Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino

De la vida consagrada: adquirir la perfeccion de la caridad

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Recordemos sumariamente lo que el príncipe de los teólogos enseña sobre la vida religiosa, a cuyo estudio dedica cuatro cuestiones en la 2-2. Dos son los estados de perfección: el estado episcopal, que es estado de perfección ya adquirida, del que ya hemos tratado, y el estado religioso, cuya finalidad es adquirir la perfección de la caridad, o con categoría de "perfectionis accquirendae". El estado religioso constituye un estado de perfección en el que los religiosos se ofrecen a Dios como en holocausto, en un "un largo martirio", dice la Doctora Mística. “Religiosos por antonomasia son los que se consagran totalmente al servicio de Dios, ofreciéndose en holocausto” (q.186 a.1). Santo Tomás sitúa en primer plano la idea de consagración total a Dios “El estado religioso implica la eliminación de todo lo que impide al hombre entregarse totalmente al servicio de Dios” (q.186 a.4), lo que es “como un holocausto por el cual se consagra totalmente a Dios la propia persona y sus bienes” (q.186 a.7). Consiguientemente “los religiosos deben, ocuparse en vivir para Dios” (q.187 a.2). “La entrega total de uno mismo al servicio de Dios es un elemento común a todas las órdenes religiosas” (q.188 a.1 ad 1). 

CONSAGRACION MEDIANTE TRES VOTOS
Para conseguir la perfección de la caridad, se consagran a Dios con los tres votos canónicos de pobreza, castidad y obediencia, el mayor de todos es la obediencia, porque inmola la libertad de la voluntad en manos del superior, signo del Señor. Pero, ninguno de los tres votos tiene por objeto la caridad, pues no se puede consagrar a Dios algo que no se tiene, y no se tiene lo que es don de Dios, como la caridad, que es don infuso. A Dios sólo se puede consagrar lo que se tiene: los bienes terrenos, para sofocar la concupiscencia de los ojos por la virtud de la pobreza; la sexualidad, para mortificar la concupiscencia de la carne, por la castidad; y la libertad, para sacrificar la soberbia de la vida (1 Jn 2, 16), por la obediencia. San Juan de la Cruz formulará este despojo con el símbolo de las “Noches”, la del sentido y la del espíritu, que tienen por fin liberar a la persona de la esclavitud de lo que puede sofocar el desarrollo de la caridad. Y porque esas pasiones son las que puede esclavizar, precisamente por eso se ofrecen. Por tanto, el fin de los votos es hacer estallar el sepulcro del corazón humano; liberar y dejar abierta el alma para que el Espíritu pueda encender la caridad de Dios hasta llegar a su consumación y perfección, a la medida de Cristo. "Si mortificáis las obras de la carne por el Espíritu, viviréis" (Rm 8, 13). Teniendo en cuenta que las “Noches”, son patrimonio de todo cristiano.

DIVERSAS MODALIDADES
El estado de vida consagrada hoy tiene tres modalidades: la vida religiosa en Órdenes y Congregaciones, los Institutos Seculares y las Sociedades de Vida Apostólica. La terminología actual resulta a veces difícil de precisar, porque los contornos entre unas instituciones y otras son fluctuantes. Santo Tomás, es natural, emplea la terminología de su tiempo. Los Institutos Seculares, fueron instituidos por Pío XII en su Constitución Apostólica "Provida Mater Ecclesia", en 1947. El Código nuevo del Derecho Canónico crea las Sociedades de Vida Apostólica, sin votos religiosos, como comunidades que abrazan los consejos evangélicos. Todos desean, ser luz y fermento en la masa de la humanidad para entregarla a Cristo, el Señor, por el crecimiento y la consumación del amor. 

EL BAUTISMO, LA RAIZ PARA SEGUIR A CRISTO
"El estado religioso aparece como una de las maneras de vivir una consagración más íntima que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro" expone el Catecismo de la Iglesia (CIC 916). La consagración a Dios se hace mediante el seguimiento de Cristo, lo que da al estado religioso cristiano una nota peculiar y específica que lo diferencia claramente de cualquier otra institución análoga que exista o pueda existir en religiones no cristianas, que tienen también sus “monjes”. Vivir para Dios siguiendo a Cristo es común a todos los cristianos. Pero el seguimiento practicado por los religiosos consiste en seguir a Cristo mediante la práctica permanente y visible y eclesial, de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Pueden verse principalmente los artículos 3-7 de la cuestión 186; pero el tema del seguimiento, aparece en las cuestiones (q.184 a.3 ad 1; q.186 a.2 ad 2 y ad 3; a.6 ad 1; q.187 a.4 ad 3; q.188 a.7; q.189 a.10). 

EL CONCILIO VATICANO II BASADO EN SANTO TOMAS
“El Sacrosanto Concilio ha enseñado ya en la Constitución "Lumen gentium", que la prosecución de la caridad perfecta por la práctica de los consejos evangélicos tiene su origen en la doctrina y en los ejemplos del Divino Maestro y se presenta como preclaro signo del Reino de los cielos. Los miembros de las Instituciones religiosas profesan castidad, pobreza y obediencia, en conformidad con las exigencias de nuestro tiempo. Ya desde los orígenes de la Iglesia hubo hombres y mujeres que se esforzaron por seguir con más libertad a Cristo por la práctica de los consejos evangélicos y llevaron una vida dedicada a Dios. Muchos de ellos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, erigieron familias religiosas a las cuales la Iglesia, con su autoridad, acogió y aprobó de buen grado. De ahí, por designios divinos, floreció la admirable variedad de familias religiosas que contribuyó a que la Iglesia, no sólo estuviera equipada para toda obra buena (Tim., 3,17) y preparada para la edificación del Cuerpo de Cristo, sino también para que, hermoseada con los diversos dones de sus hijos, se presente como esposa que se engalana para su Esposo, y poner de manifiesto la multiforme sabiduría de Dios. En medio de tanta diversidad de dones, todos los que son llamados por Dios a la práctica de los consejos evangélicos y los profesan, se consagran de modo particular al Señor, siguiendo a Cristo, quien, virgen y pobre, redimió y santificó a los hombres por su obediencia hasta la muerte de Cruz. Así, impulsados por la caridad que el Espíritu Santo difunde en sus corazones, viven más y más para Cristo y para su Cuerpo, que es la Iglesia. Porque cuanto más fervientemente se unan a Cristo por medio de esta donación de sí mismos, que abarca la vida entera, más exuberante resultará la vida de la Iglesia y más intensamente fecundo su apostolado”.

LA INFRAVALORACION DE LOS CONSEJOS EVANGELICOS
A la luz de Santo Tomás, es contradictorio exaltar el seguimiento e infravalorar los consejos evangélicos. Para él, el seguimiento de Cristo tiene expresiones múltiples y diversificadas, una de las cuales se caracteriza por la práctica de los consejos evangélicos a la letra. Si se prescinde de esta forma de seguimiento, se despoja a la vida religiosa de su identidad y se tendrá que definir de modo vago, aplicándole lo que es común a todos los cristianos. Pero este procedimiento, creyéndose más abierto, desfigura la vocación cristiana en general, porque, hay que buscar alguna diferencia entre el cristiano ordinario y el religioso, al que hay que atribuirle ciertos rasgos comunes, que en él se realizan con mayor intensidad y radicalidad, sin que ello signifique que el cristiano ordinario no da la plena medida de su vocación, ya que las vocaciones cristianas están coordinadas entre sí; por eso cuando se falsea o deforma la noción de una de ellas, se resienten todas las otras.

¿PUNTO NEGATIVO? EN ABSOLUTO
La peculiar consagración a Dios y la forma de seguimiento de Jesús que se fundamentan en la práctica de los consejos evangélicos, implican un elemento de signo negativo, la renuncia al mundo. “El estado religioso, dice Santo Tomás, es un ejercicio y disciplina por la que se llega a la caridad perfecta. Para conseguirlo es necesario que uno aparte totalmente su afecto de las cosas mundanas” (q.186 a.3; a.4). Para lograr la perfección de la caridad, bajo la forma concreta de la vida religiosa, es necesario que uno aparte de sí todo lo que podría impedir que su afecto se dirija totalmente a Dios (q.186 a.7). Los religiosos deben renunciar a ocuparse en la gestión de asuntos temporales (q.187 a.2). En Santo Tomás, huir del mundo, renunciar al mundo, apartar totalmente el afecto de las realidades terrenas, es consecuencia de vivir la consagración a Dios siguiendo a Cristo según los consejos evangélicos, a imitación suya. Estos consejos implican entrega e identificación con Cristo, viviendo como él; y renuncia a toda una serie de realidades diversas. El que asume la castidad renuncia al matrimonio y al mundo del afecto, tal como se expresa en el matrimonio. Quien asume la pobreza y la obediencia, como Cristo, renuncia a multitud de cosas. Esta renuncia no presupone desestima u odio del mundo y de sus realidades, pues negar el afecto de las realidades mundanas no significa considerarlas malas y esclavizantes, sino que el afecto se concentra en otras realidades, que se refieren de modo directo e inmediato al servicio de Dios. La renuncia a lo mundano, tal como la entiende Santo Tomás, no exige un concepto pesimista del mundo ni es cobardía o inhibición ante los problemas del mundo; ni la tan denostada fuga mundi. El religioso opta por una consagración a Dios y por un seguimiento de Cristo que tiene una configuración concreta, en la cual entran unas determinadas renuncias, como ocurre en cualquier otra vocación cristiana, pues ninguna es puramente positiva, ya que siempre conlleva alguna renuncia. Los laicos son quienes tienen la vocación de asumir como tarea positiva aquello a lo que renuncian los religiosos.

ORDEN EN LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS 
El Concilio Vaticano II trata de los consejos evangélicos guardando siempre este orden: castidad consagrada, pobreza, obediencia. La verdad es que la Sagrada Escritura habla más claramente sobre la virginidad que sobre la pobreza y la obediencia, tal como son practicadas en la vida religiosa. Pero sería un error creer que el Concilio acepta la opinión de quienes piensan que la Sagrada Escritura no dice nada sobre la pobreza y obediencia que se practica en la vida religiosa. Santo Tomás ve todos y cada uno de los consejos expresados en la Sagrada Escritura, y sobre todo la vida personal de Cristo (q.186 a.3-5). Para él no es más bíblica la castidad que la pobreza o que la obediencia y dispone los consejos en este orden: pobreza, castidad, obediencia. Empieza por lo mínimo y termina con lo máximo. La pobreza es el consejo de menor contenido vital, porque recae sobre bienes externos a la persona. Hoy, se da a la pobreza una primacía indiscutible y casi absorbente, porque otros temas, o no son valorados, o se los presenta desde la perspectiva de la pobreza y subordinados a ella. Cuando Santo Tomás dice que para alcanzar la perfección de la caridad el primer fundamento es la pobreza voluntaria, renunciando la persona a toda propiedad (q.186 a.3), considera que la pobreza es el primer fundamento, no como elemento principal en torno al cual giran subordinados todos los demás, sino como punto de partida e inicial en la vida religiosa. “Las palabras del Señor muestran que la pobreza no es ella misma la perfección, sino un instrumento puesto al servicio de la perfección... y, el mínimo entre los tres principales” (q.188 a.7 ad 1). Después sigue la castidad consagrada y la obediencia, que es el consejo de máxima perfección. Tampoco hoy faltan quienes pretenden que la primacía corresponde a la castidad. Pero el razonamiento de Santo Tomás es luminoso e irrebatible. Por la obediencia se ofrece a Dios lo supremo del hombre, la libertad de poder organizar la propia vida de modo autónomo, que vale más que la castidad, por la que se consagra a Dios el cuerpo, y que la pobreza, que ofrece los bienes exteriores. Santo Tomás afirma que la obediencia es el más esencial al estado religioso (q.186 a.8). Y así lo repite en las cuestiones (q.186 a.5 ad 5; a.6 ad 3; q.188 a.7 ad 1). 

LA PRIMACIA DE LA CARIDAD
Pero los tres consejos, no son la perfección misma, sino sólo instrumentos para alcanzar la caridad, que es la plenitud y reclama el cumplimiento de todos los otros preceptos. Las ponderaciones de la obediencia en la vida religiosa llegaron al extremo de decir: cristiano es el que ama, religioso es el que obedece, lo cual coloca la vida religiosa fuera de la vida cristiana, que equivale a darle muerte. El cristiano es el que ama, porque Cristo mismo puso la caridad como señal de sus discípulos y religioso es quien por amor abraza la obediencia para permitir que el amor se exprese con mayor facilidad y libertad la vida de Cristo, quien, sufriendo la muerte, cumplió el supremo acto de obediencia por amor y realizó el supremo acto de libertad dentro del amor al Padre y a todos los hombres, con la unción y bajo la guía del Espíritu Santo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. 

LA OBEDIENCIA DEL RELIGIOSO Y DEL CRISTIANO
Es un deber común a todos obedecer a los prelados en las cosas necesarias para una vida virtuosa, dice Santo Tomás. Es propio de los religiosos obedecer en lo que pertenece a la consecución de la perfección. Quienes viven en el mundo se reservan para sí algo y entregan a Dios algo, y en esto se someten por obediencia a los prelados. Los religiosos, en cambio, se entregan totalmente ellos con todas sus cosas a Dios, por lo cual su obediencia es universal (q.186 a.5 ad 1). El religioso pone su vida entera, en la duración y en sus trabajos (q.186 a.5 ad 4), bajo la obediencia; los laicos, en cambio, no tienen el deber de practicar este modo de obediencia. Santo Tomás habla de esta obediencia como ordenada al logro de la perfección; él presupone que los consejos, incluida la obediencia, sólo son instrumentos que facilitan el camino hacia una perfección obligatoria para todos en cuanto término de aspiración. 

OBEDIENCIA DEL RELIGIOSO A LOS OBISPOS
Santo Tomás dice que el religioso debe obedecer a los superiores de su propio instituto; pero esto no basta para tener una idea exacta de la obediencia religiosa. “La sumisión de los religiosos se dirige principalmente a los obispos. Los religiosos son perfeccionandos; los obispos los perfeccionadores. Por lo cual, ni siquiera los eremitas ni los superiores religiosos están libres de la obediencia a los obispos. Y aunque sean exentos, están obligados a obedecer al Sumo Pontífice, tanto en las cosas comunes como en lo que pertenece a la vida religiosa” (q.186 a.5 ad 3). El que vive en soledad, se halla bajo obediencia religiosa, que, al no poderla ofrecer a un superior de comunidad, se dirige al obispo, como pastor de la diócesis, como su superior religioso, en virtud de obediencia religiosa. El Papa es superior religioso de todos los religiosos, que le deben obediencia en virtud de la profesión. Lo que se dice de la obediencia vale para los demás consejos evangélicos que tienen en la obediencia su centro de conexión. Para que haya vida religiosa, no se requiere la existencia de comunidades religiosas, o institutos religiosos. Basta el compromiso de practicar los consejos evangélicos contraído ante el obispo, aprobado por él o de cualquier modo vinculado con él. La vida religiosa nació a fines del siglo III y IV. De forma institucionalizada. Pero Santo Tomás enseña que la vida religiosa nace del Evangelio mismo y sobre todo del modo como Cristo mismo vivió y que debe perpetuarse siempre en la Iglesia y por eso afirma que el estado religioso, pertenece a la constitución de la Iglesia (q.183 a.2). 

SANTA TERESA DE JESUS, MAESTRA DE VIDA CONSAGRADA
El esfuerzo principal de Santa Teresa de Jesús en su vida estuvo dedicado a la vida consagrada en la Iglesia: ser ella consagrada lo mejor que pudiere y reformar, inflamar, suscitar y acrecentar los quilates y el fervor de la consagración en muchas almas, especialmente por la obediencia, promocionando a la mujer religiosa y humanamente lo más que estuvo a su alcance en su tiempo de marginación de la mujer e infravaloración de su esfuerzo y personalidad. Cuando ella nos habla de la vida consagrada, o religiosa según su lenguaje, sus palabras tienen un peso singular de experiencia y de realismo, que hay que tener en cuenta en estos tiempos de confusión y renovación.