Domingo II de Pascua, Ciclo B

Jesús resucitado va en busca de sus ovejas

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

LA UNIDAD DE LA IGLESIA. EL PERDON DE LOS PECADOS. LA FE CONDICIONADA DE TOMAS, PARADIGMA DE NUESTRA TIMIDA FE EN LA RESURRECCION.

1."Donde hay dos o más reunidos, estoy yo en medio" (Mt 18,20). Estando reunidos en casa, tal vez en el Cenáculo... entró Jesús. Humano, pero con carne luminosa, vestido con túnica rozagante. Con su mano taladrada de luz, él mismo descubre la túnica para mostrarles la llaga de su costado, la que está junto al Corazón palpitante. Y mientras les sonríe con una gozosa aura celestial, les inunda de paz y de gozo. Su presencia adorable era un cielo, sus palabras tenían un acento divino que comunican vida. Les habla, les invita a palparle, para que comprueben que tiene carne y huesos, come con ellos...La comunidad es el ámbito de la presencia de Jesús. Sin comunidad no hay presencia. Así lo entendieron y practicaron los primeros cristianos: Vida común, todos unidos y concordes. Esto es lo que impresionaba y atraía a los judíos. Y esa comunidad, llevada a las consecuencias de compartir, ayudarse y ayudar. Así podía el Espíritu ir agregando nuevos brotes de olivo alrededor de la mesa del Señor. Pero Jesús en medio, no en un lateral; en medio de los problemas y dificultades, de los gozos y las tristezas, ayudando poderosamente, consolando amorosamente.

2."Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones" Hechos 2,42. Lucas nos describe la vida de una comunidad modélica, que forma su inteligencia y su corazón; que comparte sus bienes; que celebra la eucaristía; y que ora aún, al estilo de los judíos, incorporando a su oración el Padre nuestro, la oración del Señor. No han roto todavía con el templo de Jerusalén a donde acuden cada día todos unidos, aunque la fracción del pan la hacen en las casas, donde también se reúnen para comer. La característica anímica de la comunidad es la alegría y la alabanza a Dios, lo que en conjunto, hacía atractiva a la comunidad primitiva, acogedora y proselitista por su propio encanto cautivador.

3. “Los creyentes vivían todos unidos”. Han tenido muy en cuenta la oración de Jesús: “Te ruego, Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno” (Jn 17,11). Tanto por la propia naturaleza de una comunidad que empieza y la novedad y la necesidad de apoyarse mutuamente, porque se ven extraños en un mundo hostil, como por la eficacia de la oración de Jesús por su unidad, la unión de la primera comunidad aparece radiante y fascinadora. Están viviendo la luna de miel de la nueva fraternidad. Los primeros años de un matrimonio nuevo suelen ser deliciosos. Las pruebas llegarán después, cuando se pierda el encanto de la novedad, y lleguen las primeras fricciones y roces y surjan las primeras dificultades. Llegarán los tiempos de las divisiones, el desgaste de las instituciones, la rivalidad que surge de la misma naturaleza humana, y que se acentuarán con el paso de los siglos, porque el hombre es así, y en el mismo colegio apostólico ya hubo sus diferencias, de las que tenemos testimonio en el evangelio que nos cuenta la indignación de la mayoría ante la pretensión de la madre de los Zebedeos, que pedía para sus hijos los dos episcopados más importantes (Mt 20,21). Teniendo esto en cuenta se debería promocionar más la formación cristiana a todos los niveles, la convivencia fraterna y el trabajo en equipo familiar. Tenemos experiencia de la formación individualista fomentada por el egoísmo y la rivalidad: la competitividad. Oposiciones, concursos, certámenes, parroquias de 1ª categoría, de 2ª, de 3ª, y de ascenso, pasaron a la historia, pero ahí están todavía las raíces que, si se cubren con digitalina que “descarta los hombres de carácter, que han tenido mucho éxito y fecundidad, y se buscan administradores con la menor propensión posible a iniciativas y creatividad sustancial” (Louis Bouyer), el problema es más serio. Entre los científicos se ha impuesto en la investigación el método del equipo de trabajo. A veces, en lo eclesial permanece el estilo rival y no fraterno. Y esto no hace atractiva la unión, como la de la primera comunidad modelo que hoy nos presenta el libro de los Hechos. Y lo que es peor, no la hace más fructificante, sino todo lo contrario, declinante, y amortiguadora de las mejores iniciativas. Y ese primordialmente e indeclinablemente es el ministerio de los pastores. Animar, unir, estimular, estudiar las cualidades y carismas personales para hacerlos crecer, tratando uno a uno, soldando voluntades, conquistando corazones y no dividiendo con imprudencias e irreflexión, que puede repercutir en la disgregación del rebaño. De nada nos servirá enviar montones de circulares, aunque firmadas, anónimas, porque no sabemos quién es el autor, si no hay un contacto personal y directo, desinteresado y lleno de amor y cordialidad. De ahí la necesidad de que los pastores sean personas humanas y cristianas desarrolladas y maduras, que hayan penetrado el misterio de Cristo con toda sabiduría. Cuenta el Cardenal Lustiger, Arzobispo de París: “Yo conocía muy bien al Arzobispo Veuillot. Algunos le criticaban diciendo: cuando pasa Veuillot es como si dijera: <Yo, el obispo>”. Cuando le nombraron cardenal ví aparecer en él un punto de vanidad... Pero, en el momento de la agonía, murió de cáncer, estaba como purificado de todo aquello, y yo pensé: éste es el arzobispo que necesitamos, ahora está maduro; y precisamente ahora es cuando lo perdemos. Y entonces es cuando me decía: ”Puro, puro, puro; es preciso que todo sea puro: Hay que hacer una revolución espiritual. El Papa lo sabe, poca gente lo admite, pero eso es lo que necesita la Iglesia”.

4. En efecto, en el desierto de este mundo, somos llamados y elegidos para ser manantiales de unión, fuentes de amor, surtidores de agua viva de concordia y fraternidad, pozos de cordialidad. Pero mientras no estemos interiormente pacificados, los que se relacionen con nosotros no se sentirán cómodos y relajados. Si estamos poseídos de envidias y de resentimientos, de rencores y turbulencias que nos reconcomen y que mal disimulamos, saldrá herido el que contacte con nosotros. Y los que se morían de sed, en el sequedal de este mundo, seguirán sedientos. Y es un error creer que la sociedad se transformará en masa. Se predica en general y en lenguaje teórico y vaporoso para que todo sea socialmente ordenado. Se olvida que la reforma nunca es general y en totalidad, sino individual de persona en persona. Si queremos la unión, y la hemos de querer y buscar, hemos de comenzar por nuestro propio interior. Un alma que se pacifica, pacifica al mundo. La paz es el fruto del enorme trabajo que se hace allá dentro en lo escondido del corazón, decía el Beato Juan XXXIII. Un grado de negatividad neutralizado, es una descarga menos de adrenalina y electricidad negativa en el mundo. Imposible conseguirlo por nuestras fuerzas propias y escasas. Ha de intervenir la gracia, que no se consigue sin oración. Mientras no haya más oración en la Iglesia y más espíritu interior, el mundo campará a sus anchas por los caminos de la guerra y del odio, de la rebeldía y de la insolidaridad. Y de la destrucción. Seguirá cruzando de mar a mar la estela maligna y devastadora de Caín. ¿Quiero decir que necesitamos ser santos? Exactamente eso. Sobran ejecutivos y faltan orantes e intercesores, que viven lo que dicen. Es el precio más caro, pero el único solvente.

5. La primera comunidad permanecía en estado de oración como queda resumido en el Salmo 117: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, que ha exaltado la piedra desechada por los arquitectos, convertida ya en piedra angular”. El salmo 117, con el que se cierra el Hallel, o colección de salmos de alabanza, cantado también por Jesús y sus discípulos en la última Cena, es un himno de alabanza y acción de gracias por las manifestaciones de ayuda de Dios a su pueblo, con gratitud del pueblo que sabe que la misericordia del Señor nunca le ha dejado. Liberación de la esclavitud de Egipto, que convierten al pueblo de Israel en piedra angular, la que en el vértice del arco, sostiene toda la construcción. Todo obra de su mano diestra liberadora, poderosa, sublime. Los cristianos, herederos del pueblo de Israel, lo centramos todo en la resurrección del Señor y la nuestra, como obra portentosa del Señor, realizada hoy: "Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo". “Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo” (1ª Ped 1,22). Jesús había enarbolado la bandera de la Resurrección y la vida como programa de vida, que nosotros debemos retomar en un mundo que avanza entre muertos, y se decanta hacia la cultura de la muerte.

 

6. "Y entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros" Juan 20,19. El signo de la presencia de Jesús era y es la PAZ. Alegría y gozo, que alejaban la tristeza y la turbación. La paz. Es aterrador el dato vivido hace unos años: La violación de las mujeres bosnias por los serbios, más que la vejación de las mujeres, tiene como objetivo engendrar el odio entre las madres y los hijos fruto de esas violaciones: Les decían: <Tu hijo te sacará los ojos>. Desde el 11 de septiembre del año 2001 estamos viviendo días aciagos. Y en estos mismo días se está repitiendo con igual atrocidad la masacre y el genocidio execrable, sin que nadie escuche las palabras del anciano santo que llama a la paz, mientras se va cayendo a pedazos, clamando la paz en Israel y lamentándose de que parece que en el mundo se está gritando ¡guerra a la paz!, mientras él recorre su propio doloroso viacrucis. Una mirada atenta al mundo nos permite percibir su clamor por la presencia de Jesús, con su Paz. Pero no sabe dónde puede encontrar esa Paz. La ciencia es capaz de instalar 30 satélites en cadena para percibir el movimiento de un barco a miles de kilómetros, y localizar el coche desaparecido con un error de sólo 5 metros, pero es incapaz de organizar los mecanismos de un solo corazón. En medio de odio tan fiero y concentrado, de tantos conflictos y dolor, de tanta venganza e injusticia, esta sociedad no tiene sensibilidad para discernir que Cristo es su salvación. No sabe dialogar la paz sin las pistolas encima de la mesa. Si al desierto le fallan los oasis y al sequedal las fuentes, ¿quien podrá darle vida y sombra? Perecerá. Se destruirá. Cristo da la paz a sus discípulos y se inundan de consuelo y gozo: “Nadie podrá quitaros la alegría” (Jn 16, 32). La resurrección de Jesús no sólo se transforma en el corazón de los discípulos, en una certeza que insobornablemente pregonarán hasta su muerte, sino en una fiesta permanente.

7. Primero les dio la paz y “dicho esto, exhaló el aliento sobre ellos y les dijo: <Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados>”. Y con su Espíritu les comunicó su propia vida, les curó, les santificó, les vivificó, les pacificó y les unió. Con su soplo, simbolizó que les comunicaba la vida de Dios para perdonar los pecados, como se la insufló a Adán en el paraíso. Es el fin principal de Cristo, Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, como obstáculo que impide que el Reino de Dios entre en el mundo. Mientras reine el pecado, no puede vivir Dios. Los que quieren convertir a la Iglesia en una institución social benéfica, en una ONG más, no han penetrado en su vida mistérica. Ignoran que la Iglesia es un misterio. La Iglesia ha recibido la misión de prolongar a Cristo con sus poderes sacramentales, quitando los pecados y dando la vida de Dios, que incluye la filiación divina, la amistad de Dios, la fraternidad con Jesús y la herencia eterna y gloriosa, “incorruptible, pura e imperecera”. “Si somos hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo” (Rm 8,17). No podemos hacer algo más grande que quitar los pecados por la fuerza del Espíritu Santo. Proclamémoslo y practiquémoslo.

8. Es evidente que entre los discípulos de Cristo se manifiestan temperamentos y talantes diferentes: Junto a la intuición de Juan, y el corazón de María Magdalena, se da la impetuosidad y espontaneidad de palabra, a la vez que la lentitud de comprensión de Pedro. Y el escepticismo terco, positivista y rudo de Tomás: "Si no veo, si no meto los dedos en los agujeros de los clavos, si no meto mi mano en el costado, no lo creo"... Todos aman a Jesús y unos a otros se complementan entre sí y entre todos construyen la Iglesia, si son humildes y saben escucharse mutuamente y recibir lo que cada cual aporta, poniendo su propio carácter y carisma al servicio de la comunidad. También la incredulidad de Tomás, que en realidad niega para obtener las pruebas que ardientemente desea, va a prestar un servicio a la Iglesia y, sobre todo, a los que se niegan a creer y pueden acusar de excesivamente crédulos e inocentes a los apóstoles que han creido. A Tomás no le pueden echar en cara que haya sido fácil. El era un hombre de corazón decidido y arriesgado. Era el que había animado a los discípulos a ir a Judea con Jesús y morir con él, cuando sus condiscípulos le disuadían porque le habían querido apedrear allí (Lc 11,16), pero se niega a creerles y no sólo no acepta su testimonio, sino que exige ver sus llagas y tocarlas. Nuestras dudas nebulosas de fe en la resurrección de Cristo y en la nuestra, reciben con las suyas, confirmación y luz. Allí tenía presentes Tomás, y todos sus hermanos, las santas llagas de Cristo, y ante ellas, resplandecientes, se sintieron arder. “Dentro de tus llagas escóndeme!”.

9. La incredulidad inicial de Tomás motiva la afirmación de Jesús por la que sabemos que lo que a nosotros nos hace dichosos es creer sin haber visto: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Bienaventuranza que le corresponde a toda la comunidad creyente al aceptar por tradición ininterrumpida la fe en la Resurrección que le transmitieron los testigos elegidos para ese ministerio: “No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él” Pedro 1,3. Esa fe y esa esperanza viva de la gloria futura es la que nos anima y llena de alegría en medio de las dificultades, pruebas diversas y tentaciones de esta vida, como nos dice San Pedro en su carta, que, por duras que sean, serán breves y pasajeras, porque “todo se pasa” como “una mala noche en una mala posada” (Santa Teresa).

10. Reunidos nosotros celebrando la Eucaristía, ofrezcamos la ceguera del mundo para que Cristo la ilumine; el odio entre los hombres, para que él lo convierta en amor; el sufrimiento de los seres inocentes, para que él lo consuele. Abramos nuestro corazón para que en él quepa todo el dolor y toda la esperanza del mundo. Y aprestémonos a trabajar para difundir su luz y su amor y su paz, que ha de comenzar desde nuestro propio interior.

11. Hagamos saber al mundo que ha construido la ciudad al margen de la piedra angular, que Cristo es la piedra que han desechado los arquitectos, y que sólo rectificando está a tiempo de encontrar la alegría y el gozo verdaderos. "Porque el Señor es su fuerza y su energía y su salvación" Salmo 117.