Domingo II Tiempo Ordinario, Ciclo C

Las bodas de Cristo con la Iglesia

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. Ante el maravilloso espectáculo de la iluminación de Jerusalén en la fiesta de los Tabernáculos, Isaías, que no está dispuesto a callar por amor de Sión hasta conseguir que Jerusalén brille como una antorcha inmensa, explica que ese brillo luminoso, ha de ser el esplendor de su santidad, que la convertirá en una ciudad nueva, a la que el Señor hasta el nombre le cambiará. La llamarán "Mi favorita" y "Desposada". "Como un joven se casa con su novia, así se desposa contigo el que te construyó, y encuentra en tí la alegría que el marido encuentra con su esposa" Isaías 62,1. Bellamente canta San Juan de la Cruz:

                     "Entrado se ha la esposa

                      en el ameno huerto deseado

                      y a su sabor reposa

                      el cuello reclinado

                      sobre los dulces brazos del Amado"

¿No es fabuloso y alucinante que Dios "encuentre sus delicias estando con los hijos de los hombres"? (Prv 8,31). Isaías deja también entrever que las palabras del profeta tienen la capacidad de contribuir y acelerar el brillo de la ciudad. Son palabras de Dios. Palabras eficaces por sí mismas. Tomemos nota los que tenemos en nuestra boca las palabras.

2. Se dirige Isaías literalmente a Israel. Pero es también la Iglesia, todo el pueblo de Dios, prolongación de Israel, la que se siente concernida por el cariño del Señor. Toda la humanidad, llamada a ser integrada en el pueblo de Dios, puede hacer suyas estas calificaciones. Y cada persona puede sentirse dichosamente aludida. Yo no estoy abandonado por Dios. Al contrario, soy su favorito y desposado con él, que encuentra en mí la misma alegría que el esposo tiene en su esposa.

3. Ante la manifestación tan asombrosa de Dios, el salmista, que no puede contener su gozo, invita a "contar a todos los pueblos las maravillas del Señor, y a "toda la tierra a que cante un cántico nuevo", y a "las familias de los pueblos a que aclamen al Señor" Salmo 95. Hagamos coro nosotros también con él.

4. Pero lo que de verdad nos llena de júbilo es que Dios, para poder realizar de una manera visible las bodas con los hombres, se haga hombre, y Jesucristo consuma en la cruz esa unión esponsal. La conversión del agua en vino en las bodas de Caná es el anticipo de la "hora" del sacrificio de Jesús, cuando derramará su sangre, como arras de la Alianza Nueva, que Dios paga por su esposa: "Habéis sido comprados no con precio de oro ni de plata, sino con la sangre preciosa del Cordero sin defecto y sin mancha" (1 Pe 1,19).

5. Juan ha observado de cerca la escena y ha contado las tinajas: seis; se ha fijado en el material, y ha visto que eran de piedra. Y antes ha contado los días en que está actuando Jesús desde que él lo conoce, y resultan siete, como los días de la creación: Todo está indicando que Jesús está creando un mundo nuevo, que como el primero, será creado en siete días: Estos son los siete días de la creación del mundo nuevo: El día en que Juan Bautista dice que "en medio de vosotros hay uno que no conocéis"; otro día siguiente, cuando Jesús fue bautizado por Juan; otro día siguiente, cuando Juan lo anunció como Cordero de Dios y otro el día siguiente de llamar Pedro a Simón; y los tres días después, cuando hubo una boda Juan 2,1. Total siete días, una semana. Los siete días del relato de la creación que utiliza el autor del Génesis son el modelo de la creación nueva de Jesús. "Sin él no se ha hecho nada". Todo ha sido hecho por el Verbo.

6. También cuenta Juan, excelente observador, el número de las tinajas, que eran seis, que bíblicamente es un tiempo imperfecto, porque el perfecto y completo era el siete, lo que no se adecua con la calidad de las tinajas de piedra, y no de barro, calidad apta por perfecta, para la purificación ritual, pero incapaz de producir la purificación sobrenatural. Por ser seis, era imperfecto el número; y por ser de piedra, era perfecta la calidad. Luego esas seis tinajas de piedra, material precioso, han de ser utilizadas para una purificación perfecta.

7. Resumen: Los judíos se purifican ritualmente en el agua contenida en tinajas de barro, que por su deleznabilidad indican que su purificación ritual no consigue llegar al corazón, porque su agua no es viva. Sólo la sangre de Cristo, más preciosa que el oro (1 Pe 1,18), limpiará sus pecados, nuestros pecados. Y derramada abundantísimamente: el signo de tal abundancia viene marcado por la capacidad notable de las tinajas: más de quinientos litros. También la excelencia del vino, que supera la del agua, habla de la gracia abundante: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). El Esposo Cristo con el total derramamiento de su sangre borrará sobreabundantemente nuestros pecados.

8.  Jesús quiere estar presente en una boda y quiere bendecir su alegría, que brota del signo de la boda, por el que Isaías ha roto a cantar: la unión de Dios con la humanidad, de Cristo con su Iglesia. Y que nace de la fecundidad del amor, porque el amor que se entrega - todo amor es entrega total -, y si no es entrega no es amor, sino egoismo, es fecundo. Por el contrario el egoismo es estéril voluntariamente, ciega la fuente de la vida, se niega a ser creador. El esposo se entrega a la esposa como Cristo a la Iglesia, y así es el matrimonio gran sacramento. El matrimonio es un contrato bilateral de entrega personal mutua que se convierte en sacramento para el cristiano. Ese contrato es el signo que produce la gracia misteriosa del amor del Redentor quien, al inmolarse en la cruz, santificó a la Iglesia y la compró para él (Ef 5). El consentimiento matrimonial del católico ante la autoridad civil no constituye verdadero matrimonio, sino concubinato registrado civilmente.

9. Con Jesús estaba también allí la madre de Jesús. Ella observó que empezaba a faltar el vino, lo que corría el riesgo de converirse en un motivo de vergüenza para los dos esposos durante toda su vida. María hace presión sobre el Hijo para que haga el milagro. Jesús hace rellenar seis tinajas de agua y las convierte en un vino mejor que el primero Lo que Jesús quiere decirnos al participar en una fiesta de bodas, es su voluntad de honrar con su presencia las bodas entre un hombre y una mujer, que son una cosa hermosa, querida por el Creador y bendecida por él. Pero ha querido también enseñarnos algo más, mucho más. Con su venida al mundo, se realizaban las bodas con la humanidad, prometidas por los profetas con el nombre de «nueva y eterna alianza». Muchas veces había hablado Dios de su amor a la humanidad a través del icono del amor nupcial. En Caná se encuentran el símbolo y la realidad: las bodas entre dos jóvenes ofrecen la oportunidad de hablarnos de otro esposo, El, Cristo y de otra Esposa, la Iglesia. Las bodas humanas son el símbolo de las bodas espirituales de Dios con la humanidad y a la vez, sirven de modelo para las bodas humanas.

10. Si queremos descubrir cómo deben ser las relaciones en el matrimonio entre el hombre y la mujer, debemos prestar atención a lo que hacen Cristo y la Iglesia. (Ef 5,25). "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó y se entregó a sí mísmo por ella". No sólo Cristo ama a la Iglesia sino que “su amor es celoso y delicado” (2 Cor 11,2). Y, así debiera ser el de todo esposo. Se dan los celos morbosos, signo de debilidad y de falta de confianza.Pero hay también celos buenos, que son lo contrario de la indiferencia, “quien no  tiene celos es que no ama”, dice San Agustín. Jesús, se ha entregado a sí mismo para que su esposa, la Iglesia, sea resplandeciente «sin mancha ni arruga, y sea santa e inmaculada». Un esposo puede quitar las arrugas a la propia mujer, porque hay arrugas producidas por el desamor, el desinterés, o la soledad. La esposa que se siente importante para el esposo no tiene arrugas o, si las tiene, son diferentes y acrecientan su belleza. Las mujeres deben aprender de su modelo, la Iglesia, dotada de hermosura únicamente para su esposo, Cristo, no para agradar a los demás. La esposa enamorada de su esposo, no se cansa de dirigirle alabanzas, como hace la Iglesia con su Esposo todo el día. Las novias y a las esposas deben considerar que el amor y la admiración por el novio o el marido es tan importante para ellos, que resulta lo que más cuenta en el mundo. Por eso sería grave no decirle nunca una palabra de estímulo, de aprecio de su trabajo, de su capacidad organizativa, de su valentía, de su dedicación a la familia. Deben preocuparse por lo que escribe si es un escritor, por lo que crea, si es un artista. El amor se nutre de amor.

11. El modelo divino recuerda a los esposos: la fidelidad. Dios, a pesar de todo, es fiel: El profeta Oseas describe las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel con la imagen de un matrimonio en crisis. El pueblo es infiel, se ha entregado a los ídolos; ha vuelto las espaldas a Dios. Dios amenaza, desahoga su ira, grita a los hijos con palabras muy humanas»:  Pleitead a vuestra madre, pleitead, porque ya no es mi mujer, y yo no soy su marido! ¡Que salga de sus prostituciones” (Os 2,4). Pero, después, decide cambiar él, olvida lo pasado y reconquista a la esposa a fuerza de amor. Le ofrece emprender juntos, ellos dos solos, un largo viaje para volver a comenzarlo desde el principio, como una nueva luna de miel. "Por eso voy a seducirla; voy a lIevarla al desierto y le hablaré ella responderá alli como en los días de su juventud" (Os 2,16). El factor principal de la ruptura de los matrimonios es la infidelidad. Se traiciona porque el matrimonio está muerto; y se ha comenzado a traicionar, en un primer momento tal vez sólo en el corazón.

12. El papel de la Madre de Jesús. Así como María estará al pie de la cruz, cuando llegue la hora, que en el evangelio de Juan, es la hora del sacrificio : "no ha llegado mi hora", también en las bodas de Caná está presente actuando como medianera del milagro adelantando la hora con su intercesión, del signo de la sangre. Una y otra vez, desangrándose en la cruz atormentado, Jesús no la llamará "madre", sino "mujer", como nueva Eva que está al lado del nuevo Adán, engendrando a los hombres nuevos. Y como la "mujer", que hiere en la cabeza a la serpiente del Génesis (Gn 3,15). La solicitud de María por los hombres dimana de su maternidad divina, que en Caná es introducida por Cristo en el radio de acción de su poder salvífico.

13. Las bodas, como el pan en la multiplicación de los panes, son signos de la eucaristía, del Cuerpo y Sangre derramada en la cruz. María se puso entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus necesidades, carencias y sufrimientos, no como una extraña, sino como madre, que tiene el derecho de presentar a su Hijo los problemas de los hombres, hijos también suyos. Lo que no sabían aquellos nuevos y jóvenes esposos es que su amor estaba simbolizando las bodas de Dios con la humanidad y su amor eterno y fiel. Y ni ellos ni los invitados festivos pudieron intuir que aquel vino se convertiría en sangre, que nos purificaría para prepararnos a las bodas eternas, donde se consumará este matrimonio y se realizará esta unión, que nos hará tan felices a nosotros y que hará las delicias de Dios.

14. "Cantad a todos los pueblos las maravillas del Señor". Con razón hoy nos encontramos con este salmo musical que nos invita al jolgolrio del baile y a tomar parte en el corro de la danza como si estuviéramos en la fiesta de aquellas bodas en Caná, cuando el agua en presencia de su Creador enrojeció convertida en vino, como don del Espíritu profusamente repartido. Siete dones y sus frutos con lo que las virtudes resaltan más resplandecientes y facilitadas y dulcificadas. Sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza, temor de Dios. Prudencia y sensatez madura, justicia suave y variada, fortaleza del martirio del "quotidie morior", templanza de la sobriedad y de la castidad insigne y de la virginidad de azucena radiante, cuya austeridad viene endulzada por los frutos del Espíritu. Cuando el alma corresponde dócilmente a la mo­ción del Espíritu Santo, produce actos ex­quisitos de virtud que pueden compararse a los frutos sazonados de un árbol.

15. Los frutos se distinguen de los dones como el fruto se dis­tingue de la rama y el efecto de la causa. Y se distinguen también de las bienaventuranzas evangélicas, que son más perfectas y acabadas que los frutos. Los frutos son contrarios a las obras de la carne, ya que ésta tiende a los bienes sensibles, que son inferiores al hombre, mientras que el Espíritu Santo nos mueve a lo que está por encima de nosotros. La Vulgata  enu­mera doce frutos: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad (Gál 5,22). Pero, en el texto paulino original, sólo se citan nueve: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabili­dad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Según Santo Tomas, los frutos del Espíritu Santo son todos aquellos actos virtuosos en los que el alma halla consolación espiritual. En cuanto a las virtudes de que ha de estar revestido el hombre nuevo, San Pablo enumera, pero insiste de modo especial en la caridad a la que llama «vínculo de la perfec­ción», ya que sin la caridad nada valen en orden a la vida eterna. Y con los Dones y frutos, la diversidad de los carismas, según le place, para el bien común, que hoy pone de relieve San Pablo en la segunda lectura 1 Cor 13,1-13 y renacidos en el ambiente de la Renovación Carismática.

16. Lo que estamos celebrando ahora en la Eucaristía son las Bodas de Cristo con su Iglesia, anticipando la unión de las Bodas Eternas. A continuación Cristo será pan partido para que lo comamos y nos guarde para la vida eterna. Cristo muerto, significado en las especies de pan y vino separadas. Cristo resucitado, simbolizado en la partícula de pan que mezclaremos con la sangre. Si la separación de la sangre y el cuerpo constituyen la muerte, la mezcla de la sangre en el cuerpo, constituyen también la resurrección. A la que todos los hombres estamos llamados por el inmenso Padre que tanto nos ama.