Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B

La misma Sangre y la misma vida

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

            

         1. "Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos" Exodo 24, 3. SANGRE Y ALIANZA son las dos palabras clave de las lecturas de hoy. Entre el impresionante aparato de las cumbres del Sinaí con sus espantosos fenómenos naturales, Yahvé da a conocer sus mandamientos, como cláusulas de alianza. El pueblo, que escucha aterrorizado, acepta los mandamientos y promete obedecerlos. Moisés los pone por escrito. Levanta un altar con doce piedras alrededor. El altar representa a Dios. Las piedras al pueblo, configurado por las doce tribus de Israel. Ordena sacrificar toros. Derrama la mitad de la sangre sobre el altar; deposita en vasijas la otra mitad. Lee otra vez los mandamientos, ahora escritos, y el pueblo reafirma su aceptación y su obediencia.

         2. Moisés rocía al pueblo, representado por las doce piedras, con la sangre, y explica el sentido del rito de su aspersión como alianza. En nuestra cultura tiene escaso mordiente la palabra alianza. Quizá más, contrato o pacto, a cuyo pie, estampamos nuestra firma.

         3. Por la alianza los hombres se ligan entre sí en pactos de amistad, de matrimonio, o de naciones. Dios decide establecer su alianza con los hombres. Por esa alianza, El se constituye en  padre y protector, defensor y libertador suyo, y se compromete a elevarlos a una vida de comunión con El: "Seréis para mí un pueblo de sacerdotes y una nación consagrada".

         4. Dios había hecho alianza con Noé después de la catástrofe del diluvio, cuya firma era el arco iris brillante en el cielo; con Abraham después de la dispersión de Babel, con la señal de la circuncisión en la carne; y ahora con Moisés, después de la prueba de Egipto, Alianza con sangre. La sangre era la señal de la alianza, pero también es creadora de parentesco. Una familia tiene una misma sangre de manera natural. La familia de Dios y su alianza es creada de manera voluntaria, y por ella el pueblo participa de una misma sangre. Cuando Moisés rocía al pueblo con la sangre, se establece la alianza de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, y se convierten en una misma alma y un mismo espíritu, porque la sangre es la fuente de la vida. De esta manera, se crea artificialmente el parentesco de sangre, que por naturaleza no existía. Yavé se convierte así en el Rey de Israel, y éste en su pueblo. Si se estudia el ADN de los hijos del pueblo de Israel y el de Dios, se encuentra la afinidad de la sangre. ¿Qué será de el del pueblo que no sólo es rociado con la sangre, sino que bebe la misma sangre de Dios?

         5. "Jesús tomó pan..., cogió el cáliz, se lo dió y todos bebieron, y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos" Marcos 14, 12. Con esta sangre adora, expía, propicia, purifica, nos hermana. Desde entonces, la alianza es alabanza, Shalom, Redención, Rescate, Perdón, Misericordia. Si estábamos enemistados, nos reconcilia. Ciertamente no es una alianza entre iguales, y porque Dios es mayor, puede perdonar y auxiliar. La Nueva Alianza en la sangre de Cristo es el sello de la reconciliación entre Dios y su pueblo.

         6. La Eucaristía se nos presenta como manjar, porque se contiene bajo las especies de pan y vino; y como víctima, porque se hace presente por una consagración inmolaticia. El efecto del manjar eucarístico es la gracia cibativa. Los efectos de la víctima eucarística son el sacrificio, con sus valores: latréutico, propiciatorio, eucarístico e impetratorio. Todos los hombres deben rendir culto a Dios por ser quien es y porque dependen de El; y lo consiguen mediante el valor latréutico del sacrificio. Le deben gratitud por lo que han recibido de Dios, que es todo: Acción de gracias que se tributa con el valor eucarístico. El deber del hombre de tener propicio a Dios por sus pecados, es cumplido por el valor propiciatorio. Todo hombre necesita para alcanzar su fin pedir lo necesario, a esto se ordena el valor impetratorio del sacrificio. Pero la eucaristía no es sólo alimento destinado a los hombres, no es sólo sacramento. La cena del Señor, la fracción del pan, que ya celebraban los primeros cristianos, no era sólo un banquete, sino también sacrificio y, como tal, tiene a Dios como destinatario.

         7. El sacrificio eucarístico aparece ya en la Revelación relacionado con el sacrificio de la cruz: "Cuantas veces coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor". El rito eucarístico es memorial del sacrificio del Calvario. Memorial que no es un simple recuerdo, sino un rito en el que se contiene lo mismo que se contenía en la cruz: la misma víctima y el mismo sacerdote. Sólo es distinto el modo de la victimación; el de la cruz fue cruento, el de la eucaristía incruento.

         8. "La Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, nada es más grato ni más honroso para Dios que este augustísimo misterio en lo que tiene de sacrificio". "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, que se apoya en la autoridad de Dios. Bien lo expresó él en su himno:

"Te adoro devotamente, oculta divinidad 
Que bajo estas sagradas especies
te ocultas verdaderamente...
La vista, el tacto, el gusto, 
son aquí falaces, 
sólo con el oído se llega a tener fe segura; 
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios;
nada más verdadero que esta palabra de verdad".

 

9.    Y San Juan de la Cruz:

"Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida, 
aunque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche.

Aquesta viva fonte, que deseo,
en este pan de vida yo la veo, 
aunque es de noche.

           

         10. El Salmo 115 canta la alegría y la gratitud de quien ve superada su aflicción al contemplar rotos los lazos de la muerte que le rodeaban, y en su desfallecimniento, invocó el nombre del Señor, y el Señor fue bueno, y le libró. Por eso levanta la copa de la salvación; copa de vino que pasa de mano en mano entre los amigos que comparten su alegría; copa de vino de la Nueva Alianza, Sangre caliente del Redentor que nos libra de la muerte, pues al Señor no le gusta la muerte de sus fieles sino que quiere que todos vivan con vida en plenitud.

         11. Como el pacto del Sinaí hizo de las tribus de Israel un solo pueblo con una tarea a realizar en la historia, así también la alianza sellada con la sangre de Jesús, borra las fronteras entre todos los hombres y entre los distintos grupos que forman el género humano. La cena pascual es una cena de hermandad. Comemos a Dios y bebemos su sangre para vivir su amor que se entrega, lava los pies, se humilla, sirve y comparte. ¿Cómo vamos a comulgar y seguir viviendo en nuestro egoísmo y en nuestra propia comodidad, ignorando, pasando, de los demás? Si bebemos su misma sangre, ¿cómo no hemos de tener su mismo amor?

         12. El Papa Pablo VI, presidiendo en Bolsena el Congreso Eucarístico Internacional, en su exhortación de Clausura, reproducido por la TVI, dijo que la Eucaristía era “un maravilloso e inacabable misterio”. En la misma sede del Milagro, tuvo la oportunidad de proclamar lo que aconteció en el siglo XIII.  Dudaba Pedro de Praga, sacerdote alemán, sobre la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada. Cuando aquel día celebró la Misa y pronunció las palabras de la Consagración, manó sangre de la Hostia consagrada. La sangre caliente salpicó sus manos, el altar y los corporales.  Quiso esconder la sangre, pero no pudo. El Papa Urbano IV residía en Orvieto, escuchó al sacerdote y ordenó investigar el caso prodigioso. Cerciorado el Papa, hizo trasladar la Hostia y el corporal con las gotas de sangre y los depositó en la Catedral de Orvieto. Encargó a Tomás de Aquino escribir la Misa y el Oficio del Corpus, introdujo la Misa y el Oficio en el misal y en breviario e instituyó la fiesta de Corpus Christi. En agosto de 1964, el Papa Pablo VI celebró la Misa en el altar de la Catedral de Orvieto.