Domingo XIX Tiempo Ordinario, Ciclo C

Un pueblo en exodo hacia el Señor

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. La sabia ordenación de la Liturgia de la Palabra emanada del Vaticano II nos da la oportunidad y nos impone el deber de darle al pueblo de Dios una más amplia formación sobre la Palabra, por la variada, estudiada y conseguida coordinación de las Lecturas, pero algunas veces pienso que en general estamos aprovechando con mucha deficiencia tal oportunidad y deber y seguimos manteniendo al pueblo de Dios en formación rudimentaria. Nos pregunta hoy Jesús: “¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas?”. 

2. Unas veces se nos dice que no lo entienden. Si no se empieza a enseñar alguna vez, nunca lo entenderán. Otras, que la gente se cansa o se aburre. Hagámoslo ameno. Aderecemos la comida y condimentémosla bien. No les ofrezcamos refritos que estragan, ni repeticiones que adormecen, sino Palabras vivas que brotan de nuestra intimidad. También se nos dice que no tenemos tiempo, pero la realidad cruda es que se carece de estímulo de reformarse y estudiar, leer, pensar, para convencerse de que la Palabra de Dios es infinitamente más eficaz que la de los hombres. Una homilía basada en una frase de la Escritura, con página y media después de frases humanas, deja la impresión de que se confía más en el argumento terreno que en la voz de Dios. Y lo que no se si es peor, en el desconocimiento de esa voz. Lutero tuvo mejor visión del valor de la palabra que muchos católicos, y sus seguidores siguen con esa visión aventajando a los que tienen primigeniamente la Palabra. Si se busca la verdad, hay que buscarla en Dios, Verdad Suprema. Hay que saber distinguir qué sentido tienen esas palabras que doblan la Verdad. Hay que conocer los diferentes géneros líterarios en que se nos han transmitido, la cultura en que fue escrita, el talante de los autores, el fin que pretendían. Como hay hombres más ricos que otros, hay también hombres más sabios que otros... San Jerónimo es más sabio en Escritura que San Agustín, quien le consultaba interpretaciones de los textos, por ser el doctor máximo en la exposición de las Sagradas Escrituras, buen conocedor del griego, el hebreo, el siríaco, el árabe, y todas las otras lenguas semíticas, por lo que pudo traducir la Biblia hebrea con sus diferentes acepciones al latín, que se ha llamado Vulgata. También moralmente: unos son más santos que otros, o más pecadores que otros. Podríamos seguir, pero hemos de entrar en la homilía, para no incurrir en lo mismo.

2. El libro de la Sabiduría, que un judío culto del siglo I antes de Cristo dirigió a los círculos intelectuales de la cultura griega, relee los grandes acontecimientos de la historia de su pueblo, demostrando que el mundo está orientado por Dios según su plan de salvación. Leyendo el éxodo, que arrancó a Israel de Egipto, explica que esta liberación era el comienzo de una vida superior, en el que reina la gloria de Dios y su justicia. Con la aceptación de la ley, esta liberación señala el camino de la sabiduría. El Señor había dado órdenes precisas a Moisés porque le urgía ya la liberación de su pueblo de Egipto, pues el clamor de los pobres era ya vociferante. Su vida se había hecho ya en aquella tierra, insoportable. 

3. Dios no es sólo liberador individual, según una teología espiritualista pura, que sólo se realiza en la intimidad individual. Es también un liberador social, que escucha la oración de su pueblo. Envía a Moisés como su instrumento liberador, amenaza al Faraón con los diez castigos de las plagas, y va a suceder la última: la muerte de todos los primogénitos de Egipto, como nos lo cuenta el libro del Exodo: "A medianoche, el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos de Egipto: desde el primogénito del Faraón que se sienta en el trono, hasta el primogénito del preso encerrado en el calabozo, y los primogénitos de los animales. Aún de noche, se levantó el Faraón y su corte y todos los egipcios, y se oyó un clamor inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto" (Ex 12,29). 

4. Los israelitas habían sacrificado el cordero al atardecer, habían rociado con su sangre las jambas de las puertas de sus casas, y lo habían comido con la cintura ceñida, dispuestos para el paso del Señor Sabiduría 18, 6. Está evocando la noche de la salida de Egipto, noche de vela tensa. Los hebreos están alerta, con las sandalias puestas, y el bastón en la mano. Esperan que suene la hora de la pascua, del paso de la esclavitud a la libertad, y de emprender la larga marcha por el desierto hacia la Tierra Prometida. Dios va a caminar con su pueblo. Y caminaba delante de ellos (Dt 1,30); iba al frente guiándolos de día en forma de nube y de noche en forma de columna luminosa (Ex 13,21); los llevaba como un padre lleva en brazos a su hijo (Dt 1,31), como el águila lleva la nidada sobre sus alas extendidas (Ex 19,4); el ángel de Yavé guiaba sus pasos (Ex 14,19). Mientras guiabas a tu pueblo como un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón (Sal 76,21). 

5. El pueblo dichoso a quien Dios escogió, aguarda al Señor Salmo 32, y tiene que esperarlo con la cintura ceñida. Conocían muy bien los orientales el significado de esta expresión la cintura ceñida, porque con los ámplios vestidos que usaban, no podían caminar de prisa sin ceñidor. 

6. El progreso, gracias a Dios, hace sentirnos hoy tan confortablemente instalados en la tierra, que, por nuestra desafortunada miopía, nos cuesta aceptar que aquí sólo estamos de paso. Sin embargo, es una realidad indiscutible. Somos peregrinos en busca de la patria verdadera: "Peregrino soy en la tierra" (Sal 119,19). "Somos ciudadanos del cielo" (FI 3,20). "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la futura" (He 13,14). Pocos jóvenes, acaba de decir el cardenal Rouco en El Escorial, ecucha en las homilías estos conceptos. Es nuestra responsabilidad. Pero como escribió San Juan de Avila, “lo que no se vive no se predica”. 

7. La carta a los Hebreos nos hace contemplar el desfile de la inmensa caravana de los peregrinos de la fe encabezada por Abraham y Sara. Empieza el texto definiendo la fe: “La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve" (He 11,1). La fe se apoya en la sabiduría y veracidad de Dios que no puede engañarse ni engañarnos, en la fidelidad a sus promesas, y en su omnipoten­cia para cumplirlas, no en la evidencia experimental. Por la fe, Abraham y Sara obedecieron a la llamada de Dios, salieron de Jarán y, confiando en sus promesas, emprendieron el camino sin saber adonde les llevaría. "Por la fe vivieron como extranjeros en la tierra prometida, habitando en tiendas, mientras esperaban la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios". Avanzando de campamento en campamento "ansiaban una patria mejor, la del cielo, viéndola y saludándola de lejos confesando que eran extranjeros y peregrinos en la tierra". Nosotros nos hemos incorporado a la peregrinación iniciada por nuestros padres, impulsados por la misma fe y sostenidos por la misma esperanza de una patria mejor. 

8. Somos peregrinos de la fe, no caminamos errantes, a oscuras. Al final del camino hay luz, pues avanzamos "hacia la Ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial" (He 12,22). "Tenemos un Guía de la salvación" (He 2,10) que conoce perfectamente el camino; pues él es "el Camino nuevo y vivo" (He 10,20), como él mismo lo ha dicho: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,6). Para entrar en la casa del Padre basta seguir las huellas de Jesús y "tener los ojos fijos en él, que inició y completa nuestra fe" (He 12,2). Bajó a la tierra para ponerse al frente del nuevo éxodo del pueblo de Dios hacia la tierra prometida, el Reino de los cielos, donde esperamos entrar en el "descanso en Dios" (He 4,11).

9. El evangelio sigue la misma dinámica de éxodo cuando nos dice que hemos de permanecer en vela, preparados para salir al encuentro del Señor. Hemos de ser como el siervo fiel que aguarda en la noche la llegada de su señor con la cintura ceñida y con la luz encendida. O como el que vigila la llegada del ladrón con oído atento y ojo despierto. O como el administrador prudente que espera a su amo con las cuentas al día y bien hechas. La actitud propia del cristiano es de vigilancia y de fidelidad al Señor, que puede llamar a la puerta a la hora menos pensada. "Dichosos los criados a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo". 

10.«No andéis preocupados por la comida ni por el vestido... buscad que reine Dios, y eso se os dará por añadidura. No temas, rebaño pequeño, que es decisión de vuestro Padre reinar entre vosotros» (Lc 12,31). «Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón». Decía el Cura de Ars: El tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por eso nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro. 

11. El corazón regula la circulación sanguí­nea, nutriendo los órganos con oxígeno y alimento. Su buen funcionamiento asegura la regeneración de las células. Su parada oca­siona la muerte. Un tesoro es el resultado de un largo tra­bajo, de orden material, cultural, o espiritual. Si lo encerramos para tenerlo protegido con la seguridad de no perderlo, se convive con algo muerto. Un capital inmovilizado no alimenta la vida. El tesoro asegura la circulación y el intercambio, y así engendra riqueza y crea comunicación y vida. Dios quiere que esta vida se propague. Entre los que están metidos en el circuito de la comunicación, el Señor puede aparecer de improviso, y entrar con toda naturalidad, no como el dueño que viene a pedir cuentas, sino como un partícipe del movimiento de la comunicación y del servi­cio. 

12. El Señor va a llegar, y hay que estar preparados para ir con él a su reino, antes de que el Faraón se arrepienta de haberles dejado salir de Egipto. Urge la diligencia a los que hemos elegido el reino y en él hemos puesto nuestro corazón, y hemos decidido seguirle y colaborar con él en la difusión, extensión y profundización de ese reino. Tened encendidas las lámparas con aceite preparado por si se retrasa el Señor. Dios no será el tapaagujeros de nuestros problemas, sino que éstos se solucionarán en el contexto de la realización de su reino. Reino que no hemos de reducir a la otra vida, sino en las personas en las que Dios reina, y que se esfuerzan en vivir como Dios quiere y en buscar la solución a los problemas de este mundo según el evangelio, amando, sirviendo y ayudando como buenos administradores, a ir resolviendo los problemas del hambre, del vestido... ignorancia, carencia de palabra de Dios, soledad, tristeza....

13. Jesus establece su reino en nosotros y nos pone al frente de todos sus bienes. El no llega para hacerse servir sino para servir a los que esperan y para compartir su gozo con ellos. El Señor de la Luz no es sólo el que deslumbra con su luz, brillante como el sol de Pascua, también es el Señor de los encuentros, de las aproximaciones imprevistas, de las caídas en la noche, de las dudas y los miedos. Lejos de ser un Dios que se impone, va a llamar a la puerta del que menos se lo espera y en el momento menos pensado. Pedro pregunta: «¿Has dicho esa parábola por nosotros o por todos?». Haríamos mal en dormirnos, sobre todo nosotros, a quienes Cristo ya se ha revelado, pues nos expondríamos a un despertar de sobresalto. Para el criado que no ha sido fiel, la venida del Señor será una catástrofe, un robo, como el arrebato de una caja fuerte.

14.¡Ay del criado desordenado y perezoso, que ante la demora del Señor, malbarata los talentos, desprecia el tiempo, no reparte la ración de su palabra a la servidumbre, maltrata con despotismo a sus hermanos y hermanas, y se dedica a beber y a banquetear! Le espera un castigo tanto mayor, cuanta mayor responsabilidad se le haya entregado. Al que más haya abusado de la confianza de su Señor, mayor castigo se le impondrá. "Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá" Lucas 12, 32.

15. ¡Dichosos vosotros si cuando llegue el Señor, os encuentra despiertos y a punto, venga a la hora que venga!. Igual puede venir a media noche, como a la madrugada. Si os encuentra en vela, ocupados en servicios de la casa, o en la oración, o dedicados al estudio, o enseñando la doctrina, o exhortando, o repartiendo con generosidad, o presidiendo con seriedad en la caridad, o haciendo obras de misericordia con alegría, o administrando rectamente vuestros asuntos, en fin, cumpliendo fielmente las obligaciones de vuestro correspondiente servicio, desarrollando vuestro carisma para la edificación del Reino, y la construcción del Cuerpo de Cristo (Rm 12, 7), os hará entrar al banquete donde él mismo os servirá. “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”(Ap 3,20). Holman Hunt lo ha expresado en su pintura: Jesús Esposo y Rey con corona de espinas llama a la puerta en la oscuridad de la noche. La casa empobrecida y abandonada, suscita un hombre demacrado, pobre y descuidado. Los abrojos y los cardos ante la puerta, anuncian la miseria y la lobreguez que contrasta con la luz del fanal de Jesús. Pensamos en el soneto de Lope de Vega: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? / ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío / Que a mi puerta, cubierto de rocío / pasas las noches del invierno oscuras?”. Espera que le abras. Si lo haces, cenarás con él. San Agustín nos dice que teme a Jesús que pasa de largo… Si le abres y cenas con él: Oye la cena que te prepara como escribe San Juan de la Cruz:

16. “Dios se comunica a esta su alma con tan impresio­nante intensidad de amor que no hay ternura de madre, por fuerte que sea, que se le pueda comparar. Es más, ningún amigo es tan impetuoso en su amistad. Ni existe un hermano que manifieste su amor a su hermano como Dios lo hace al alma en tan íntima union. Puesto a hacer todo cuanto puede para engrandecer a su alma, invierte los términos de criatura y Creador. A ella la trata como si ella fuese señor y a si mismo, el inmenso Padre, se considera como criado de la dichosa alma.Tanto afán tiene por regalarla que su trato con ella es como sí Dios fuera esclavo ye¡ alma fuera Dios del mismo Dios. ¡Maravilla de amor!. ¡Deseos infinitos de engrandecería!.¡Profunda humildad de Dios!.¡Exquisita dulzura de Dios!.Aquí se cumple lo que dice San Lucas: Dichosos esos criados si el amo al Ilegar los encuentra en vela; os asegu­ro que él se pondrá el delantal, los hará recostarse y les ser­virá uno a uno... (Lc 12,37). ¡Dios ocupado en halagar; acariciar y deleitar al alma como si fuera una madre que amamanta a sus hijos dándoles vida de su misma vida, mientras los besa y los llena de caricias y ternuras! Aquí se cumple lo de Isaías: Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acaridarán; como un niño a quien su madre consuela así os consolaré yo (Is 66,12). ¿Será capaz el alma de resistir tan infinitos, dulces regalos? ¡Cómo no se derretirá en estos momentos en puro amor de Dios! ¡Con qué gratitud mirará a Dios viéndole con el pecho abierto derrochando Amor soberano... amor largo...Es lógico que, en medio de tanta ternura, se entre­gue totalmente a Dios como la Esposa de los Cantares: Yo soy de mi Amado y él me busca con pasión. Amado mío ven,vamos al campo, al abrigo de enebros pasaremos la noche, madrugaremos para ver las viñas, para ver si las vides ya florecen, si ya se abren las yemas y si echan flores los granados, y allí te daré mi amor (Cant 7,1-13).

17. Dispóngamonos a presentar nuestro corazón con disponibilidad total como Abraham, que obedeció a la llamada sin saber a dónde iba, y como Isaac y Jacob, herederos de la promesa Hebreos 11,1, para que como a ellos, el Señor resucitado, nos pueda sentar hoy en el banquete que nos ha preparado y que él mismo nos va a servir para que crezca en nosotros su reino.