Domingo XXI Tiempo Ordinario, Ciclo C

Salvación universal

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. El tercer Isaías intenta elevar el espíritu de los que, vueltos del exilio y superados aquellas angustias y  sufrimientos, se han olvidado de que Dios les ha salvado, como salvó y dió la libertad a sus padres, y han caído en una mediocridad alarmante. Siempre la misma historia. Tras la bonanza y el bienestar, el olvido de Dios, y el vivir en la relajación y la pérdida de los ideales. El profeta, para responsabilizarles y estimularles,  les ilumina la presencia de la gloria del Señor, que será admirada por todos los pueblos de todas las lenguas y razas. El Señor ejercerá una atracción irresistible e imparable sobre todas las naciones, que vendrán a contemplar su poder. Y estos mismos, elegidos y marcados con un carácter sacerdotal nuevo, diferente del sacerdocio que heredaban los hijos de Aarón, serán enviados por el Señor a todas las naciones a anunciar  l a grandeza de su majestad, Isaías 66, 18. El Espíritu Santo derramado sobre el mundo desde el Corazón traspasado de Cristo lo hará nuevo todo y renovará la faz de la tierra. Comenzará con él  un régimen  nuevo, con unos esquemas nuevos, unas leyes nuevas, una primavera nueva. De haber seguido  la antigua, yo no sería sacerdote ministerial y los fieles no serían pueblo sacerdotal, porque en la vieja el sacerdocio se heredaba por la sangre de Leví.

2. Los gentiles que vendrán a conocer al Redentor cuando nazca en Belén, y las razas diferentes que recibirán la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés y cantarán en todas las lenguas las magnificencias del Señor, han sido vistos por el profeta que lo está anunciando para alentar al pueblo y para que se haga digno de recibir el envío:

3. "Id al mundo entero y predicad el Evangelio", para que "le alaben todas las naciones y le aclamen todos los pueblos" Salmo 116. Ya no serán sólo los judíos quienes propagarán la gloria de Yavé, sino todas las naciones a todas las naciones. Caerán todas las barreras. Serán derribados todos los muros. Ya no habrá razas, ni lenguas ni colores. Todos nacidos del Espíritu. A esa universalidad de llamados se refiere Jesús: "Vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios" Lucas 13, 22.

4. A medida que avanza Jesús en su camino hacia Jerusalén, va señalando y puntualizando las condiciones para pertenecer a su reino. Hoy, a raiz de una pregunta que no responde, sobre el número de los que se salvan, se muestra más exigente: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha".  Esa estrechez  no afecta a la puerta del cielo, morada de Dios, sino a la exigencia de la entrada en el reino, para lo que hay que escuchar la palabra y cumplirla. Los que no escuchan, o si escuchan no la ponen en práctica y la hacen estéril, "cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta", será inútil que la aporreen queriendo entrar invocando derechos, tanto los judíos que han oído predicar las palabras de Jesús en sus plazas, como los cristianos que han oído y han orado llamándole: "Señor, Señor" (Mt 7,21), y hasta han comido su eucaristía, porque el Señor responderá: "No se de dónde sois, ni quiénes sois. ¡Apartaos de mí todos los malvados!. Entonces lloraréis y os rechinarán los dientes, al ver a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera".

5. Por lo tanto, “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. No hay ningún estadio superior que no exija violencia, esfuerzo y perseverancia. Ningún pianista nació pianista, ni ningún premio Nobel nació tal, ni ningún campeón Olímpico ganó su medalla sin muchos años de preparación, sacrificio y entrene. No digamos, sobre todo, el dolor que precisa el nacimiento de la vida. La semilla tiene que sufrir una total transformación para convertirse en vegetal y el niño tiene sufrir mucho para salir del seno materno, si   ha  de convertirse en hombre, al tener que salir por la puerta estrecha del cuerpo de su madre, con los correspondientes dolores de ambos. Es verdad que la puerta es estrecha. Es verdad que  hay  que remar contra corriente, que la carne pugna contra el espíritu, que hemos de vigilar sin bajar la guardia, pero si no vencéis las voces de la carne, es decir, si no os decidís por la austeridad y por la abnegación, no podréis  pasar la prueba. Llega el cansancio y la monotonía y el no ver los avances de las luchas, ni sentir el  goce de la recompensa y, como los repatriados del destierro, nos detenemos a sestear  y  vegetamos. Caeremos muchas veces, pero no hay que desanimarse. Abraham, el héroe de la película Carros de fuego, cuando ha puesto todo su empeño en la carrera y no consigue el triunfo, cae en una gran depresión y frustración. Es  lo humano. Para ese momento, escuchemos la exhortacion de San Pablo a Timoteo: “Pelea el  buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado” (1 Tm 6,12). Y el mismo Pablo, en vísperas de ser libado en sacrificio, dice de sí mismo el Apóstol: “He luchado bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe” (2 Tim 2, 7). La lucha es árdua, el camino estrecho es estrecho en sus primeros tramos pero poco a poco se va haciendo más ancho por la suavidad y la paz del Reino, que ya  ha comenzado y que desemboca en la playa infinita del hogar del Padre. Por el contrario, el camino ancho lo es al principio por ley física, sin contar la moral, pues como assueta vilescunt, la costumbre del vicio  llega a la náusea

preguntadlo a los adictos a cualquier droga, pero termina en la saturación y en la propia destrucción.

6.El protagonista de los Juegos Olímpicos, por fin, repuesto de su depresión, después de nuevos intentos, llevará la medadlla de campeón a Gran Bretaña. Si Jesús dejó un sacramento de reconciliación es porque conocía que somos de barro. El que cada vez que caiga se arrepienta y se levante con coraje, por muchas cicatrices que lleve en su cuerpo, encontrará la puerta abierta y los brazos del Padre prestos al abrazo al  hijo perdido.

7. El cumplimiento del mensaje de Jesús no es cosa baladí. Es el cumplimiento lo que nos convierte en  Jesús, y lo que nos hace reconocibles por él. Es importante escuchar, estudiar el mensaje y conocerlo, pero es definitivo el practicarlo cada día. Y como la debilidad humana es grande, hay que estar vigilando siempre para no caer en la tentación (Mt 26,41). Se hace imprescindible la atención constante a la mirada de Dios,  y el recurso a los sacramentos necesario, también al de la reconciliación, que tenemos bastante relegado al olvido, por el creciente eclipse del pecado. La misericordia de Dios es infinita, pero no debemos abusar de ella.

8. Para que nuestra participación en la Eucaristía sea plena y provechosa, hay que cuidar la limpieza de nuestra conciencia. Es así como podremos vivir nuestra vida de resucitados en la comunidad familiar, y en  la eclesial, y en la sociedad civil, y en el mundo que estamos llamados a evangelizar y a transformar desde dentro, como fermento en la masa (Mt 13,13) y como luz sobre el candelero (Lc 8,16). Es el envío a  la   misión que nos confía el que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4): y en el cumpliento de esa misión comprobaremos que "hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos".      

9. El Señor Jesús, que se ha hecho el último de todos y el servidor de todos (Mc 10,44), y ha sido glorificado por el Padre, nos conceda abrirnos a su gracia, participar de su eucaristía con amor y practicar su Palabra sirviendo a nuestros hermanos y anunciando su nombre a todas las gentes.