Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo A

Alimento del pueblo peregrino

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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“EL QUE ME COME VIVIRÁ POR MI”
 
1. "Recuerda el camino que el Señor te ha hecho recorrer cuarenta años por el desierto" Deuteronomio 8,2. Duro fue el camino, lleno de asechanzas de alacranes y dragones, viviendo en tiendas, y sin poder cultivar tierra porque era un desierto y sequedal sin una gota de agua. Dura es la vida en este mundo, sobre todo para algunos pueblos, para algunas personas, que sufren enfermedades, escasez, soledad, hambre, abandono. O las consecuencias trágicas de la barbarie. Desierto de la vida para todos, que acaba en la muerte. 
2. Pero recuerda también que en esa aridez el Señor te alimentó con el maná, que era profecía de la Eucaristía. Dios siempre es providencia: En el desierto de alacranes, maná. En el desierto de nuestra peregrinación hacia la patria, el pan de vida. Jesús es el pan de la vida, contrapuesto tanto al maná, que no consiguió llevar al pueblo a la tierra
prometida (Nm 14,21; Jos 5,6; Sal 95,7), como a la Ley, que, por ser fuente de vida, era llamada “pan”. Hay una incensaste comunicación de vida procedente de Dios, que baja del cielo, el Espíritu, que viene por medio de Jesús y él nos comunica. De la figura del maná pasa Jesús a la del cordero, pues habla de comer su carne. Igual como el cordero se comía, los discípulos de Jesús hemos de comer su carne. A través de lo humano el don de Dios se hace concreto, adquiere realidad para el hombre. 

3. Sabemos que Juan va por libre en la redacción de su evangelio, y así, como no relata descriptivamente la oración del Huerto, tampoco lo hace con la institución de la Eucaristía, como lo hacen los sinópticos La disposición emocional de la Oración del Huerto, Juan la dice así: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre... Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta ahora! Pero si he llegado a esta hora para esto!” Esta exclamación se corresponde con el texto de los otros evangelistas: “Padre, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,41; Mt 14,23; Mc 14,26). De la misma manera, Juan compone su forma original al afirmar la Institución de la Eucaristía: “El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo” "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo" Juan 6,51. Una vez más, apreciamos que Jesús siempre es afirmación: “Yo soy el Pan de Vida”. “Yo soy la Luz”. “Yo soy la Vid”. “Yo soy la Resurrección y la Vida” “Yo soy el Buen Pastor”. “Yo soy la Puerta”. Lo que Dios hizo con el pueblo liberado por El de Egipto, que pasaba hambre en el desierto lloviéndoles el pan del maná, lo va a hacer con la Eucaristía en todos los pueblos, que era prefigurada por el maná. El hombre pasa hambre: casi se asimilan los nombres: hombre = hambre. Millones de hombres en el tercer mundo pasan hambre. Y también en los suburbios de las macrociudades, que son el cuarto mundo. Está después el hambre de poder de las mafias, de las multinacionales, que les conduce al crimen organizado; y también el hambre de poder en la comunidad santa: lobbys que satisfacen el hambre de honores y prebendas, puestos del escalafón y acumulación de cargos y de colores: Vanidad de vanidades. Mientras unos acaparan riquezas, lujos, trabajo, otros se mueren de hambre y de depresión, los sin trabajo; de desesperación en enfermedades incurables o terminales, los que no tienen salud. Jesús viene a saciar el hambre de los pobres y de los potentados con el pan vivo bajado del cielo. Como dijo Gandhi: Hay tanta hambre en el mundo que cuando Dios quiso hacerse presente en él lo hizo en forma de pan.

4. Todos los hombres hemos sido alimentados durante nueve meses en el seno de nuestra madre, con su propio cuerpo y con su propia sangre. De una manera semejante, Cristo nos alimenta con su propia carne y su propia sangre. "El que come mi carne y bebe mi sangre vivirá por mí". En virtud del principio vital de que el organismo inferior al ser comido es absorbido e incorporado por el organismo superior, de manera, que los alimentos tras la absorción metabólica entran en nuestro torrente sanguíneo para sustentar nuestro organismo, el cuerpo y la sangre de Dios, al ser comido y bebido por los cristianos, aunque parece que los comensales tienen carácter de principio activo al comer y beber, por la kenosis de Cristo, una vez más se revela que la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres y por esta fuerza es Cristo quien protagoniza la acción de incorporarnos a su cuerpo místico.

5. Es natural que en nuestra sociedad secularizada cueste creer que los sacramentos, principalmente el de la eucaristía, realizan un giro interior en el hombre. Quizá se acepta que un cristiano piense y actúe de modo distinto que un no bautizado, pero no se quiere pensar que el cristiano lleva consigo la vida de Dios, que le hace diferente de los no cristianos. Ahí radica justamente el carácter ontológico de la gracia. Los sacramentos, sobre todo el de la eucaristía, son una acción en que la gracia de Dios actúa sobre nosotros. El Concilio de Trento opuso a Lutero las nociones de sacrificio y presencia real, que él negaba. Aunque estos conceptos católicos no agotan el misterio, influyeron fuertemente. Pero toda una serie de ideas que Lutero no negaba, pasaron a segundo plano, como la participación de todos en el acontecimiento de la última Cena, su aspecto celebrativo, la acción de gracias a Dios. 

6. Las palabras de la consagración crean una presencia real de Cristo, per modum substantiae, es decir una presencia verdaderamente substancial y, por tanto, permanente. Y así, el pan y el vino siguen estando sometidos a las palabras consecratorias, incluso después de la celebración. Por la comunión Cristo entra también en nosotros y, a través de nosotros, en todo el cosmos. De tal manera que la eucaristía es el comienzo de la culminación última de todo, cuando Cristo será todo en todos. En el pan y en el vino la creación está tan absorbida en Cristo, que se ha convertido en Cristo mismo, sin perder su apariencia exterior. 

7. La eucaristía se convierte en un concepto escatológico, que anticipa lo que sucederá a la entera creación al fin de los tiempos. Prefigurada en el maná, alimenta a los hombres en el desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin agua. Pero si vuestros padres comieron el maná y murieron, "El que coma este pan vivirá para siempre".

8. En consecuencia, un cristiano no es transformado sólo por el hecho de comulgar materialmente. "El Espíritu es el que vivifica, la carne no vale para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida" (Jn 6,64). Por tanto las palabras de Jesús deben ser interpretadas en una dimensión espiritual: a la luz de la presencia del Espíritu Vivificante y transformante. Por eso hay que comer el pan de la eucaristía con fe y aceptando el don de su muerte y de su resurrección con todas las consecuencias. 

9. Bendigamos al Señor que ha querido que, bebiendo el cáliz de la eucaristía, nos unamos todos en la sangre de Cristo, y comiendo el pan eucarístico, nos unamos a su Cuerpo santísimo 1 Cor 10,16. Pero a veces parece que comamos panes distintos y bebamos vinos diferentes. Como también ocurre que dejamos el pan en la alacena y el vino en la botella. No nos apetece ni comer el vino divino ni la carne viva de Dios. O lo hacemos con una tibieza de témpano, por los efectos. Por eso muchos duermen, dice San Pablo: “Hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos” (11,30).

10. Ellos son los "cerrojos reforzados de nuestras puertas, y los que causan la paz en nuestras fronteras. Bendigámosle porque "nos sacia con flor de harina" Salmo 147.

11. El cristiano, por la fidelidad a la inmolación de su cuerpo, mente, alma, ofrecidos constantemente como hostia viva, vivirá por Cristo para la vida eterna, pues sólo por la conversión del corazón tendremos acceso a El, que hoy y ahora hace presente su sacrificio para la vida del mundo. Pidamos al Señor la fe iluminada para creer que la eucaristía está vivificando perennemente al universo entero, y sentiremos su grandeza y por ella, será inmenso nuestro gozo. "Danos siempre de este pan", en el desierto de la peregrinación en nuestra vida, que "es una noche en una mala posada" (Santa Teresa), para vivir tu vida para siempre. Y concédenos que no te obliguemos a que multipliques de nuevo los panes, sino que, después de haber comido tu carne y bebido tu sangre, nos repartamos nosotros como una eucaristía, que una vez que nos ha saciado y transformado, como el pan que asimilado y nutrido, desaparece, sepamos desaparecer para que aparezca el Señor, que es quien tiene que brillar y crecer.