Domingo XIV Tiempo Ordinario, Ciclo B

Enviados a un pueblo rebelde. No le reconocieron

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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 1. "Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha rebelado contra mí" Ezequiel 2,2. Ezequiel es un personaje muy singular, tanto por su genio como por su temperamento oriental. Hijo del sacerdote Buzi, vive al sur de Babilonia, en la actual Tel-Abib, junto al río Kebar. Allí recibe el mandato de Dios con que hemos encabezado la homilía.  
 2. Desterrado de Jerusalén, sigue con atención el desarrollo de la política de su pueblo, que conoce profundamente. Es el hombre más exepcional de toda la literatura bíblica, extraordinario en conocimientos, con un carácter fuerte, muy emocional y a la vez reflexivo, dotado de imaginación creativa y vigorosa, historiador, poeta y místico, y dotado de sabiduría para encuadrar el mundo de lo trascendente en la realidad de su tiempo. Es el hombre más extraño y complejo, el más sensible, que tuvo que actuar con la más fría energía, convertido en portavoz de castigo y de salvación, de ruína y de reconstrucción; duro y comprensivo a la vez, calculador y apasionado, soñador y realista, histórico y apocalíptico. Una personalidad tan contradictoria que los que no ven la acción del Espíritu actuando sobre ella, lo identifican con un enfermo mental. Pero su locura es la de las grandes personalidades de la historia de la salvación, la locura de la cruz. Este es el hombre enviado: "Yo te envío".  Necesita ánimo Ezequiel para ir a Israel a cumplir su misión, porque el conocimiento que tiene de la historia de rebeldía y de infidelidades desu pueblo ha sido refrendado por Dios, que "le envía a un pueblo rebelde"

3. Esa rebeldía de Israel que encontramos en Ezequiel enlaza con la "falta de fe" que constata Marcos de Nazaret, donde Jesús no fue reconocido como Mesías por sus paisanos, "No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa" Marcos 6,1, y con las persecuciones de Pablo, de que nos habla en su Carta 2 a los Corintios. Ezequiel tiene que cumplir una dura misión en época difícil. Es un deportado entre los deportados, pueblo de dura cerviz, al que debe hablar en nombre de Dios. Jesús salió de Cafamaúm y vino a Nazaret, donde se había criado (Lc 4,16). Hacía un año que había salido de Nazaret como un simple carpintero, y ahora volvía como un famoso Rabbí rodeado de discípulos y con fama de profeta. Después de algunas jornadas de intenso trabajo en Cafarnaún, decidió volver a su pueblo, caminando unos cuarenta kilómetros. Nazaret era una pequeña aldea desconocida en los libros bíblicos, donde las gentes vivían del cultivo de cereales, viñedos y olivares y del cuidado de algunas cabras. En su pequeña sinagoga los sábados se reunían todos para leer, comentar las Escrituras y orar juntos. Allí había asistido Jesús durante treinta años. Conocía a todos, y todos le conocían a él. 

4. El sábado, Jesús entró en la sinagoga, que estaba completamente llena. Allí estaba María, su madre y sus parientes. Allí estaba todo Nazaret, con expectación enorme. En la contemplación del primer sermón de Jesús en la sinagoga de Nazaret, acude a mi memoria y a mi corazón el recuerdo de mi primer sermón en mi parroquia natal. El templo estaba abarrotado desde hora muy temprana. El presidente de la sinagoga invitó a Jesús. Jesús se levantó, subió al estrado, leyó el texto en hebreo, y se sentó para hacer la homilía en arameo, que era su lengua materna. Aunque Marcos silencia el contenido del discurso, lo conocemos por Lucas. Había leído el capítulo 61 de Isaías, y centró su homilía en la frase: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír: Evangelizar a los pobres, predicar la libertad a los cautivos, la recuperación de la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor" (4,18). Ni Marcos ni Lucas lo habían oído. Lo narran según Pedro, que habría estado allí. Entre unos y otros nos dicen muy poco de todo lo que dijo Jesús en su homilía. Nos gustaría saber todo lo que dijo basado en Isaías. Y más, nos gustaría haberlo oído. Desde luego a sus paisanos no gustó. No podían negar su doctrina, pero no esperaban eso. Les tocaría el corazón, les diría cosas que les hirieron. Se afirmaba profeta, elegido, como Isaías, o como el Siervo de Yahvé. Es como si en aquel sermón primero mío, yo hubiera anunciado que era el rey de España. Le despreciaron por su origen humilde. Cuando algo humilla y no se tiene argumentos para refutarlo, se desprestigia a la persona. Eso hicieron los nazaretanos: ¡Si lo conoceremos! Y se ponen etiquetas negras a lo que podría orientar nuestra vida. No habla las lenguas de la cultura, no cita a pensadores griegos, sólo cita el Antiguo Testamento. ¡Como si no supiéramos de dónde procede! ¿De dónde le viene esa sabiduría? Creen conocerle bien pero carecen de fe, conocen su aspecto humano, pero ignoran el divino. Desde luego, admirados de las palabras llenas de gracia que salían de sus labios, sí lo estaban, porque se decían: "¿De dónde saca todo eso? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven entre nosotros aquí? Y desconfiaban de él". "Decían los judíos: ¿Será éste el Mesías? Pero éste sabemos de dónde es; mientras que, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es" (Jn 7,26). Creían que el Mesías tenía que aparecer de un modo espectacular. Por eso se resisten a creer que Jesús sea el Mesías. Conocen su origen humilde y su oficio de carpintero; conocen a su madre, a sus hermanos y hermanas. 
  5. Mientras las palabras de Jesús, eran recibidas con alegría por los pueblos y aldeas de alrededor, en su pueblo eran discutidas: "¿No es éste el hijo del carpintero?". ¿Qué tiene que decirnos a nosotros? Le hemos visto crecer y nada extraordinario en él nos llamaba la atención. Son amigos del espectáculo. Es difícil aceptar que tal vez Dios tenga algo que decirme por medio de un pariente, un amigo, que me advierte con sencillez y sin aparato. Y qué difícil es asimilar que cualquier compañero haya sido elegido por Dios, haya entrado en el proyecto de Dios antes que nosotros mismos. La historia es pródiga en ejemplos. La monja de la misma comunidad de Bernardeta, nunca aceptó que la Virgen se le hubiera  aparecido a ella, y San Clemente Romano nos dice que Pedro y Pablo fueron martirizados por envidia. Y Jesús no pudo hacer en su tierra ningún milagro, porque la acción de Dios está condicionada a la apertura humana. El poder de Dios queda bloqueado ante la resistencia de los hombres. “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus pollos bajo las alas, y tú no quisiste!” (Mt 23,37). Jesús anuncia su mensaje desde la humillación y el rechazo. Los habitantes de Nazaret no supieron descubrir la presencia del misterio de Dios en la humana sencillez de aquel carpintero. Como ha dicho R. Fabris "La raíz de la incredulidad está en la incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano". Podemos con nuestra falta de docilidad y mansedumbre, obstaculizar la acción de Dios e impedirle que haga maravillas en nosotros. 

6. En la televisión, la radio, la prensa, especialmente la del corazón, tienen más resonancia las tonterías de un famoso que la sabiduría de un humilde. No interesa tanto la suerte o la muerte de un honrado ciudadano o una abnegada ama de casa, como la de un magnate de las finanzas o una estrella de la fama. Y sobre todo, las separaciones y divorcios, o nuevas uniones de los que las venden y de ellas viven. Y si lo hacen es porque eso es lo que gusta al público: hay coincidencia de gustos. Y no es que la masa lo demande por su propia exigencia, es que han hecho así a la masa, con intención positiva. Por eso hay demanda: "Panem et circenses". El Hotel Glamour, tiene 11 millones de audiencia y Ultimas Preguntas, 300.000. No interesan los valores que ofrecen con su ejemplo mucha gente humilde. La televisión mimetiza, basta con ver cómo ha cundido el vestido de las personas, o el desnudo de los cuerpos. ¿Es un mal? Seguramente que a muchas las arrastra. Pero, si profundizamos un poco, ¿no recibirá más gloria Dios, por el 1% que meritoriamente pasan a otro canal, o simplemente, apagan el botón? ¡Cuánto debe agradar a Dios un acto libre, cuando permite tanto mal!

 7. Ezequiel, Pablo y el mismo Jesús llevaron el mensaje de Dios a los hombres rebeldes y duros de corazón. El profeta es un hombre que ha sido interpelado por Dios: ahí comienza el drama de su vida. La fuerza del encuentro le empuja a cumplir su misión y él se deja conducir, consciente de ser un instrumento en sus manos. Toda su vida está impregnada del sentido del mensaje que debe anunciar. El profeta pisa tierra mirando al cielo. No se anuncia a sí mismo ni sus ideas ni sus geniales ocurrencias porque sabe que no es más que el altavoz de quien le inspira. Tampoco confía en sus fuerzas, porque conoce su debilidad. Sólo apoyado en la fortaleza de Dios puede penetrar en los oídos duros y trasformar los corazones rebeldes. Levanta su mano izquierda para delatar y su derecha para consolar y perdonar. Así Ezequiel, así Pablo y así Jesús.

8. En el pueblo de Dios surgen profetas obligados a encararse con las mismas dificultades sin ceder al desaliento. «La misión del obispo y del sacerdote consiste en anunciar el Evangelio, la gracia y la verdad; en llevar al mundo el mensaje de salvación; en hacerle tomar conciencia de sus pecados y de la posibilidad de redención; en invitarle a la esperanza, en arrancarle de la servidumbre de los ídolos que renacen cada día y en convertirle al Señor» (Pablo VI).

9. Junto al ministerio de los obispos y sacerdotes está el profetismo de los hombres y mujeres comprometidos, incomprendidos o tenidos por carrozas, que tienen que sufrir como los profetas y como Jesús. La cuestión central del pasaje es ésta: ¿Quién es Jesús? Según los textos evangélicos era conocido como el carpintero, el hijo del carpintero, el hijo de María, el hijo de José. Sus paisanos escucharon su extraordinaria sabiduría y sus acciones poderosas, y comprobaron que no se correspondían con la imagen que tenían de él. La gente conocía bien lo que le habían enseñado. Pero constata que sabe más de lo que se le enseñado. ¡Se le ha dado una nueva sabiduría! Y reaccionaron como los que un día le habían oído decir que él era el pan bajado del cielo: "No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?" (Jn 6,42). Aquellos aldeanos de Nazaret no supieron descubrir quién era realmente Jesús. No supieron descubrir al profeta esperado por Israel. Tenían todas las claves para conocerlo, pero les falló la más importante: la fe. Jesús se sintió despreciado, humillado y fracasado en su propia tierra. ¡El peso del misterio que llevaba dentro le había complicado una visita y una estancia grata y amable en su pueblo! 

10. Las tres lecturas de hoy tienen un punto de coincidencia en la prueba del fracaso. Ezequiel se dirige a un pueblo rebelde, que no le hace caso cuando le proclama la palabra de Dios; Pablo siente en su carne un misterioso mal que lo apalea para que no sea soberbio; Jesús fracasa estrepitosamente en su tierra. Los proyectos de Dios exigen siempre el paso por la humillación y la amargura del fracaso o de la propia impotencia y debilidad. Es preciso asumirlos con sentido cristiano. Nos pueden ayudar, además, a una necesaria cura de humildad y de renuncia a vanos triunfalismos. La Iglesia no debe pretender ser distinta de Jesús.

11. Jesús no pudo hacer ningún milagro. ¡Misteriosa impotencia de quien un día iba a triunfar sobre la muerte! Los milagros de Jesús no eran prodigios de poder que avasallaban. Eran signos o momentos significativos de encuentro con Jesús y de transformación personal, que requerían una fe inicial, que luego confirmaría el mismo signo. Sin fe, ni Dios mismo puede hacer sus maravillas en nosotros. Ya ha dicho Calvino que los incrédulos paralizan la mano de Dios, porque no le dejan desplegar su poder.
  12. La rutina y el orgullo paralizan la acción de Dios. Negaron a Jesús la capacidad de decir una palabra salvadora, porque era el hijo del carpintero, como aquella vieja que no quería rezarle a San Antonio porque le había conocido "ciruelo". Habían visto a Jesús en su sencillez, pero como era de su misma comunidad, y sabían que era bueno, discreto y servicial, como conocían a sus parientes, no admitieron ni su sabiduría, ni sus milagros. ¡Lo que se perdieron!. Podemos nosotros también perder, por orgullo y por prejuicios, tesoros de sabiduría y transformación, que no comprendemos, porque nos falta fe.

13. Pablo se siente débil, ante dificultades parecidas. Junto a sus conquistas cuenta también con fracasos ministeriales. "Nadie es profeta en su tierra". Son un pueblo rebelde pero, más pronto o más tarde, "sabrán que hubo un profeta en medio de ellos".  Pueblos testarudos y obstinados, no aceptan ni al profeta, ni a Jesús, ni a Pablo. Pueblos tercos. Su terquedad, su pertinacia y testarudez, no era la firmeza de los héroes, sino la dureza de la roca, del que no quiere moverse para comenzar un camino desconocido. Son los del "siempre se ha hecho así". Incapaces de innovar, para progresar y mejorar. Es la terquedad del orgulloso instalado en su torre de marfil, que no permite que le molesten, ni con razones ni con milagros. Santo Tomás dice que mantienen su propio criterio más de lo justo para manifestar su propia excelencia, que nace de la vanagloria. Y san Bernardo asegura que la lepra del criterio propio es tanto más grave cuanto más oculta está, y ésta es para San Buenaventura, la más grave tentación del cristiano. Ha sido el pecado de todos los cismáticos. Balmes describe al hombre terco de puro orgullo: "Contempladle: su frente altiva parece amenazar al cielo; su mirada imperiosa exige sumisión y acatamiento; en sus labios asoma el desdén hacia cuanto le rodea; en toda su fisonomía veréis que rebosa la complacencia en sí mismo, la afectación de sus gestos y modales os presenta un hombre lleno de sí, que procede con excesiva compostura. Toma la palabra. Resignaos a callar. ¿Replicáis? No escucha vuestras réplicas y sigue su camino. ¿Insistís otra vez? El mismo desdén, acompañado de una mirada que exige atención e impone silencio". Era la actitud de los nazaretanos. Se nos hace necesaria la petición de San Agustín: "Noverim me". "Señor, que me conozca". Un examen a fondo de nuestra vida, de nuestro carácter. Para aceptarnos como somos, y para comenzar a mejorar.

14. La verdad es que hace falta dulzura y mansedumbre como la de Jesús, para no refrenar al caballo, para que en su fogosidad no coja el bocado con los dientes, y precipite al jinete; tal vez haya que aflojar la brida, para que se detenga  y se deje gobernar. Si apretáis al hombre y le oprimís, le encolerizáis; si le encolerizáis, lo precipitáis; se le puede persuadir, pero no forzar; y si se le fuerza se alborota. Debía  de ser muy duro para Jesús, conocer lo que ha venido a dar y ser rechazado por los que van a recibir tanto amor.

15. La cuestión de los hermanos de Jesús ha dado pie a negar la virginidad de María, por no tener en cuenta que la lengua hebrea y la aramea carecen de términos propios para designar los diversos grados de parentesco y así, las diversas categorías de parentesco se designan con el término hermano. A Lot, sobrino de Abraham, se le llama hermano en Gén 13,8; y en Gén 29,15, a Jacob se le llama hermano de Labán, que era su tío. En l Cró 9,6-9,13 se habla de Yeuel con 690 hermanos; de Reuel con 956 hermanos; y de Adaías con 1.760 hermanos. Y hay que tener en cuenta que en el Oriente bíblico los vínculos familiares eran, y son aún hoy día, más fuertes que entre nosotros: todo un clan o toda una tribu son hermanos.

16. El Profeta Ezequiel, Pablo y Jesús, junto con la comunidad cristiana, pueden apropiarse a la letra, los sentimientos del salmista, propios del que es rechazado y marginado: "Nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos" Salmo 122. Pero no para desalentarse y tirar la toalla, sino "Para poner los ojos en el Señor, como los pone la esclava en las manos de su señora".
  17. Aceptemos nosotros a Cristo, y a sus profetas, y a todos los que nos aporten un rayito de verdad y de amor, reconociendo en ellos la acción de Dios salvífica permanente, quizá santificante por la oportunidad magnífica que nos ofrece de ejercitar la paciencia, la humildad y mansedumbre, a imitación del Maestro y de los santos. San Luis, Rey de Francia, decía que nunca se contradijese a nadie, de no ser pecado su omisión. No lo decía por prudencia humana, ni para contentar a todos, sino por un sentimiento verdaderamente cristiano, para evitar todo debate y discusión. San Francisco de Sales nos da esta lección: "Cuando hay que corregir, es necesario usar de gran dulzura y arte, sin pretender violentar el espíritu de nadie; porque, diciendo las cosas con acrimonia y aspereza, nada se gana". "Se cazan más moscas con una gota de miel, que con un barril de vinagre".
  18. Con la eficacia del pan eucarístico que vamos a ofrecer y a partir para nuestro alimento, que nos ayudará a "vivir contentos en nuestras debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando somos débiles, entonces somos fuertes. Nos basta su gracia" 2 Corintios 12,7