Domingo XXII Tiempo Ordinario, Ciclo C

"El que se enzalza sera humillado y el que se humilla sera ensalzado"

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre 

 

 

1. Las lecturas de hoy tienen la virtud de la humildad, fundamento del Reino, como quicio. Nos la recomienda el Eclesiástico, y Jesús toma una de sus parábolas de los Proverbios: "Más vale escuchar "Sube acá" que ser humillado ante los nobles"  (25,7). Hay en el hombre un instinto que le hace aspirar siempre a grandezas; se lo pide el alma, que siente una irresistible inclinación a alcanzar un ideal, un algo superior y más alto. Para conseguirlo se le ofrecen dos caminos, el de la soberbia, que es el que siguieron los ángeles rebeldes, Adán, y los filósofos paganos, que "pretendiendo ser sabios, resultaron unos necios" (Rm 1,22), y también escogieron los hombres, que por querer situarse más alto de lo que les correspondía, y pretendiendo sobresalir sobre los demás, y arrastrados por el orgullo, cayeron en un estado miserable. El verdadero camino de la auténtica elevación es el camino de la humildad, que es el que siguió Cristo y los santos y que conduce a la gloria.

2. No consiste la humildad en negar las propias cualidades, que son dones divinos que hay que hacer fructificar, como nos enseña Jesús en la parábola de los talentos (Mt 25,14); ni tampoco en negarse a aspirar a hacer cosas grandes, que suele camuflar pereza, ni en hablar mal de sí mismo, o en fingir que se tienen tantos y tantos defectos, sino en un conocimiento verdaderísimo de sí mismo, por el cual el hombre desprecia su maldad, como dice San Bernardo. “Est virtus qua homo verissima sui agnitione sibi ipsi vilescit”. Santa Teresa del Niño Jesús fue reprendida como soberbia por un confesor, a quien manifestó sus deseos de ser una gran santa. Lo que no es humildad es aspirar inmoderadamente a cosas grandes escribe Santo Tomás. Santa Teresa dice que la "humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira" (Moradas VI 6, 8). Estas palabras de la Santa con frecuencia se emplean indebidamente, especialmente cuando cada uno quiere imponer la que cree su verdad, y se omite la segunda parte de la frase. -¿Tu verdad? No, la verdad. /  Y ven conmigo a buscarla... escribió Machado en su célebre verso. El humilde no lo es porque se compara con los demás, sino con Dios, y ve que es nada ante él, pues ve la diferencia infinita que hay entre su pequeñez humana y la grandeza de Dios.

3. La humildad es el fundamento de la vida cristiana, pues Dios resiste a los soberbios. Y ella conserva los frutos de las demás virtudes que dan muy buen olor. La actitud del hombre humilde, que no se supervalora, atrae más a Dios y a los hombres, que la generosidad: "Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios, que revela sus secretos a los humildes" Eclesiástico 3, 17. Tanto más acepto a Dios será el hombre, cuanto más se humille ante él. Así obró Abraham cuando intercedió por Sodoma, y mereció que Dios compartiera con él, el plan de la destrucción de Sodoma: "Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza"? (Gn 18,27).

4. Porque él "ha preparado su casa a los desvalidos; él es padre de huérfanos, protector de viudas, alivió la tierra extenuada con la lluvia copiosa, y su rebaño habitó en la tierra, que su bondad preparó para los pobres" Salmo 67.

5. Y, después de este preámbulo, la lección gráfica y oportuna de Jesús: Un sábado, había sido invitado a comer en casa de un fariseo importante y había allí un hombre enfermo de hidropesía, lo curó y lo despidió, naturalmente como siempre, sin pasarle factura, que será la marca de fábrica de su Reino. Quiere dejar claro que la actitud y la forma de existencia del Reino es la gratuidad. Como era un fino observador, vio con qué descaro escogían los primeros puestos. Aprovechó la situación para dar su mensaje, pues él no va a las bodas por otra razón. Siempre está a punto para entregar el regalo de su palabra de vida con la que va estableciendo el estatus de su Reino: "Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú, y te digan: <Cédele el puesto a éste>. Se trata de una actitud ante la vida humana: subir el primero, aunque sea en el autobús de corto recorrido, buscar y halagar a quien nos pueda subir más alto, sin reparar en empujones, ni en intentos de soborno adulador, aunque se prive del puesto a otros con más méritos o más cualidades, con detrimento de la propia sociedad, que al ambicioso poco le importa. Cuenta Martin Descalzo que en el Concilio había un personaje cuya misión principal de cada día era situarse a la puerta por donde tenían que pasar los cardenales para preguntarles a cada uno si había pasado bien la noche y si había disminuido la jaqueca de su señora hermana. Y subió como el humo en el escalafón. Y asegura el autor que esta suerte de mandangas son rentables. Pero el que por este procedimiento se encumbra, se expone a quedar en ridículo ante los invitados, cuando hay otros, que siempre los hay pero no aparecen, de más valor que, por lo mismo, no están a la vista, ni en el escaparate. Cuando aparece la ineficacia de su acción pastoral tan diferente de su eficacia trepadora, es cuando se corre el ridículo del fracaso. Es una enseñanza tan oportuna ésta de Jesús que si se cumpliera en el mundo, todo mejoraría. Estaríamos ya en el Reino, pero el mundo siempre será mundo. Los que no viven según el espíritu de Jesús convierten al hermano, o lo ven en él un escalón y lo utilizan para subir, o  como un enchufe para brillar, o como un estorbo y lo apartan, lo enmudecen o lo destruyen.

6. También es antievangélico invitar, obsequiar, a los que te puedan corresponder. El mundo siempre ha actuado así, pero en esta época tan sembrada de ambición y de codicia, en un clima tan escandaloso, Jesús nos dice que los hombres no deben obrar según la ley del intercambio interesado: "te doy para que me des", te invito para que me invites, te ayudo para que me ayudes, para que me lo agradezcas y dependas de mí, para que me encumbres. Si la sociedad civil procede así y procedió siempre, pues ya Platón en su Política, escribía que había que quitar a los políticos del gobierno de la república y arrancar de sus profesiones a los hombres grandes de valía, para entregárselo a ellos, los que hemos de ser discípulos de Jesús, hemos de empezar por no jugar las mismas cartas que los del mundo que convierten la vida en un negocio, aunque sangremos cuando nos veamos postergados.

7. El pueblo de Jesús había sido ya anunciado por el profeta Sofonías: “Dejaré en medio de tí un pueblo pobre y  humilde, que se acogerá al Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera” (3,12). Cuando Jesús ha escogido discípulos para comenzar el Reino, no ha ido a la Escuela de Alejandría, en busca de los alumnos de más talento; ni a los círculos de Roma donde está el emporio de la riqueza; ni en torno del poder en el palacio del emperador. Eso habría sido luchar con sus mismas armas. Busco a los ricos para crecer más pronto y combatir la riqueza. Busco a los sabios para influir más en el mundo y llenarlo de prosperidad. Busco el poder porque me facilita los puestos de conquista. Si con estos instrumentos creciera, que crecería, seguro, ¿dónde quedaría la confianza en el Señor? Jesús ha elegido la pobreza para nacer y para vivir; la incultura, para vencer la sabiduría del mundo; la desproporción en los medios, para confundir a la riqueza y al poder. A una mística francesa, Gabrielle Bossy, le dice Jesús portado bajo palio por un cardenal rodeado de obispos, en la procesión de los enfermos en Lourdes: “Yo el más pequeño”. El poeta y dramaturgo José María Pemán, describía de esta manera su programa de vida:

      “Ni voy de la gloria en pos,

                                           ni torpe ambición me afana,

                                           y al nacer cada mañana

                                           tan sólo le pido a Dios

                                               

                                           casa limpia en que albergar,

                                           pan tierno para comer,

                                           un libro para leer

                                           y un Cristo para rezar.

                                               

                                           He resuelto no correr

                                           Tras un bien que no me calma;

                                           Llevo un tesoro en el alma

                                           Que no lo quiero perder.

8. Jesús nos  enseña a vivir la gratuidad, como la de su amor que ofrece sin esperar recompensa. La enseñanza de Jesús y su proceder es buscar a los pobres, y a los ciegos, y a los cojos e invitarlos a su banquete. Esos no te pueden pagar, y tu recibirás tu paga el día de la resurrección. Así te convertirás en dicípulo de Jesús, y del Padre que hace salir el sol sobre los buenos y los malos (Mt 5,45) y da la vida, la gracia y el cielo gratuitamente. Así entregó él su cuerpo a a la muerte por nosotros y lo recuperó en la resurrección.

9. Jesús estaba curando a aquellos fariseos llenos de suficiencia, que les impedía abrirse a la palabra, y nos está ahora curando a nosotros, que hemos sido invitados a este banquete de la Eucaristía sin méritos propios, por sólo su amor de predilección. Y desconfiemos de nosotros mismos si buscamos aristocracias de inteligencia, de riqueza o de poder, como ajenos a la marca ajena de Jesús. Agradezcamos su invitación sirviendo a los que "no nos pueden pagar; te pagarán cuando resuciten los justos" Lucas 14, 7.

.