Domingo II de Cuaresma, Ciclo B

Isaac vivo, y Jesús resucitado

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

1. "Coge a tu hijo único, a tu querido Isaac, vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré" Génesis 22,1. Abraham es anciano ya. Se ha pasado la vida esperando un hijo, prometido por el Señor. Ha tardado tanto en llegar Isaac...Largos años, interminables días, tristezas desoladas y amargas de Sara, contrato con Agar, la egipcia, fuente de tanto sufrimiento familiar, se multiplican los rebaños, todo ¿para qué? Al fin, llegó el suspirado hijo, Isaac deseado y bienamado. A la vejez, Isaac alegra los días. Abraham ha rejuvenecido. El niño es hermoso, crece vigoroso. Todos están con él. Gozan todos con él.

2. Y de pronto, inesperadamente, la voz que siempre prometía esperanzas, tierras, descendientes numerosos como las estrellas y como las arenas de la playa, esa voz amiga de Abraham, se ha vuelto hostil. Lo que menos esperaba Abram, era la orden tremenda que va a escuchar: "Ofréceme a tu hijo Isaac en sacrificio". Hoy, que no lo comprendemos, nos interrogamos: ¿Cómo pudo caber en la cabeza de Abraham el mandato de Dios de matar a su hijo? Tenemos una ventaja frente al mismo Abrahán, pues sabemos que se trata de una prueba: “Dios quiso probar a Abraham...”. Aparte de eso, los dioses de la región exigían sacrificios humanos, especialmente del primogénito. Abraam veía cómo en Canaán se sacrificaban niños primogénitos en holocausto a Molok (2 Re 3,27), culto sádico y macabro infiltrado también en Israel, aunque la Ley de Moisés lo prohibía terminantemente y lo condenaba severamente. Dios quiere que Abram abandone los dioses que exigen la muerte de sus hijos y crea en el Dios que no acepta sacrificios humanos porque es el Dios de la Vida. La fe y la obediencia en este Dios le piden a Abrahán ganar su vida y la de los demás, una vida multiplicada como las estrellas del cielo...Para Abrahán, sin embargo, la orden de Dios no debió resultarle extraña, sino contradictoria, pues se le pide la vida del hijo de la promesa. Se trata de una prueba formativa. ¿Qué es lo que realmente quiere Dios? -Señor, mi Señor, ¿qué me pides? Tú sabes cuánto amo a Isaac, cuántas lágrimas me ha costado, cuántos años lo estoy deseando: es dulce, es muy bueno y complaciente, él es el cumplimiento de lo que tantas veces me has prometido, Señor, ¿no lo recuerdas? Llevaré a Sara a la desesperación, tal vez a la locura. Muy duro es lo que me pides. Y yo no lo entiendo. No se para qué ni por qué me exiges este sacrificio tan cruel, que hará bajar mi corazón al sepulcro, sumido en inconsolable tristeza y soledad. Pero lo pides tú, yo me entrego a tí, se que eres infinitamente bueno, y voy a complacerte. Cumpliré lo que me mandas sin entender por qué lo mandas. Sacrificaré a Isaac querido, si esa es tu voluntad. Abraham creía que la promesa no podía fallar, pero que la omnipotencia de Dios podía hacer renacer de las cenizas a su hijo inmolado: "Dios era poderoso para resucitarlo de entre los muertos" (He 11,19, de la misma manera que lo había hecho nacer en el seno muerto de Sara (Rm 4,19).

3. Lector, detente. Abraham es la figura de Dios Padre que determina que muera Isaac, que es la figura de Jesús Amado, que ha subido al monte cargado con la leña (la cruz) para el holocausto. Mientras Abraham, detenido por un ángel, no llegó a inmolar a Isaac, Dios “no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros” (Rom 8,32), simbolizado en el “cordero” enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el cordero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo”. Abraham recupera a su hijo en el momento en que está por sacrificarlo; Jesús, el Hijo de Dios, después de atravesar la ignominiosa muerte en la cruz, resucita glorioso y vive eternamente: “Cristo Jesús ha muerto, más aún, ha resucitado y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros” (Rom 8,34) El Padre había estado entrenando años y años a Abraham, purificándolo con pruebas para que desempeñase el papel del sacrificio supremo a la perfección. Y Abraham va a responder. No va a matar a su hijo, sino a engendrarlo en una dimensión nueva. La seguridad de su futuro, un futuro con su hijo, sigue fundándose en Dios. Su lógica no es la de retener para tener, sino la de crear una relación nueva que le haga ser más. Para él retener es inferior modo de posesión que el esperar. No va a ser el hijo que ha engendrado Abraham el que le hará padre de un gran pueblo, sino el hijo que le nazca como regalo de Dios a su actitud obediente. Este nuevo nacido será el mismo Isaac, pero en una dimensión nueva, que puede ser el principio del pueblo de la promesa, pueblo de Dios, porque Abraham reconoce la propiedad de Dios sobre Isaac, por encima de su relación de padre. Abraham no tiene que sacrificar al hijo de su carne; tiene que ordenarlo al hijo de su fe. En Isaac vivo, hijo de la fe, está el hijo de la carne agrandado en dimensión infinita. Este es el hijo de la promesa, el que salva a Abraham porque no se lo reservó. La actitud del patriarca es creadora del pueblo de Dios en el mundo. Abraham está para su hijo y para su pueblo en la relación que nace de la total confianza en Dios. Se funda en la humana, pero ésta es agrandada por aquella.

4. "Ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar encima de la leña. Abraham tomó el cuchillo... -"¡Abraham!, no alargues tu mano contra tu hijo. Ya he comprobado que respetas a Dios, porque no me has negado a tu hijo, tu hijo único". Tampoco tú, Padre mío, has perdonado la vida de tu Hijo, tu Hijo amado, tu Hijo único.

5. ¿Qué misterio se esconde en el abismo de ese sacrificio? El abismo del amor, del Padre Dios a la humanidad, y de Abraham a Dios. Isaac quedó con vida, la misma que antes de haber sido puesto en el altar tenía.

6. "Cogió Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y subió con ellos a una montaña alta y apartada. Allí se transfiguró delante de ellos: sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador" Marcos 9,2. Marcos, imaginativo en los colores, describe el color brillante de los vestidos de Jesús. Sólo Mateo describe "su rostro que brilló como el sol" (17,2). Quedó Isaac vivo en Moria, en el Tabor, Jesús, transfigurado como en la Resurrección. Lo necesitaban aquellos discípulos que, acababan de escuchar que Jesús tenía que ser ejecutado, y se habían llenado de ensombrecida tristeza con esa profecía. Y lo necesitaba la Iglesia entera, débil, enferma, que no ha alcanzado aún la madurez de la fe de Abraham. Necesitamos alcanzar en la contemplación una chispa de esa transfiguración para seguir caminando.

7 El acontecimiento de la Transfiguración nos da la clave de lo que tuvo que ver y sentir Abraham antes de decidirse a sacrificar a su hijo. El texto del Génesis no sólo nos dice lo bueno que era Abraham (Dios no acepta a los que se dejan timar), sino también las garantías recibidas que hacían más razonable, (no racional), el obsequio de su fe. La fe no es una decisión razonada, pero eso no excluye la lógica, ni los razonamientos. Jesús está a punto de ser crucificado. No está mandado que él muera, sino que obedezca. Y porque obedece, los hombres le matan. Jesús prepara a los suyos porque lo van a necesitar. Y les dice: “Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios con fuerza”. El reino de Dios conocerá un impulso extraordinario en aquella misma generación, debido a la entrada de los paganos en el Reino después de la destrucción de Jerusalén; llegará con fuerza de vida para la humanidad. Se inaugurará una nueva etapa histórica. Ante la violenta reacción de Pedro, portavoz del grupo de discípulos, a la predicción sobre el destino del Hijo del hombre, Jesús quiere convencerlos, de que aceptar la muerte por procurar a los hombres vida y plenitud humana no significa el fracaso del hombre y de su proyecto vital, sino que asegura el éxito definitivo de la existencia. “A los seis días Jesús se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los hizo subir a un monte alto, aparte, a ellos solos, y se transfiguró delante de ellos”... Eran los tres discípulos más representativos y los que ofrecen mayor resistencia al mensaje; quiere mostrarles el estado final del Hombre, que, con su entrega, ha superado la muerte. La escena anticipa lo que será la condición de resucitado. Hay que dar garantías a la fe. Por eso se transfigura. El creyente es el que sabe obedecer a Dios, obediencia que los hombres hacemos difícil. Si creemos poco es porque vemos poco. Y si vemos poco es porque no subimos donde Dios manifiesta la gloria de la obediencia. La diferencia que hay entre los santos y nosotros no está en la pasta de que están hechos, sino en la capacidad de subir con Dios y ver su gloria, en hacer cuaresma.

8. Se explica que Pedro quiera quedarse en el Tabor, como si hubiera alcanzado ya el descanso. A pesar de la catequesis de Jesús, incluso extraordinaria, sigue entendiendo mejor la cristología triunfalista que la del Hijo del hombre. Pero el Padre ha señalado la ruta: "Este es mi Hijo, mi amado, escuchadlo". El seguidor de Cristo no ha de vivir en el monte trasfigurado sino en la hondura del valle anodino o en la llanura luchando con los eternos problemas, en contacto con los hombres a quienes hay que comunicar las propias experiencias de Dios en la fe, en fidelidad y servicio hasta la muerte, para entrar después en su gloria. Seguir a Jesús no es quietud en el monte sino actividad en el llano, movimiento y lucha y voces que gritan consignas divergentes. Entre ellas hay que distinguir y hacer prevalecer la del Señor, Maestro a quien se debe escuchar. Subir al Tabor o bajar del Tabor, eso es la vida. Son necesarias las horas de escuchar la voz de Dios, para poder transmitir la palabra infalible entre las opiniones humanas. Pedro no sabía lo que decía cuando pasaba a la recompensa sin haber hecho el servicio. Esa es también nuestra tentación. En el seguimiento del Señor se alternan los días radiantes con las noches oscuras, pero cuando la luz del Tabor ilumina los rincones oscuros de la existencia nada es absurdo, todo se convierte en luz. El episodio del Tabor nos dice que la fe es bella, que creer es hermoso. Dios es belleza increada, los vestidos de Jesús resplandecen más que todo el colorido humano, y cerca de él se está bien. Jesús es el Hijo querido del Padre y maestro universal de todos los hombres. El Padre nos manda: "Escucharle", porque su palabra ilumina los senderos oscuros de la existencia hasta la gloria de la resurrección. "Escuchadle". Las religiones orientales no han sufrido persecuciones, y siempre han gozado de paz porque carecen de mensaje; son técnicas de relajamiento, distensión, autocontrol o evasión, pero no tienen nada que comunicar. La fe cristiana es comunicación de un mensaje y hay que bajar de la montaña donde se ha escuchado, y comunicarlo en el cotidiano vivir poblado de pruebas, de tentaciones, y de preocupaciones. Por eso, "al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos". La contemplación y la espera de la gloria debe urgirnos a proclamar el evangelio de Jesús, que es al que hay que escuchar y el que debe guiar la vida de los creyentes.

9. El es el Hijo, a quien el Padre no ha perdonado, sino que "aunque al Señor le cuesta mucho la muerte de sus fieles" Salmo 115, lo entregó a la muerte por nosotros Romanos 8,31. Por eso, Jesús, con su palabra y con su sangre nos libra de la esclavitud y de la muerte. A El la gloria por los siglos.

10 Vamos a hacer la renovación de ese acto de amor que es la muerte del Señor en medio de nuestra asamblea. Jesús vivo e inmolado estará sobre el ara del altar, como estuvo en la cruz, aunque de modo incruento. Pero es la misma víctima que la del Calvario, y el mismo sacerdote, a quien hoy yo represento, que ofrece y se ofrece, y conmigo todos los fieles, el sacrificio del Señor y el nuestro propio. Aportemos todos nuestras luchas y temores, nuestros pecados y deseos, nuestra vida y nuestro trabajo y unámoslo a la víctima sacrosanta que nos salva al comerla en la comunión.