Domingo III de Cuaresma, Ciclo C

Hoy el éxodo y la liberación es la conversión.

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1 "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, que mana leche y miel" Exodo 3, 1. Todo esto que ha visto Dios y le duele, tiene una connotación especial que le compromete: aquellos sufrimientos, entre los cuales, ver arrojados al Nilo a los niños hebreos, hijos de Isaac, atentaban contra la promesa a Abraham. Dios es fiel y va a sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Cuando Moisés salió de Egipto, se refugió en Madián, donde se casó con una hija del sacerdote Jetró. Un día llegó con el rebaño a Sinaí, vio una zarza que ardía sin consumirse y se acercó. El Señor le habló: "<Moisés, Moisés>. Yo soy el Dios de tus padres, de Abraham, Isaac y Jacob". “Dile al Faraón que deje libre a mi pueblo”. Es el canto amargo y lastimero de los esclavos cuyo eco reproduce con fuerza el negro espiritual.

2. Moisés pide credenciales. El Señor se identifica como Yavé, el que es, nombre que revela su ser y su acción para librar al pueblo de su esclavitud. Soy el que demostraré que soy con lo que voy a hacer: liberación, plagas, hijos de los primogénitos de los egipcios muertos, mar Rojo, desierto, maná, agua de la roca, codornices... Como Dios, que nos conoce por nuestro nombre, que escucha siempre, a quien se le conmueven las entrañas cuando nos ve sufrir, que se compadece y está presente a nuestro mundo y actúa liberando, le duele el mundo. Y pudiendo liberar él solo, elige a Moisés, y siempre se servirá de instrumentos que le acompañen en su obrar, librar, salvar. 

3. Por eso hoy también sigue eligiendo mediadores: que prediquen la palabra, que oren e intercedan, que curen a las víctimas del odio y de la ceguera, que se empeñen en construir un mundo mejor, más justo, más benigno, más humano. Envía a hombres y mujeres a aquellos lugares donde hace falta cariño, entrega, generosidad y perdón. Hay que estar a la escucha porque el Señor no quiere que los hombres se confinen y limiten en el círculo afín o familiar. El amor dilata el corazón y mueve a más y mayor entrega.

4. El Señor viene a librar a los hombres de su esclavitud, de todas las esclavitudes, comenzando por la del pecado, que está en la raiz de todas las demás, porque "es compasivo y misericordioso y perdona todas nuestras culpas, lento a la cólera y rico en clemencia. Su bondad es más alta que el cielo, y nos cubre con infinita ternura" Salmo 102.

5. Los muertos aplastados por la torre o asesinados por Herodes no lo fueron porque eran más pecadores: "Si no os convertís, todos pereceréis" Lucas 13, 1. Las desgracias naturales no son castigos de Dios. Dios no es un juez que sanciona de inmediato los actos de los hombres en esta vida. No se puede deducir que quien las sufre las sufre por sus pecados. El sida, las guerras, el hambre, la sequía, los incendios forestales, los terremotos, los naufragios, los desbordaamientos de los ríos, no son castigos de Dios; unas veces son provocados por los mismos hombres, como el asesinato de los galileos que estaban ofreciendo sacrificios en el templo y Pilato mezcló su sangre con la de los sacrificios; o por el odio tribal entre etnias enemigas; otras, son fenómenos de la naturaleza, que ocurren como efectos de sus leyes, violadas a veces criminalmente. Unos y otros son permitidos por Dios por un bien superior, que desconocemos. 

6. Las catátrofes nos están indicando que estamos cada día corriendo riesgos imprevistos, en los que la muerte nos puede asaltar de repente. Por eso Jesús nos avisa que es necesario que nos convirtamos, que cambiemos la ruta, que hagamos marcha atrás, que volvamos sobre nuestros pasos. No quiere que nos quedemos lamentando las desgracias que cada día nos sirven los medios de comunicación. Convirtámonos nosotros y mejorará el mundo. Una célula viva sana, vivifica el organismo; si está enferma, lo deteriora. Es más fácil calzarse unas zapatillas de paño, que alfombrar toda la tierra de moqueta. En medio de la oscuridad de un campo de fútbol, alguien, en vez de lamentarse y chillar protestando, encendió una cerilla. A la cerilla encendida, siguieron otra y otra... y miles... y el estadio quedó iluminado. La conversión es cosa personal. La gracia actúa, pero tiene que ser acogida con docilidad. No basta el éxodo; no es suficiente la liberación objetiva. Todos aquellos israelitas salieron de Egipo, todos fueron liberados, pero no todos llegaron a la tierra prometido. La mayoría quedaron para siempre en el desierto. No todos los bautizados por el hecho de haber sido liberados del pecado objetivamente, entrarán en la patria prometida si no hacen el éxito espiritual del pecado. El Señor quiere que todos los liberados objetivamente lo sean también personalmente. El Señor quiere que todos los hombres se salven. Pero esto sólo es posible por la conversión del corazón.

7. Todavía es tiempo de conversión. La parábola de la higuera que está tres años sin dar fruto, nos remite a la paciencia de Dios, que sigue prodigándole cuidados un año más, esperando los frutos de penitencia. El espera ver la liberación de ese árbol, y él mismo pondrá los medios, más gracias, más palabra, más amor, para conseguir su libertad, como la de su pueblo esclavizado en Egipto. Cada uno debe ayudar a que esos cuidados intensivos ejercidos por la paciencia de Dios, por la misericordia de la Iglesia y por la caridad de los hermanos, consigan que la higuera pase de la esterilidad a dar frutos abundantes. 

8. "Nuestros antepasados estuvieron todos bajo la nube, y todos atravesaron el mar, y en la nube y en el mar, recibieron todos un bautismo que los vinculaba a Moisés. Todos comieron el mismo alimento profético y todos bebieron la misma bebida profética, y la mayoría no agradó a Dios" 1 Corintios 10,1. Inutilizaron la comida y la bebida, que era Cristo, maná y agua viva brotada de la roca. Cuidados por Dios, no dieron el fruto que esperaba de ellos. 

9. Esto, que "sucedió para que aprendiéramos nosotros", nos puede ocurrir igual, si no damos el giro copernicano que quizá está necesitando nuestra vida mediocre. Comida y bebida no nos faltan. Estamos escuchando la palabra salvadora. Y vamos a consagrar y a repartir el pan y el vino, que actualiza nuestra redención. Nadie podrá decir que el dueño de la higuera la abandona. Está ahí actuando ahora mismo y esperando, porque su amor es eterno y su misericordia sin fin (Sal 137,8). En la vida futura se hará realidad lo que vamos a recibir en el sacramento de la eucaristía.