Domingo XVII Tiempo Ordinario, Ciclo C

La fuerza del hombre y la debilidad de Dios

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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            1. Camino de Sodoma partieron los ángeles para examinar con justicia a la ciudad. El Señor seguía en compañía de Abraham, con la intención de que Abraham ejerciera su carisma de intrumento de intercesión, como padre del Pueblo de Dios y así comienza el Patriarca a interceder por Sodoma: “El juez de toda la tierra ¿no hará justicia? Su confianza en el Señor había crecido, y apela a la justicia de Dios que no puede consentir la destrucción de los inocentes por causa de los culpables: "Si hubiera cincuenta inocentes en la ciudad, ¿no la perdonarás en atención a los cincuenta?" Génesis 18, 20. Abraham retuerce el argumento. En vez de castigar a los justos por causa de los culpables, ¿por qué no salvar a los culpables por causa de los justos? De la confianza en la justicia, la audacia de Abraham pasa a invocar la justicia en servicio de la misericordia, para que una ciudad pecadora no acarree el castigo sobre cincuenta inocentes, sino que cincuenta, cuarenta, treinta, veinte, diez inocentes salven a una ciudad entera. ¿No puede el amor de Dios, cuya gloria es el hombre viviente, hacer que su justicia de vindicativa del mal se convierta en justificativa de los malos haciéndolos justos?           

            2. Accede el Señor a la intercesión y se presta al regateo. Lleno de osadía, a la vez que de humildad, sigue Abraham rebajando el número de los inocentes hasta diez. El pensaría en Lot y en su familia, que siguen vinculados a él y a la promesa: - "En atención a los diez no destruiré la ciudad". Abraham ha invertido los factores de la solidaridad. De una ciudad malvada que arrastra al castigo a unos inocentes, pasa a diez inocentes que pueden conseguir el perdón de la ciudad. La justicia que va a ejercer sobre Sodoma servirá para que la descendencia de Abraham se enderece por buenos caminos “y hagan justicia y juicio para que cumpla Yavé a Abraham cuanto le ha dicho”.

            3. En ese camino está cercano ya al Siervo de Yavé de Isaías, quien, uno solo, con su justicia salvará y justificará a muchos (Is 53,11). Ya estamos en plena profecía del plan salvador realizado en la cruz por un solo justo, Jesucristo.

            4. La misión de Abraham y de su pueblo aparece clara a esa luz: la misión de la intercesión no sólo por su pueblo, pues Sodoma no lo es, sino por toda la humanidad, representada aquí en Sodoma, que resume la maldad de los hombres. La revelación de Dios a Abraham de su plan sobre Sodoma, el mundo, constituye al confidente, en mediador, como Moisés. Dios habla y actúa, haciendo ejercitar de inmediato la intercesión de Abraham. Y con ello manifiesta que su amor que quiere prender fuego a la tierra, va a contar con el hombre, a cuya petición y oración no sólo está siempre plenamente abierto, sino que la propicia y estimula.

            5. El salmista confiesa su experiencia de oración favorecida: "Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste" Salmo 137.

            6. Abraham suplicando nos ha abierto el camino hacia la enseñanza de Jesús. El era un hombre de oración. En sus años de Nazaret, oraría en la sinagoga, con su familia santa, y también a solas. Tardes y noches del sabat, cuando ya mayorcito, se ha ido a la soledad del campo o de la montaña para hablar con su Padre, lleno de su Espíritu Santo. Poco a poco, a medida que iba creciendo en edad y en gracia, ha ido descubriendo el inmenso amor que el Padre le tiene, al que él va correspondiendo y va comprendiendo que la única comparación que se aproxima a su ternura, es la del amor que él ha ido recibiendo de san José y de su madre María, que son sus papaítos.

     7. Cuando los discípulos le vieron una vez orar, quisieron orar como él. Se le veía tan lleno de luz y de paz, de cariño y de suavidad, e irradiaba tanto candor y tanta belleza, que les fascinó. "Y uno de ellos le dijo: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11,1). Y les enseñó la primera oración cristiana, muy distante de las rituales impersonales y rutinarias de la sinagoga, que ellos conocían.                 

8. Comenzó a invocar justamente al "Papá" de su experiencia personal, que no cambia la realidad del Altísimo, del Todopoderoso, del Omnisciente, del Todohermoso, acentuado por el Antiguo Testamento, sino que acentúa su experiencia de Padre bueno que desborda amor, cariño, confianza, amistad, en la que predomina el deseo de la llegada del reino y su santidad, el cumplimiento de la voluntad del Padre, y sigue la petición del pan de cada día y el perdón fraterno, en resumen del amor, y la fuerza para no caer en la tentación del antirreino, que arrastra consigo todo el mal. La invasión del amor. Era toda una revelación exhaustiva de la idea de Dios, que es la que conviene al hijo que no sólo quiere un Dios dulzón, sino un Dios poderoso y justo, que no ignora los esfuerzos ni las luchas y los sufrimientos de sus hijos.

            9. A la vista de le petición de Abraham de salvar a Sodoma, de la cual el Señor va aceptando las rebajas de su justicia que, al menos logra salvar la vida de Lot y de su familia, Jesús ilustra el poder de la oración en el reino con dos parábolas: el amigo que pide prestados tres panes, de noche, cuando la puerta del amigo está cerrada, y que los consigue, sino por la amistad, por la importunidad (Lc 11,5); y el hijo que pide pan, o pescado o un huevo a su padre, y el padre no le da una piedra que le rompa los dientes, ni una serpiente venenosa que le muerda y le inocule su veneno, ni un escorpión para que le pique y lo mate. Y esto lo hacéis vosotros, que sois malos, ¿qué no hará el Padre, de quien vuestros padres han recibido el amor que os tienen, que no es más que una pequeña chispa del suyo que él ha creado en ellos? (Lc 11,11). “Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”. Y si nos da el Espíritu Santo que es el don máximo, ¿cómo no nos dará el pan de cada día, y el trabajo, y el vino en la boda, es decir, todas aquellas cosas que necesitamos para vivir, sin las cuales el mismo Padre no encontraría sujeto para derramar ese Espíritu Santo, ni tendríamos capacidad ni posibilidad de extenderlo sobre la tierra, que él quiere que arda con su fuego?.

10. Pero ¿cómo personalizar y vitalizar la oración de petición, para que no decaiga en la rutina?. Tenemos necesidad de la oración personal, meditativa o contemplativa. No es suficiente la oración vocal obligatoria. ¿No es suficiente la celebración eucarística y la Liturgia de las horas?- se pregunta el cardenal Martini. El interrogante que se nos plantea cuando debe­mos luchar por esta oración es si vale la pena luchar, hacer tantos sacrificios por algo que no sabemos muy bien si es necesario. ¿Se puede saber si la oración es fructuosa o si he dado golpes de ciego y he perdido el tiempo? ¿Existe el riesgo de que se con­vierta incluso en desorientadora, engañosa o falsa? Podemos pensar que es una ilusión y, que no somos capaces de hacerla, que es una idea de los padres espirituales, de santa Teresa, de los santos: una realidad justa y bella, pero no para noso­tros. Y llegamos a creer que se podría prescindir de ella, que ya tenemos la misa, el brevia­rio y la preparación de la homi­lía. Y comienza un proceso un poco ambi­guo de auto-justiñcación: no tengo tiempo y, si acaso, la haré mañana. Poco a poco, la ora­ción mental, o personal, va quedando marginada. Sin embargo, advertimos pronto los efectos doloro­sos que esto tiene: la Liturgia de las horas se hace también costosa, y a veces la misma celebración eucarística resulta pesada, rutinaria, formal. Ese estado de cansancio, que tiene su origen precisa­mente en el abandono de la oración personal, se va extendiendo gradualmente a la vida, dificultando el ordenamiento de los pesos cotidianos con que se debe cargar. El problema de la oración mental no se plantea, pues, en sí mismo, sino en sus con­secuencias: existe en la Iglesia como crisis, como carencia, porque, cuando llega a faltar la oración personal, todas las demás formas de oración acaban también por redu­cirse a gestos exteriores, a ejecuciones, a cumpli­mientos externos, que duran poco o se arrastran con suma dificultad. Creo que esta grave crisis en la Iglesia actual no sólo afecta a la vida sacerdotal, sino a la misma vida consagrada, en particular a la de tipo apostólico.

            11. Ahora estamos escuchando a Jesús, que nos dice: “Velad y orad, para no caer en la tentación”. Sus palabras son tan actuales y más que la sangre que corre por nuestras venas y que los latidos del corazón que estamos sintiendo. Su amor sigue tan real y actual, que en seguida va a estar vivo y resucitado sobre el altar. Viene con el Corazón lleno de su Espíritu para derramarlo sobre toda la comunidad y sobre cada uno. Cuando a continuación recemos el Padre nuestro, recordemos que él nos lo ha enseñado y que nos quiere a todos salvados por su Sangre. A él gloria por los siglos. Amen.