Domingo XVIII Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lo que has acumulado ¿De quién será?

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

1. Desde el domingo 12 hasta el 18 del Ciclo C, Jesús nos ha venido ofreciendo en el evangelio las notas esenciales que deben caracterizar a sus discípulos. 1º, deben seguirle cargando con su cruz cada día (domingo 12); 2º, deben practicar la mansedumbre, predicada a Santiago y Juan en Samaría, afirmar la decisión de permanecer con él, y cumplir las exigencias del reino, manifestadas a los que pretenden seguirle (domingo 13); 3º, con la designación de los 72, ha dado las normas concretas para la evangelización (domingo 14); 4º, hay que practicar la caridad como lo ha hecho el samaritano (domingo 15); 5º, hay que escuchar la palabra, como Abraham y María de Betania (domingo 16); 6º, recibir la enseñanza del Padre Nuestro y persuadirse de la eficacia de la oración (domingo 17); y considerar el valor supremo del Reino, como superior a los valores humanos (domingo 18). En este domingo nos encontramos. 

2. Situemos la primera lectura: Al preguntarse el autor del Eclesiastés, si el hombre puede encontrar en las cosas de la tierra la felicidad plena que anhela su corazón, pasa revista a todas aquellas cosas que parecen prometerla, y el resultado de sus investigaciones es que los esfuerzos que el hombre pone en buscarla son tan vanos, como el perseguir al viento. Pero descubre que existe una felicidad relativa, la que proporcionan la ciencia y las riquezas, los placeres de la mesa, las alegrías de la juventud y el hogar, todo como don de Dios, e invita a gozar de ellas en los días de vida que el Señor le conceda, hace un elogio relativo de la sabiduría, y recomienda el temor de Dios, que El no dejará sin recompensa. El libro ofrece un mode­rado optimismo. Y avisa que Dios juzgará las obras de los hombres, por lo que amonesta a que gocemos de los bienes y alegrías que el Señor nos conceda en los días de nuestra vida, pero sin ofender a Dios. El autor no es un pesimista decepcionado tras sus experiencias, que proclama que no vale la pena vivir, pues reconoce que existe en la tierra una felicidad relativa que él mismo invita a disfrutar. Ni es un optimista que sonría a la vida como si ésta ofreciese la felicidad a ultranza, porque todo es vanidad y persecución del viento. Es un realista, que juzga la vida tal como se presentaba a un israelita de su época. Ignora la felicidad eterna, no la encuentra en esta vida y, siente desilusión. Vive en una época social y políticamente deficiente, en que era difícil conseguir incluso las alegrías que la vida honrada puede ofrecer. El Eclesiastés, al conceder un cierto valor a los bienes terrestres, constata al mismo tiempo su inconsistencia y vaciedad, con lo que insensiblemente orientaba a los hombres hacia un futuro ultraterreno. En lo que resulta más positivo que el libro de Job, quien se hubiese aquietado si su bondad y justicia hubiera recibido al menos una recompensa temporal. El Qohelet, no; porque todo el trabajo y el esfuerzo lo ha sometido a lo que la vida en el mundo da de sí y lo ha encontrado incapaz de satisfacer plenamente las aspiraciones del hombre como lo expresa en el siguiente párrafo: "Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado" (Ecl 2,21). 

3. Aparentemente negativo, Qohelet es altamente posi­tivo, pues al constatar la insuficiencia de una retribución terrena, lanza al hombre hacia nuevas metas, que son las que el evangelio nos señala: “ser rico ante Dios”, por lo que Pablo nos exhorta: a "buscar los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios, y no los de la tierra" Colosenses 3, 1. Y nos confiesa su planteamiento en su carta a los Filipenses: “Todo eso que para mí era ganancia, lo tuve por pérdida comparado con el Mesías; más aún, cualquier cosa tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús mi Señor. Por él perdí todo aquello y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo e incorporarme a él” (3, 7). 

4. Jesús nos cuenta la parábola de un hombre rico que consiguió una gran cosecha que desbordaba su almacén, por lo que se vio forzado a ensancharlo; y cuando ya tenía almacenado todo el grano y el resto de su cosecha, se dijo a sí mismo: No te acabarás lo que tienes, disfrútalo, date buena vida, come y bebe todo cuanto quieras. Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche vas a morir. ¿Para quien será lo que has acumulado?" Lucas 12, 13. El pecador siempre teme morir; porque intuye que la muerte le ha de quitar todos los bienes y le ha de dar todos los males: La muerte de los pecadores es pésima (Sal 33,22). Por eso les amarga su recuerdo: Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo con sus posesiones, para el hombre satisfecho que prospera en todo y tiene salud para gozar de los pla­ceres (Eclo 41,1]. 

5. Cuando Talleyrand, político francés, y hombre con una vida muy agitada y azarosa, cargado de honores y de títulos, estaba a punto de morir, se levantó de la cama y comenzó a abrazar sus muebles y sus joyas, y a cada objeto que abrazaba preguntaba: ¿También esto lo he de dejar? Los pecadores temen mucho la muerte porque aman mucho la vida de este mundo y poco la del otro. Pero el alma que ama a Dios vive más en la otra vida que en ésta, porque el alma vive más donde ama que donde anima. Por eso aprecia poco esta vida temporal y puede decir con San Juan de la Cruz: Máteme tu vista y hermosura.

6. Los valores idolatrados por la sociedad actual son las riquezas, y el poder. Se planea una civilización del bienestar, con un horizonte cerrado, que no piensa en los demás, sean próximos o lejanos. Anestesiada por su confort y despilfarro, contempla impasible las imágenes de la pobreza y de la miseria, sin que su conciencia le reproche su mesa repleta, su confort y su derroche. Una sociedad que no piensa más que en vivir en este mundo, como si todo acabara con la muerte. Una civilización regresiva donde predomina la ley del más fuerte, llena de sí misma, suficiente y agresiva, prepotente y deshumanizada, que cierra sus ojos a la realidad de la verdad. Una sociedad que no duda en cerrar la puerta de la vida a los intrusos que se atreven a nacer y a disputar un plato más o un puesto más en el banquete de la vida, que quieren para ellos solos. 

Toda la riqueza que acumulan, sin reparar en la licitud de los medios, ni en los destrozos que causa a su alrededor, con el empobrecimiento y la ruina de los incautos, con la droga, que envena la vida de una innumerable multitud de jóvenes, con la corrupción y la mordida ¿quién la va a disfrutar? ¿Aspiran a ser los más ricos del cementerio?

7. A este mundo moralmente enfermo Jesús le abre una ventana de emergencia, con promesa y esperanza de la riqueza de su Reino. La riqueza que no pasará, los tesoros que no pueden ser robados por los ladrones, ni siquiera por los de guante blanco, ni roidos por la polilla. 

8. Jesús califica de necio al rico que ha obrado pensando sólo en sí mismo sin acordarse para nada de Lázaro. Porque quiso ser rico para sí mismo, y no para el reino y para los ciudadanos del reino, con quienes debió haber compartido sus bienes almacenados, ambicionando y codiciando más tener que ser, ilusionándose con que no había de morir nunca. Si hubiera sido rico en virtudes; si hubiera almacenado en el cielo, ahora que va a morir, sabría que le estaban esperando los pobres con quienes había compartido el fruto de su trabajo, para abrazarle en las eternas moradas (Lc 16,9). En BALARRASA, aquella ya vieja película, protagonizada por Fernando Fernán Gómez, su hermana frívola, se miraba moribunda, una y otra vez, con insistencia, las manos y decía “Están vacías”. Es así como terminaremos todos al morir, con las manos vacías. Pero si hemos empleado nuestros talentos con sabiduría, mente, corazón, trabajo, dinero, bienes de cualquier orden en hacer crecer el bien y la virtud, la ciencia y la santidad, las empresas con sentido social y humano, el momento de morir será el momento solemne de recibir el ciento por uno en nuestras manos vacías, que se convertirán en las alcancías que Dios necesita para llenarlas de la riqueza de su gloria.

9. Por eso Jesús, que busca nuestro bien supremo, y que sabe que la sociedad que desdeña sus palabras no es más feliz, sino que tiene mayor índice de inseguridad aún aquí, y más criminalidad y mayor número de neuróticos, sigue invitando diciéndonos estas verdades tan fundamentales hoy: "¡Ojalá escuchemos hoy su voz, y no endurezcamos nuestro corazón" Salmo 94.

10. “Buscad los bienes de arriba”. Pero ese arriba ya está aquí abajo, y consiste en estar abiertos al reino; en estar ya trabajando por realizar el reino ahora ya, comenzando por establecerlo en nuestro interior; compartiendo nuestros bienes aquí. Cristo nos enseña a seguir una nueva tabla de valores en la que nuestra vida como don para los demás pase a primer término. Con la certeza de que "buscando primero el reino de Dios, todo lo demás se nos dará por añadidura" (Lc 12,31).

11. La palabra es eficaz y está obrando en nosotros la vida, escondida con Cristo en Dios, en quien nos está salvando y con él resucitando. Y obrará la eucaristía, nuestra fuerza y esperanza, don de su amor inefable, que nos aprovechará para nuestra salvación.