Domingo XV Tiempo Ordinario, Ciclo B

Id y evangelizad

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

1."Ve y profetiza a mi pueblo de Israel" Amós 7,12 . El profetismo bíblico ha sido una de las mas grandes manifestaciones religiosas de la historia humana. Los profetas han sido los personajes clave que han configurado el alma y la espiritualidad del pueblo de Dios, desde Samuel, el primero de los profetas, en el siglo XI antes de Cristo, hasta Joel, el último, en el siglo IV. San Pedro los define como: "Hombres movidos por el Espíritu Santo, que han hablado de parte de Dios" (2Pe 1,21). Hombres como los demás, han sido elegidos de entre el pueblo, de toda tribu, edad y condición social: Samuel, levita adolescente; Eliseo, campesino; Amós, pastor; Isaías, aristócrata; Miqueas, aldeano; Jeremías, joven tímido; Ezequiel, sacerdote deportado. Ninguno de ellos ha sido profeta por propia iniciativa, ni por sucesión hereditaria como los reyes y sacerdotes, sino porque Dios, que elige y llama a quien quiere, ha entrado arrebatadamente en sus vidas.

      2. Algunos han aceptado la llamada con prontitud, como Amós: "Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor, ¿quién no va a profetizar?" (3,8), o Isaías: "Heme aquí, envíame" (6,8). Otros, como Jeremías, han resistido: “¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho" (1,6), pero todos han terminado aceptando. Y su aceptación libre los ha constituido profetas sin ningún rito especial, como podía ser la unción de los reyes y sacerdotes. La acción divina ha hecho del profeta un “hombre de Dios", un "hombre de la Palabra" (Jr 18,18), un "centinela" apostado en su atalaya para alertar al pueblo de la proximidad del peligro (Ez 3,17).      

3. No es mejor profeta quien habla con mayor elocuencia, ni quien tiene mejores y más claras sus ideas, sino quien transmite con mayor autenticidad, fuerza y vigor el mensaje divino, sin que sufra la menor devaluación cuando se hace palabra en los labios del profeta. No­sotros estamos habituados a valorar los razonamientos humanos y nos resistimos a todo lo que se nos presenta como necedad o locura. Esta rebeldía frente a la invitación sorprendente de la voz de Dios, que rompe todos los moldes de la racio­nalidad y conveniencia, que se dio en todo el proceso his­tórico del pueblo de Dios, se acentuó en la actitud de escucha frente a los profetas. Amós ya fue advertido por Dios de que su pueblo se resistiría a aceptar su mensaje y por ello le promete la ayuda divina que le hará fuerte frente a la resistencia de los rebeldes.

      4. No escuchar a un profeta, que habla en nombre de Dios, equivale a rechazar a Dios. Es evidente que cada vez suena más débil la palabra del profeta en medio de un mundo en el que otras voces más poderosas acallan la verdad que el mensaje divino quiere comunicar. Ya ocurrió cuando Jesús, la mismí­sima palabra de Dios, fue llevado al matadero como oveja reducida al silencio. Sus propios paisanos desconfiaban de sus palabras y minaban su autoridad hasta despreciarle como profeta. Pablo tendrá que enfrentarse también con esta dificultad cuando proclame la fuerza de Cristo. Experimentó en el areópago de Atenas que la sabiduría de los griegos no era el mejor clima para acoger la predicación del Evangelio y acabó afirmando que sólo se gloriaba de la cruz de Cristo. Tropezó con la autosuficiencia del saber griego y con el escándalo de los judíos, que monopolizaban la mani­festación de Dios en su pueblo. Les parecía necedad acoger la fuerza del Evangelio, la debilidad del Mesías crucificado.

5. La autosufíciencia de quien cree que no necesita la ayuda divina es el mayor enemigo del Evangelio, cuyo mensaje fundamental es la elevación y enriquecimiento espiritual de los necesitados, de los pobres y de los débiles. Allí donde hay ham­bre y sed de justicia, de paz, de amor y de verdad, cobra fuerza la palabra del Evangelio, que es don de Dios para los que le aceptan con sincero corazón.

6. Hoy como ayer resuena la voz de los profetas, que en nombre de Dios denuncian los atropellos cometidos por los poderosos, y expresan en su debilidad la fuerza incontenible de un Dios, que cada vez se hace más presente en el mundo de los que carecen de voz, porque se la han robado los que se consideran dueños del mundo.

     7. La misión del profeta es impopular y peligrosa. Deberá gritar la palabra de Dios a los oídos endurecidos del pueblo: “Clama a voz en grito, sin cejar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo su rebeldía y a la casa de Jacob sus pecados” (Is 58,1. Deberá poner el dedo en las llagas de la sociedad, muchas veces tendrá que ir contra corriente enfrentándose con los de arriba y con los de abajo. Tendrá que “arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar” (Jr 1,10. Pero Dios le promete su asistencia eficaz: "Y tú, cíñete, en pie, diles lo que yo te mando. No les tengas miedo; que si no, yo te meteré miedo de ellos. Yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país; lucharán contra tí, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte” (Jr 1,17).

8. Los profetas no son innovadores, sino renovadores, por eso predican el derecho y la justicia. Natán acusa a David del adulterio con Betsabé y de la maquinación del asesinato de Urías (2 Sam 12,9); Elías se enfrenta con Ajab por la muerte de Nabot y la usurpación de su viña (1Re 21,19); Amós clama contra los que pisotean al pobre (Am 8,4). Y su mensaje se dirige a todos: a reyes y sacerdotes, a jueces y comerciantes, a hombres y mujeres. Incluso a las naciones circunvecinas (Am 1-2; Is 13-23). Y nos alcanza también a nosotros: "Hacéis bien en prestar atención a la palabra de los profetas, como a lámpara que luce en lugar oscuro" (2Pe 1, 19). Su palabra es tan válida para nosotros como lo fue para sus contemporáneos. Los profetas, colosos del Espíritu, campeones del Dios único y de los derechos humanos, declaran que lo que Dios pide al hombre de todos los tiempos es, en esencia, la justicia (Amós), el amor (Oseas), la fe (Isaías), la humildad (Sofonías), y la religión interior (Jeremías). ”Ya no hay fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en este país; sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia, sangre y más sangre" (Os 4,1-2). “¡Ay de los que juntáis casa con casa, y anexionáis campo a campo! Así ha jurado a mis oídos el Señor del universo: ¡Quedarán desiertas muchas casas, grandes y hermosas, pero sin moradores!" (Is 5,8). El único camino para evitar el desastre que se avecina es la conversión. Sus palabras expresan con gran belleza que Dios está siempre dispues­to a perdonar: "¡Si volvieras, Israel!, ¡si a mi volvieras!, ¡si quitaras tus ídolos abominables, y no huyeras de mí!" (Jr 4,1). "Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal. Venid, pues. Si vuestros pecados fueran como la grana, cual nieve blanquearán" (Is 1,16). No son demagogos que inciten a la revolución, sino anunciadores de que el mal de la sociedad de entonces, y de la nuestra, está en el corazón del hombre antes que en las estructuras. Es éste el que está enfermo, es éste el que debe cambiar si se quiere mejorar el mundo.

9. Dicho esto, podemos escuchar hoy a Amós, que ocho siglos antes de Cristo, cuando el reino de Israel estaba separado del de Judá, y gozaba de prosperidad material, a la cual sigue siempre la decadencia moral, comenzó a predicar allí, consiguiendo remover las conciencias de los jefes y dirigentes, lo que molestó al sacerdote de Betel, Amasías, y prohibió a Amós seguir profetizando. Que se vaya a Judá, y que profetice allí. El profeta con valentía contesta que es el Señor el que le ha enviado a profetizar. Ciento cincuenta años estaba dividido el reino de David: Israel al norte y Judá al sur. Aunque Amós había nacido en el sur, su actividad la desarrolló en Israel. Como he dicho, Amós tiene palabras duras contra la injusticia, el abuso de los poderosos, la opresión de los pobres, el derroche y el egoismo de los ricos y la hipocresía de todos, que daban culto a Dios mientras eran injustos y corrompidos. Por eso resultó incómodo Amós, y Amasías le ordenó volver a su tierra para quitárselo de encima: “Vidente, vete, escapa al territorio de Judá; allí te ganarás la vida y profetizarás; pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el templo real, el santuario nacional.” Insinúa que las palabras proféticas de Amós son un medio para ganarse la vida. Y Amós le responde: “Yo no era profeta ni de hijo de profeta; era ganadero y cultivaba higueras. Pero el Señor me arrancó de mi ganado y me mandó ir a profetizar a su pueblo, Israel.” El vivía de su trabajo de cultivador de sicómoros, y el Señor le ha enviado a predicar. Y tiene que predicar. Amós no es un profesional que vive de anunciar la palabra y de las rentas de su ministerio, sino que ha recibido una vocación divina, que ninguna jerarquía humana puede obstaculizar.

10. A anunciar la buena noticia envía Dios a Amós y Jesús a sus discípulos, a quienes da instrucciones para la predicación Marcos 6,7. Los envía de dos en dos, porque la compañía es apoyo, fuerza y motivación para cumplir mejor con la misión y para resistir a las dificultades. Y porque el proyecto de Jesús no es individual, sino comunitario; aunque alguno sienta una particular inclinación o esté especialmente dotado para algún aspecto de la misma, la misión es responsabilidad de toda la comunidad. Para que puedan cumplir su mandato, Jesús les da autoridad sobre los espíritus inmundos; los capacita para liberar a los hombres de todas las ideologías, especialmente las religiosas, que esclavizan al hombre, convirtiéndolo en un fanático, incapaz de vivir un proyecto de libertad. La riqueza debe estar ausente de la misión, porque su eficacia depende sólo de Dios y de la libre aceptación del mensaje por los hombres.

11. El Salmo 84 lo canta el pueblo que está viviendo una situación de catástrofe nacional a la vuelta del exilio en Babilonia. Sufre sequía y hambre y  clama al Señor pidiéndole que le restaure, que le per­done y que le de vida. Cuando la tierra no da su fruto, el pueblo carece de vida. El pueblo a su regreso de Babilonia, depen­de políticamente del imperio persa, que lo explota, pues tiene que aumentar la producción para satisfacer el tributo a los persas y además la tierra no da cosechas porque no llueve. A lo que se añade la corrup­ción interna. El libro de Nehemías nos demuestra la situación a que había llegado el pueblo. Sin cosechas no tiene vida. Por eso pide a Dios que salve al pueblo en­viando la lluvia a la tierra, para que dé su fruto y produzca vida que  le permita celebrar y hacer fiesta. Entonces, celebrarán la fiesta de la vida, que abarcará a todo el universo, con una danza en la que se verán arrastrados Dios y el pueblo, el cielo y la tierra, dando así comienzo a la procesión de la vida, caminando Dios con su pueblo, precedido por la Justicia y seguido por la Salvación.

12. Predicación que, como la de Juan Bautista, insiste en la "conversión" para preparar el camino del Señor. Todavía no han de predicar a Jesús, porque no ha sido aún glorificado en la pascua. Para garantizar su predicación, Jesús les da autoridad sobre los espíritus inmundos, causa de las enfermedades y obstáculos que impiden la llegada y la acción del Espíritu (Mc 6,7). Los fue enviando de dos en dos, como a una misión rural, en un ensayo local, antes de distribuirlos por todo el mundo. En la elección de los Doce se dice que eligió a los que él quiso para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14). Ya habían dejando las redes; habían vivido con él, habían oído sus instrucciones y visto muchos milagros. Hasta ahora todo había sido escucha pasiva; desde ahora deben colaborar activamente, porque el que ha recibido algo debe compartirlo, y el que ha aprendido debe enseñar. El fuego, si no se propaga, se extingue, y en la medida en que se propaga, crece. Les envía de dos en dos, para que se ayuden y tengan ocasión de practicar la caridad. Me da la impresión de que he visto y experimentado una formación de competencia, más que de empresa y equipo, de rivalidad. No se creaban amigos, sino rivales cerrados. Y estamos cosechando, en parte, los frutos no sanos. El primer envío de Jesús nos remonta a los primeros pasos, vacilantes e inseguros, de la lejana y universal andadura cristiana. Nos estamos asomando con asombro al manantial de este gran río que es la Iglesia.

13. El primer ensayo debe ir acompañado de éxito para que no se desanimen. Han de expulsar demonios, porque llega el Reino de Dios y sus enemigos deben ser expulsados fuera; curar enfermos, porque es un signo de gracia. Deben ser sobrios en la comida y ligeros en el equipaje. Más que aligerar la alforja, hay que liberarse de ataduras para servir mejor a la Palabra, que reclama toda la atención. Experimentarán buenas acogidas y rechazos, que así es la vida real. Exitos y fracasos. No llevéis alforja ni dinero. No deben llevar nada. Lo único que cuenta es la palabra que anuncian. La verdad se demuestra interiormente por el efecto que produce en los corazones y externamente por los signos y curaciones que hacen los mensajeros. Dios-Padre necesita a a Jesús y Jesús necesita hombres.

14. Las condiciones de vida han cambiado. El pan lo proporcionan hoy los restauran­tes de la carretera y el bastón es sustituido con ventaja por el coche y el avión. El zurrón y el bastón hoy no serían signos de desprendimiento sino de anacronismo. El vestido ha de ser normal y no estrafalario, porque viven en sociedad, y no deben llamar la atención por su extravagancia. Las sandalias en Palestina funcionan bien, porque el calor lo permite. Lo que el texto quiere es que los hombres de la Palabra hagan creíble el mensaje que anuncian. El mensajero debe ser un testigo, un hombre que crea misterio en torno suyo y cuyo estilo de vida resultaría incomprensible, si Cristo no existiera. Si la vida del testigo es igual que la del negociante, empresario, manager o broker, su mensaje no ofrecerá garantía de autenticidad. La Iglesia es más libre, sin patrocinios y sin privilegios, aunque esta libertad puede ser mal interpretada y reprimida por la fuerza, cuya posibili­dad de rechazo ha sido anunciada por Jesús. Taizé y otros monasterios son centros de vida que crean misterio. Y cualquier personalidad que vive el carisma evangélico provoca admiración.

15. Jesús no tenía nada. Aunque no rehusaba banquetes, permanecía siempre libre y pasaba hambre sin preocuparse del hambre. No es mucho lo que se necesita para vivir, y al que busca el Reino de Dios todo lo demás se le dará por añadidura (Lc 12,23).

16. Lo que en el tiempo de Jesús era considerado como lujo está hoy al alcance de cualquiera; y hay un tipo de pobreza que debe ser eliminada ahora y entonces; la Iglesia, y sus hombres necesitan medios de subsistencia para sí y para ayudar a los pobres. Los que lanuncian elevangelio deben liberarse primero a si mismos. La esclavitud del demonio del hombre moderno difiere del de entonces, como la sociedad misma y sus costumbres. Pero siempre esos demonios, sólo pueden ser expulsados por el poder de Dios. La ciencia ha logrado eliminar las pestes y epidemias de la antiguedad, antes incurables, pero aparecen otras nuevas como el cáncer, el stress, la depresión o el sida.

17. Algunos, como los hijos de Zebedeo, soñaron honores y ventajas humanas. Pero Jesús les explicó que habían sido llamados para servir y dar la vida por los demás, en contraste con los poderosos del mundo (Mc 10,41). Lo cual está muy lejos de lo quebe ser el evangelizador. No hay lugar par el carrierismo y las prebendas y los lobys políticos.

18. Jesús hace referencia al desprecio de Amós por el sacerdote Amasías: "Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies". Amós predice el ignominioso fin de Amasías y su familia, que, víctimas de la guerra y destierro, morirán seis meses después. Si los hombres no reciben a los discípulos de Jesús, la paz que anuncian se volverá a ellos.

19. Pablo expresa el núcleo de la predicación de los Apóstoles: "El Padre de Nuestro Señor Jesucristo nos eligió en Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados" Efesios 1,3. La vocación cristiana es llamada a la santidad y la respuesta ha de ser incondicional. Han de salir ligeros de equipaje. Los enviados han de tener en la tierra sólo los pies, su corazón ha de estar en el cielo. Esta misión compete a todos los cristianos con el testimonio de la vida, pues "el mundo hoy más que maestros, necesita testigos".

20. Esta es "la paz que Dios anuncia a su pueblo y a sus amigos. Esta es "la salvación que está ya cerca de sus fieles. El Señor nos dará la lluvia de su Palabra que escuchamos y que nos está preparando a la Eucarística. Ese es el fruto que dará nuestra tierra" Salmo 84. Que cuantas veces celebremos este sacramento se acreciente en nosotros el fruto de la redención.