Domingo XXI Tiempo Ordinario, Ciclo B

Tu tienes palabras de vida eterna

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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          1. "El pueblo respondió: <Lejos de nosotros abandonar al Señor... Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios>" Josué 24,1. La Biblia no es un tratado de teología, ni un resumen de tesis teóricas y abstractas, sino un recital salvífico que rememora las intervenciones de Dios salvador de los hombres, desde su creación. En ese estilo, como vemos en el libro de los Hechos, continuaron predicando los Apóstoles narrando la actuación del Señor. El acontecimiento que hoy nos relata el libro de Josué marca una de las fechas más importantes de toda la historia del pueblo de Dios, porque señala el nacimiento del pueblo de Israel. La respuesta del pueblo a la proclamación de Josué, es la profesión de la decisión de seguir al Señor, que les ha libertado de la esclavitud de Egipto.

           2. Juan, que añade a la multiplicación de los panes de los otros evangelistas el milagro de la conversión del agua en vino en Caná (Jn 2), milagros ambos que anticipan la eucaristía, nos cuenta la reacción de muchos discípulos de Jesús, escandalizados ante sus palabras, duras para ellos e inaceptables, que anunciaban que habían de comer su carne y beber su sangre: "En verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" Juan 6,60. En verdad que eran duras estas palabras para aquellos oyentes. Desprovistos de fe, las interpretaron en sentido material. Por eso Jesús les habla de la diferencia del Espíritu y de la carne, que no sirve de nada. Entiéndase  en contraposición a sus palabras que son espíritu y son vida. Jesús ha venido para participarnos la misma vida de Dios que es su propia vida. Tan grande es su amor. Sólo tenían ojos de carne, sentimientos de carne, vida de carne, y no eran capaces de sentir las exquisiteces y la plenitud de una carne llena de espíritu, la de Dios encarnado, hecho hombre, que prestaba sus labios al Dios inefable, para  decirle al hombre que había que comer su carne para vivir su misma vida.

          3. En la mentalidad psicológica judía, el principio vivificador de la carne, que incluye la vida sensitiva y vegetativa, no era el espíritu (pneuma), sino el alma (psijé). Y así como el alma da vida a la carne, la carne eucarística de Cristo, que no es carne sangrante ni partida, es misteriosamente vivificada por una realidad divina, que es el principio vivificante de la carne y sangre eucarísticas. "La carne del Señor es vivificadora pues fue hecha propia del Verbo poderoso para vivificar todas las cosas", confesó y enseñó el Concilio de Efeso. Así hay que entender las palabras de Jesús: "El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada". Hoy se valora la carne, se cuida la carne, se exalta la carne, se desea y se mima el engaste de la joya, y se  pasa de la misma joya, ignorando el espíritu. El engaste, el estuche, se pudrirá en el sepulcro, la vida del alma vivirá  glorificada por el Espíritu.     

4. Estas palabras sólo las aceptarán aquellos que sean atraídos por el Padre: “Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Muchos le dejaron. Jesús obtiene un nuevo fracaso. Ocurre así: Un grupo de gente se dispone a escalar una alta montaña. A medida que la ascensión se va haciendo difícil, va quedándose gente en el camino. ¿Qué ocurrirá con los doce?: "¿También vosotros queréis marcharos?". Simón Pedro hace una profesión hermosa de fe: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos. Sabemos que eres el Santo consagrado por Dios". También nos refiere san Marcos 1,24, que un demonio expulsado de un poseso, dio a Jesús el mismo título de Santo de Dios, que le ha dirigido ahora San Pedro. El Santo de Dios, es decir, tú eres el Mesías. Por muy valioso que sea el objeto elegido, por muchas capacidades que atesore la persona elegida para compartir la vida afectiva, siempre quedará un resquicio vacío que clama a Dios con anhelo y nostalgia infinita. Nos faltas tú, Señor, Verbo encarnado, nos hace falta tu palabra viva y eterna.

          5. La profesión de fe de Pedro rima perfectamente con la del pueblo de Israel, recién constituído por ella en Siquem. Las tribus de Israel con Josué y Pedro por el nuevo Israel, la Iglesia, optan por Yavé y por Jesús. Hoy el Señor nos invita a que hagamos nuestra opción, sabiendo que lo difícil es sostener y renovar la opción cada día y cada momento de la jornada. Vendrán las pruebas. Si sigo al Señor he de romper con esto y con aquello: "Ya no podrás hacer esto ni aquello. Y qué cosas se me ocurrían pensando en esto y aquello", dice en sus Confesiones San Agustín. "¿Ya no vivirás con nosotras? Y ¿podrás vivir sin nosotras?". Es relativamente fácil decir que sí en un momento de entusiasmo, o de fervor de amor... Pero cuando llega el cansancio, la monotonía, o el presentimiento tentador de que Dios ni se entera, ni lo agradece, ni le importa, ¿qué le importa a Dios que un cristiano deje de murmurar? ¿O que guarde un secreto? ¿O que acepte una humillación o el dolor por amor, o que controle y domine sus sentidos?, ¿o que yo cumpla mis compromisos?, es cuando empieza la dificultad que entraña el cumplimiento del pacto bautismal, de la manifestación del amor doloroso.

          6. En un mundo que no quiere aceptar compromisos, ni siquiera el matrimonial, que es más corriente, apetecible y según la naturaleza, para  el que hoy el Apóstol en su carta a los Efesios da unos saludables avisos, dimanados de la teología del sacramento y que los casados harán bien en leer a fondo y meditar en profundidad, cuánto menos el del sacerdocio y la vida consagrada,  que suponen la máxima pobreza vital de la persona, y así comprobamos el desierto que se extiende y avanza alarmantemente, comprometámonos con Dios con todas las consecuencias. Como Dios es la Verdad y la Verdad es integral, la separación, la tibieza o el enfriamiento de la Verdad, no comporta sólo separación, tibieza o frialdad en la relación del hombre con Dios, sino que afecta y contamina al hombre mismo, su salud, su carácter, sus valores, a las personas que le rodean y aún a las lejanas, a la creación, sea en despreocupación o desidia social, sea en el abandono del cuidado de las leyes o normas ecológicas. En resumen, que si el hombre se desintegra del Creador y Padre, su eco repercute en las criaturas y en la entera creación. Y todo, visible en los efectos, hoy más que nunca, por la universalidad de la globalización informativa. Nuestras pisadas en nuestro lugar vital, resuenan en la entera creación, y no digamos en la recreación en el mundo de la redención por la gracia. Los intereses de la multitud, judíos y discípulos, se cifran en lo concreto y tangible, en lo inmediato, en la carne. Cuando Cristo habla de espíritu, esto no interesa, con eso no consigues hacer carrera, ni aseguras un puesto de trabajo. No es menester tanto, dice la multitud. "Tú tienes palabras de vida eterna". La realidad es que Pedro claudicará, pero Jesús le mirará compasivo y se arrepentirá y reemprenderá el camino después de reparar, y Jesús le comprenderá y le curará pidiéndole amor, que sana todas las heridas.

          7. Cuando la fe está amenazada y no sólo por quienes rechazan el mensaje del evangelio, sino también y, sobre todo, por quienes al acoger sólo una parte de la verdad revelada, se niegan a compartir de modo pleno el patrimonio de la fe en su totalidad (Juan Pablo II), dispongámonos a comer la carne de Cristo para poder vivir su vida y ser resucitados en el último día y gozar de la vida eterna, que nos ha merecido él con el sacrificio que ahora vamos a re-presentar. Así gustaremos y veremos qué bueno es el Señor Salmo 33.

          8. Y después de comer, agradecer. Con la agudeza con que ven los místicos las realidades, cuando escribe Santa Teresa del misterio de la eucaristía en CAMINO, a la que dedica tres capítulos, 33-35, que forman un opúsculo-tratado de la eucaristía, corazón de la Iglesia, centro y culminación de la santificación, cuya recepción nos hace participar realmente del Cuerpo del Señor y nos eleva a la comunión con Él y con los hermanos: «Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan» (1Cor 10,17) (LG 17), insiste en la acción de gracias eucarística, para la que recomienda el ejercicio de las virtudes teologales, y exhorta a no desaprovechar el tiempo en que sacramentalmente está en nosotros el Señor. También los autores espirituales señalan este momento como el más santificante de nuestra jornada, la práctica de piedad más importante y, por consiguiente, hay que consagrarle los mejores cuidados. Garrigou Lagrange aporta el caso de una persona a quien le parece muy corto el tiempo dedicado por la comunidad a la acción de gracias.

          9. Contrasta hoy la frecuencia de comuniones con la poca entrega de los cristianos, puesta en evidencia en la escasez de vocaciones y en la poca coherencia en la práctica de las virtudes evangélicas. Pero también es visible el tiempo tan escaso que se dedica a la acción de gracias después de la comunión. «Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles en la fe, y mueren muchos» (1Cor 11,30). Así como el manjar físico no produce su incorporación sólo por su masticación, sino que es necesaria su absorción y asimilación, la eucaristía no produce sus efectos divinos de cristificación, deificación y trinitación, sino por su atento y cristiano detenimiento en la sobremesa eucarística. En la comida con que alimentamos la vida biológica el corte de digestión es muy peligroso. En la comida eucarística el corte de digestión ocurre cuando se interrumpe la acción de gracias sin haber aprovecha­do aquel momento precioso de la visita y presencia de Cristo. ¿Quién recibirá a un personaje en su casa y lo dejará solo en la sala de visitas, con una revistas a mano para que se entretenga? No se concibe esta incorrección. Sin embargo hoy se dice, ¿dar gracias de dar gracias? Pues sí, es necesario dar gracias porque hemos podido dar gracias, es decir, porque el Señor ha venido a visitarnos y a enriquecernos en la eucaristía. «Muchas almas de vida interior nos han manifestado el dolor que sentían al ver salir en tropel a la mayoría de los fieles inmediatamente después de la misa en que habían comulgado. Si esto continúa así, habrá muchas comuniones, pero pocos verdaderos comulgantes», ha escrito el padre Garrigou-Lagrange.

          10. «El decaimiento se debe también al descrédito doctrinario de que ha sido objeto la poscomunión personal por liturgistas aberrantes, secundados por comportamientos pastorales de rechazo y hasta de prohibición», ha escrito Llamera. Pero esto viene de lejos. En la Mediator Dei, ya Pío XII, amonestaba: «Se alejan del recto camino de la verdad, los que ateniéndose más a la palabra que al sentido, afirman y enseñan que, acabado el Sacrificio, no se ha de continuar la acción de gracias, no sólo porque el mismo sacrificio del altar es de por sí una acción de gracias, sino también porque pertenece a la piedad privada y particular de cada uno y no al bien de la comunidad. La misma naturaleza del sacramento reclama la acción de gracias para que su percepción produzca en los cristianos abundancia de frutos de santidad y todos gocemos más abundantemente los supremos tesoros de que tan rica es la eucaristía. Ha terminado la reunión pública de la comunidad, pero conviene que cada uno, unido con Cristo, no interrumpa el cántico de alabanza... Tan lejos está la sagrada liturgia de reprimir los íntimos sentimientos, que más bien los reanima y estimula».

11. Comenta Llamera: «Los epígonos pastoralistas del liturgismo llevan las consecuencias al plano ejecutivo y, no sólo desaconsejan a los fieles la prolongación personal de la poscomunión, sino que la impiden con frecuencia impositivamente, apremiándoles a salir del templo, finalizada la misa». Sentencia Von Balthasar: «Con dos minutos de silencio después de la comunión, ¿cómo se puede satisfacer la necesidad elemental del alma de la paz de Dios, del diálogo de corazón con Él? Y ¿quién, después de recibida la comunión, puede realizar de tal manera los significados de la sagrada comunión?».

12. «Desde ya hace muchos años la acción de gracias después de la misa se hace y no se hace, se hace poco...; debéis dar tiempo al sacramento eucarístico, especialmente en este momento de después de la misa», ha dicho el padre Vicente de Couesnongle, general de los Dominicos. En la Mediator dei, Pío XII afirma: «Jesucristo, después de recibido en la comunión, permanece sacramentado con acción 'presentísima' en el comulgante», no se puede dejar solo al Señor vivo y resucita­do, que viene con los manos repletas de sus dones a cristificarnos, a concrucificarnos y a divinizarnos con Él, por Él y en Él, y este es el momento de disponernos para no bloquear la acción de su gracia, y para posibilitar su aumento y el de las virtudes teologales, de las morales infusas y de los dones del Espíritu Santo, que son los que dan la medida de nuestra vida cristiana. Es el momento cumbre, purificativo y acrisolador en que Cristo nos moldea en su corazón. Santa Teresa, con la experiencia que le da el haber recibido en la comunión las mercedes más excelsas, como la visión de la humanidad de Cristo (Vida 28,8), la de la Trinidad, (Cuentas de conciencia 14 y 36 y su desposorio con Cristo, Ib 25), nos exhorta a apreciar más y mejor el banquete eucarístico y su acción de gracias, porque «hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga» (Ib 43). Hay que aprovechar, pues, al máximo, los frutos del sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, en el cual se como a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura» (SC 47).

13. No debe influir para abreviar la acción de gracias ni la aridez y la sequedad, ni la falta sensible de devoción, pues en el campo de la fe no sólo no es esencial el sentimiento, sino que no tiene nada que ver, y es un craso error querer medir la inmensidad de la acción de Dios con la intensidad de nuestro sentimiento. Difícilmente se revelará Cristo amigo a los apresurados en salir, que le dejan por sus ocupaciones o recreos. Si comiéramos con discernimiento también se robustecería nuestra fraternidad, como miembros felices de la familia divina.