Domingo XVIII Tiempo Ordinario, Ciclo A

Comed y bebed sin pagar

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre   

 

 

SOLO CRISTO PUEDE SACIAR EL HAMBRE DEL HOMBRE


1. "Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis" Isaías 55,1. Nada menos que cuatro veces en trece líneas pone el Señor en labios de Isaías el imperativo del verbo oir y escuchar. Las mismas veces que nos manda beber y comer. Lo cual nos sugiere que oir y escuchar es tanto como comer y beber. Y no sólo Isaías equipara el oir al comer, sino también los salmos: "Yo soy el Señor tu Dios;...abre bien tu boca que te la llenaré" (Sal 80,11). 

Las dos necesidades biológicas instintivas más acuciantes están remitiendo en la Escritura a la necesidad, al hambre que el hombre tiene de felicidad, de paz, de amor y de su correspondencia. Y Dios se manifiesta como saciador de esa hambre y de esa sed por su Hijo Jesucristo. Y nos dice que él nos da de balde el agua, el trigo, el vino y la leche satisfactorias. 

2. Y como sabe que el hombre cuando tiene sed física, corre como la cierva sedienta en busca de agua (Sal 41,2), y apenas encuentra un charquito intenta saciarse en él, nos reprende: "¿Porque gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿y el salario en lo que no satisface?". Gastan los hombres sus energías vitales en lo que, no sólo no sacia su hambre y su sed, sino que, además de la desazón y angustia que produce, las aumenta más. ¡Cuánta corrupción y escándalo, y envilecimiento y deshonra estamos viendo en nuestros días causadas por hombres que tenían bienes de sobra y no se satisfacían y buscaban más poder, más riqueza, más placer! ¡Cuántos descalabros por la avaricia sin límites, el egoismo cerrado, el orgullo y afán desmedido de poder! Y al final, en manos de la justicia que, aunque tarde, llega, aunque no siempre para todos. ¡Tan fácil y barato que os resultaría comer y beber sin pagar mi palabra que os puede llenar gratis de paz y de verdad!. Pero nos ocurre como a los anoréxicos, que cuanto más debilitados y enflaquecidos están, menos ganas tienen de comer. Cuando más debilitadas están las almas, y mayor necesidad tienen de palabra de Dios y de oración, menos les apetece e ilusiona el ir a saciar su sed y su hambre donde de verdad serían saciadas y cobrarían fuerzas y robustez para seguir el camino de las bienaventuranzas.

3. ¿Habéis observado a los pájaros, cuando son alimentados por sus padres en el nido, cómo abren sus bocas, que ensanchan desmesuradamente, de manera escandalosa? Es el Padre quien los alimenta. Con esa ansia deberíamos todos desear el vino y la leche de la eucaristía y de la palabra de Dios. En el salmo, himno grandioso, que comienza la conclusión del Salterio con una carcasa de alabanza al Señor que canta su bondad, su justicia y misericordia, su cariño por los pequeños y los desamparados y su cuidado paterno y benignidad, su providencia y su fidelidad, le decimos que todos necesitamos y esperamos el pan de cada día, tanto el material como el de su Palabra de la que vivimos, de su mano abierta y generosa. ¡Ojalá "los ojos de todos estén aguardando, Señor, que les des la comida a su tiempo"! ¡Ojalá esperemos todos con ansia "que abras la mano y sacies de favores a todo viviente"! Sé bondadoso, Señor, con nosotros, en todas tus acciones a favor nuestro; y permanece cerca de nosotros, que te invocamos sinceramente con el Salmo 144. 

4. San Marcos, en el lugar paralelo de la perícopa que leemos este domingo, nos refiere que Jesús había enviado a predicar de dos en dos a sus discípulos, y cuando volvieron y le contaron llenos de gozo todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado, les dijo estas palabras tan interesantes y relajantes después del trabajo estresante: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo, y descansad un poco” (Mc 6,30). Antes de predicar y después de predicar y de todas las acciones apostólicas y evagelizadoras, necesitamos descansar en el Señor, encomendarle el cuidado de la siembra, el fruto de nuestros esfuerzos realizados con su espíritu, porque ni el que siembra ni el que riega es el que hace crecer la semilla y madurar los frutos (1 Cor 3,7). Además el apostolado, el contacto con las multitudes, desgasta, y es necesario recargar las baterías. Guardar silencio, permanecer a la escucha, a la puntualización del matiz que queremos encomendar al Señor con mayor insistencia, como el que consideramos más central. Confiar en su interés y dejarlo todo en sus manos, teniendo presente que cuanto más quiere conseguir una gracia más nos la hace desear e insistir en ello. Aunque a veces, será preciso dejar a Dios por Dios, como en el caso que vamos a comentar, por verdadera caridad, para suplir después el recogimiento y la oración.

5. "Vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos" Mateo 14,13. Jesús, la Palabra del Padre misericordioso, con el corazón conmovido, curó a los enfermos. La carencia de alimento nutritivo causa las enfermedades. Pero su palabra no es sólo espiritual y alimento sobrenatural. Es también alimento corporal, pan material. "No sólo de pan vive el hombre" (Mt 4,4), pero también de pan. Por eso, Jesús bendijo los panes y los peces y los dio a los discípulos para que los repartieran y "comieron todos hasta quedar satisfechos". Es difícil saber si Jesús multiplicó los panes en sus manos santas o estos y los peces iban brotando de las manos de los apóstoles. Fuera como fuera la escena, que recordaba a la lluvia del maná en el desierto, al crecimiento obrado por Eliseo de la harina y del aceite en favor de la viuda generosa y, sobre todo, prefiguraba la eucaristía, cuerpo y sangre de Jesús, Hijo de Dios para la vida divina del mundo, debió de ser impresionante y espectacular.

6. Este milagro es la prueba de que es al hombre entero al que hay que alimentar y curar. Su cuerpo y su alma. Para el cuerpo nos deja a nosotros el cuidado de los que tienen hambre. Jesús nos pide la aportación de nuestra pobreza: "los cinco panes y los dos peces", que de ningún modo desprecia; él hará el resto. Para el alma se ha quedado con nosotros en la Palabra, que estamos ahora escuchando, y que pide la pobreza de nuestros medios para repartirla; como también pide la ofrenda de nuestro pan y de nuestro vino, y de las gotas de agua, que expresan nuestra comunión con El, para hacer la Eucaristía, que vamos a consagrar y a repartir, como semilla de la vida eterna.

7. Acudamos a María que alimentó con su leche la carne inmaculada de su Hijo y Hermano nuestro, que tiene compasión, como ayer de la gente, de nosotros y del mundo, que está enfermo y padece hambre y sed, pidiéndole que se repita hoy en el mundo la comida maravillosa y trascendente.