Domingo IV  de Cuaresma, Ciclo B

Tanto amo Dios al Mundo que entrego a su Hijo

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre 

 

 

A MEDIDA QUE VAMOS AVANZANDO EN EL CAMINO DE LA CUARESMA HACIA LA PASCUA, LAS LECTURAS MARCAN MAS LA MUERTE EN LA CRUZ


1. En el libro de las Crónicas, el primero que hemos leído hoy, el Señor castiga a Israel por causa de sus múltiples infidelidades, según la doctrina de la retribución que profesa el autor sagrado. En el salmo, el pueblo desterrado añora su patria y desea su retorno. Es el reflejo del ansia y la angustia del hombre que se encuentra lejos de Dios. Al cabo de setenta años, Dios va a conducir a Israel hacia la tierra prometida, Jerusalén, por medio de un príncipe pagano, Ciro, parábola de la salvación de los hombres por medio de la cruz, que aparecerá en la tercera lectura. 

2. La Providencia, en cuya mano están todos los resortes, y utiliza, especialmente a las personas más unidas a él, y los acontecimientos e instituciones puestas a su servicio e iniciadas en su nombre, igual que maneja los acontecimientos más extraños e inesperados, incluso las voluntades de los enemigos, para salvar a su pueblo, que es lo que él quiere, dirigirá el corazón del rey de Persia, donde están desterrados los hijos de Israel: "Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra. El me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él y suba!". La repatriación que Ciro autoriza tiene como fin edificar el Templo de Jerusalén. El paralelismo de esta lectura con la tercera del domingo pasado, tiene conexión en Cristo, que va a purificar ese templo, construido por un pagano y profanado por los mismos jefes sacerdotales judíos, del que ha profetizado que no quedará piedra sobre piedra, pero nos dejará su propio Cuerpo, también destruido por su muerte y resucitado por el Espíritu, salvándonos por su cruz, en lo que se manifiesta el amor de Dios, como también se hace patente en el decreto de Ciro de repatriar a los hebreos para edificarle una casa en Jerusalén. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" Juan 3, 14. 

3. ¡Éste es, en síntesis, el significado del misterio de la redención del mundo! Hay que profundizar plenamente en el valor del gran don que el Padre nos ha hecho en Jesús. Es necesario que ante la mirada de nuestra alma se presente Cristo, el Cristo de Getsemaní, el Cristo flagelado, coronado de espinas, con la cruz a cuestas y, por último, crucificado. Cristo tomó sobre sí el peso de los pecados de todos los hombres, el peso de nuestros pecados, para que, en virtud de su sacrificio salvífico, pudiéramos reconciliarnos con Dios.

4. San Pablo vio, de modo singular, la fuerza de la cruz en el camino de Damasco. El Resucitado se le manifestó con todo el esplendor de su poder: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? -¿Quién eres, Señor? - Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9,4). Y después de haber experimentado con tanta fuerza el poder de la cruz de Cristo, exclama en la Carta a los Efesios, 2,4: "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo" y se dirige hoy a nosotros con una ardiente súplica: "Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios". E insiste en que esta gracia nos la ofrece Dios mismo, que nos dice hoy a nosotros: "En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé" (2 Co 6,2).

5. Pensando en la realidad de un hombre que muere por nosotros: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí", San Pablo (Gal 2,20) quedaba abrumado y extasiado. Si esta verdad que está en nuestra cabeza, llegara al corazón y experimentáramos el amor de Dios, nos dedicaríamos a las buenas obras que él determinó que practicásemos, por amor suyo y sin atrevernos a pasarle factura, como afirma la Nueva Doctora de la Iglesia, Santa Teresa del Niño Jesús: "Después de haber recibido tantas gracias, ¿no puedo cantar con el salmista "cuán bueno es el Señor, cuán eterna es su misericordia. Creo que si todos los hombres se dieran cuenta de tanto amor, nadie tendría miedo a Dios, sino que le amarían inmensamente; nadie cometería nunca ni un solo pecado, por amor y no por temor". Porque como escribe San Ireneo: "Dice Juan en el Apocalipsis: Era su voz como el estruendo de muchas aguas. Pues muchas son las aguas del Espíritu de Dios, porque rico y grande es el Padre".o son rescoldo de un incendio, que tiene en Dios su fuente y su plenitud. 

6. La Biblia nos dice cómo nos ama Dios en la imagen del amor paterno. El profeta Oseas, se compara a un padre, que enseña a su hijo a caminar, que lo acerca a su rostro y se inclina para darle de comer (Oseas 11, 1). El amor pa­terno es estímulo, y empuje. El padre quiere hacer crecer al hijo, empujándole a que de lo mejor de sí. Por esto, di­fícilmente un padre alabará en su presencia al hijo incondicionalmente, no sea que lo considere ya conseguido y no se es­fuerce más. Un rasgo del amor paterno es la corrección. «El Señor corrige a quien ama, como un padre al hijo predilecto» (Proverbios 3, 12). Pero, un verdadero padre no se pasa todo el tiempo corrigiendo y haciendo observaciones al hijo, pues terminaría por desanimarle. El padre es quien le da li­bertad y seguridad al hijo, que le hace sentirse protegido en la vida. Dios se presenta al hombre, como su «roca y su baluarte», «su fortaleza cercana siempre en las angustias».

7. Otras veces, Dios nos habla con la imagen del amor materno. Dice: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compade­cerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido» (lsaías 49,15).

El amor de una madre está hecho para proteger, para compadecer y dar ternura; es un amor «visceral» .Nace en las fibras más pro­fundas de su ser, allí donde su criatura se ha formado, e invade a toda la persona, haciéndola «estremecerse de compasión». Cualquier cosa, por terrible que haya hecho un hijo, se cambia; la pri­mera reacción de la madre es siempre la de abrirle los brazos y aco­gerle. Las madres son siempre un poco cómplices de los hijos y fre­cuentemente deben defenderlos e interceder por ellos ante el padre. Esto es lo que Dios siente por nosotros. «Mi corazón -dice- se conmueve dentro de mí, mi interior se estremece de compasión» (Oseas 11,8). Y: «Como una madre consuela a su hijo, así yo te consolaré» (lsaías 66,13). Dios es Omnipotente; pero, la Biblia nos habla también de la debilidad de Dios, de una impotencia suya. Es la «debilidad» ma­terna. Él debía castigar y destruir a su pueblo, que es infiel, pero no puede; sus vísceras maternales se lo impiden; él «se conmueve y cede a la compasión» (Jeremías 31,20). 

8. El hombre conoce por experiencia el amor esponsal, que es «fuerte como la muerte» y cuyos bríos «son ardores de fuego» (Cantar de los Cantares 8,6). Y también Dios nos dice que nos ama con amor apasionado. Todos los términos típicos del amor entre hombre y mujer, comprendido el término «seducción», son usados en la Biblia para describir el amor de Dios al hombre. El amor esponsal es fundamentalmente un amor de deseo y de elección. No se elige al propio padre o a la propia madre; pero, cada uno escoge al propio esposo o a la propia esposa. Un rasgo típico de este amor son los celos; y la Escritura afirma que nuestro Dios «es un Dios celoso». En los esposos terrenos los celos indican debilidad e inseguridad. El hombre celoso o la mujer celosa teme por sí mismo o por sí misma; tiene miedo de que otra persona más fuerte o más hermosa pueda robarle el corazón de quien ama. Dios no teme por su fidelidad que es eterna, sino por nuestra infidelidad. Y está también el amor de amistad y El nos ha dicho que ya no sois siervos, sino amigos, porque el amigo revela los secretos más íntimos a su amigo y Dios nos ha revelado por Cristo quién es el Padre y cómo y cuánto nos ama.

9. Hay, sabemos muy bien, la existencia de diversas clases de vida: Vida vegetal, como la que tiene un rosal; vida animal, como la de una golondrina; vida humana, en sus tres niveles: vegetativo, sensitivo e intelectual. Y la Vida divina. Vida eterna, vida total, completa y plena, feliz e inacabable, definitiva, que no significa solamente la salvación final, la vida después de la muerte, sino al mismo tiempo una vida de calidad divina de que goza el hombre ya en su existencia mortal. Es la vida del Espíritu, nuevo principio vital que se integra en el ser del hombre; la misma vida de Dios; por ser definitiva, ni su existencia ni sus frutos perecerán con la muerte. El momento inicial de esta vida ha sido formulado por Jesús como "nacer de nuevo del agua y el Espíritu".

10. Esa Vida es un don infinito del Amor de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo con el Espíritu Santo, comprada "no con oro o con plata, sino con su preciosa sangre, derramada por amor hacia vosotros" (1 Ped 1,18), para que tuviéramos vida en abundancia (Jn 10,10). Vida que se consigue con una mirada de fe a Cristo, con obras, como los israelitas a la serpiente de bronce en el desierto. Dios ofreció a los mordidos por las serpientes, que eran su justo castigo, el remedio en la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto, que era figura de Cristo en la cruz (Nm 21,9). Así vosotros: "Estáis salvados por su gracia y mediante la fe". La seducción de la gran serpiente en el paraíso (Gn 3,1), que es el diablo (Jn 8,44), introdujo el pecado en el mundo; pero la serpiente de bronce enarbolada por Moisés, aplasta la cabeza de aquella serpiente, como diezmó a los egipcios con las plagas, y salvó al pueblo elegido, que después de haber sufrido la corrección que les turbó un poco, recibieron la señal de la salvación, "pues quien la miraba quedaba salvado de su mordedura mortal" (Sab 16,7).

11. En un mundo lleno de serpientes que nos acechan y nos muerden y nos envenenan, Dios nos ha dejado, por su gran Amor, el remedio de la curación, de la salud y de la vida, en Cristo clavado y destrozado en la cruz, de cuyo pecho herido manan los sacramentos, teniendo en cuenta que no basta con mirar a Cristo, hay que seguirle.

9. Sería una tibia noche primaveral, próxima a la Pascua. Nicodemo, hombre principal, pero inquieto, vive lleno de dudas sobre la persona de Jesús, su doctrina y sus milagros, y quiere hablar con él, pero, por su condición, corría un riesgo, y le buscó de noche. Jesús le desconcierta: "Quien no nazca de arriba, del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va". Estarían en una terraza, donde se gozaba la suavidad del viento, hecho brisa. Jesús, con la maestría con que sitúa sus doctrina acomodada a la circunstancia le habla del soplo de la brisa y le anuncia el bautismo cristiano como confirmará San Pablo más tarde: "Cristo nos salvó mediante el baño de la regeneración y renovación en el Espíritu Santo" (Ti 3,8). Como Nicodemo no entiende estas palabras y quiere que Jesús le aclare más su sentido, recibe la lección de que no ha entendido la Escritura, que como doctor de la Ley debía saber interpretar místicamente, porque los profetas habían dicho que el Espíritu será enviado por Dios para regeneración de las almas. "Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida" (Jn 5,31). Así era la teología literal, teórica y poco interiorizada, de que vivían aquellos doctores de la ley y lo mismo nos ha pasado a nosotros y nos pasa todavía. Elucubraciones y teorías, interpretaciones y ensayos y escasa sabiduría. Simeón y Ana, apenas sin teología, supieron más del Niño-Verbo encarnado que Anás y Caifás, y que el mismo Nicodemo. Santa Teresa viene a decir que una viejecita puede darle sopas con honda al más encumbrado teólogo, lleno de humo y engreimiento.

10. Pero no basta con recibir el baño del agua y del Espíritu, hay que mirar también a Cristo en la cruz y seguirle, figurado en la serpiente levantada por Moisés en el desierto. La indisoluble unión del Antiguo Testamento con el nuevo, que ha sido la intención de la nueva liturgia, y que yo trato de seguir en mis homilías, es realizada por el mismo Cristo, al citar el capítulo 21,8 del libro de los Números.

12. “Junto a los canales de Babilonia”. Allí están exiliados los israelitas, junto a los campos regados por los canales procedentes de los ríos Tigris y Eufrates, tanto tiempo ya de dolorosa actualidad por la guerra en Irak. Como los israelitas en Babilonia, somos inducidos por el mundo de las serpientes, y heridos por ellas, a divertirnos y a divertirlos. Pero nosotros, como aquellos exiliados de Jerusalén, debemos colgar nuestras cítaras en los sauces de las orillas de los canales de Babilonia, ciudad pagana, desenmascarando los halagos y lisonjas, las falacias y los goces que la serpiente antigua nos presenta con tanta atracción y desenfado, y añorando el amor del Señor, cantar: "Que se me paralice la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de tí, Jerusalén, si no te pongo en la cumbre de mis alegrías" Salmo 136. Para acompañar el canto habían de tañer las cítaras, pero ellos las habían dejado colgadas en los sauces de la ribera de los canales de los ríos, y estaban dispuestos a que se les paralizara la mano derecha, para no tocarlas y la lengua para no cantar los cantos de alegría que sólo podían entonar en su tierra.

13. "El año que viene en Jerusalén", ha sido la añoranza invencible que, como un imán, ha seducido siempre a los hebreos, diseminados constantemente por tantas dispersiones, a costa de guerras y de vidas, de discordias y enemistades, hasta hoy. Aunque esa ciudad terrena soñada, es sólo como una prueba humana de su atractivo espiritual.

14. Debemos huir de las serpientes con prudencia, con oración y con cautela y discernimiento, porque el mal espíritu halaga, y el bueno muerde, a los que van de pecado mortal en pecado mortal. Pero si alguna vez sufrimos su mordedura, tengamos la sabiduría de acudir al contraveneno con rapidez para no dar tiempo ni lugar a que se encone la herida. Aceptemos con gratitud y alegría el bálsamo divino de la sangre de Jesús, que nos cura en el sacramento del perdón y de la misericordia. 

15. Así es como por la fe hacemos las obras de Dios, porque somos participación de El, y nuestras obras son suyas. Mirando a Cristo en la cruz con fe, obraremos la salvación del mundo con El, "que no ha venido a condenar sino a salvar al mundo". La Ley era para el hombre (Pablo desarrollará espléndidamente estas ideas. Véase, por ejemplo, Rom 7,7; Gál 3,23) una constante amenaza de castigo. Pero Dios no es, no quiere ser, una amenaza para los seres que más ama, para los hombres. Y por eso ha decidido revelarse y manifestar su gloria en el amor de aquel hombre que llevó su compromiso hasta la entrega de su propia vida. No es Dios quien ha de cambiar directamente la realidad, el hambre, el terrorismo, las guerras... Dios quiere cambiar al hombre para que dejándose poseer por Dios, Dios pueda por él y con él, cambiar al mundo. 

16. El mundo puede desechar la luz que viene de Cristo. "Los hombres prefirieron la tiniebla a la luz". La misión de la Iglesia es dar testimonio de la luz y orar incesantemente por los que la rechazan, para que todos tengan vida eterna, por Nuestro Señor Jesucristo, que quiere hacer presente su muerte y su resurrección por esos hombres a quienes tanto ama.