que no te hacen feliz. Vives pendiente de ellas. Absorbido. Enzarzado. El joven se fue triste. Se le ha pedido mucho. Talleyrand, obispo de Autun, cismático y político intrigante francés, ministro con Napoleón, abrasado por la fiebre y casi moribundo, se levantó del lecho y comenzó a abrazar y a acariciar todos los objetos de su habitación que tanto amaba, y ¡todo esto lo he de dejar!, decía desesperado. Y lo peor no es dejar los objetos, sino las costumbres, que es una verdadera muerte, dice Santa Teresa. Pero, ¿pensamos que aquel joven, estuvo solo en la lucha tremenda? Cristo estaba pidiendo y ofreciendo un reino invisible y la serpiente estaba ofreciendo un placer conocido, efímero, pero visible y ya experimentado. El embustero está jugando taimadamente con el apetito y la atracción de la visión de la belleza y el deseo del acierto y del saber: "La mujer cayó en la cuenta de que el árbol tentaba el apetito, era una delicia de ver y deseable para tener acierto" (Gn 3,6). San Ignacio en las Reglas para el discernimiento de espíritus, escribe que en ese momento no hay fiera más furiosa que el enemigo de la humana naturaleza, que ve que puede perder un alma, sobre todo, dirá Santa Teresa si sospecha que esa le puede arrebatar un reino de almas. Todo el infierno pone en movimiento para arrebatarla. "Sufro por minutos", decía Teresita del Niño Jesús. Y Santa Teresa: "Todo se pasa". 

7. Sigue el joven insatisfecho. Y en una batalla feroz. Porque su corazón está pegado a su tesoro (Mt 6,21). El reino de los cielos es como un tesoro escondido en el campo y como una perla de gran valor (Mt 13,44). ¡Ah! Si hubiese podido palpar entre sus manos el polvo pegajoso de la mariposa tan brillante de colores mientras volaba seductora, y tan deleznable poseída! ¡Si hubiese podido adelantar el lamento que flotaba lúgubre sobre el Támesis: ¡Cuarenta años de reinado y un infierno eterno!, la que había dicho: ¡Dadme cuarenta años de reinado y os regalo el cielo! Has de poner tu corazón en una Persona, en mí, en una amistad nueva conmigo, no en las cosas. Hasta que no comprendas esto, tú estarás triste. La fuente que ilumina tu vida no está en dar a los pobres, que se puede hacer por miras humanas y filantrópicas, y hasta por quedar bien, lo que no va a obtener recompensa divina, sino en la amistad con Cristo. Sólo en ella te realizas. Cristo no quita nada, sino que lo da todo. 

8. Sólo el trato íntimo con el amigo y su afecto puede darnos "alegría por los días de aflicción y por los años en que sufrimos desdichas" Salmo 89, cuando estábamos lejos y separados de El. Pero el joven aún no lo ha experimentado. Tiene que dejar lo que ya conoce, por lo que desconoce. Es muy difícil el trance. Por eso, más que reflexionar hay que orar, pues "nadie va al Hijo, si el Padre no lo atrae" (Jn 6, 44). Sin olvidar que la amistad se alimenta de renuncias. Pero sabiendo que a más noche, mayor intimidad. Oremos y escuchemos al Señor. "Toma a Dios por esposo y amigo con quien vayas continuamente y no pecarás y las cosas se te sucederán prósperamente" (San Juan de la Cruz). Si tú me dices ven, lo dejo todo. Si El nos toca el corazón todo se ilumina. Porque "lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Dios lo puede todo". "Su palabra es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el fondo del ser" Hebreos 4,12. 

9. Notemos que Jesús no condena la riqueza ni los bienes terrenos. Tiene amigos entre los rico, José de Arimatea, «hombre rico»; Zaqueo, aunque retenga para sí la mitad de sus bienes, que, como recaudador de impuestos debían de ser copiosos. Lo que condena es el apego al dinero y a los bienes, y acumular tesoros sólo para su disfrute, sin pensar en los demás (Lc 12, 13-21). 

Para Dios al apego al dinero es «idolatría» (Col 3, 5; Ef 5, 5). El dinero es el ídolo por antonomasia, «dios de fundición» (Ex 34, 17). Es el anti-dios. La fe, esperanza y caridad no se ponen en Dios, sino en el dinero. Es una siniestra inversión de los valores. Dice Jesús: «Nada es imposible para Dios», «Todo es posible para quien cree». Pero el mundo dice: «Todo es posible para quien tiene dinero». 

10. La avaricia es idolatría, y fuente de infelicidad. El avaro es un hombre infeliz. Desconfiado de todos, se aísla. No goza el amor, ni siquiera de su familia, de quienes desconfía porque los considera aprovechados, y ellos sólo esperan de verdad que se muera pronto para heredar sus riquezas. Vive agobiado por ahorrar y vive miserablemente y ni disfruta del mundo ni de Dios, pues sus privaciones no las hace por Él. No se sirve del dinero sino que es esclavo y servidor suyo. 

11. Pero Jesús no lo deja sin esperanza de salvación. Cuando los discípulos, después de la parábola del camello y el ojo de la aguja, le preguntaron a Jesús: «Entonces ¿quién podrá salvarse?», Él respondió: «Para los hombres, es imposible; pero no para Dios». Y señala a los ricos un camino de salida de su peligrosa situación: «Acumulad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los corroan» (Mt 6, 20); «Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas» (Lc 16, 9). Parece que Jesús aconseja a los ricos transferir su dinero a un paraíso fiscal. Sí pero no a Suiza, sino al cielo! Escribió San Agustín: “Muchos se afanan en meter su propio dinero bajo tierra, privándose hasta del placer de verlo, a veces durante toda la vida, con tal de saberlo seguro. ¿Por qué no ponerlo en el cielo, donde estaría mucho más seguro y donde se volverá a encontrar, un día, para siempre? ¿Cómo hacerlo? Es sencillo, prosigue San Agustín: Dios te ofrece, en los pobres, a los portadores. Ellos van allí donde tú esperas ir un día. La necesidad de Dios está aquí, en el pobre, y te lo devolverá cuando vayas allí”. 

12. Pero hoy la limosna de calderilla y la beneficencia ya no es el único modo de emplear la riqueza para el bien común, ni probablemente el más recomendable. Existe también el de pagar honradamente los impuestos, crear puestos de trabajo, dar un jornal más generoso a los trabajadores, poner en marcha empresas locales en los países pobres, esto es, hacer rendir el dinero, hacerlo circular. Ser canales, no lagos artificiales que la retienen sólo para sí. 

13. Volvamos al joven rico. Vamos a tener al Amigo aquí sobre el altar. Pidámosle que nos de la sabiduría implorada por Salomón, que tanto satisfizo a Dios, para reconocer que su amistad es el tesoro único que nos plenifica y para el que hemos sido creados. Y que "su palabra de vida, que no está encadenada" (2 Tim 2,9), sino " antorcha que llevamos en alto" (Flp 2,15), "actúe eficazmente en nosotros" (1 Tes 2,13), "como la lluvia y la nieve, y nos empape para que fructifiquemos y hagamos lo que él quiere" que es que demos fruto al ciento por uno. (Is 55,10). Amen.