Domingo VII Tiempo Ordinario, Ciclo B

La novedad del perdón de los pecados, origen de la nueva vida

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" Isaías 43,18. ¿Qué será eso que está brotando? Si el profeta no continuara diciendo que "abriré un camino en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed del pueblo que yo formé", tendríamos motivos para quedarnos intrigados. Recordemos la historia. El pue­blo de Dios está cautivo políticamente y más aún, mo­ralmente, en Babilonia, pues en el destierro, se ha olvidado de su Dios, como siempre que se ha visto rodeado de ambiente idolátrico y de dioses babilónicos. El pueblo pagano, que lo ha derrotado militarmente, casi ha destruido también su alma. Y Dios suscita a Isaías para que resucite la esperanza al grito de ¡Dios va a intervenir!. El librará a su pueblo de la esclavitud y, ade­más, lo renovará interiormente. Va a ocurrir un nuevo Exodo en el que el Señor resucitará a su pueblo paralítico, amado y pecador. El Señor no los ha olvidado y los va a repatriar. Ciro, rey de Persia, va a ser el instrumento en sus manos para retornar a la patria a los exiliados. Los ojos del profeta Isaías, consideran un buen augurio la derrota de Babilonia por Ciro, porque "El corazón del rey es una acequia en manos de Dios y la dirige a donde quiere" (Prv 21,1). El que libró a Israel de Egipto, "abrirá ahora un camino por el desierto, hará brotar ríos en el yermo". Estos ríos son el agua sacramental que apagará "la sed del pueblo que yo formé para que proclamara mi alianza". Eso es lo nuevo que ya está brotando. Y voy a hacer esto, no porque vosotros hayáis sido fieles, pues "no me invocabais, ni siquiera me ofrecíais los sacrificios", como cuando estabais en Jerusalén, y "me avasallabais con vuestros pecados y me cansabais con vuestras culpas". "Yo, yo era". Era yo quien "borraba vuestros crímenes y me olvidaba de vuestros pecados". Puro amor, gracia pura de Dios. Total gratuidad. El amor movió a Dios a crear. El amor le mueve a la nueva creación. 

2. En el primer año de su vida pública, Jesús se ha limitado a predicar, hacer milagros y echar demonios, pero ha hablado muy poco sobre la naturaleza del Reino, del que sólo les ha dicho que no consistía en un bienestar humano, sino en algo más interior y profundo, que venía significado por la expulsión de los demonios.

3. Hoy va a dar una fuerte campanada, adjudicándose el poder de perdonar pecados, iniciando la idea de su plan de redención de la humanidad pecadora. Y lo va a realizar, no sólo ante unos sencillos galileos de Cafarnaum, sino también ante unos doctores de la Ley, allí presentes, lo que va a provocar el estallido de un trueno en medio de la calma. Los galileos quedarán espantados. Y los intelectuales, escandalizados, transmitirán el hecho a Jerusalén, donde comenzará a levantarse la marejada que le conducirá al calvario. Pero así sembraba ya la semilla de la Redención.

4. "Llegaron cuatro hombres llevando un paralítico" Marcos 2,1. La fama de la curación del leproso y tantas otras se había extendido por toda la comarca, buscando salud, curación, lo que es completamente humano. Para ello cometieron una fechoría, que Jesús contemplaría complacido porque testimoniaba su fe, aunque rudimentaria e interesada, pero, al fin y al cabo, fe en el poder de Jesús. En Nazaret no había podido hacer milagros por su falta de fe. Y aquellos hombres demostraban una fe que no se arredraba ante las dificultades. Como la casa de Pedro en Cafarnaum estaba abarrotada, y la gente se había agolpado a la puerta, era imposible presentar ante Jesús al paralítico; pero este paralítico había tenido la suerte de encontrar a unos hombres valerosos, con fantasía y arrojo, para ayudarle. No dudaron en romper el techo, y exponerse a pagar los gastos de los daños y perjuicios, porque la fe en Jesús era muy grande y la caridad, que siempre va unida como hermana gemela con la fe, no era menor. No era el momento de andar con delicadezas y buenas maneras, pidiendo a los demás que dejen paso. Aquella casa, como las de la época, tenía una escalera por la parte de fuera por donde se subía a la azotea. Y sin dudar lo más mínimo, subieron por allí con el paralítico a cuestas. Ya en el techo, desmontaron las tejas, y abrieron un boquete, demostrando que tenían una fe ciega en Cristo, pues no se arredraron por nada. Y el paralítico tenía una gran esperanza en su corazón de verse libre de su enfermedad y poder compartir la vida con los demás. Todo este trabajo audaz no se hizo en un momento. Los de la casa protestaban, porque temían que cayesen sobre sus cabezas, no sólo el polvo, sino alguna teja que les descalabrara. Y escribe Marcos, que pusieron al paralítico ante Jesús, en aquel mundo cerrado y formal que le estaba escuchando. 

5. Jesús tiene poder para curar; la gente lo sabe; pero desde el principio, quiere deslindar los campos como cuando le seguirán después de la multiplicación de los panes y los peces. Claro que quiere que todos estén sanos de cuerpo. Pero su venida al mundo alcanza un nivel de una superior categoría. Ha venido para que tengan vida y vida abundante, su propia vida divina, y el pecado es el muro en el río, que impide el paso del agua de esa vida. Por eso, para delimitar los niveles de los dos océanos, comienza por perdonar los pecados. Jesús se daba perfecta cuenta de que ni el paralítico ni los que lo llevaban, habían venido a confesarse. Pero, aunque nadie le ha pedido el perdón, cuando ha dejado claro que su misión principal es perdonar los pecados para hacerlos hijos de Dios, curará también la enfermedad del paralítico. Con lo cual habrá puesto al servicio de lo trascendental, lo accidental, la curación. Que a la vez, será garantía de que tiene el poder de perdonar los pecados, y de que para eso ha venido, como Cordero de Dios.

6. "Hijo, tus pecados quedan perdonados". A los judíos les resultaba inaudito e inaceptable, que un hombre se atreviera a pronunciar una fórmula de perdón tan tremenda. La extrañeza y la incredulidad se removieron en el corazón de los letrados presentes. Jesús descubre sus pensamientos, y los ataja con la pregunta: "¿Qué es más fácil: decirle al paralítico, "tus pecados quedan perdonados", o decirle "levántate, coge tu camilla y echa a andar"?. Pues, para que veáis que el Hijo del Hombre, tiene poder en la tierra para perdonar pecados…entonces le dice al paralítico: "<Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa>. El paralítico se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos". Si sólo Dios puede perdonar los pecados Jesús se ha manifestado con el mismo poder de Dios. 

7. En lo que menos pensaban ni el paralítico, ni los cuatro hombres que lo trajeron, era en conseguir el perdón de los pecados. Ellos habían venido buscando la curación de aquel paralítico, y se iban con el caudal del agua de la gracia de Dios en su alma. Y Jesús, que ha venido al mundo para quitar el pecado, y ha visto suficiente fe y generosidad en el corazón de aquellos hombres, que han demostrado una creatividad e iniciativa admirables, después de otorgarle el perdón de sus pecados, manifestándose como Dios, le regala la curación física. Los cuatro hombres de corazón grande y el paralítico, vinieron en busca de la curación de un enfermo, pero su fe, su amor y su creatividad a favor de aquel hermano, merecieron el perdón de sus pecados, que es un milagro mayor. Pensemos en nuestras Iglesias cerradas sobre sí mismas, en las que cualquier apertura parece imposible. Pero asombrémonos también ante el ejemplo de los cami­lleros, de seguro hombres jóvenes y fuertes, unidos para hacer el bien, te­naces en su propósito, creativos para la acción y animados por la fe, mo­delo y parábola para tantos hombres y mujeres, samaritanos del sufri­miento ajeno, en comunidades reli­giosas, voluntariados solidarios o, simplemente, personas de bien -y muchas de fe-, cuidadores, ellas so­bre todo, de ancianos o enfermos en desamparo, familiares propios o só­lo sus semejantes, a veces durante años o decenios. Cristo sigue ha­ciendo milagros a través de ellos.

8. A Pablo, como los fariseos a Jesús, algunos intrigantes de la Iglesia de Corinto también le acusaron y él se defendió, diciéndoles que tenía muy claro su camino y no lo iba a abandonar porque se lo había señalado Jesús, a quien seguía. Y nunca se dejó amilanar por los obstá­culos surgidos ante él, respon­diendo firme y totalmente a la voluntad divina, llevando a tér­mino el designio del Señor. Pe­netrado por el mismo Espíritu, el apóstol considera que debe con­tinuar su labor a pesar de las críticas infundadas (2 Cor 1,18).

11. Una casa es un lugar de repliegue sobre sí mismo, un lugar de «retiro»; un lugar poseído y cerrado en el que se habita hasta la muerte. El paralítico entró en la casa por el tejado «como un la­drón». Le han llevado allí, tumbado en su camilla, como si estuviesen metiendo un ataúd en una tumba. Pero como a Lázaro, Jesús le dice al paralítico, «levántate», y éste sale de la tumba. Como para el leproso del domingo anterior, también para éste la curación ha sido una resurrección. Cristo es el creador de la vida. El paralítico ya no necesitaba los brancadiers porque se había convertido en un hombre en pie, que salía libre con su camilla bajo el brazo. Al recibir el perdón ya era un hombre libre y vivo. Mientras era prisionero de sí mismo, no podía moverse, pero el perdón de Dios lo había liberado. Ahora camina sin dificultad y puede vivir sin cadenas. Mientras los escribas permanecían ence­rrados y paralizados, el que estaba inmóvil, sale caminando.

12. Hubo como una contradicción entre Jesús y los que trajeron al paralítico, pues no era un penitente que venía a confesarse, sino un enfermo. Ellos vinieron a que lo curara, era su propio nivel, y su deseo. No tenían más horizonte. Pero Jesús no se identifica con ese deseo para no desvirtuar la esencia de su misión. Su nivel es más alto. Y eleva el problema y la solución. Es la primera vez que oímos a Jesús hablar del perdón de los pecados. El paralítico no ha abierto la boca para confesarse y pedir perdón. Pero Jesús le ofrece el perdón. «Animo, hijo, tus pecados te son perdonados». No sé si estas palabras de Cristo pudieron de­fraudar de momento al enfermo, pues él y sus acom­pañantes probablemente, no habían pensado mucho en ese perdón, y menos impartido por un hombre, y sí en la curación, que deseaban con toda su alma. Si no pudieron captar entonces toda la trascendencia de esas palabras de Cristo, sin duda que luego serían materia de meditación e inmenso gozo.

13. Para la teología de aquellos maestros, Cristo había blasfemado, pues se había atribuido el poder divino, se hacía sencillamente Dios, pues sólo Dios puede perdonar los pecados. Cristo no sólo leyó en sus rostros y en su actitud, que aunque silenciosa, manifestaba la repugnancia que sentían ante aquellas palabras, sino también en sus corazones. Por eso añade: ¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del hom­bre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, dice al paralítico: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». De este modo tan sencillo y, al mismo tiempo, tan lleno de majestad, proclamaba Jesús su Divinidad. Nadie se expondría a proferir unas y otras palabras, las del perdón de los pecados y las del im­perio sobre una dolencia incurable al mismo tiem­po, para probar con unas las otras, si no tuviese la conciencia de ser igual que el Padre, como luego, muy pronto, dirá.

14. En esa camilla llevada por cuatro hombres, se nos insinúa y representa el misterio de la «comunión de los santos», como dice san Pablo: que hemos de aportar algo no­sotros a lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para «el bien de la Iglesia». Es un misterio consolador y muy olvidado en nuestros días, en los que sólo se cotiza la aportación personal e inmediata en procurar el bien de los demás, y en que se da preferencia al bien físico o humano sobre el espiritual. La Iglesia se sostiene, y es llevada hacia Cristo, sobre todo por las oraciones de unos por otros, muy especialmente por el amor crucificado de muchos ig­norados. Lágrimas de madre han llevado a Agustín a la conversión. Lágrimas, oraciones, penitencias, sacrificios, vidas anodinas y sacrificadas, llevan almas a Cristo, sobre todo, reunidos en comunidad fraterna. Enfermos, madres de familia escondidas en su oscuro hogar, trabajadores infatigables en su fábrica o taller, simples administradores en una oficina, con su humildad y monotonía, labradores sudorosos del campo que trabajan de sol a sol, una multitud de almas sacrificadas que se han acostumbrado a servir a los demás, pisoteadas mil veces por sus amos, pero, llenos de fe y amor ofrecen cada día su trabajo y sufrimiento diario por el bien de la Iglesia, son los que la sostienen y la llevan a Cristo. Éste es el misterio tan poco entendido en el momento actual de las monjas de Clausura, que viven el misterio de la «comunión de los santos», negándose a sí mismas una infinidad de bienes que podrían tener en su familia y en la sociedad, sin pretender nada más que alcanzar el máximo grado de amor sacrificado, muy conscientes de que enriquecen a la Iglesia y a la sociedad, con una riqueza misteriosa, bien no apreciado, pero solemnemente reconocido por la Iglesia en todos los tiempos. Toda esa multitud de almas que viven muy intensamente su fe y su amor a Cristo, son las que llevan sobre sus hombros a una multitud de inválidos o pa­ralíticos, que no tienen fuerzas para caminar hacia Él.

15. Pero y a estas almas que llevan a su vez a las demás, ¿quién las lleva? Todas reciben una multitud de gracias de las otras, de todo ese acervo inmenso de amor crucificado que hay en la Iglesia, y todas son llevadas personalísimamente por Cristo. Sin Cristo en su interior, todos seríamos igual­mente inválidos para caminar hacia Dios. Quien nos lleva por el áspero camino que sube primero hacia el calvario y luego hacia la montaña de la Ascensión, es el mismísimo Cristo, instalado en lo más íntimo de nuestro ser para comunicarnos su Vida divina, y nos brinda tantas ocasiones para morir, si no de una vez en una cruz, sí cada día un poco en la infinidad de cruces y dificultades, que encontramos en nuestro camino de peregrinos. Con el perdón ha llegado la virtud de Dios, que permite empezar el camino maravilloso que nos conduce a su Reino porque una nueva fuerza ha surgido en el fondo del alma.

16. Si queremos evangelizar de nuevo al mundo, comencemos por revalorizar el sacramento de la Reconciliación, que desde hace tiempo, aunque aún cotiza en bolsa, ha perdido muchos enteros. Será el comienzo de la implantación del reino de Dios en el mundo nuevo. 

17. Y con el sacramento de la reconciliación, el de la Eucaristía, que fervorosamente estamos preparando para sacar nuevas gracias y mayor fruto. Conmovidos por esta verdad y por ese amor, diremos con el salmista: "Sáname, Señor, porque he pecado contra tí" Salmo 40."