Domingo XIX Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Yo soy el Pan de Vida


1."Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas" 1 Reyes 19,4. Siglo IX antes de Cristo. La reina Jezabel, esposa del rey Ajab de Israel, desencadenó la primera persecución contra el pueblo de Dios, sólo comparable a la del rey Antíoco, que en el siglo II quiso paganizar Judea, y se alzaron contra él los Macabeos empuñando la espada. Con la espada llameante de su palabra, "surgió el profeta Elías como un fuego, y su palabra abrasaba como antorcha" (Si 48,1) se levantó contra Jezabel, que había traído de Fenicia centenares de sacerdotes y profetas de Baal, y había derribado los altares de Yahvé y degollado a todos sus profetas, de los que sólo sobrevivió Elías, el más grande de los profetas no-escritores del Antiguo Testamento, y el defensor intrépido del Señor contra el culto idolátrico de Baal.

2. Vestido con una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero (2 Re1,8) como los israelitas en el desierto, y Juan Bautista, el nuevo "Elías", en el Jordán (Mt 3,4), recorrió Elías todo el país de Israel predicando la fe en el Señor con energía. Elías y Juan, los dos, se enfrentaron al poder, éste al de Herodes Antipas; aquél a Ajab que asesinó a Nabot. Uno y otro empujados por dos mujeres: Herodías aquél; Jezabel, éste: "En el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también los perros tu propia sangre" (1 Re 21). "Los perros devorarán a Jezabel en la parcela de Yezreel" (1Re 21,23).

3. Tras esto, cuando Jezabel supo que Elías había degollado a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, sus comensales y protegidos, juró degollarle a él. Elías temió horrorizado, y emprendió la huída a través del desierto del Negueb en dirección al Horeb, para salvar su vida. La peregrinación de Elías es un Éxodo al revés: Moisés había subido desde el Sinaí a la Tierra Prometida, ahora Elías baja de la Tierra Prometida hacia el Sinaí. Presa de una profunda depresión, Elías huyó atravesando toda Palestina y el desierto de Judá, hasta que, agotado, se derrumbó y se deseó la muerte. El ángel le manda que coma y beba, porque le queda un largo camino. El profeta comió y bebió, y con aquel refuerzo, caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios. El desierto es el desierto: ni vegetación, ni personas, ni lugares de diversión, ni agua, ni comida. Todo duro. Plena noche. La comida y la bebida de Diso, la oración, es la reanimación y la vida. ¿Por qué estáis tristes y deprimidos, sin aliento y sin coraje para vivir y para predicar? ¿No será que habéis dejado de comer y de beber, de orar e interceder? Probad a hacerlo y revivirá vuestro corazón.

4. Con la comida y bebida de Elías en el desierto, se enlaza la promesa que hoy nos hace Jesús: "Este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre". Los judíos criticaban a Jesús porque había dicho "Yo soy el pan bajado del cielo" Juan 6,41. 

5. La murmuración de los judíos no es nada nuevo en la Biblia: sus padres ya habían murmurado en el desierto cuando protestaron ante Moisés cansados del maná, pan del cielo, figura del pan de vida (Ex 15,24; Sal 105,25; 1Cor 10,10). Criticar es más fácil que crear. Es más fácil destruir un Greco, un Velázquez o un Zurbarán, o Van Goth o a Mattisse, que pintarlo. Para pintarlo hace falta arte, sabiduría, genio y paciencia; para rasgarlo basta un cuchillo, para encenderlo, una cerilla. Para la crítica sólo hace falta la lengua al servicio de un corazón malo. La lengua convertida en chispa que provoca el incendio del malestar social. Criticaban porque no entendían. Es lo que suele ocurrir. Se critica sin saber, sin oír, sin conocer, se critica a priori, por prejuicios y, en el fondo, por falta de amor. Los hombres se aman poco. Y cuando forman un colectivo, se ceba más la envidia, los celos, el odio, y la lengua se pone en marcha al galope o de manera solapada. Y cuando se quiere desprestigiar a una persona a fondo, se dice, como se dijo de Jesús, que está loco. Se ataca al hombre en su raíz. Así todo lo que haga o diga ya está descalificado. El enemigo suele ser del mismo oficio. Y los más próximos. "El plebeyo no tiene envidia de su rey, ni el sabio del militar, ni el comerciante del intelectual. Se da entre los iguales y entre los que viven en un mismo pueblo o calle. Un político de otro político contemporáneo, un sabio de otro sabio, un labrador de otro labrador”, decía Aristóteles. A comienzos del siglo IV ya dice Eusebio de Cesárea que con la libertad de culto los cristianos se deslizaron hacia la tibieza y la negligencia, a la envidia y a la injuria; los obispos atacaban a los obispos, los pueblos a otros pueblos y reinaba la hipocresía hasta lo más alto de la maldad. El juicio de Dios preparó, para purificar todo esto, la persecución de Diocleciano.

6. El evangelio dice que el envidioso tiene: "oftalmós ponerós", "ojo perverso" (Mt 20,15). San Roberto Belarmino dice que es el pecado más universal. Y San Agustín lo hace hijo de la soberbia y consiste en un sentimiento de tristeza del bien ajeno que se considera como mal propio porque disminuye el propio yo, la propia excelencia. A él va unida la alegría del mal ajeno, y ya aparece en la niñez. Es un pecado contra la caridad, que no es envidiosa (1Cor 13,4). "No critiquéis", dice Jesús.

7. El camino de Elías, más que un desplazamiento geográfico, es el símbolo de la vida humana, que con frecuencia se presenta dura, y sin caminos trazados, como en el desierto, y con sus cambios, que se reflejan en los estados de ánimo y depresiones que padece Elías, mientras dura su peregrinar: primero sintió miedo, después cansancio y hambre, angustia vital y desaliento y desesperación y deseo de la muerte: "Cuando el mensajero de la reina se acercó amenazándole, corrió como un demente campo adentro, hasta que echado bajo una retama, rompió a clamar, con griterío que en el desierto aullaba: oh Dios, no me uses más. Estoy quebrado" escribió Rilke. Finalmente, fortalecido por la fe y por el alimento milagroso que le ofrece el ángel, pan que baja del cielo, profecía de la eucaristía, puede seguir caminando con fuerzas, ilusión y ánimo hasta el monte Horeb, donde se le va a manifestar el Señor: "Mas justo entonces vino a alimentarle el ángel con un manjar que él recibió hondamente, de modo que después anduvo largo tiempo por prados y por aguas siempre hacia la montaña" sigue Rilke. También la providencia nos ofrece la compañía y la amistad de quien menos esperamos, para seguir caminando. Así lo confiesa el Apóstol: “Tampoco cuando llegué a Macedonia tuve un momento de sosiego; no, dificultades por todas partes, contiendas por fuera y temores por dentro. Pero Dios, que da aliento a los deprimidos, nos animó con la llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino también con los ánimos que traía por causa vuestra; me habló de vuestra añoranza, de vuestras lágrimas, de vuestro interés por mí, y esto me alegró todavía más” (2 Cor 7,6). Procurar prepararnos nosotros para ser ese ángel que despierte y anime al que lo necesite.

8. El fin del pan del cielo es que el pueblo de Dios cobre fuerza con su comunión para conseguir la vida eterna. Pan transubstanciado, vemos pan, lo comemos y sabe a pan, pero la substancia es el Cuerpo del Señor resucitado, la apariencia son los accidentes, color, olor y sabor. Esta tarde he ido a la peluquería y he salido transformado, pero no transubstanciado; mi persona no ha cambiado. En la Eucaristía ocurre lo contrario, lo que cambia es la substancia, aunque permanezcan los accidentes, por eso canta Santo Tomás en el bellísimo himno "Adoro te Devote"

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,

pero basta con el oído para creer con firmeza.

Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:

nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,

pero aquí también se esconde la humanidad;

Creo y confieso ambas cosas,

pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás,

pero confieso que eres mi Dios;

Haz que yo crea más y más en Ti,

que en Ti espere; que te ame.

¡Oh, memorial de la Muerte del Señor!

Pan vivo que da la vida al hombre:

Concédele a mi alma que de ti viva,

y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, bondadoso pelícano,

límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,

De la que una sola gota puede liberar

de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto,

te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:

Que al mirar tu rostro ya no oculto

sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.



Como Elías en su huída, podemos los cristianos cantar con la liturgia hermsamente otro himno también del Aquitanense: "Oh salutaris hostia, bella praemunt hostilia, da robur, fer auxilium". Gerras hostiles nos aprietan”. Bien comido, bien asimilado, bien preparado, bien agradecido. Si sabemos cantar y bendecir al Señor en todo momento; si proclamamos las grandezas del Señor; si alabamos juntos y unidos su nombre, él calmará todas nuestras ansias y nuestros rostros quedarán radiantes de alegría, la alegría y el gozo de su palabra rumiada y asimilada, con la que podremos alcanzar la visión de Dios, en la que contemplaremos y gustaremos y veremos qué bueno es el Señor Salmo 33. Donde habremos alcanzado nuestra plenitud de hombres a la medida de la edad plena de Cristo (Ef 4,13), a quien sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos.