Domingo III de Adviento, Ciclo C

Estad siempre alegres

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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1. "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén" Sofonías 3,14. Así clama el profeta Sofonías, que ve el futuro ya como presente por la fuerza de la convicción y garantía divina inspirante, al pueblo para que se alegre, pero de todo corazón, porque el Señor, que le ha librado de sus enemigos, está en medio de él. Vive con él, con eficacia de guerrero que lucha, defiende y salva. La fuerza de esta profecía radica en que afirma la presencia de Dios en medio de su pueblo como rey. Los enemigos de Israel en sentido literal, eran los pueblos que le habían vencido y deportado. Para el Israel teológico, los enemigos son el pecado y la muerte. Son los últimos en ser vencidos por Jesucristo. Oir hoy el canto de júbilo del profeta, es perder el miedo a todo, incluso a la muerte que va a ser vencida: "No he de morir, yo viviré, para cantar las hazañas del Señor" (Sal 117,17).

            2. Pero el motivo mayor de esa alegría desbordante es la seguridad de que el Señor está "en medio de tí, Jerusalén, y se goza y se complace en tí". Con esa fe profundizada el pueblo cristiano, llamado a la santidad, se siente confortado. No son palabras vacías y sin sentido, sino realidades muy vivas y existenciales. La presencia de la Trinidad en el cristiano, es suficiente como para no tener miedo de ningún enemigo, ni de ningún contratiempo ni adversidad.

            3. Isaías en el salmo, ve el júbilo de su pueblo, en la presencia del Señor en medio de él. De él espera "sacar aguas de salvación con gozo", en él estriba su confianza y su seguridad, en "su fuerza y en su poder está su salvación" Isaías 12.

            4. Cuando Lucas quiera expresar su fe en Jesús como Dios que se aproxima hecho hombre en medio de nosotros, se acordará de Sofonías y reproducirá sus palabras en los labios del arcángel: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo... Vas a concebir un hijo, que será Hijo del Altísimo"(Lc 1,28). La "hija de Sión" nueva es la madre del Señor, a quien el ángel le dice justamente que "no tema", porque el Señor está con ella. Está "en medio" de ella. El nuevo Israel está personificado en María, la Madre de Jesús, madre también de la Iglesia, Jerusalén nueva, que sabe que el Señor está en medio de ella, hecho niño minúsculo que crece en su seno de madre jovencísima.

            5. Pero para que el reino de Jesús que viene esté dentro de vosotros, siguiendo la narración de Lucas del domingo anterior, llega a preparar su llegada "Juan por toda la región del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados", con palabras de Isaías: "Preparad el camino del Señor" Lucas 3,10. El Bautismo de Juan previo a la llegada del reino, es un bautismo de penitencia y de arrepentimiento de los pecados, que va unido internamente a la exigencia de un cambio muy profundo, que sitúa a los hombres ante el juicio de Dios, y exige una renovación definitiva. Es un juicio que supera todos los ritualismos fariseos y toda la pureza legal del tiempo de Juan y de todos los tiempos. Hay que demostrar la conversión con las obras: "Haced frutos dignos de penitencia". "Haced rectos sus senderos". Producid los frutos que corresponden al arrepentimiento.

            6. Y cuando la gente pregunta a Juan: "¿Qué hemos de hacer?", lo mismo que harán los judíos a Pedro el día de Pentecostés, responde Juan concretando: Compartid con vuestros hermanos la comida y el vestido. Les descubre la solidaridad. Nadie debe tener y guardar sólo para sí mismo; nadie puede llamarse dueño verdadero de lo que le sobra, y ni siquiera de lo suyo. Mirad a los que están a vuestro lado como hermanos para ayudarles a crecer. No los miréis como competidores, porque cuando en el hermano se ve a un rival, no es posible la alegría. Eso es convertirse: poner al servicio de los hermanos lo que tengo y lo que soy. Conversión que es posible y extensiva a todos los hombres, ocupen el cargo que ocupen. Los banqueros, que eran los publicanos, los hombres del dinero, reciben también su programa: practicad la justicia. "No exijáis más de lo establecido y justo". A los militares, que representan el poder del emperador, les contestó: No abuséis de la ley, no os aprovechéis en contra del pueblo de vuestra situación privilegiada, del poder y de la fuerza que poseéis. Ponedlo todo al servicio del prójimo.

            7. No estamos aún en el Reino de Jesús, estamos todavía en el Antiguo Testamento, pero sin la justicia interhumana, no se puede entender ni entrar en el Reino de la justicia y santidad del cristianismo, que pertenecen a la Palabra y al Bautismo de Cristo.

            8. La gente muy conmocionada por aquel predicador, se pregunta si "será el Mesías". Responde él: "Yo os bautizo con agua". El bautismo con agua es la preparación del hombre que se dispone para la llegada de Dios. "Viene el que puede más que yo, que os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Se acerca a nosotros con la fuerza transformante del perdón y de la gracia. La palabra del reino de Jesús, su Espíritu y su amor, no han destruído la exigencia de renovación y de justicia de los profetas de Israel, sino que la han llevado a su más hondo cumplimiento. Está naciendo un mundo nuevo, una civilización de la justicia, necesaria para una sociedad de amor. Es "la obra del Señor en medio de tí, Jerusalén".

        9  Por eso Pablo, nos invita reiteradamente a la alegría: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estád alegres. Que todo el mundo vea vuestra alegría porque "el Señor está cerca" Filipenses 4,4. Con sabiduría hemos de saber leer los signos. La fe nos capcita para captar ondas desconocidas y descubrir al Dios oculto en el corazón de nuestra historia. Dios no está en las nubes, ni lejos, está aquí, en lo más ínti­mo de mi corazón: El es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el aliento de mi aliento, aunque no interfiere en mi propio nivel: Dios no se encuentra en nuestra misma longitud de onda, no entra en competencia con el mundo. Se encuentra en una profundidad excesiva para ello. Sin embargo, su acción le traiciona a través de los mil indicios de su pre­sencia: Dios nos hace señas. Nos revela a través de relámpagos, a través de intermitencias que está aquí, semejante a un volcán que, periódicamente manifiesta el fuego que arde en su interior. En apariencia, el volcán está apagado y su lava fría. Los teólogos de la muerte de Dios han intentado hacer creer que Dios era un volcán apagado, pero lo único que han conseguido es morir ellos mismos.

10. "Mi Padre hasta el presente sigue trabajando, y yo también trabajo" (Jn 5,17). El Espíritu no es un convidado de piedra. Siempre está activo, con una actividad silenciosa y poderosa, pero a veces nos hace señas y, a medida que nos iniciamos en la lectura de los signos de Dios, nos deslumbra su presencia multiforme. Él nos conoce, viene con nosotros, nos ama hasta en el último detalle de nuestra vida. Natanael debajo de la higuera y el hombre del cántaro que guió a los apóstoles al cenáculo, siguen siendo imágenes vivas de este amor atento. Dios sabe esconderse, como el sol que en el nublado atraviesa de vez en cuando las nubes. Hay que estar atentos a la lectura de los signos. Hay que aprender a leer entre líneas en el libro que escribe con nosotros. El hombre de fe capta al Dios que está en lo más íntimo de nuestra vida. No nos dábamos cuenta de que Dios estaba aquí, y nosotros lo ignorábamos. La mayor de las sorpresas será descubrir un día a plena luz la gloria de Dios, el amor resplandeciente que envuelve y nos ama de un modo tan imperceptible.

11. La fe es como un sentido nuevo, como la ciencia de los indicios. Con ella ocurre algo parecido a las novelas policíaca. El detective necesita una atención despierta, un olfato perspicaz. Un guante o unas colillas de cigarro, una puerta entreabierta o mal cerrada, un vaso de wisky derramado, y hasta un pelo rubio o moreno, le dan una pista. Hay una ciencia de los indicios que interviene tanto en la caza como en la guerra, lo mismo que en la psicología humana: existe un don de leer en la otra persona que se llama intuición y casi visión doble. Es posible comprender en niveles muy diferentes a la misma persona, el mismo libro, o la misma obra de teatro. Los mensajes que debemos descodificar son múltiples, y también los códigos. La fe es como una clave, como un código. Y cuando lo poseemos es una maravilla ver todo lo que se descubre. El código de Dios se encierra en una sola palabra: Amor.

12. Intentemos emplear esta clave de lectura. Quizá chirriará la puerta, pues hay cerraduras que chirrían, porque si Dios es Amor, ¿cómo explicar tanto mal en el mundo? Yo no explico el misterio del mal, pero tampoco renuncio a poner en práctica la clave. Un rayo luminoso basta para descubrir el sol, aunque esté cubierto por las nubes y caiga granizo. Sé que está ahí. ¿Por qué Dios no es un sol triunfante, y el mundo una Costa del Sol? Yo no lo se; ni intento saberlo: algo ha debido de pasar. No lo explico. Lo único que sé es que no tengo derecho a dudar del bien a cau­sa del mal. Y si el bien está aquí, Dios se encuentra en el corazón de todo lo que es luz, verdad, amor. Esto basta, añadir más sería la visión beatífica.

13. A nosotros no nos pertenece comprenderlo todo, sino abrirnos a todo lo que deje ver la presencia de Dios. La fe nos hace señas de que Él está aquí, detrás de tal casualidad, de este encuentro, de tal amigo, de aquella palabra, de esta coincidencia, de estas lágrimas, de este contratiempo, de esta alegría que llega en el momento oportuno, o de este correo electrónico inesperado y gratificante. Dios va tejiendo nuestra vida, todos los hilos de esta vida, y su mano sabe la razón de que los hilos se crucen en todos los sentidos. La fe es: apertura, escucha, acogida. Si pudié­ramos atravesar la barrera del sonido y oir la Voz del Señor, si fuéramos capaces de atravesar con la mirada la noche cerrada y oscura y ver en ella las estrellas, seríamos personas alegres.

14.  La alegría no es pues, algo que viene de fuera. Se es feliz desde dentro, no desde el último coche de moda. Sólo Dios puede darnos la alegría, porque sólo con su fuerza, puede el hombre romper sus cadenas de egoísmo y de ansia de poder y de placer. Sin Dios y sin sus fuerzas que vienen a nosotros por la oración, las buenas obras y los sacramentos, no nos extrañemos de todo lo que pueden hacer de injusto los hombres: corrupción, sobornos, terrorismo, asesinatos y genocidios, narcotráfico y escándalo en todos los órdenes.

15. Sólo desde Dios, rota la injusticia y vestidos con el traje del amor, accedemos al banquete nupcial de la alegría en la Eucaristía, donde radica la fuerza para poder vivir en el amor, del cual cantará San Juan de la Cruz: "Hace tal obra el amor - después que lo conocí, - que si hay bien o mal en mí - todo lo hace de un sabor - y al alma transforma en sí".