Domingo XIII Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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El poder de la Fe. Dios no quiere la muerte. La Gloria de Dios es la vida del hombre

 

1. "Hija, tu fe te ha curado" Marcos 5, 21. La fe es una actitud humana total frente a Dios, sólo posible con la gracia. Es una respuesta a la Palabra de Dios, una apertura a la Revelación, una réplica amorosa al amor de Dios. La fe es la aceptación de Dios que viene hasta nosotros y la entrega total al Dios que habita en nosotros. La fe cree que Dios existe como Creador: "Credere Deum esse". La fe tiene confianza en Dios, y se abre a su Palabra: "Credere Deo". La fe no sólo es una aceptación de la verdad, ni aferrarse a un bien que se espera, sino que es una relación personal con Dios, una comunión de vida con Dios por Cristo: "Credere in Deum". La fe es comunión de pensamiento con Cristo. Por la fe nuestro propio pensamiento participa en el de Jesús. Por la fe Cristo habita en nuestros corazones; la fe cautiva nuestro pensamiento en la obediencia a Cristo. Así mismo la fe es conocimiento. Creer y saber. Cuya luz no es propia del hombre, sino participación de la luz de Dios, que engendra certeza. Pura gracia, no acción ni realización personal. Por eso hemos de pedir la fe. 

2. "Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes" Sabiduría 1, 13. Quien crea algo, no lo hace para destruirlo. Quiere que permanezca. Hasta en las fallas de Valencia, cuyo fin es la destrucción en cenizas se da la necesidad de no destruirlas todas, por eso simbólicamente "se indulta al ninot". Dios crea no para destruir. Dios no quiere la muerte. No creó la muerte. Fue consecuencia de una desobediencia. La muerte fue colada en el mundo de la creación por el diablo, y además por envidia. “Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su naturaleza. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo” Muerte anunciada y Vida recuperada también anunciada: "Una mujer aplastará tu cabeza"[1]. El primer resucitado es Cristo. Pero El es la Cabeza, luego también nosotros, sus miembros, resucitaremos. "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que mueren"[2].

Cristo, que es la Vida, resucita a la hija de Jairo: "Señor, mi niña está en las últimas". Todavía estaba hablando, cuando llegaron de la casa del jefe de la sinagoga: "Tu hija se ha muerto". Como diciendo: no hay nada que hacer. Cuando se ha perdido la confianza, siempre es demasiado tarde. Pero Jesús, que oyó los comentarios, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". 

3. La niña tiene doce años, está muerta. Jesús le dice: "Niña, levántate". La mujer que padece flujos de sangre, es vieja, y estéril por su enfermedad, está también prácticamente muerta. Jesús le dice: "Vete en paz y con salud". Las dos, la niña y la vieja, encuentran, más allá de su muerte, la vida, la fuerza que sale de Cristo. Las dos resucitadas, tienen toda una vida por delante. Por eso la niña echó a andar, y a la mujer Jesús le dice, "vete en paz". La resurrección es un punto de partida hacia la vida. Y Jesús dijo que dieran de comer a la niña. Comida y vida caminan juntas. ¿Qué tenemos los cristianos para dar de comer a los que el Señor resucita con la fe? El Cuerpo y la Sangre de Cristo, “quien come mi carne y bebe mi sangre no morirá para siempre”. Cristo no omite los detalles. Cristo da más de lo que se pide. El padre de la niña ha pedido curación y ha recibido resurrección. Y Jesús ordena que le den de comer, necesario para que esa vida recuperada se pueda desarrollar cumpliendo sus exigencias biológicas.

4. Ante esta resurrección, con gratitud y confianza rezamos: "El Señor cambia nuestro luto en danzas. Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo. Sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa" Salmo 29. 

5. Jesús nos ha dejado comida y bebida eucarísticos para alimentar la vida nueva de resucitados, que renueva la resurrección: Su Cuerpo y Sangre, memorial de su muerte y de su propia resurrección, que con firme fe vamos a consagrar y a partir con vosotros. Basta que tengamos fe en el Señor de la vida.

[1] (Gn 3, 15).

[2] (1 Cor 15,20)