Domingo VI Tiempo Ordinario, Ciclo B

La lepra del pecado

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

1. "El leproso andará harapiento, con la cabeza desnuda, con la barba tapada, y gritando: <¡Impuro, impuro!>. Vivirá solo y fuera del campamento" Levítico 13,1. Es un deshecho de la sociedad, prácticamente está muerto. Aquella sociedad no conocía otro remedio contra la terrible enfermedad sumamente contagiosa, más que el aislamiento para evitar la propagación de la lepra, símbolo del pecado, en el que está sumergida la entera humanidad. Así lo reconoce hoy la Liturgia, y al conjugar las lecturas sobre la lepra, con el salmo sobre el pecado, debe surgir espontánea la confesión del salmo: "Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito" Salmo 31.

2. Jesús cura al leproso. Las prescripciones legales del Levítico eran tajantes y crueles, que hoy ni se podrían comparar con los enfermos de cáncer o de sida. El leproso es un maldito que está condenado a ver cómo de día en día, se van desmoronando todos sus miembros, esperando la muerte..Resulta duro imaginar el rostro purulento del leproso y su facha andrajosa. Era uno de los muchos que pululaban en el extrarradio de las poblaciones, a veces por dece­nas, como los que encontró y curó Je­sús en otra de sus correrías (Lc 17, 11-22). Tenían éstos que atenerse al durísimo estatuto de Moisés. La lepra era una enfermedad maldita en muchos pueblos primiti­vos, quienes, por miedo al contagio, establecían un riguroso cordón sani­tario para excluir a los tales de la co­munidad social, e incluso inculpán­dolos de su terrible desgracia.

3. La lepra ha durado veinte siglos más y, aunque hoy es una enfermedad curable;.perdura todavía en numerosas zonas del planeta. Un gran cristiano de nuestro tiempo, Raúl Follereau, luchó titánicamente por su erradicación, y aún ahora la Fundación Anesvad in­siste incansable en concienciarnos so­bre ella. Héroe indiscutible de esta enfermedad fue el Beato Damián, de Molokai, misionero contagiado de lepra cuidando a los leprosos. Volvamos a Galilea. El leproso se adelantó, humilde y dig­no, al paso de Jesús, se arrodilló ante Él y le dijo: “Si quieres, pue­des curarme”. En tan breves palabras late una profesión de fe en su poder soberano y un acatamiento de su san­ta voluntad, a más de una petición con­fiada, pero sin forzar sus designios. Todo un ejemplo de oración. Se cru­zaron, sin duda, sus miradas. Jesús se conmovió, sintió lástima, extendió la mano y tocó al intocable, diciéndole: “Quiero, queda limpio”. La lepra es una lacra simbólica, signo de suciedad y podredumbre, por dentro y por fuera. Al decirle “Quedas limpio”, Jesús lavaría también de pe­cado el alma del leproso. Lo contra­rio desdecía de su nueva situación. Y después de recomendarle que evitara la publicidad, le dio el encargo de dar cuenta de su curación a los sacerdotes, para que éstos certifi­caran su recuperación a todos los efec­tos. Jesús le ha de­vuelto la salud física, la autoestima personal, el proyecto de vida y la con­sideración social. Todo esto es aplicable a la vida del Espíritu, donde tenemos abiertas las fuentes de la purificación sacramental y las puertas de la Iglesia, para ejer­cer, a pleno pulmón, nuestra condi­ción de hijos de Dios.

4. El bacilo de la lepra, conocido por el nombre de su descubridor, "Hansen", no ha sido descubierto hasta 1874. Pero ha sido una monja francesa, Sor María Zuzanne, la que encontró el suero eficaz para combatirlo, que lleva el nombre de su descubridora, "Microbacterium Marianum". Ninguna de las curaciones que cuenta el Evangelio se parecen a las de un curandero. Los que venían a Jesús tenían la convicción íntima de que Dios les reservaba algo bueno por su medio, y esta fe los disponía para recibir la gracia de Dios en su cuerpo y en su alma. 

5. Nos cuesta a veces creer, con nuestra inteligencia moderna e ilustrada, la posibilidad del milagro. Olvidamos que Dios está presente en el corazón mismo de la existencia humana y que nada de nuestra vida le es ajeno. Alguien dirá: Si Dios hace milagros, ¿por qué no curó a aquellas personas, por quienes oré con tanta intensidad? ¿por qué no respondió a mi plegaria? Pero, ¿quiénes somos nosotros, para pedir cuentas a Dios? Dios actúa cuando quiere y como quiere, pero siempre con una sabiduría y un amor que nos supera infinitamente. Los padres no dan a sus hijos pequeños todo lo que les piden. "No sabéis lo que pedís". Lo que es indudablemente infalible es que Dios no nos negará cuando le pidamos el reino de Dios y su justicia. Por eso, debemos pedirle que nos acreciente la fe. Que creamos verdaderamente que Él todo lo puede, y que nos empeñemos en procurar que nuestra vida sea coherente con esa fe, depositando constantemente nuestra confianza en Jesús. El leproso se acerca a Cristo, y saltándose a la torera las prescripciones del Levítico, en vez de gritar: "¡Impuro! Impuro!", se dirige a Jesús, con esta emocionante súplica: "¡Señor! Si quieres, puedes limpiarme". Su oración perfecta, conmueve el Corazón de Cristo. Jesús, sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: "Quiero: queda limpio". La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio" Marcos 1,40. Un cuerpo medio destruido, puede contener un alma llena de la belleza de la fe. Y un modelo de pasarela, supercotizado, puede albergar un alma corrompida de avaricia, vanidad y lujuria provocativa.

6. La situación gloriosa de la curación es cantada en el mismo salmo: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado". Y nos convoca el salmista a congratularnos con el leproso que ha vuelto a la vida, porque prácticamente estaba muerto, que era un intocable, un aislado absoluto de la sociedad. Y a compartir la alegría con el pecador a quien Dios ha perdonado su pecado: "Alegraos, justos, con el Señor, aclamadlo, los de corazón limpio y sincero". Porque "Al Señor le cuesta mucho la muerte de sus fieles" (Sal 115). El no quiere que mueran. "Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes" (Sab 1,13). El no quiere la muerte. Ni la del cuerpo, ni la del alma. De las dos ha venido a librarnos. 

7. Jesús ha tocado al leproso, que hacía muchos años que no había experimentado ni un solo contacto, desde que su madre le acariciaba cuando era niño. Ahora está sintiendo el cálido afecto del tacto de la mano toda bondad y ternura de Jesús, mientras toda una oleada de vida electrizó todo su cuerpo. Y se han cambiado los papeles: el leproso ha quedado limpio y Jesús, según la ley del Levítico, impuro: "El que toca al impuro queda contaminado, porque el impuro le transmite su impureza"(1,5). San Pablo relaciona la lepra con el pecado, y nos lo dice así: "Al que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que seamos justicia de Dios en El" (2 Cor 5,21). Tanto ama el Padre al mundo que hace a su Hijo leproso, para que los hombres sientan la calidez y la ternura de Dios en sus carnes y vida de leprosos.

8. Hoy, se ha perdido el sentido del pecado. Vivimos en una mediocridad asfixiante. Ha desaparecido el valor de la excelencia. Se afirma que el pecado no le hace ningún mal a Dios. Pero no por eso el pecado deja de ser una ofensa a Dios. A Dios infinito. Aunque el pecado sustancialmente no toca ni un grado de infinita perfección a Dios, la separación de uno solo de sus hijos, le aflige, porque su amor le pide que todos sus hijos estén unidos con El. Basta con recordar la parábola del hijo pródigo. La alegría del reencuentro, pone de manifiesto la tristeza del separado, por la propia infelicidad, que él mismo, deslumbrado, se ha buscado. Sólo el mismo Dios comprende esta catástrofe y con él los que han estado más cerca de El, como su Madre y los santos. 

9. No. El pecado no es un progreso, sino todo lo contrario, una involución. Los que quieren el aborto, se denominan a sí mismos, progresistas. ¿De verdad se lo creen? El pecado, del orden que sea, no es una evolución hacia la perfección, sino una regresión, un retroceso a la selva, peor que el de la selva, porque los animales matan para vivir, pero los hombres matan para evitar el rechazo social, la vergüenza o buscando la comodidad, la complicación y el compromiso. Esos autodenominados progresistas que saben que España tiene el índice de natalidad más bajo de Europa, están prometiendo la libertad total para abortar, ¿es que quieren quedarse solos en este mundo? ¿O es que la ambición del mando les ha enloquecido?. 

10. No es un progreso, sino todo lo contrario, porque el pecado rebaja al hombre y le impide lograr su plenitud, a la que está llamado, e incluso provoca la rebelión del cuerpo; oscurece y debilita la inteligencia, enerva la voluntad, ensucia, afea y crea unos traumas que les amargan toda la vida. El hombre ha querido ser autónomo e independiente, como Luzbel y sus ángeles, y los primeros hombres, "seréis como dioses", pero sin Dios, es decir, sin someterse a su Voluntad y a su Ley, que es yugo suave y carga ligera. Se han precipitado en la bancarrota y en el fracaso total, como un ojo monstruoso que se ha salido de su órbita, o un sol que se ha desviado de su ruta cósmica. Se ha producido el cataclismo. Negándose a reconocer a Dios como principio, el hombre rompe la debida subordinación a su fin último y a toda su ordenación en lo que toca a su propia persona, y a las relaciones con los demás y con la creación, dice la Lumen Gentium. Cuando se prescinde del principio de Dios, que ha creado el bien y ha dejado la cizaña, por respetar la libertad, queriendo seguir los dictados de la mal entendida ciencia, que considera preferentemente las consecuencias antropológicas del pecado, se comete un error notable. El tiempo verá proféticas dos Encíclicas hoy muy contestadas: La Humanae Vitae y la Evangelium Vitae. 

11. Tenemos claro que la narración del pecado de los hombres, va dirigida a una cultura primitiva e infantil; pero es que no fueron los hombres los primeros en pecar, introduciendo el mal en la creación, sino los ángeles, criaturas muy superiores a los hombres, y hay que leer a San Pedro, en su segunda carta, 2, 4, para tener una base revelada sobre el asunto, de la que hemos de partir junto con la teología para comprender la catástrofe atómica que es el pecado. 

12. La dimensión de la persona tiene que ser compensada con la voluntas ut natura, que es la voluntad a secas, con la voluntas ut ratio, que es la misma voluntad como facultad de producir actos psicológicamente desarrollados. Esta doble faceta de la voluntad humana debe ser armonizada adecuadamente. El bien es alguien a quien hay que amar. "Amarás a Dios con todo tu ser", más que algo que hay que hacer. Y el pecado desvía la voluntad, y falsifica el amor: "al amor le han usurpado el nombre", escribe Santa Teresa, porque se va polarizando hacia las cosas en la misma medida que se desentiende del amor a Dios y a los hermanos, pues el pecador no orienta su vida en consonancia con las relaciones con Dios y sus hermanos. Y por mucho que uno diga que no está enfermo o de que no se de cuenta de que está enfermo, no prueba que está sano. Es la analítica la que tiene la palabra. Y la analítica es muy pesimista, que suele ser un optimista bien informado. San Pablo, en su carta a los Romanos 1,28 ss. nos habla de esa existencia del pecado del que no libra la ignorancia. Y en el capítulo 7,19, confiesa su mismo pecado, del cual pregunta con angustia, quién le librará. Para definir que Jesucristo, por su gracia. Sólo Cristo nos libra por su Pascua, del pecado. 

13. Y como por su propia naturaleza el mal y el pecado están en contradicción con la naturaleza de Dios, que es amor, no puede ser amado, sino odiado, porque es lo contrario del amor de Dios. Y en Dios no hay posibilidad de contradicción. Por eso sin odio, que es la otra cara del amor, no hay amor verdadero. Si Dios no odiase el mal, no podría amar el bien. La teología católica, ha sufrido enormemente el influjo de los teólogos protestantes, de la justificación de la fe sin obras y de la paternidad de Dios, que ya no es un padre, sino un abuelo permisivo. Es verdad que Dios es Padre, que goza perdonando, pero no es toda la verdad; toda la verdad es que siendo padre nos llama a la conversión, que es seguir un camino nuevo, a un yugo suave, y a llevar con su gracia una carga ligera, pero no a inventar un evangelio selectivo y a la carta. Dios no perdona el pecado sin expiación. Si Dios amnistiase el pecado, ignoraría el mal, o lo tomaría a la ligera, o le reconocería el derecho a existir. En el evangelio hemos oído a Jesús condenar el mal y le hemos escuchado que al que escandaliza, "más le valiera que le ataran una rueda de molino y lo echasen al mar" (Mt 18,6). Actitud motivada por el amor a los pequeños. Por eso Jesús se ha hecho leproso, ha cargado él con todos los pecados de la humanidad para pagarlos con satisfacción vicaria. Esta es la cólera de Dios que soporta el Hijo de Dios en su Pasión, en la que la cruz del Hijo revela el amor del Padre. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo".

14. Pero es que hay más consecuencias. También el pecado provoca la rebelión del cuerpo; oscurece y debilita la inteligencia. Queriendo el hombre ser autónomo e independiente, como Luzbel y los ángeles, como los primeros hombres, "seréis como dioses", pero sin Dios, es decir, sin someterse a su Voluntad y a su Ley, cayó en bancarrota y en un fracaso total. Al negarse a reconocer a Dios como principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último y toda su ordenación por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con la creación, dice la Lumen Gentium. 

15. Ciertamente la Teología debe iluminar la vida. ¿Pero, quién puede conocer mejor los efectos de la descomposición del átomo? Los científicos y doctores en ciencia atómica. Ellos saben, conocen las causas y los efectos... entonces tienen mayor capacidad de prevenir y evitar. Como los especialistas en el SIDA o en cualquier virus. Para eso es la Teología, que cuando sólo sirve para divagar, se frustra su razón de ser. La Teología es razonamiento de Dios, sobre Dios, iluminado por la revelación del mismo Dios sobre lo que nos aparta de Dios, y lo que acrecienta nuestras posibilidades de llegar a El. ¿Que dónde encaja el hombre en los planes de Dios? En su Amor. Dios lo ha creado por amor, le quiere integrar en El por toda la eternidad. Quiere que sea feliz con El siempre. ¿Cómo escapar del castigo? Por la gracia merecida por Nuestro Señor Jesucristo.

16. En el capítulo quinto de CAMINO, y refiriéndose a los pecados veniales, Santa Teresa, que tenía desagradables experiencias en esta área, tanto en lo que se refieren al campo de la moral, como al de la ascética y mística, confiesa, que le aconsejaban mal, diciéndole que no era pecado lo que sí lo era (Vida 5,10). Y deja entender sus experiencias con respecto a su oración y gracias místicas, porque tuvo que sufrir un verdadero calvario por causa de sus confeso­res, que no tenían formación suficiente para hacerse cargo de su caso, y por falta de horizonte, consecuencia de sus pocos estudios, se aferraban a su propio juicio y consideraban seguras sus luces cortas. 

17. Escribió Juan Pablo II que el mundo actual ha perdido el sentido del pecado, porque también ha perdido el sentido de Dios. ¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia? Y cita la casi proverbial frase de Pío XII, tan conocida. El secularismo y el humanismo, concentrado exclusivamente en el culto del hacer y del producir, y dominado por el consumo y el placer, minan el sentido del pecado, que, a lo sumo, se reduce a lo que ofende al hombre. Es toda una pérdida de valores lo que está en juego. Incluso en el terreno del pensamiento de la vida eclesial, algunas tendencias favorecen la decadencia del sentido del pecado. Algunos sustituyen actitudes exageradas del pasado, por otras exageraciones; pasan de ver pecado en todo, a no verlo en nada; de acentuar demasiado el temor de las penas eternas, a predicar un amor de Dios que excluiría toda pena merecida por el pecado; de la severidad en el esfuerzo por corregir las concien­cias erróneas, a un supuesto respeto de la conciencia, que suprime el deber de decir la verdad para formar esa conciencia. A esto hay que añadir la confusión creada en los fieles por la divergencia de opiniones y enseñanzas en la teología, en la predicación, en la catequesis, en la dirección espiritual, si es que queda alguna, sobre cuestiones graves y delicadas de la moral cristiana. Restablecer el sentido justo del pecado es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo. Urge una buena catequesis, iluminada por la teología bíblica de la Alianza, una escucha atenta y una acogida fiel al magisterio de la Iglesia, que no cesa de iluminar las conciencias, y una praxis cada vez más cuidada del sacramento de la penitencia. Conviene leer la Exhortación Apostólica Reconci­liatio et paenitentia de Juan Pablo II, del 2 de diciembre de 1984.

18. Cristo se hizo leproso por todos los hombres, porque todos lo somos. También la Iglesia como Institución, constituida por hombres: "Santa y pecadora, necesitada de constante purificación y renovación", en frase la la Lumen Gentium. El Papa original de los gestos y de la sinceridad, pidió perdón el Miércoles de Ceniza, 8 de marzo del 2000, por los pecados históricos de la Iglesia. Sin embargo, pienso que es más fácil pedir perdón por haber quemado vivo a Giordano Bruno, cuyas cenizas y las de los que fueron sus responsables, Dios sabe dónde están, que pedir perdón a fecha de hoy por pecados e injusticias que están todavía ahí, enhiestos los báculos y firmes las mitras actuantes, a personas que también están todavía aquí, en las cunetas del olvido, del desprecio, de la marginación, de la pobreza, del despojo pretendido, del ostracismo, por la sencilla y honesta razón de que fueron siempre torpes y nunca aprendieron el arte tan rentable de manejar el incensario, ni se atrevieron jamás a pasar facturas de las injusticias sufridas en silencio, prefiriendo seguir coherentemente al Maestro, que pasó siempre haciendo el bien y que se dejó crucificar. Fue un gesto muy elocuente el de Juan Pablo II pidiendo perdón por los pecados históricos de la Iglesia, pero, ¿no nos está invitando a todos y a cada uno a seguirlo individualmente? El gesto del Papa es elogiable e inaudito, pero me temo que se quede en gesto estéril entre la inmensa mayoría, como el de sentarse en el confesionario en San Pedro cada Viernes Santo en Roma, un modo de echar margaritas a los cerdos. Ciertamente, el sentido del pecado, de la lepra, permanece anestesiado con anestesia total en casi todos. Los que sólo la sufren epidural serán tachados de "sensibles". Las rocas del Monte Calvario se quebraron a la muerte de Cristo; pero hay corazones más duros que aquellas piedras, insensibles, ¿cómo van a comprender a los "sensibles", que no son más que humanos?. "Dios ha escrito en muchas ocasiones, derecho con renglones torcidos; y la Iglesia en manos de los hombres, ha registrado fallos y errores en su historia. Pero hasta que se ha llegado a ver con perspectiva histórica la escritura al derecho, ha sido difícil a veces superar el desánimo" (Carlos Seco Serrano. De la Real Academia de la Historia). Esperemos contra toda esperanza que esta vez vaya en serio, y que la petición de perdón actual, es decir, no el dar golpes de pecho en el pecho de los que ya hace siglos que desaparecieron de este mapa hace siglos, si no de golpear el nuestro por los pecados históricos actuales y personales, que es la única manera de demostrar que estamos arrepentidos de nuestros pecados, y es el único pecho al que podemos dar golpes, porque aquellos ni pechos tienen ya, son ceniza. Todo lo que no sea esto será ponerle la careta maquillada a un leproso, dejándole tan leproso como antes, en un gesto más de hipocresía que no sólo cura al leproso, sino que le encona más y más las llagas, que son de Cristo.

19. Siguiendo el ejemplo de Jesús, que se hace leproso, pecado, por nosotros, para limpiarnos, debemos nosotros aliviar hoy la lepra del hambre de aquellos hermanos nuestros, que, como el leproso, "viven muriendo". Por el ministerio de la Iglesia sigue Jesús hoy y hasta la consumación de los siglos, curando la lepra del pecado: borrando en el bautismo el pecado, perdonando los pecados personales en el sacramento de la reconciliación y penitencia, de una manera especial en este Gran Jubileo del Año 2000, borrando las reliquias de los pecados en el sacramento de la unción de los enfermos y robusteciendo con el sacramento de su cuerpo y de su sangre a los cristianos que quieren vivir su vida, vivificándolos y alejando las insidias de las tentaciones del maligno que goza con la muerte y con la enfermedad de los hombres, a los que quiere contaminar con su soberbia y movido por la envidia, que "no le me importa quedarme ciego para que el otro entuerte".

20. Para no ser cómplices de la desdicha de todos los leprosos, oprimidos, no nacidos y postergados, a Dios le agradará mucho el sacrificio que por ellos hagamos. Y el dinero ofrecido por Manos Unidas, será recompensado abundantísimamente por Dios, con bendiciones celestiales, pero también temporales.

21. Acerquémonos al altar con sentimientos de gratitud y con la esperanza de la curación, de la mano de la llena de gracia que nunca conoció la lepra del pecado. María, se tú nuestra enfermera como Madre piadosa y llena de misericordia. Amén.