Domingo VI de Pascua, Ciclo B

Dios es Amor

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

SOMOS SUS AMIGOS

1. "Dios es amor" 1 Juan 4,7. En Dios hay voluntad, cuyo centro es el bien. Como el bien siempre es apetecible, deseable y amable, despierta el amor, el deseo, el apetito. Como Dios es el Bien infinito, Dios se ama a sí mismo infinitamente. Ese Amor engendra al Hijo. Y el Padre y el Hijo, que son el mismo Bien infinito, se aman. Y la llama infinita de ese Amor es el Espíritu Santo. Pero el Amor de Dios no ha quedado encerrado en las Tres Divinas Personas porque el Amor, que es difusivo de sí mismo y nunca dice basta, desea participar su amor a otros seres, a otras criaturas. De ese manantial divino infinito e inconmensurable nace toda la creación. La teoría del "bing-bang", esa explosión de la materia que ocurrió al principio de la creación, hace unos quince mil millones de años, y cuyo eco, según los científicos, aún puede ser escuchado, es posterior al Amor de Dios y efecto suyo.

2. El Amor de Dios busca crear otros seres, otras personas. Por eso dice San Juan: "El amor consiste en que Dios nos ha amado primero" 1 Juan 4,7. Y creó a los hombres en familia: "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28). Esa explosión de amor que nace en Dios, llega hasta nosotros. "El amor no consiste en que nosotros amamos a Dios, sino en que El nos ama a nosotros". Y no sólo quiere que podamos cantar como la alondra, o crecer y florecer como los rosales, o perfumar como los cedros, los cinamomos y los alelíes, o correr como las gacelas, o reir y hablar como los hombres, sino que amemos como El.

3. ¿Cómo puede un hombre amar como Dios? Los hombres no lo podemos conseguir. La iniciativa parte de Dios. El nos da su propio Amor: "Nos amó y nos envió a su Hijo, para que pagara por nuestros pecados". Para que fuera el "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).

4. Para que naciera ese amor eligió una mujer, que fuera la Madre de su Hijo, y nos la entregó también a nosotros como Madre, consecuencia y causa de su amor. Cuando el Papa Juan Pablo II beatificó a los pastorcitos de Fátima, el padre Federico Lombardi, director de Programas de Radio Vaticana, afirmó: «Todo lo que sucedió en Fátima tiene su inicio en una demostración de amor, en una gracia dada por Dios, a través de la Virgen, a los niños. Esa es la lectura más profunda del mundo y de su historia, que se expresa a través del análisis de los signos de los tiempos, de los acontecimientos que pasan frente a nuestros ojos y en los que nosotros mismos estamos implicados. Son circunstancias en las que el Santo Padre participa como testigo privilegiado y como protagonista humano y sobre todo, espiritual, de este siglo. Esto es verdaderamente impresionante, como una realidad que se une a los acontecimientos más dramáticos y más complejos de nuestro tiempo. Es algo que encuentra su clave de lectura y de iluminación en una relación entre Dios y los niños, los sencillos y los humildes. Dios solicita la colaboración de aquel que por su inocencia y por su sencillez está más capacitado para acoger y entender aquello que Él desea transmitir».

5. En este sentido debemos interpretar las palabras de Jesús en este domingo: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea cumplida”. Jesús habla de "su alegría", como había hablado de "su paz". Una y otra son bienes mesiánicos que tienen su realización en la obra salvífica de Jesús. La alegría de Jesús nace de su unión con el Padre, de su amor al Padre y del cumplimiento de sus mandatos y, como el amor quiere participar sus bienes a los que ama, quiere también que esa alegría suya permanezca en sus discípulos para que su gozo sea perfecto. Nos parece tantas veces que la alegría nos va a venir de fuera, porque el cumplimiento de los mandamientos nos exige renuncia, que experimentamos dentro como noche y dolor; pero una vez satisfecho el deseo, nos sentimos esclavos y con más crecido dolor. Hace un tiempo leí unas declaraciones de Carmen Martínez Bordiu: "Si pudiera, borraría de mi vida el daño que hice a mis hijos, al separarme de su padre, Alfonso de Borbón". Sentía satisfacción cuando lo realizaba, pero la conciencia experimenta ahora los pinchazos de las espinas de aquella semilla de zarzas sembrada. En el mismo sentido, Chavela Vargas, ex-alcohólica, testimonia la inmensa soledad y amargura que siente el que se deja arrastrar, aunque sea por una sola vez, a la bebida. Jesús nos quiere felices, y la semilla de la felicidad es el cumplimiento de la voluntad del Padre, que es el camino de la renuncia y del dolor de la cruz. No hemos de plantear el problema de la alegría de modo pasota y bobalicón. La verdadera alegría tiene un precio y, cuando se quiere comenzar a pagar, es costoso, como subir a un monte, o comenzar a aprender piano. Hay que pasar por la noche para que amanezca el día. La amanecida sólo se da después de pasar la noche. Pretender un día sin noche es pretender un círculo cuadrado, un imposible matafísico. Pero llegar a la cumbre es el gozo; interpretar a Beethoven, a Schubert, a Mozart o a Bach es la alegría; ver el sol madrugando, es el premio. Lo contrario, vivir esclavos de nuestro instinto, como los animales y peor, porque en ellos no hay malicia, sino sólo naturaleza, y en nosotros prescindir de los mandamientos de Dios y recaer en lo que sabemos que es fuente de tristeza y de dolor, como el que se rompió una pierna y se la escayolaron y porque la recuperó sana, se expone una y otra vez a rompérsela de nuevo, lo cual no sólo es una insensatez, sino un atentado contra la propia vida. O el diabético que, sabiendo que el azúcar le perjudica, se deja arrastrar por su apetito y agrava su enfermedad.

6. Pero sólo de Dios viene el auxilio para caminar y pasar la noche, pues con el Amor que El nos da, ya podemos amar como El. Ya podemos perdonar a los enemigos, sonreír a los que no nos caen simpáticos, entablar relaciones con los que no son de nuestra familia o de nuestro grupo, "pues Dios no hace distinciones" Hechos 10,25, y soportar y ser pacientes con los defectos y pecados de los que nos rodean. Con ese amor se acaban las guerras, se atiende a los enfermos, se socorre el hambre, se piensa en los otros. Con ese amor reina la paz de Cristo en el reino de Cristo. Con ese amor podemos permanecer en su amor, guardar los mandamientos. "Y eso es amar, guardar los mandamientos" Juan 15,9.

7. Después de habernos amado y de haber infundido el amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado (Rm 5,5, ya puede decirnos que nos amemos unos a otros. "Y por ese amor damos fruto". El egoísmo, que es el amor desordenado de nosotros mismos, es estéril, permanece solo. El egoísta no tiene amigos. El matrimonio egoísta, buscando su bienestar y su placer y rehuyendo el sacrificio, no es fecundo. El que ama crece, se desarrolla, da fruto, se extiende, se propaga. El amor se entrega, y toda entrega comporta sacrificio. Pero el amor soporta el sacrificio.

8. "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; pero a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí; soy yo el que os he elegído para vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca; de manera que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé".

9. Puedo situar y localizar plásticamente los grados de la amistad: Alguien me visita y le recibo en el hool, hablamos del tiempo y de política de un modo general. Otro, y lo llevo a mi recibidor y le ruego que se siente y hablamos de su problema. Otro, y lo conduzco a mi despacho y biblioteca exterior. A otro, le abro el Internet y le enseño mi página Web. A otro, le enseño mi biblioteca interior. Y a otro, las habitaciones de la casa y la cocina. Con uno hablo del tiempo, a otro le escucho sus problemas, a otro le cuento los míos, y con otro hago una confesión general. Y las situaciones más íntimas y mis estados de ánimo más hondos, sólo los comparto con un amigo, que se que me ama y me comprende, sin pizca de rivalidad. Jesús nos llama amigos a todos y nos revela sus secretos más íntimos de su Vida con el Padre y el Espíritu, cuando hacemos lo que nos manda, lo que nos sugiere, cuando compartimos con él nuestra vida y amoldamos nuestros sentimientos a los suyos.

10. Donde hay amistad hay amor, y el verdadero amor cumple las órdenes y los mandamientos y hasta los deseos de aquél a quien ama. Por eso Jesús pide, como signo de amistad, el cumplimiento de su precepto de amor mutuo. La alusión a la amistad inspira a Jesús la di-ferencia que hay entre un esclavo y un amigo, que ya no es un extraño, sino un miembro de la misma familia. Los siervos no conocen la intimidad del hogar, no saben los secretos de la casa del señor. Pero los discí-pulos de Jesús han recibido los secretos de la revelación: “Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Moisés fue considerado como el amigo de Dios porque hablaba con él cara a cara (Ex 38,11); ahora Jesús, como la Sa-biduría divina (Sab 7,27), ha hecho a sus discípulos sus amigos, por-que les ha revelado todo lo que ha visto y oído de su Padre.

11. Pero el ser amigo de Jesús supone una elección gratuita de su par-te. El primer movimiento del amor viene de él. Es Jesús quien escoge a sus amigos, no ellos a él. Todos los cristianos representados por el grupo de los Doce, hemos sido elegidos. Pero la elección lleva consigo la misión de ir y producir fruto permanente. Jesús ha confiado a sus discípulos, a sus amigos, la misión reveladora que había recibido de su Padre. Y en esta tarea de Iglesia "lo que se pide al Padre en nombre de Jesús, el Padre lo concederá" (14,13.14).

12. "Esto os mando: que os amáis unos a otros". Este es el Mandamiento Nuevo de Jesús que debe caracterizar y definir a sus discípulos. La norma y la medida de esa caridad mutua es el amor con que Jesús amó a los suyos: un amor de donación de la propia vida hasta la muerte. La mayor prueba del amor (1Jn 3,16) es la donación personal llevada hasta el extremo del heroísmo. "Como yo os he amado". "El Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene" (Rm 5,8). No es el de Jesús un mandamiento abstracto o genérico, como "sed buenos unos con otros", sino que él se pone como modelo de la nueva manera de amar, propia de Dios, que él llevó a la perfección en el mundo. El amor humano, aunque muchas veces sea generoso, se basa en motivaciones humanas y es siempre voluble y efímero; sin embargo el amor de Cristo es fuerte como la muerte, es decisivo, como la creación del mundo, y es comprometedor como su entrega a la voluntad del Padre. El mismo grupo de amigos de Jesús no ha sido fruto de la atracción que sintieron por Él, fue Jesús quien los eligió gratuitamente y los hizo amigos suyos, dándoles su Espíritu, como a nosotros, con un amor regenerador, que procede de Dios. Y así como el Espíritu Santo anima a la Iglesia de Cristo, de la misma manera desarrolla la obra creadora, redentora y santificadora en lo íntimo de cada cristiano. El espíritu nos hizo nacer de Dios y nos ayuda a mantenernos en Cristo, actuando según su palabra. Precisamente el mandamiento del amor es el fundamento del testamento de Jesús, que el apóstol Juan conservó y proclamo repetidamente en su primera carta. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4,7). Pero ese amor es un don de Dios, una gracia del Espíritu Santo, que nos concede amar como Dios: dando más que pidiendo, creando más que atesorando, entregándose por los demás más que utilizándolos. Así amó Jesús, imitando el amor creador y generoso de su Padre celeste. Si amamos así, es que permanecemos en la gracia del Bautismo y podemos sentir que vivimos como nacidos de Dios, del agua y del Espíritu Santo (Jn 3, 5).

13. Hasta la muerte, y muerte cruel y horrible de cruz. Los cristianos tenemos vocación de cambiar el mundo. No hemos sido llamados a conformarnos con el mundo (Rm 12,2,) sino a transformar el mundo por el Amor. Para eso hemos de ser cristianos en la familia, en el trabajo, en la política, en el campo económico, en el científico, en el social, y en la comunidad eclesial; sal y luz, instrumentos de amor.

14. Dios nos ha llamado para extender de un confín a otro la onda expansiva del amor, que atraviesa la tierra y cruza los mares y llega hasta el cielo, como Teresita del Niño Jesús, que quiso pasar su cielo haciendo el bien sobre la tierra, porque eso es el Amor. Amar, ser amados y hacer amar al Amor.

15. Dios envía a sus Apóstoles, a sus discípulos, a la Iglesia, al mundo "para que den fruto que dure". Les ha preparado para esa misión. El amor que nos manda no es un amor estático, para que nos quedemos quietos con él, porque el amor no descansa. "Ubi amatur, non laboratur, quod si laboratur, labor amatur". Donde hay amor, no se trabaja, y si se trabaja, se ama el trabajo" (San Agustín). Si Jesús destina a los suyos para que vayan y den fruto, les pone la condición de la eficacia de su envío: "Permanecer en su amor; guardar sus mandamientos, como él guarda el mandamiento de su Padre y permanece en su amor". Como el Padre le ha amado a él y le ha enviado, así nos ama él y nos envía. El amor pues, viene de Dios: El Padre ama al Hijo; el Hijo ama a los que ha elegido. Amar es hacer el bien a todos y no sólo a nuestros grupos. Amor a todos, como Dios ama; lo contrario también lo hacen los paganos. Y ese es amor egoísta e interesado.

16. Pero el amor es un lirio que crece entre espinas que le impiden desarrollarse. Es como un manantial recién alumbrado que mana agua sucia. Hay que trabajar para sanarlo y esperar a que se purifique: de soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. El amor procede de Dios y es limpio, pero nuestro egoísmo lo hace impuro. Sólo la fe, la esperanza y la caridad lo pueden purificar.

17. El amor puro, al que el salmo de hoy invita a cantar al pueblo y a tocar el arpa y los instrumentos, los tambores y las trompetas e que incita al mar, al mundo entero y quiere que aplaudan los ríos y que griten de alegría los montes, es: " la victoria que da a conocer el Señor. Esta es la justicia que el Señor revela a las naciones" Salmo 97.

18. Al comer el pan del Amor recibimos al Espíritu que nos derrama el Amor, sangrante y entregado.