Domingo II de Adviento, Ciclo C

Cristo viene a traernos la alegría

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. "Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas que Dios te da" Baruc 5,1. El profeta Baruc, en un vuelo profético sublime, que no estaba ni física ni moralmente tan empapada de poesía y ensoñación, remontando la realidad histórica de la repatriación de Israel capitaneado por el gobernador Zorobabel, y cantando la superación de todas sus pruebas y dificultades, alcanza una de las cimas más altas de la revelación del Antiguo Testamento, en la misma perspectiva de Isaías 52,1. Las galas perpetuas, el manto de la justicia con que se ha de vestir Jerusalén cuando el Señor realice en ella su designio de amor, la diadema de gloria perpetua con que coronará su cabeza ante los pueblos, son los signos externos de su transformación con la que se va a manifestar ante todos los pueblos que viven bajo el cielo.

2. Pero no sólo le cambia el vestido y su aspecto externo, sino que su acción penetra a su ser más íntimo, al que le da un nombre nuevo: "paz en la justicia, gloria en la piedad". Nombres que definen la dimensión nueva de los hombres del mundo nuevo, de santidad, pacificación y gracia. Con esos nombres quedan constituidos los hombres, que viven en plenitud la esencia de su personalidad, en hombres perfectamente relacionados entre sí con justicia, que da a cada uno lo suyo, y que se relacionan con la paz y con la armonía singular con que viven los ciudadanos del cielo, que gozan con el bien de todos y de cada uno, fruto del amor tan limpio, desinteresado y puro, que reina entre todos ellos. A la vez que se relacionan con Dios, por la piedad. Y como Dios es todo en todos (1 Cor 15,28), su presencia y su gloria se hará visible y patente.

3. La transformación que Baruc ha visto y bellamente ha proclamado apunta al reino mesiánico, y se va a realizar ya en Jesús y por Jesús, a quien Juan prepara el camino predicando "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" Lucas 3,1. Cuando "vino sobre él la Palabra de Dios en el desierto", da un enorme viraje la historia. Se abre una nueva era. Por eso Lucas, como que se trata de un acontecimiento tan trascendente, lo data al estilo de los historiadores, con su hito miliar: "El año quince del emperador Tiberio, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, Herodes virrey de Galilea, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás".

4 San Juan de la Cruz enseñará que la purificación de los sentidos y de las pasiones y del espíritu, es previa a la unión con Dios; a la alegría de las bienaventuranzas, dirá Jesús. Juan pide un esfuerzo personal, la conversión de los corazones, que todo el Antiguo Testamento había intentado lograr sin conseguirlo. Jesús, que viene como "Cordero de Dios a quitar el pecado del mundo" (Jn 1,29), es el único que otorgará por su Espíritu, merecido por el derramamiento de su sangre como verdadero Cordero degollado, el perdón de los pecados. Y con él, la paz. La singularidad y el privilegio de Juan sobre los profetas anteriores está en que aquéllos veían y anunciaban al Mesías futuro y Juan lo profetiza presente: “Este es el Cordero de Dios”. Ya está allí. Lo pueden ver. Lo pueden tocar. Lo pueden oir. También nosotros tenemos ya ese privilegio, ¿lo aprovechamos? Los sacramentos, la comunidad de los hermanos...

5. Está en el ambiente que nuestro mundo ha perdido el sentido del pecado. Pero la existencia de la realidad daña, auque se pierda su sentido. Aunque uno no tenga sentido de la dietética, si come y come sin discreción, engorda peligrosamente, porque la ingesta no consumida es tóxica. La drogadicción, la adicción al sexo o al juego y todas las otras, la petulancia de creerse los mejores, las montañas de orgullo en que se encaraman tantos pigmeos, ¿no tendrán en su base la pérdida del sentido del pecado? Si el hombre se crea las leyes y él mismo las deshace en un pleno relativismo y subjetivismo sin una norma objetiva ética y moral, el hombre mismo, queriendo y creyendo ser libre, se hace desgraciado y termina por destruirse. Ha comenzado el miedo. La familiaridad y la confianza con Dios se han transformado en miedo y desconfianza. Y, aunque es imposible huir de la presencia de Dios, Adán dijo después de su pecado: “Tuve miedo, por eso me escondí”.

6. Con el pecado se pierde la alegría y la incorrupción, porque el pecado es muerte: "Moriréis" (Gn 2,17), y la muerte es descalabro, descomposición, náusea y hedor, disolución y tristeza. Cuesta confesar el fracaso y la derrota y el hombre y la mujer van lanzando balones fuera, hasta llegar a la serpiente, buscando culpables. ¿No es ese ya un olor de muerte? Y cuando Abel cayó tras el primer asesinato, ¿no huía Caín, errante y fugitivo? (Gn 4,14).

7. Sólo el homicida está capacitado para sentir el remordimiento del asesino. Sólo el murmurador, sólo el que cierra su corazón al pobre, o el que roba y no paga sus deudas, tiene experiencia de lo que pasa por su corazón. De momento, ha sentido la satisfacción de su pasión, de su apetito satisfecho, pero ¿y después? Se sienta o no se sienta el pecado, sea mortal, venial o falta leve, es siempre un veneno. Para sentir ese malestar, no por masoquismo, sino por sana reconocimiento de la realidad en orden a la conversión del corazón, escuchamos la palabra, y examinamos la conciencia, para detectar la espina que nos duele ¿No está nuestro mundo necesitado de la curación de Dios? "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

8. Pues precisamente a esto viene Jesús. A quitarnos el pecado que nos hace infelices, porque él nos quiere felices y llenos de gloria y de hermosura. Por eso, "porque el Señor ha estado grande con nosotros quitándonos el pecado, pagando él el precio de la muerte en cruz, la boca se nos llena de risas, la lengua de cantares" Salmo 125.

9. "Esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores" Filipenses 1,4. El Apóstol nos habla de amor y de valores. El primer valor el amor, de ahí derivarán todos los otros valores: la valentía, la decisión, la generosidad, la veracidad, el sacrificio, la superación de la rutina, de la negligencia, de las asperezas y de la búsqueda de los otros valores que nos hagan salir del camino trillado y poco conquistador, rutinario y obsoleto, que nos deja quietos sin mayores inquietudes, y con la tranquilidad de no correr riesgos.

10. “Crecer para apreciar los valores”. Cuando Juan XXIII confió a su Secretario Monseñor Capovilla el plan de la convocatoria del Concilio, fue rechazado por éste: "Aún no te has despojado de ti mismo, te preocupa demasiado de que los demás pongan buena cara impidiendo que no se cumpla la empresa que el Señor sugiere o impone, y para la que pide nuestros servicios, con un abandono total en sus manos. Sólo cuando hayas puesto tu propio yo bajo los pies serás un hombre libre", fue la respuesta del Papa.

11. Juan Pablo II, buscando la mismo, será más positivo: Ante una sociedad que no percibe el mensaje de la Iglesia de manera positiva, Juan Pablo II ha reconocido que la Iglesia necesita obispos de una intensa relación con Cristo. Lo ha asegurado al recibir a un grupo de obispos franceses y a sus colaboradores de la Curia romana en Roma. En el mundo actual» «vuestra misión se ha hecho sin lugar a dudas más compleja y más delicada, en particular a causa de la crisis que tenéis que seguir afrontando». «Se caracteriza por la fragilidad espiritual y pastoral y por el clima social en el que los valores cristianos y la misma imagen de la Iglesia no son percibidos de manera positiva», reconoció. Se trata de una sociedad, añadió, en la que «reina con frecuencia una visión moral subjetivista y laxista». Los obispos tienen que afrontar esta situación en momentos en que se da una disminución de los sacerdotes y de las personas consagradas. «Independientemente de las circunstancias apostólicas», lo más importante es que los obispos estén animados en su ministerio por «la esperanza de Cristo». Para ello, «estad atentos a vuestra propia vida espiritual, arraigando vuestro ministerio en una intensa relación con Cristo, en la meditación prolongada de la Escritura y en una intensa vida sacramental». «De este modo, podréis comunicar a los fieles el deseo de vivir en unión íntima con Dios, para que afirmen su fe, de manera que juntos podáis proponer la fe a vuestros conciudadanos». «Toda misión se basa en esta relación privilegiada con el Señor».

12. Como, sin duda, se puede ser socialmente moderno siguiendo la corriente del parecer antes que el ser en busca de la imagen, a la vez que conciliarmente anacrónico, yendo a la raíz del evangelio, hemos de invocar al Espíritu Santo para que con María obre en la Iglesia la acción grande y maravillosa de Dios, que culmina con el sacrificio de la cruz de su Hijo y en los sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía, que estamos preparando, y que él nos regala para que "lleguemos al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios".