Domingo I de Cuaresma, Ciclo C

La tentación de la idolatría

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

          1. Prólogo. Inaugurada la Cuaresma el miércoles de Ceniza, meditamos hoy las tentaciones de Jesús. Con la Cuaresma los cristianos entramos en Ejercicios Espirituales, con abundancia de Palabra y reflexión. "A tu alcance está la palabra, en tus labios y en tu corazón" Romanos 10,8. Nos examinamos para conocer dónde están los bacilos, dónde anida la infección. No sólo para conocerla, sino para corregirla, a fin de llegar a la Pascua reconciliados y limpios y curados. Tomamos a Jesús por modelo, pues El también hizo su Cuaresma, razón por la que la hacemos nosotros. Los cuarenta días de Jesús en el desierto son nuestra Cuaresma.

          2. "Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios" Deuteronomio 26, 4. El Deuteronomio posee una gran riqueza teológica, nacida de una preocupación pastoral por inculcar en el pueblo de Israel la fidelidad al Señor. Para ello narra la historia de la salvación vivida desde el Sinaí, con el Señor y el pueblo como protagonistas. El Señor ha estado superactivo con su pueblo aliméntandole, "haciéndole caminar sobre áspides y víboras, y pisotear leones y dragones", cubriéndole con su sombra, defendiéndole y dándole esperanza siempre por medio de Moisés, que no llegará a cruzar el Jordán, pues morirá en la cima del Pasga, en el Monte Nebo, frente a Jericó, con los brazos extendidos hacia la tierra prometida, que él no ha de pisar: "Ahí tienes la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob. Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella" (Dt 34,4).

          3. La historia de la salvación va a continuar después de Moisés con Josué, por voluntad del Señor. Moisés, antes de desaparecer de la historia, escribe y lee su testamento sagrado al pueblo para afianzar su identidad como pueblo de Dios, al que por Creador y libertador, debe fidelidad, adoración y obediencia a sus mandatos.

          4. Más que lo que el pueblo es, el Deutoronomio dice lo que el pueblo debe ser, un pueblo que teme y ama a Dios. Todas sus leyes se concentran en el mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo; lo que les hace un pueblo de hermanos, fieles al cumplimiento del amor, como respuesta al Dios que les ha prometido una tierra que mana leche y miel y se la va a entregar, no por sus méritos, sino por pura gracia. Si el pueblo es fiel al compromiso de adoración y de justicia social, Dios le bendecirá. El Deuteronomio no es pues, un retrato, sino un programa: una visión de futuro del esfuerzo de un pueblo por hacerse digno de ser propiedad de Dios, predilecto suyo, instrumento para extender el servicio a Dios, que quiere salvar a toda la tierra.

          5. Hoy leemos la forma de ofrecer las primicias. Mientras el israelita hace la ofrenda, recita una profesión de fe en Dios que les sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, y narra los principales episodios de la acción salvífica de Dios. Termina con el mandato de postrarse en la presencia del Señor, que en el hoy de Cristo, enlaza con la respuesta al tentador: "Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo darás culto".

          6. El Salmo 90 ha sido elegido, más que como eco del Deuteronomio, como texto citado por el tentador: "Porque ha dado órdenes a sus ángeles para que te lleven en sus palmas y para que tu pie no tropiece en la piedra". Con el pueblo  todo de Israel, y el Israel nuevo, que es la Iglesia, nosotros, que vivimos al amparo del Altísimo y a la sombra del Omnipotente, digamos al Señor: <Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en tí>.

          7. "Está mandado: No tentarás al Señor, tu Dios" Lucas 4, 1. Lucas, después del bautismo de Jesús, intencionadamente nos relata su genealogía humana, y nos dice que tenía treinta años cuando fue llevado por el Espíritu mientras era tentado por el diablo. Es un resorte sutil para probar que Jesús es hombre, "hecho en todo semejante a los hombres, menos en el pecado" (Hb 4,15) y que, como todos los hombres mientras peregrinan por el desierto de esta vida terrena, sufre la tentación. Ni las tentaciones de Jesús son especiales, ni éstas del desierto son las únicas que ha tenido que padecer. Resuenan en todo el evangelio.

          El evangelista sitúa las tentaciones en el momento en que Jesús se prepara con soledad, oración y ayuno, a enfrentarse con el demonio, y a declararle la guerra para desposeerle de su reino en el mundo: El diablo se presenta ante Jesús y "Llevándolo a una altura, le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: todo ese poder y esa gloria son míos, porque me han sido entregados y los doy a quien quiero". Era el momento de la encrucijada de Jesús, cuando iba a comenzar su camino. ¿Camino recto o bordeante y torcido? Jesús podía haber seguido para salvar la corriente de la que hasta entonces se pensaba la gloria de Dios, rechazar el camino de la cruz, pero él tenía que introducir una rectificación en ese concepto, aceptando, siendo Dios, la debilidad y la humillación y hasta el escándalo de la cruz. Momento decisivo, como quien puede tomar mal la dirección en la autopista. En los momentos cruciales de cada hombre, en la encrucijada de los caminos, cuando ya por incertidumbre natural ante acontecimientos decisivos, el hombre titubea y vacila, el tentador siembra la semilla del mal con su atractivo y fascinación. Santa Teresa ha experimentado y cuenta que, cuando una persona se está decidiendo a emprender el camino de la oración, arrecia con todas sus armas, porque sabe que un alma de oración no va sola al cielo, sino que encabeza a otras muchas y, no digamos si él intuye que el Señor la llama para cabeza de  algún movimiento, porque entonces pone en movimiento a todo el infierno.     

          8. Alardea el tentador de todo el poder de los reinos del mundo, pero lo son no porque se los ha dado el Creador, sino las criaturas, que viviendo prácticamente sin Dios, se han entregado al diablo, que las tiene atadas con fuertes cadenas, que Cristo viene a romper. La lucha ha de ser fiera, porque Satanás no entregará su reino fácilmente. Por eso las tentaciones del diablo durarán toda la vida de Cristo. Le acechará siempre que pueda, o directa o indirectamente a través de los criterios de los hombres: "Apártate, Satanás, eres un diablo para mí, porque piensas como los hombres, y no como Dios", dirá a Pedro (Mt 16,23). Por eso termina Lucas diciéndonos claramente que "el demonio se marchó hasta otra ocasión".

          9. "Que la piedra se convierta en pan". Jesús tiene hambre, puede hacer un milagro, pero no debe hacerlo porque no es esa la voluntad del Padre, anota Kierkeegaard. La ciencia puede hacer cosas maravillosas, pero no por eso debe hacerlas. Es ésta una tentación imponente. "Te daré el poder y la gloria".. Y "tírate de aquí abajo", para que vean el espectáculo. Para aparentar y presumir, para ser más que los otros... Decía Pascal que hay gente dispuesta a dar la vida con tal de que se hable de ellos. Cabezas verdes o amarillas, cortes de pelo estrambóticos En "otra ocasión", clavado ya en la cruz y desangrándose, le desafían los sacerdotes: "Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos en él" (Mc 15,32). Son las tentaciones ordinarias. Pan y dinero, poder y mando, vanidad, vanagloria, ostentación y protagonismo y huída del dolor. "Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida" (1 Jn 2,16). El diablo quiere inducir a Jesús a que escoja un mesianismo falso, triunfalista y humano; terreno. Así hubiera sido mejor aceptado, pero no era ese el camino del Padre. Se quiere convertir a Dios en garantía de prosperidad material y seguridad económica. ¿No hemos entendido a veces el éxito del Reino con tales medios? Esa es la tentación de todos los tiempos. Es el camino más fácil, pero falso e ineficaz. Por eso se huye de predicar el camino de la cruz y por eso se le quitan las aristas y se la pulimenta y se la decora con oro y con piedras preciosas. 

          10  Jesús opone al pan, la palabra de Dios, según Mateo. Al poder y la gloria a cambio de postrarse ante el diablo, la adoración a Dios, como manda el Deuteronomio. A la soberbia, a la apetencia de mandar y de ordenar las estructuras de este mundo utilizando los poderes de Satán, según el principio de "el fin justifica los medios", de Maquiavelo, la humildad y la humillación de la cruz, a la que se somete para redimir a los hombres, obedeciendo al Padre en vez de tentarle: "¿Es que no tengo que beber el cáliz que me da el Padre?" (Jn 18,11). Ese es el camino, por el cual será enaltecido con la resurrección y ascensión al cielo. Y con el que nos comprará con su sangre.

          11  En un mundo en que mueren de hambre millones ¿no debería la Iglesia convertir las piedras en pan? En un mundo oprimido por tiranos, ¿no debería Cristo y la iglesia convertirse en un centro de poder, de presión, garantía de un mundo de paz? En un mundo que no es capaz de llegar a la verdad, ¿no debería la Iglesia hacer milagros para que todos crean, dispensándonos del humilde esfuerzo de la fe de cada día?. Pero ¿no es el hombre más que  comida?. La palabra del evangelio debe conseguir que los hombres compartan sus bienes. Jesús ofrece la obediencia a Dios y la exigencia del servicio fraterno y de la solidaridad. Dios habita en la fe y no en los prodigios espectaculares. Jesús no sucumbió a la tentación, como Israel en el desierto.

          11. Al acercarnos a recibir la eucaristía, pidamos hoy al Dios que está actuando en nosotros y en el mundo, que venciendo las tentaciones, su redención alcance a todos los hombres.