Domingo XXIII Tiempo Ordinario, Ciclo C

La empresa mas arriesgada

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1.Salomón pide sabiduría a Dios para que le guíe prudentemente en sus empresas; con ella sus obras serán agradables a Dios, y podrá juzgar a su pueblo con justicia. Si Salomón pide a Dios discernimiento para tener tino en el enfoque y solución de los problemas terrenos, ¿cuánto más necesita pedirlo para saber cumplir la voluntad de Dios?, pues "¿qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere... si tú no le das tu Sabiduría enviando tu santo Espíritu desde el cielo?" Sabiduría 9, 13. Si los asuntos humanos a veces son tan difíciles, ¿que ocurrirá, con los caminos del Señor, que son: "un abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento, sus decisiones son insondables y sus caminos irrastreables? ¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién es su consejero?" (Rm 11,33). Si apenas conocemos las realidades terrestres, ¿cómo vamos a conocer las realidades sobrenaturales?

 

2. Por eso Dios ha grabado en el corazón de todos los hombres la ley natural, y ha dado a su pueblo la ley en el Sinaí, pero el instinto desordenado, la fuerza de las pasiones y la influencia del ambiente mundano, enturbian el agua clara de la conciencia de los hombres, como lo testifica Pablo: "Los objetivos de los bajos instintos son opuestos al Espíritu y los del espíritu a los bajos instintos, porque los dos están en conflicto. Resultado: que no podéis hacer lo que quisierais" (Gal 5,17). De tal manera que, sigue el Apóstol, "En lo íntimo, cierto, me gusta la ley de Dios, pero en mi cuerpo percibo unos criterios diferentes que guerrean contra los criterios de mi razón y me hacen prisionero de esa ley del pecado que está en mi cuerpo" (Rm 7,22). Y termina el párrafo clamando: “¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte?" (Rm 7,24) Sólo la Sabiduría de Dios, que encarnada será Jesucristo, nos enseñará lo que le agrada y con ella nos dará la fuerza salvadora para, no sólo discernir cuál es la voluntad de Dios, que permanece grabada en nuestra conciencia, sino para seguirla con libertad plena y responsabilidad gozosa. Por eso termina Pablo: “La gracia de Dios por nuestro Señor Jesucristo”.

 

3. Pero es preciso aclarar el concepto de libertad. La carta de san Pablo a Filemón, nos da la clave. En el Asia Menor, a 500 kilómetros de Éfeso está Colosas. Filemón, cristiano destacado de aquella comunidad, tiene un esclavo, Onésimo. Un día le robó y huyó a Roma, donde huyendo de la muerte, o del estigma de la F grabada a fuego en la frente, buscó la protección de Pablo, padre en la fe y amigo de Filemón. Pablo acogió a Onésimo en su casa del Trastevere donde vivía bajo custodia militar. Le proclamó la Palabra, lo convirtió, lo bautizó y le hizo volver a casa de su amo, con la carta a Filemón, que es una joya de tacto y de exquisita delicadeza, en la que le pide perdón para su esclavo, ladrón y fugitivo, y le ruega que reciba a Onésimo "no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido". "Te lo recomiendo como mi hijo". "Acógelo como a mi mismo".

 

4. El problema de la esclavitud en el mundo antiguo, era el gran estigma del mundo pagano, pues el esclavo era tratado como una bestia. No era persona, sino una cosa de la que el amo se deshacía sin dar cuenta a nadie. Pablo no aborda el problema incitando a la sublevación de los esclavos, como Espartaco en el siglo II a.C., sino que predica que todos somos iguales ante Dios y hermanos unos de otros: "Ya no hay distinción entre judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres; porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,). Estos principios evangélicos fueron el fermento que transformó poco a poco la sociedad y consiguió al fin la abolición de la esclavitud, que ha motivado guerras sangrientas en América y aún sigue dando coletazos, y es motivo de debate y de protesta estos dias en el foro surafricano por los derechos humanos en Durbán. No se si se habrá hablado de las múltiples esclavitudes de hoy, sobre todo de la de muchos Estados con sus súbditos. Las tratas de negros, han sido sustituidas por las esclavitudes de niños, sometidos a la muerte, a la prostitución; las esclavitudes sometidas con astucia y mentira a las mujeres vendidas, engañadas y bloqueadas.

 

5. Cuando todo el mundo defiende la libertad como un derecho del hombre, es necesario discernir que la libertad no consiste en desligarse de toda ley divina y humana para que cada uno haga lo que le apetezca. Libertad no es libertinaje: "Habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esta libertad pretexto para la came" (Ga 5,13). Muchos piden libertad, sin darse cuenta de que son esclavos del erotismo y del sexo, de la violencia y del poder, del dinero y de la droga. Y tantas y tantas adicciones. Jesús nos ha dicho: Todo el que comete pecado es un esclavo. Ciertamente la libertad es un don glorioso, pero sólo cuando la usamos para elegir lo justo y lo honesto, la santidad.

 

6. La Sagrada Escritura no define teóricamente la libertad; la presenta con los hechos concretos de la liberación de la esclavitud de Egipto y de la cautividad de Babilonia, como profecía de la liberación más universal y profunda realizada por Jesús, que nos dice: "Si os mantenéis fieles a mi palabra, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Si, pues, el Hijo del hombre os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 10,31). La Eucaristía que estamos celebrando es el signo sensible de que hemos conseguido esa libertad de hijos de Dios, pues hemos sido admitidos a participar de su banquete de familia. La Eucaristía nos hace cada día más hijos y más hermanos y, por tanto, más libres ante Dios.

 

7. Para conseguir esa libertad feliz, pidamos con el salmo al Señor, que con su Sabiduría, nos enseñe "a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato, y comprendamos que mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una noche en vela, y como la hierba que por la mañana florece y por la tarde la siegan y se seca. Que tu bondad, Señor, baje a nosotros y haga prósperas las obras de nuestras manos" Salmo 89.

 

8. Dios nos ha revelado su designio de amor en Jesús, Sabiduría divina encarnada, quien, mientras va caminando hacia Jerusalén acompañado de mucha gente, que ha escuchado la parábola de la gran cena y la invitación general para que se llene su casa: "Sal a los caminos y a los cercados y haz entrar a la gente para que se llene mi casa" (Lc 14,23), plantea las exigencias de su seguimiento.

 

9. La primera condición y fundamental, es seguirle con la cruz: "El que no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mio" Lucas 14, 25. Como Cristo, su discípulo ha de entregarse a Dios y a los hermanos, especialmente a los más pequeños y desprovistos, cargando con la cruz, de todo lo que cuesta y desagrada.

 

10. La segunda, es el desprendimiento de la propia familia: "Si alguno viene conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío". Lo que quiere Jesús significar es que hay que renunciar a cerrarse en el gheto de la biología, de la tribu, del clan familiar, nacional-racista, dominado por el orgullo y por el egoismo, individual o colectivo. Jesús no quiere que se se utilice a Dios para difundir el ideal propio, la "capilla" propia. Así no se sirve al Reino, sino que se aprovecha como escalón para conseguir prestigio y otros intereses. Esos apegos afectivos atan e impiden la creación de la familia universal que él está ya creando, a cuya edificación puede y debe contribuir la familia propia, que sólo así quedará justificada en su fin.

 

11. Por último, el que quiera seguir a Jesús ha de renunciar a todo lo que tiene. Es lo que le pidió al joven rico (Mt 19,21), a cambio de su amistad. Se puede vivir la renuncia sin necesidad de salir del mundo y de su ambiente y de su propio trabajo. Basta con orientar todas las energías y todo lo que se tiene hacia el Reino de Jesús, que ya está actuante entre nosotros. Y poner nuestras cosas al servicio de los hermanos.

 

12. Esa es la torre que hemos de construir. Esa es la guerra que hemos de ganar. Torre y guerra ante cuya construcción y conquista no nos podemos evadir, porque en ellas está implicada nuestra salvación. La enseñanza del Señor es: Si los proyectos de este mundo exigen e imponen un precio, unos planes y unos sacrificios, ¿cómo podremos sin planes, sin sacrificios, sin precio, enfrentar el plan supremo del Reino? Si el sabio Bernardo Palissy, ceramista y sabio francés, llegó a quemar sus propios muebles para poder alimentar su horno en la experimentación de sus descubrimientos en la creación de su cerámica nueva y especial descubierta por él; si Cristóbal Colón empeñó su patrimonio y la Reina Isabel la Católica vendió sus joyas para conseguir el descubrimiento de América; si tantos creadores y fundadores de Congregaciones religiosas han quemado su entero patrimonio para la consecución de su ideal, qué no tendremos que estar dispuestos a hacer para conseguir el seguimiento fiel del Señor y realizar su Reino dentro de nosotros? Para eso necesitamos y hemos de pedir, como Salomón, el espíritu de Sabiduría que él nos da, junto con el consuelo y la seguridad de que el principal constructor de la torre y el general que dirige la guerra es el Señor que ha vencido la muerte con su resurrección. Y que nos fortalece con el pan de la eucaristía.