Domingo XXIV Tiempo Ordinario, Ciclo C

Hijo, deberías de alegrarte

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

1. "Señor, da paz a tus fieles" Eclesiástico 36,18. Con esta invocación se abre la misa de hoy. La paz es un don de Dios por Cristo a los hombres. El creador y dueño de todas las cosas  no hizo a los hombres para que se maten entre sí, como estamos viendo horrorizados que ocurre hoy, pues Dios no se recrea en la destrucción de los vivientes.

2. Dios quiere que los hombres vivan en paz, la paz que nos ha ganado Cristo con la sangre de su cruz, y nos dio por sus discípulos a todos. También los hombres deben ser sembradores de paz, para lo cual han de estar en paz con Dios.

3. Por eso al ofrecerle la Eucaristía al Padre le pedimos que "traiga la paz y la salvación al mundo entero" y, cuando participamos del cáliz y del pan que partimos, renovamos nuestras energías para servir a la justicia y a la paz, ya que Cristo se apodera de nuestras vidas para penetrarlas de su caridad.

4. El pueblo hebreo se ha construído un becerro de metal, representando al dios cananeo de la fecundidad, seha postrado a sus pies y le han ofrececido sacrificios Exodo 32,7. Se han hecho un Dios a la medida de sus deseos, como dirá Nitche: "Si es verdad que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, le salió bien, porque el hombre ha hecho a Dios a su imagen y semejanza".  Hoy, como entonces, los hombres hacen Dios lo que desean que sea su dios, el becerro de oro, o el dinero de plástico, o el sexo, o el poder, o todo a la vez. Después de la idolatría, el Señor dijo a Moisés: "Mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos".

5. Dios quiere disociarse de su pueblo. Moisés intercede y hace recordar al Señor a sus siervos Abraham, Isaac y Jacob, a quienes había prometido una descendencia como las estrellas del cielo. Y el Señor se arrepintió de la amenaza. Moisés se ha convertido en el Intercesor. El Pueblo de Dios, formado a veces integrado por una sola persona, queda constituído en el pueblo con función salvadora en la familia humana. Hoy Moisés, después Jesús y la Iglesia, su proyección. El pueblo descubre a Dios abierto a la intercesión y dispuesto a la misericordia y al perdón. Y conoce la garantía de la continuidad de su Pueblo como pueblo suyo en Dios que perdona.

6. Los fariseos están escandalizados viendo cómo los pecadores y publicanos acuden a Jesús y él les acoge. Para que comprendan la misericordia del Padre, Jesús les cuenta tres parábolas: De entre cien ovejas, una se ha perdido; una mujer ha perdido una moneda, de las diez que tenía; y el hijo menor se ha ido de casa Lucas 15,1.

Cuando hemos perdido la cartera, el carnet, o el pasaporte, Los buscamos con desespero y cuando al fin lo encontramos: ¡QUE ALEGRIA! Necesitamos compartirla. Una madre grita llamando a su niño, que se le ha perdido. ¡Qué inmensa alegría cuando lo encuentra! Con demasiada frecuencia conocemos casos de personas, niños, adultos, mujeres, secuestrados, desaparecidos y a padres angustiados y atormentados y a todo un pueblo movilizado en su búsqueda un día y otro día, con zozobra multiplicada. Si al final aparece viva la persona buscada, la alegría de los padres es monumental, emocionadísima e indescriptible. Todos participan en la fiesta.

Las dos primeras parábolas del evangelio son las de búsqueda. De la moneda, cosa inanimada. De la oveja, animal desprovisto del instinto de orientación. La tercera es la de la conversión. El padre no busca al hijo, sino espera que actue su razón y su amor. El hijo es una persona libre. La libertad es la que puede hacer fracasar la voluntad y el amor de Dios. Dios tiene recursos infinitos para conseguir que nadie arranque de su mano a una sola de sus ovejas. Pero el hombre, abusando de su libertad, tiene capacidad de romper el lazo del amor. Dios ofrece al hijo su casa y su amor. Amor que busca, que perdona, que crea. Esa es su alegría. La alegría del encuentro y de la recuperación, que es evidente en las tres, es mayor sin comparación con el paso de la muerte a la vida, con la resurrección. Pensemos en hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, o en el hijo de la vida de Naim, o la de Lázaro. Y la vida que ha perdido el pecador es la vida eterna, la pérdida sin fin de un hijo de Dios.

7. Jesús, encarnación del Amor del Padre, lleva clavada una espina, que constantemente le lacera. Es la actitud de los fariseos y los letrados, que nunca vieron bien el trato que Jesús dispensa a los pecadores públicos.

 8. Cuando el hijo menor pide la herencia, el padre, con el corazón roto, accede a los deseos de su hijo, que malgasta su vida y su fortuna lejos de su casa. 

9. Llega un momento en que piensa en su padre, en su casa, en sus criados que comen pan y él ni siquiera puede comer bellotas. Y dice: "Me pondré en camino a donde está mi padre, reconoceré que he pecado" y le diré que dispoga de mí como de un criado en su casa, a su lado, junto a él. Para llegar a descubrir la verdadera revelación de la MISERICORDIA DE DIOS hace falta una larga evolución espiritual, a través de muchos acontecimientos dolorosos y muchas desilusiones.

11. A esta altura de la narración, Jesús ya los tiene cogidos en la magia de sus palabras. ¿Hace falta ya que les diga la reacción del padre ante el hijo humillado y arrepentido? Sin embargo, Jesús sigue, porque está revelando el corazón del Padre. Con toda intención, pero con gran mansedumbre, dibuja con su maestría inimitable, una parábola inmortal. La desarrolla con grandes rasgos de intuición, imaginación y nudo interesante. Estaban cogidos en las redes de sus labios todos, mientras él narraba la historia del hombre y el corazón de su Padre.Toda la narración venía siendo un crescendo hacia el clímax del desenlace  enigmático del encuentro del hijo con el padre. Ahí quería llegar Jesús: A poner de manifiesto el Corazón de su Padre. Momento crítico. Estaba revelando su Amor total, fiel e infinito."Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo". Profundos sollozos de alegría, vestido nuevo y anillo de bodas en el dedo, sandalias sin estrenar, sacrificio del ternero más gordo, y el banquete.

12. ¿Y el hijo mayor? ¿El cumplidor observante del trabajo y de la ley, el que no se fue de casa? Los fariseos eran los escrupulosos cumplidores de la Ley. Cuando el hijo mayor oyó la música y el baile, no quería entrar.

13. Jesús ha retratado al hijo menor disoluto, pero mejor, al Padre bueno. Había llorado a un hijo muerto y ahora su corazón brincaba con la música de júbilo porque aquél hijo había vuelto a vivir, se había perdido y lo ha encontrado. Pero ha querido, sobre todo, poner el espejo ante el rostro de los fariseos y letrados que, como el hijo mayor, observante y cumplidor, viviendo en constante contacto con su padre, no han sabido penetrar su corazón, y no han atisbado la amargura que aquel hijo que se fué, le roía el alma. Ni han sabido nunca, y menos hoy, reconocer a su hermano como hermano. Se les comen los celos y no pueden tolerar la alegría de su vuelta a casa. No habían sufrido con la fuga de su hermano. “deberíais alegraros de que hemos recuperado a mi hijo y vuestro hermano sintonizando con la alegría enorme que inunda el corazón de vuestro padre”.

14. Dios tiene el corazón estremecido cuando a alguno de sus hijos le envuelve el pecado. Es como el Pastor que cuenta las ovejas, 96,97,98,99, ¿y la 100? Sufre porque sabe que ella sufre. Dios sufre porque sabe que el pecador es ese hijo que pasa hambre, que lo ha perdido todo, menos su dignidad de hombre y de hijo. Y el Padre es fiel. Lo busca. Envía a sus profetas, a sus sacerdotes, en busca de la oveja perdida.

15. Busca a Adán, ¿dónde estás? Busca a Caín, ¿qué has hecho con tu hermano? Por fin hace fiesta, y nos ha invitado a todos al Banquete de la Eucaristía.

16. ¡Alegría, hermanos, si nos hemos convertido! Convertido del pecado a la gracia, de la tibieza, a la intimidad con Dios.

¡Cuánto más vivas en tí,

                                                Menos vivirás en Dios!

A cada conversión corresponde una invasión de Dios, a cada abnegación, te inundará una oleada de vida divina. Llamados a vivir la vida trinitaria de Dios, no nos quedemos ni nos satisfagamos con nuestra pobreza miserable, si queremos vivir la alegría y la paz verdaderas y completas.

17. Dios nos invita a su Banquete cada domingo; acudimos. Pero pide de nosotros mayor intimidad, una amistad que se manifiesta en un recuerdo más asíduo, en un corazón más enamorado. Démosle esta alegría.