Domingo VII Tiempo Ordinario, Ciclo C

Compasivos como el Padre

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. El primer libro de Samuel pone de relieve la grandeza de alma de David, intrépido y confiado en Dios cuando vence a Goliat, pero agigantado cuando vence en sí mismo el miedo de que Saúl lo mate y cuando supera el odio y la sed de venganza, que debió desencadenarse en su corazón, cuando Dios le puso al enemigo en sus manos, como le ha dicho Abisaí. Es un modelo precristiano de nobleza, magnanimidad, generosidad y perdón, que el mismo Saúl tuvo que reconocer. David espera confiadamente que el Señor imparta la justicia y respeta la unción con la que fue consagrado el rey Saúl Samuel 26,2. David no se venga, porque no quiere atraer sobre sí la maldición por ha-ber matado a un hombre consagrado por el Señor, sino que quiere que sea Dios mismo el que le haga justicia respecto a Saúl. Jesús dice: «Haced el bien... con los malvados y desagradecidos», no esperando que Dios los castigue, sino imitando al Padre celestial, que es misericordioso con todos. El mejor modo de no tener enemigos es amar a los enemigos. Criticaban a Abrahán Lincoln por su indulgencia con sus enemigos recordándole que su deber como presidente de los Estados Unidos, era aniquilarlos: “¿Acaso, no destruyo a mis enemigos cuan-do los transformo en amigos?”

2. El judaísmo había establecido la ley de la igualdad de correspondencia: Haz lo mismo que te hagan a tí. Al que te trata bien, trátalo bien. Al que te trata mal, tú también trátalo mal: "Si membrum rumpit, talio esto", decía el Talmud. Cuando esta ley fue incorporada al derecho romano, recibió el nombre de ley del talión, derivado del latín "talio esto". Esta ley nacía de un espíritu de justicia y moderación. El crimen contra un miembro del clan, era vengado por el Go'el. Para impedir abusos, se imponía la ley del "talión": "fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente" (Lv 24,20). "Vida por vida, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal" (Ex 21,24). Esta ley, progresista cuando fue dada, era necesaria en una cultura primitiva, para impedir los excesos de la venganza, cuando la venganza no tenía límite.

3. La dialéctica marxista exigía la destrucción del enemigo para alcanzar la armonía final. Los partidos políticos sacrifican todo en su propio beneficio. La dialéctica humana, desprovista de la gracia y de la civilización, engendra el egoismo, la tendencia más profunda del hombre, que quiere a los otros mientras representan un valor para su vida, porque se les puede sacar provecho, o porque los utiliza. Porque pueden devolverle lo que en ellos se invierte. Se mira a los demás como peldaños, o, peor, se los usa como klynex. Amar como el Padre será amar sin esperar nada a cambio, será amar a los que no nos aman, a los que nos perjudican, nos odian, nos hacen mal, calumnian, injurian, envidian. Ahí está David perdonando a quien le busca para matarlo y que si él no le mata, seguirá estando en peligro su vida. Aquí se sacrifica el egoismo. Cuando amamos porque nos aman, o porque esperamos cobrar, no somos diferentes de los pecadores, que también obran así. Aún no somos cristianos.

4. En el Antiguo Testamento se manda amar al prójimo, pero el prójimo era sólo el judío: "Sabéis que se dijo: <Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo>". Naturalmente el odio a los enemigos era un dicho de los judíos, no un mandato bíblico,.

5. Frente a todas estas filosofías, Jesús nos dice: No sólo al prójimo, hay que amar a todos, sean judíos o no, "para que seáis hijos de vuestro el Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos" (Mt 5,43). Incluso: "Amad a vuestros enemigos" Lucas 6,27. Es la característica principal y el corazón del evangelio. No al odio. Los discípulos de Jesús nunca deben buscar la venganza. No a la ley del "talión". Al contrario, deben aceptar la humillación, presentar la otra mejilla, y prestar el servicio que se les requiera. No a la violencia. No al resentimiento. Un sí al amor.

6. El judaísmo trataba a cada uno según sus obras. Es lo natural. Pero eso lo saben hacer también los que no creen en Dios: devolver mal por mal, bien por bien. Pero vosotros no sois paganos, sino hijos del Padre del cielo. Imitadle. El es compasivo, vosotros también. Haced el bien. Amad aunque no seáis amados. Dad sin esperar que os lo paguen. Devolved bien por mal.

7. Jesús introduce una razón antropológica: "Tratad a los otros como queréis que os traten a vosotros": "Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor" (San Juan de la Cruz). Pero no por eso deben dejar de cumplir el orden. Jesús mismo, aunque sufre la humillación, protestará por la bofetada (Jn 18,23). Y manda que el que no tenga espada que venda el manto y compre una espada (Mc 22,36). Pablo apelará al César (Hch 25,11).

8. Si los dioses griegos no amaban, pues sólo eran el modelo y la meta a imitar, el Dios de Jesús ama hasta entregar a la muerte a quien más ama: a Su Hijo, al que sumergió en la vorágine del pecado, para salvar a los hombres pecadores. Aquí está la novedad del amor del evangelio y su corazón. Escalofriados los primeros cristianos introdujeron en el idioma griego la palabra "Agape", para designar la imitación del amor del Padre, con el que ellos se amaban. Esta es la razón teológica para amar. Frente al modelo social que vivían los discípulos y el resto del pueblo, Jesús propone un modelo de vida que a nuestro pensar se nos hace imposible de vivir. Nosotros hemos nacido en una sociedad egoísta, y por lógica social, solemos responder de la misma forma como nos tratan. Jesús va mucho más lejos e invita a los discípulos a superar el egoísmo y a construir una nueva experiencia, donde la justicia, la fraternidad, la igualdad y el amor sean la norma de la vida de todo hombre y de toda mujer. Estamos llamados a vivir de forma creativa y desde la libertad, toda la ética que Jesús durante su vida nos propuso. Cuando asumamos el compromiso de vivir como Jesús vivió, entenderemos que es posible pensar y organizar este mundo como cristiano.

9. “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados”. No quiere decir que si no juzgamos no seremos juzgados, pues sabemos por experiencia que no siempre esto se cumple; el sentido es: no juzgues a tu hermano, hasta que Dios no te juzgue a ti; o mejor: no juzgues a hermano, porque Dios no te ha juzgado a ti: “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu herma-no, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?” (Mt 7,3). El pecado del prójimo que tú has juzgado es una pajita comparado con el pecado del que juzga. Ese es una viga. “¿Quién eres para juzgar al prójimo?” (Sant 4,12). Sólo Dios puede juzgar porque sólo él conoce los secretos del corazón, la intenciónes y los fines. ¿Qué sabemos lo que pasa en el corazón de otro hombre cuando realiza una acción? ¿Qué sabemos de sus condicionamientos, temperamento, educación, complejos y de miedos que lleva dentro? Juzgar es una operación muy arriesgada. Lanzar una flecha con los ojos cerrados expone a ser injustos, despiadados y cerrados. Si no nos entendemos a nosotros... Nuestros juicios casi todos son temerarios, arriesgados, basados en impresiones. Son prejuicios. En una narración de los Padres del desierto se lee que un monje anciano, juzgó severamente a un joven que había pecado, y dijo públicamente: “¡Cuánto daño ha hecho al monasterio!” Esa noche un ángel le manifestó el alma del hermano, que había pecado, y le dijo: “Este es el joven que tú has juzgado; ha muerto. ¿Dónde quieres que lo mande al paraíso o al infierno?” El anciano pasó el resto de su vida con gemidos y súplicas a Dios pidiendo perdón de su pecado. El que juzga, se atribuye la responsabilidad de decidir el destino eterno de los hermanos. Sustituye a Dios. “No condenéis y no seréis condenados”. Una madre y un extraño pueden juzgar por el mismo defecto a un niño. Pero, iqué distinto es el juicio de la madre del del extraño! La madre sufre por aquel defecto, como si fuera suyo; se siente responsable; ella arranca juzga a su hijo deseaando con toda su alma que se corrija; pero denuncia a su hijo, ni lo grita ni lo propaga. “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”.

10. En el evangelio de hoy también está presente la gratuidad del amor, como lo más elevado del amor humano, lo que lo hace realmente humano. Como he dicho antes, “Si amáis a los que os aman...”, o a aquellos de quienes esperáis recibir recompensa, o aquellos que por su misma forma de ser agradable ya “pagan” el amor que se les otorga, ese amor no es verdadero amor, sino que puede ser simplemente un egoísmo disfrazado de amor. En ese tipo de “amor captativo” la persona ama por un interés, ama a cambio de algo, y da para que se le dé. El amor de Jesús es el ideal del amor maduro, amor “oblativo”, que se da y se ofrece sin pedir nada a cambio, sin comerciar con el amor, ni esperar la “paga”. Un amor capaz de amar a los que no pueden pagar, a los “no agradables, incluso a los desagradables, y también a los que “no se lo merecen”, y hasta a los enemigos. Ese amor maduro y gratuito es la eclosión de la capacidad humana de superar las limitaciones de nuestras tendencias egocéntricas.

11. Por eso el salmista nos hace hoy cantar, en clima de perdón y de misericordia: "El perdona todas tus culpas. El es lento a la ira. No nos trata como merecen nuestros pecados. Tira lejos nuestros pecados, tan lejos, como de donde nace el sol hasta donde se pone. Es compasivo y misericordioso. Siente ternura por sus hijos como un padre. Por eso: Bendice al Señor" Salmo 102.

12. ¿Quién podrá cumplir estos preceptos, tan contra la naturaleza viciada por el pecado? "Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible" (Mt 19,26). Para poder amar como Dios, como el Padre, Jesús nos da su Espíritu, que para eso ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5,5). Para que dejemos de ser "hombres terrenos y nos convirtamos en hombres celestiales a imagen del hombre celestial, que es el último Adán, que es Espíritu que da vida" 1 Corintios 15,45.

Para que esa semilla crezca hemos de cultivarla con nuestro esfuerzo, regado con nuestra oración.

13. Ese amor de Dios que hemos cantado con el salmista, se hace presente otra vez hoy. El cuerpo de Cristo que vamos a consagrar y a partir, destrozado por nosotros, la sangre derramada que vamos a beber, actualizan su amor y nos vivifican para que vivamos el amor con su energía que nos vitaliza y nos salva.