Domingo XVIII Tiempo Ordinario, Ciclo B

El hombre es hambre

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre 

 

 

            1. "¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!" Exodo 16,2. Este grito protesta del pueblo de Israel en el desierto nos prepara para introducirnos el mensaje del pan de vida que proclama el evangelio. Los israelitas en el desierto, cuando han agotado todo lo que se llevaron de Egipto, consumido el ganado, y carentes de alimentos, están añorando la comida, las ollas de carne y el pan abundante de Egipto, hasta desear haber muerto allá. En el desierto y en la ciudad el hombre es hambre. Le duele hasta los tuétanos la carencia de alimento, en este caso de pan y de carne. El hombre, cuando tiene hambre, piensa y dice que Dios lo va a matar: “Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad”. El hombre, en la prueba, en la enfermedad, en la contradicción, en la Noche, se ve acosado y protesta, ¿a quién? A quien cree la causa y, en último termino, a Dios. Y frecuentemente se recurre a los sucedáneos, droga, sexo, poder, diversión a tope... Considera el camino de la liberación como camino de  muerte. No es bueno que el hombre tenga hambre, porque protesta. Ni que nade en el lujo, porque se olvida de sus deberes con Dios y con los hermanos.

            2. Como el hombre necesita comer, y porque Jesús les ha dado de comer, como vimos el domingo anterior, la gente se embarcó en su busca. Después de la multiplicación de los panes, sabiendo Jesús que querían proclamarlo rey, se escabulló y se retiró a la montaña a pasar la noche en oración. Cuando la gente lo encontró, les dijo claramente que le buscaban porque habían comido pan hasta la saciedad  Juan 6,24. Es decir, su búsqueda es interesada.           

3. Entonces les descubrió otra hambre, que cuesta más de percibir: el hambre de Vida, de Luz, de Verdad y de plenitud. El hambre de amor. Pero Dios es Amor, y el amor mueve el sol y las estrellas, como escribió Dante. Por eso el hambre más hondo que tiene el hombre es hambre de amor, que es hambre de Dios, que es Amor. El hombre tiene hambre de compasión, de comprensión, de aceptación, de reconocimiento de sus valores, de compañía, de afecto, de ternura, de ver la prosperidad de su trabajo. El hombre es hambre de infinito: “Nos has hecho, Señor para tí, y nuestro corazón está inquieto hasta qu descanse en tí” (San Agustín).

            4. Jesús les dice lo que necesitan, sin que ellos lo sepan. Nos lo sigue diciendo hoy. Buscad el alimento que perdura dando vida eterna. El que os dará el Hijo del hombre. Les hace notar la diferencia que existe entre el maná material, que el Padre, por medio de Moisés, les dió en el desierto, y el pan verdadero del cielo, que da la vida al mundo. Ante la queja de los hebreos, Dios les envía el maná, fruto de los tamariscos, cuyas ramas, al ser picadas por los insectos, destilan un líquido albino, que cuando cae al suelo se solidifica en forma de granos de arroz. No fue Moisés quien os dio pan del cielo, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Moisés descubrió el maná, pero no lo causó. Era un producto natural al que Dios le añadió cantidad, intensidad y continuidad. A Jesús le interesa destacar al autor del maná, que es su Padre, y ellos se lo atribuyen a un milagro de Moisés, para exigir a Jesús un milagro para poder entregársele creyendo en él, como les pide: “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que El ha enviado”. Ya lo dirá San Pablo: “Los judíos piden milagros” (1 Cor 1,22)

            5. Les habla de la eucarístía, que es él mismo entregado como comida, el único que puede saciar el hambre de dentro, el trascendente, ese vacío tan hondo que tiene el hombre que sólo Dios es capaz de llenar. Pero ese milagro es demasiado grande y misterioso para que pueda caber en sus cabezas. Es el misterio de fe por antonomasia, que necesita mucha fe para poderlo aceptar. Por eso, aunque  escuchaban a Jesús e interesadamente oraron: "Señor, danos siempre de ese pan",  Jesús les manifestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”, estaban muy lejos de pensar que  tenían ante sus ojos el Pan Vivo. Nos pasa a nosotros igual. Confiamos más en nuestras fuerzas, talento, influencias, eficacia, estudios, méritos, atractivos, para conseguir la solución. Sí, Señor, con ese pan el Espíritu "renovará nuestra mentalidad, y nos vestirá de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios. Nos dará la justicia y la santidad verdaderas" Nos dará la fuerza para morir al hombre viejo que, aunque fue sepultado en el bautismo con Cristo, sigue forcejeando por levantar cabeza constantemente, agitando la concupiscencia, que nace del pecado e induce al pecado. Efesios 4,17. “Despojaos del hombre viejo”, sigue San Pablo. El bautismo nos dió el germen de vida, pero las fuerzas del hombre viejo nunca mueren y el cristiano debe estar toda la vida muriendo cada día, cada instante, para que no sea el hombre carnal, viciado por la concupiscencia, quien domine, sino el hombre nuevo, regenerado en Cristo el que viva. Labor vitalicia, que va ganando a pulso nuevas alturas, a base de mortificación y poda, de noche activa y pasiva, de paciencia y constancia, de perseverancia y humildad, sin pretender quemar etapas, sino sometidos a los ciclos normales de crecimiento que tienen sus leyes, tanto en la vida vegetal, como en la humana. La rosa tiene su ritmo de crecimiento y el niño el suyo de maduración. la palabra quiere suscitar en nosotros el hambre del pan del cielo que es la fuerza mayor del crecimiento. Pero, aunque amarga al comienzo, es fuente de felicidad y de verdadera libertad.

            7. Este es el hambre que el mundo occidental ha perdido sensibilidad para descubrir, aunque experimenta inconscientemente su carencia, de donde procede su insatisfacción y frustración, su suciedad y tristeza. Su fealdad y dureza. ¿Qué significa, si no, entre otras manifestaciones, la escasez de vocaciones a la vida consagrada? Se trabaja por conseguir una carrera, un puesto de trabajo, una situación lo más confortable posible, y se olvida el pan celeste. Se estrecha el mundo, se pierde altura, y el avión que pierde altura se estrella.

            8. Sólo el Señor, que "Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: Hizo llover sobre ellos maná, les dio pan del cielo, puede saciar el hambre profundo de felicidad del hombre. El hombre que come pan de ángeles, es nutrido por el Señor con provisiones hasta la hartura" Salmo 77. El Padre ha echado a la calle del mundo al Hijo de su Amor para vivir con nosotros y convertirse en pan de Amor y de Vida.

            9. Después del pan de la palabra, primer plato del banquete a que el Señor nos ha invitado, preparémonos con la alabanza, la acción de gracias y la petición, para comer el plato fuerte  del sacramento de la eucaristía, en el que encontraremos la fuente del gozo y de la paz verdadera y con el que cobraremos energías para atravesar este desierto sembrado de piedras y dificultades con amor, hasta poder llegar al banquete eterno. Donde saciaremos ese hambre hondo nuestro y profundo con la felicidad y la compañia inacabable, porque veremos, amaremos, gozaremos al Dios dichoso, hermosura increada tan antigua y tan nueva y Amor infinito e inacabable..