Domingo III de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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  • "ESTAD SIEMPRE ALEGRES".
  • LOS CIEGOS VEN, LOS SORDOS OYEN, LOS LEPROSOS QUEDAN LIMPIOS.
  • JESÚS ASEGURA QUE CON EL HAN LLEGADO LOS TIEMPOS MESIÁNICOS, ANUNCIADOS POR ISAÍAS.
  • JUAN BAUTISTA NO TIENE, COMO SUS DISCÍPULOS, ENVIDIA DE JESÚS. SI DE LA ENVIDIA PASAMOS LOS CRISTIANOS A LA CARIDAD, EL SEÑOR HABRÁ HECHO UNA OBRA MAYOR QUE ABRIR LOS OJOS A LOS CIEGOS.
1. Es Pablo quien nos exhorta a la alegría en su carta a los Filipenses: "Estad siempre en el Señor, y os lo vuelvo a decir, alegraos, porque el Señor está cerca". Las convulsiones de la sociedad, las hecatombes de la naturaleza anuncian la venida gloriosa del Señor ante todos nosotros, la Parusía. Los cataclismos son el traqueteo del tren, el acoplamiento del convoy a punto de dar a luz un mundo nuevo, un orden nuevo, una sociedad nueva, donde no habrá muerte ni dolor ni lágrimas. Sobre las ruinas de la bomba atómica sobre Nagasaki e Hiroshima han nacido dos ciudades modernas. Del grano de trigo podrido en el surco ha nacido una espiga. Del gusano de seda muerto, ha nacido una mariposa. La bola de fuego que fue la tierra tras el big-bang, engendró los ríos, los montes y las praderas. Así de un mundo en que reina el odio nacerá un mundo nuevo de amor. Un mundo de verdad y de gracia, de paz y de alegría. "Alegraos, el Señor esta cerca". Esta cerca el momento del encuentro definitivo de cada uno de nosotros con el Señor. Muchos de los que hemos querido ya han llegado. El momento está cerca, el glorioso momento de conocer al Señor cara a cara, de ver la luz de su rostro. De contemplar la sonrisa cariñosa del Señor sobre nosotros, que hará estallar la luz del Señor que ya llevamos escondida dentro en nuestro corazón, que manifestará que somos hijos del Señor, después de tantas noches oscuras. Será el momento dichoso en que nos invadirá la vida eterna que llevamos encerrada en nuestro ser, y que esperamos y anhelamos. "El que cree en Mí tiene vida eterna". "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna". El Señor esta cerca, muy cerca de cada uno de nosotros. ¡"Ven, Señor Jesús"!. ¡Maranhata!.
2. Asolado constantemente por la guerra, el pueblo de Israel ha conocido derrota tras derrota. Jerusalén ha sido destruida, el Templo profanado, y el pueblo deportado a Babilonia, condenado a trabajos forzados. Isaías medita y ora, escucha a Dios, e inspirado y excitado por El, invita al pueblo, desalentado y herido, a que se ponga en camino en busca de su Dios Salvador. El libro de la Consolación es una vigorosa predicación de esperanza: ¡Vendrá un tiempo de felicidad total, en el que Dios salvará a su pueblo! Como el Profeta es poeta, sus versos están llenos de imágenes. Saldrán desde Babilonia hacia Jerusalén, como los hebreos que salieron de Egipto. Revivirán el Éxodo. Atravesarán el desierto. Y sus ojos verán con asombro la transformación de la naturaleza: El desierto florecido, semejará una flor de narciso. Será tan verde como el Líbano, tan hermoso como el Carmelo, tan oloroso y perfumado como el Sarón. A la belleza del paisaje, añade Isaías, personificando el desierto, el sentimiento de alegría de las personas que vivan esa glorificación. Pero siempre hay gente desalentada, a quien hay que estimular. Las personas mayores dicen: Ya no tenemos fuerzas para emprender el viaje. Estamos ya enganchados a la adicción, que forma una segunda naturaleza en nosotros. Ella es la que nos domina, aunque sabemos que, cuando la hayamos satisfecho, nos dará dolor. Pero no podemos vivir sin ella. Es lo que le ocurría a San Agustín: “Me atormentaba en mi cautividad en gran parte y con vehemencia la costumbre de saciar mi insaciable concupiscencia” (Confesiones, VI,12,22). Y el Profeta les enardece: "Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes, sed fuertes, no temáis" Isaías 35, 1.

3. La visión de Isaías, se está cumpliendo ya hoy en Jesús, según nos dice Mateo: A Juan le llegaban noticias en la cárcel, de la predicación y de los milagros de Jesús, y se alegraba. En el evangelio de Juan que complementa las noticias que del Bautista nos ofrece Mateo, se manifiesta el gran desprendimiento del Bautista: Había señalado ante sus seguidores a Jesús: “He ahí el Cordero de Dios. Lo oyeron dos discípulos y siguieron a Jesús” (Jn 1,36). Y sigue Juan en el capítulo 3,26: Los discípulos de Juan le dijeron, envidiosos, a su maestro: Jesús bautiza y todos acuden a él. Y Juan contestó: “Yo no soy el Mesías, yo no soy el esposo, sino el amigo del esposo. Pero el amigo del esposo, que está a su lado y lo oye, se alegra mucho con la voz del esposo. Así que mi gozo es completo. El debe crecer y yo menguar”. 

4. Dicen que el pecado nacional de España es la envidia. Y resulta que casi nunca el que tiene envidia se da cuenta de que la tiene, o no lo quiere reconocer, porque es un vicio muy poco elegante. Con facilidad se reconocen otros vicios más groseros, y se tiene a gala tenerlos, y hasta se alardea de tenerlos, pero hay mayor resistencia a confesar la envidia, porque indica ruindad de ánimo y mezquindad. A mí siempre me pareció imposible que los de arriba envidiaran a los inferiores, pero cuando leí a Unamuno, lo empecé a creer. Dice Unamuno que la envidia, parece mentira, se encuentra más entre los triunfadores. Se entiende con facilidad que el segundo envidie al de arriba. Pero se comprende menos que el de arriba envidie al de abajo. O el superior al inferior. Y si se observa bien, se comprueba que sucede así. ¿Por qué? Porque el que está arriba no está seguro de que haya alcanzado ese puesto con justicia; probablemente, casi siempre ha habido chanchullos. De ahí que secretamente tema que se descubra la menor capacidad y, que le desasosiegue la suplantación, en efectivo, o en comparación, (el caso del rey Herodes); consiguientemente, que la inseguridad produzca envidia. Que, a su vez, engendra tristeza de la prosperidad de los demás. Por otra parte, la sociedad está organizada en forma de competición, por cuya razón el otro es considerado como jugador del equipo contrincante. Y de la envidia se pasa al resentimiento, y a encontrar siempre el “pero”. Si, pero... La envidia pretende que la medida de los demás sea inferior a la mía, hasta llegar a la degeneración de la raza. “El brillo sólo el mío”. 

5. El envidioso no encuentra compensación en su pecado. Todos los vicios tiene su compensación placentera. La envidia, no, sino todo lo contrario. Siempre está desabrida, triste, macilenta. Es el pecado “amarillo”, que se ceba antes en las propias entrañas que en la fama del vecino. “La envidia abrasa el corazón, seca las carnes, fatiga el entendimiento, roba la paz de la conciencia, hace tristes los días de la vida, y destierra del alma todo contentamiento y alegría” (Fray Luís de Granada). “Vi y observé a un niño envidioso; todavía no hablaba y ya miraba lívido y con rostro ceñudo a su hermanito de leche” (San Agustín). “La envidia es la caries de los huesos” (Prov 14,30. Siempre recelosa. Hasta en el terreno sobrenatural de las vocaciones. Se mira todo a nivel humano de competencia. Me quitarán las que tengo, me disputarán las que quiero conseguir. En la vida de San Juan de la Cruz, cuya fiesta celebramos ayer, y en la de tantos santos y hombres eminentes, brota fatalmente, como una serpiente negra, la envidia, ese bicho viscoso que todo lo corrompe y emponzoña. El tributo que la mediocridad paga al genio. Tributo tan propio de sociedades muy jerarquizadas, que por añadidura, carecen de las preocupaciones vitales de familia que sostener, hijos que educar, convivencia combativa que soportar, empresa que hacer crecer y sin un amor acendrado a Cristo exigente que hay que alimentar. Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura, que vivía en este país de envidiosos donde parece que hay que pedir perdón si te ha tocado una pizca de talento en el reparto, escribía: ¿Te acuerdas de lo que decía Jardiel?: «La gente te perdona que seas rico con tal de que seas tonto; que seas inteligente con tal de que estés muerto de hambre. Pero si eres rico, e inteligente más te vale ir pregonando a los cuatro vientos que tienes úlcera de estómago».

6. En la Escritura podemos encontrar resonantes historias de envidia y sus consecuencias, desde el diablo en el paraíso, la de Caín contra Abel, la de los hermanos de José, la de Saúl contra David, y la de los jefes religiosos contra Cristo. “Si un hombre reuniera la hermosura de Absalón, la fuerzas de Sansón, la sabiduría de Salomón, las riquezas de Creso, la elocuencia de Homero, la fortuna de Julio César, la vida de Augusto, la justicia de Trajano y el estilo de Cicerón, téngase por seguro que no será de gracias tan dotado, cuanto será por los envidiosos perseguido” (Antonio de Guevara). Fray Luís de León, dejó escritos en la pared de la cárcel, unos versos, universalmente conocidos: “Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado; / dichoso el humilde estado / del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado, / y con pobre mesa y casa / en el campo deleitoso, / con solo Dios se compasa / y a solas su vida pasa, / ni envidiado ni envidioso”.

7. Apenas se comienza una obra de Dios, se moviliza en contra la envidia. Los que menos ayudan, y más la dificultan, son los que más debieran ayudar y hacer espaldas: La historia nos dice, que Teresa de Jesús, de quien más tuvo que sufrir fue de los obispos: Arzobispo de Burgos, y de Sevilla, entre otros, y no digamos de los superiores de su propia Orden. 

8. En Juan no hay ni pizca de envidia. Según Aristóteles la envidia se da entre iguales. Juan es un profeta, habla en nombre de Dios, su tema es la religión. Llega Jesús, que es el Hombre de Dios, cuyo tema es la religión. Cuando empiece a predicar y a hacer milagros, los hombres que manejaban la religión: los sacerdotes, los sanedritas y rabinos, no sólo no se pondrán de su parte y le ayudarán, sino que le perseguirán hasta crucificarle. ¡Qué diferente la conducta de Juan! 

9. Por eso su alegría es constante. Juan se alegra de las obras de Jesús. Y, aunque siempre es doloroso que le dejen a uno sus propios discípulos, no impide que Juan y Andrés, se vayan con el Cordero de Dios profetizado... Quiere darles oportunidad a sus discípulos de que le sigan. Ama de veras. Los envidiosos no aman, se aman a sí mismos, o a su institución. Los amigos verdaderos buscan el bien para sus amigos, y les ayudan a alcanzar el triunfo, y se alegran de que lo consigan. ¡Si todos los cristianos se hubieran portado así y viviéramos ahora así, cómo habría avanzado y crecería el Reino de Dios! Y cuando no se obra así, es porque no hay caridad “que no es envidiosa” (1 Cor 13,4).

10. Si Juan quiere recibir una garantía que acredite que aquél de quien le llegan noticias tan prometedoras es el Mesías esperado, es para darles seguridad a sus discípulos y para curarles su estrechez de miras y su envidia. El sabía que el Cordero de Dios era la culminación de la esperanza de Israel. Y les envía a que le pregunten: ¿Eres tu el que ha de venir...? El sabe que después de tantos siglos de espera, ha llegado ya la hora de poder decir como el anciano Simeón, “ahora Señor, puedo morir en paz, porque mis ojos han visto al Salvador”.

11. Jesús no responde con palabras. Responde con sus obras. Decidle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: sordos que oyen, ciegos que ven, cojos que caminan, muertos que resucitan, leprosos que quedan limpios, pobres que son evangelizados... Luego éste es el tiempo mesiánico, anunciado por los Profetas. Yo soy el Mesías. Y dichoso el que no se sienta defraudado por Mí Mateo 11, 2. Luego está llegando el Reino de Dios. Las grandes personalidades, conscientes de que su mensaje y su acción son auténticos y seguros, no tienen necesidad de hacer promesas, que después no van a cumplir. Responden con hechos, con obras, con autenticidad. No trabajan de cara a la galería, ni para salir en la foto.

12. Dios viene en Jesús a curar, a consolar; su llegada es motivo de alegría, de esperanza; ahí están los ciegos, con la vista recobrada, los cojos, que pueden caminar. Los. pobres, evangelizados. Esas madres que lloran a sus pequeños hijos muertos en el orfanato de Manila, los pobres ahogados en Guatemala y en Honduras... Las víctimas de las Torres Gemelas, las de los bombardeos en Afganistán. El Padre en Jesús, se compadece de los sufrimientos de sus hijos, y está con ellos, le duelen sus fatigas, le cuesta su muerte. Toda una situación de cambio, de salud, de depresiones aliviadas y, sobre todo, de la liberación del pecado.

13. Consolar, alentar, animar, estimular. Esa es la misión de los que poseemos la luz del Evangelio. Ante las dificultades de los matrimonios, tengamos palabras de fe en Jesús, que puede hacer reverdecer la novedad. A las madres o esposas, o padres, que lloran la desaparición de sus hijos, o esposos, ofrezcámosles el regalo de las palabras de Isaías: "Sed fuertes, no temáis".

14. Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y duro, de zancadillas e injusticias, esperamos la floración de la justicia, "el Señor hace justicia a los oprimidos, endereza a los que ya se doblan por el peso del trabajo, de los disgustos, de la ancianidad" Salmo 145. Señor, cumple lo que nos has prometido. Danos fortaleza y valentía en los momentos de debilidad y de cansancio. Y te rogamos por todos los que están desanimados y deprimidos, y te pedimos que les robustezcas y les consueles. 

15 ¡Ven, Señor, Jesús! Lo diremos con fe después de la consagración. Pongamos toda nuestra alma en esa oración. Juan estaba en la cárcel, por su entereza. Hoy, que la gente tiene tan poca valentía. En que la tierra que engendró el Quijote, se ha convertido en tierra de Sancho Panza, pero sin su sensatez y cordura. Volvamos a los orígenes de nuestro idealismo, capaz de ir a anunciar el Evangelio a todas las gentes. Siempre los tiempos de prosperidad engendraron molicie y tibieza. Quiera Dios que sepamos reflexionar. 

16. Colaboremos con paciencia, venciendo con ella las dificultades interiores y las exteriores, para que vaya creciendo el Reino, aunque sea a costa de nuestro orgullo. Es necesario que yo disminuya para que él crezca, decía Juan. Es necesario el ejercicio de la paciencia en la siembra de la semilla del reino, como le es necesaria al labrador que aguarda paciente el fruto de la cosecha (Santiago 5,7). Es necesaria la paciencia para no dejarse abatir por la tristeza mientras dura el tiempo de la germinación. Tras la hibernación vendrá la primavera de la floración, el verano de la maduración y el otoño de la lograda cosecha. Y si los frutos no aparecen, “tomad como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor”, que habiendo sembrado con lágrimas, murieron sin ver el fruto de su siembra. Otros cosecharán lo que vosotros habéis sembrado. Uno es el que siembra y otro el que siega (Jn 4,37).

17. Sencillez. Humillación. Cruz. Como Jesús, su prolongación que es la Iglesia, no puede omitir la atención a todos los marginados del mundo. Y esa será la señal de su autenticidad. La Iglesia, como Jesús, ha de ser la más pequeña. Tan pequeña como la eucaristía que vamos a comer. Sabiendo que “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que Juan Bautista” porque más que el carisma, vale la integración vital al Reino por la gracia de Cristo, cuya venida estamos preparando en adviento.