Belleza y hermosura de Dios

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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La belleza y hermosura, equivalen a la bondad y constituyen el tercer trascendental cuya raíz es la forma y la figura, la imagen. Entre lo bueno, lo bello y lo hermoso hay una reciprocidad y por eso lo que es bello y hermoso, es también bueno. Una diferencia hay, y es que lo bueno es deseado por el apetito, sensitivo o espiritual: "Como la cierva va sedienta a la corriente de las aguas, mi alma tiene sed del Dios vivo" (Sal 41, 2). Es el hambre y la sed de la justicia. Dice Aristóteles, que "bueno es lo que todos desean", y bello es lo que el conocimiento y la vista reconocen como tal, por la calidad de su integridad, armonía, proporción y claridad. Así consideramos hermoso y bello lo que agrada a los sentidos que, de alguna manera, conocen y son también entendimiento. Aquí es donde el apetito desmesurado de los sentidos, puede cegar y desviar moralmente.  

Ante la figura de una estrella, moderna, por poner un ejemplo, digamos Milla Javovich, cabe la admiración y el deleite que produce la belleza, variable según los tiempos, y el deslumbramiento. Ante la seducción de la belleza, migajas de belleza de las criaturas, los hombres podemos idolatrarlas, olvidando la hermosura del Creador, de la que procede toda la belleza intramundana y celestial, como dice el libro de la Sabiduría:. "Seducidos por su hermosura, los consideraron dioses, en vez de conocer al Autor de la belleza que hizo todas las cosas" (Sb 13, 3). Seducidos los ancianos por la belleza de Susana, fueron arrastrados al deseo del adulterio y a la maldad de fa calumnia, como nos narra el libro de Daniel.  

LA HERMOSURA DE DIOS  

Cuando, como Santa Teresa de Jesús, alguien ha visto algo de la hermosura de Dios (ella nos dice ingenuamente que, cuando vio por primera vez una sola mano gloriosa de Cristo, quedó desatinada), ya no ha podido detenerse en hermosuras creadas que, pálidas y pobres, han quedado eclipsadas por la Suprema Hermosura del Creador y, como San Juan de la Cruz, deseará y cantará : “Y vámonos a ver en tu hermosura, - al monte y al collado, - do mana el agua pura, - entremos más adentro en la espesura" (Cántico espiritual, e 36), y pedirá: "que, de tal manera esté yo transformado en tu hermosura, que, siendo semejante en hermosura, nos veamos los dos en tu hermosura, teniendo yo ya tu misma hermosura; de manera que, mirando el uno al otro, vea cada uno en el otro su hermosura sola, absorto yo en tu hermosura; y así te veré en tu hermosura, y tu te verás en mí en tu hermosura; y así parezca yo en tu hermosura, y parezcas tú yo en tu hermosura; y mi hermosura sea tu hermosura, y tu hermosura, mi hermosura; y así nos veremos el uno al otro en tu hermosura" (lb 5). Claro que la hermosura de Dios es espiritual, como lo es la humanidad glorificada de Cristo y la de la Santa Virgen María y la de los Santos­  

ORIENTE Y OCCIDENTE  

Anteriormente he señalado un modelo de belleza humana occidental. Para la cultura de Oriente, el símbolo de la belleza y con ella de la armonía, la simetría y de la nitidez significada en la blancura nacarina, es la flor de loto, que tiene además la habilidad de flotar en el agua sin mojarse, que puede ser la norma para gozar de las bellezas humanas de cualquier orden sin dejarse corromper ni ajar por el movimiento, a veces turbulento y turbio de las aguas pasionales y, como diría San Juan de la Cruz, de los apetitos.