AMOR Y CRUZ: Una Institución nueva en la Iglesia.

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Un deseo de crecimiento en la santidad personal propia, extendido al grupo primero como medio para la evangelización, conversión y crecimiento en la fe y en las demás virtudes evangélicas de la parroquia de Sinarcas, de la Archidiócesis de Valencia, de la que el Fundador era párroco, dio origen a esta Institución. Fueron unos años de mucho sufrimiento e incertidumbre, titubeos y consultas, oración y sacrificio e incluso carismas místicos. Parecía un sueño, pero la parroquia toda se conmovió. 

Como medio eligió la oración, de la que la Obra será abanderada practicando con las obras y predicando con las palabras el recurso infalible que nos ha dejado el Señor para extender y profundizar la semilla del Reino, leyendo profundamente la Sagrada Escritura, siguiendo la doctrina de los Padres, el magisterio los teólogos, y el seguimiento permanente de los tres Doctores de la Iglesia: Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresita del Niño Jesús. La oración contemplativa será su meta. Y éste es el carisma de la Obra. Todas las otras actividades sólo serán medios para sobrevivir y para comunicar a quienes deseen compartir sus dones y su experiencia de Dios. Y como “oración y regalo no se compadecen”, dice Santa Teresa, aquella irá acompañada de sacrificio y penitencia.

Como dadas las cualidades y características de las primeras personas en las que consiguió contagiar el ideal, no les podía pedir ni la clausura, como la de las carmelitas descalzas, aunque iban a encarnar el mismo espíritu, ni deseaba que vistieran hábito, ni que residieran en grandes monasterios metidas entre rejas, comprendió que esa era la voluntad de Dios, pues que no le daba otra posibilidad. Pero siempre pensaba que eso eran cosas accidentales y, que en el futuro, esa vida carecería de atractivo para las generaciones venideras de jóvenes. Lo que sí era sustancial era la oración y la contemplación. Se trababa de crear un molde en el que se posibilitara lo esencial para que éste no se perdiera por métodos accidentales. De este modo, AMOR Y CRUZ formaría contemplativos en el mundo y, si se quiere, monjes y monjas en la ciudad, que junto al espíritu teresiano-sanjuanista, uniría la estética benedictina, para que Dios en Cristo y el Espíritu fuera el Señor absoluto por quien se viviera y a quien se inmolaran.

Las actividades a que se dedicarían deberían siempre dejar a salvo su carisma y actividad principal, fundamental y sustancial.

La lectura y estudio de la Palabra, el conocimiento de los Padres y del Magisterio de la Iglesia deberían ser la raiz de su vida contemplativa.

Con el beneplácito del Arzobispo de Valencia, D. Marcelino Olaechea participó, con otros cuatro sacerdotes en las oposiciones a Magistral de la Catedral de Valencia. El haber sido destinado a la ciudad de Valencia y después a la de Carcagente, le hizo ver el querer de Dios de que la Obra debía abrirse a nuevos horizontes. Así fue. Con la debida aprobación del Arzobispo de Valencia, de los Cardenales de Barcelona y de Madrid, y del Obispo de Teruel, se comenzó a extender la Obra. Y Dios nos probó. En poco tiempo el Señor se nos llevó a las dos Teresianas de Amor y Cruz más jóvenes. Una con 22 años de edad. Y comenzó a escribir, con la intención de publicar, porque escribir sin esa, lo venía haciendo desde seminarista. La edición del primer libro CANTICO ESPIRITUAL no fue fácil. San Juan de la Cruz no estaba de moda y él era un escritor novel y desconocido. Por fin salió a luz, y en un mes se agotó la edición que ya ha alcanzado la 7ª. De sintió acogido con aquel best-seller, y siguió escribiendo.



LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO EN LOS FUNDADORES



El Espíritu Santo, alma de la Iglesia, con su inagotable creatividad, suscita, cuando a El le place, a determinadas personas, a quienes prepara, coloca en situaciones apropiadas y significativas, y a su manera, siempre misteriosa, no sin dejar algunos cabos sueltos, por los que con el tiempo se hace verificable su acción, las va trabajando y capacitando para sembrarles una idea fecunda, les afina la percepción para que puedan recibir una onda, una iniciativa, un matiz, y después inspira y hace capaz a la persona para responder al impulso divino de lo que hoy, en expresión ámpliamente difundida y repetida, se llama carisma.

Ese carisma significa una iniciativa, una peculiaridad, que el Espíritu concede en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. En virtud de esa designación divina, estas personas reciben una experiencia especial que les causa una visión muy realista de un problema determinado, son conducidas por el Espíritu a ofrecer una solución, más o menos general, más o menos modesta, siempre dentro de la Comunidad eclesial. Es eso lo que les hace llegar a la raiz del problema, dejando de lado los accidentes, los temas superficiales y las cuestiones marginales. Ahí justamente se atisba la acción de Dios, que les comunica su sabiduría en el momento preciso. Esta elección les hace ser realistas y les enseña a no caminar dando palos de ciego, debatiéndose en minucias, y a no malgastar energías y perdiendo el tiempo dando vueltas siempre alrededor de la situación, sin encontrar la solución. 

Estas personas no son una propiedad privada de una familia religiosa, sino un patrimonio eclesial pues, su misma persona es intrínsecamente eclesial; no sólo porque ha nacido y ha crecido y se ha formado en la Iglesia, sino porque expresa su vitalidad más profunda, que consiste en "manifestar cada día mejor, a fieles e infieles, a Cristo, ya sea entregado a la contemplación en el monte, ya sea anunciando el Reino de Dios a las multitudes, sanando enfermos y heridos, convirtiendo a los pecadores, bendiciendo a los niños, haciendo el bien a todos, siempre obediente a la voluntad del Padre que le envió" (L.G., 46).

Ellos solos, por otra parte, no pueden abarcar todo el panorama que el Señor les ha hecho intuir, ni pueden aportar todo el remedio a la carencia intuída y sentida, ni agotar toda la creatividad del carisma recibido, que por ser vivo, es dinámico y evolutivo. Necesitan la fuerza del grupo, el aliento de la comunidad, las energías de los hijos a quienes contagian su idea, educan y estimulan con su vida, hasta llegar a conseguir una plena sintonía y una íntima y espiritual compenetración.

La necesidad del grupo para estas personas, es pues, evidente, por la misma naturaleza del carisma y la precariedad de la vida humana. Pero no sólo de su grupo humano. Necesitan también ser arropados por la Iglesia y ser respaldados por Ella, que es la que les envía y les confiere la misión para trabajar en la misma viña, con un mismo fin. "A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien de la comunidad" (1 Cor 12). Esta garantía y este apoyo es el que hace crecer a la Iglesia y, a la vez, garantiza al Fundador la autenticidad de su carisma, a cuya intrínseca naturaleza le corresponde la dimensión comunitaria.

Es San Agustín quien exhorta a no desperdiciar ni una sola partícula de bien: "particula boni doni non te praetereat"; y San Pablo nos manda "no extinguir el Espíritu" (1 Tes 5, 19).

Según esto, cuando el Espíritu envía a la Iglesia una chispa de luz, de fuego, de vida, todos tenemos el deber de fomentarla para que crezca y para que su capacidad innovadora encuentre campo propicio de siembra, de desarrollo y de cultivo; para que nos aleccione y aproveche su intuición de futuro, y la previsión de su profecía nos encuentre atentos.

Cuando el nuevo carisma arraiga en la Tradición, que también es obra del Espíritu, se logra prolongarlo, y enlazar uno y otro con las necesidades de los tiempos nuevos, pues lo propio del que recibe del carisma nuevo es poseer la suficiente clarividencia para leer los signos de los tiempos y flexibilidad, capaces de evolucionar.

Se aseguró con el parecer de hombres de Dios, como el Padre Francisco Segarra, S.J, el primero, y después con el de los Padres Marceliano Llamera y Emilio Sauras, O.P., y D. Pascual Ortells, Operario Diocesano y Rector del Templo de Santa Catalina de Valencia; y le garantizaban las declaraciones del Dr. Gabriel Solá, Canónigo de Barcelona y el Dr. Xavier Alert, Magistral de Sevilla, de que la "Institución AMOR Y CRUZ", llenaba una labor de una dimensión tal, que hoy difícilmente se puede valorar como es debido, si no es desde una gran sensibilidad espiritual y desde una singular perspicacia pastoral. De la misma manera, las publicaciones de D. Jesús Martí Ballester, sacerdote del Presbiterio de Valencia, eran el suplemento y la extensión de ese mismo espíritu. De igual parecer era el Cardenal de Toledo, Don Marcelo González Martín.

La predilección del Fundador por los Doctores Místicos, Santa Teresa, San Juan de la Cruz y Santa Teresita, vendrían a ser una de las principales conexiones con la Tradición. ¿Por qué esta preferencia? Se encuentra por medio la nube del misterio, pero también se dan algunos indicios, que nos permiten aventurar hipótesis de seguimiento.



SEMILLAS DE FUNDADOR



En su niñez, comenzó a conocer y a leer asíduamente a Santa Teresa del Niño Jesús. Ella le descubrió a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz, que le han acompañado durante toda su vida sacerdotal. Su lectura prolongada y su estudio le han permitido vivir sin grandes dificultades, las crisis y transformaciones de estos últimos tiempos en la Iglesia. En ellos ha bebido el amor a la oración. Ellos le han enseñado a orar. Con ellos ha podido aprender a enseñar a orar y desde ellos, Fundadores, sobre todo desde Teresa, ha prendido en su espíritu el carisma de fundador. Por eso no resulta extraño que haya escrito tantos libros sobre ella y San Juan de la Cruz. 

Los múltiples y eminentísimos Prólogos y Presentaciones de sus libros, se fijan principalmente en él como escritor, y sólo sugieren su carisma de Fundador, cualidad ésta que, tratándose de un carisma tan vital para la Iglesia, hay que potenciar y estimular y aprovechar para su servicio y para toda la humanidad en la cual, necesariamente, también redundará. Aunque todo es muy poca cosa", hay que tener en cuenta que en el orden sobrenatural, no se puede decir que algo es poca cosa. 

De entre los centenares de cartas recibidas que ponían la oportunidad y el momento de gracia que suponían las publicaciones, podemos transcribir la carta del Padre Federico Ruiz Salvador, Carmelita Descalzo, profesor del PONTIFICIO Instituto de Espiritualidad “Teresianum” de Roma, en la que da su impresión sobre sus libros: “Para mí mismo, resulta agradable y eficaz esta refundición. Se mantiene en el plano de la expresión y del lenguaje; pero hoy sabemos que el lenguaje implica la experiencia, la mentalidad, las zonas de interés, sensibilidad, etc. Todo ello gana en luminosidad con los retoques. Ganan en nitidez los textos bíblicos también, y en general todo el estilo de frase corta, que facilita la comprensión y la memoria. Le felicito por el esfuerzo bien compensado y por el servicio que ha prestado a los Doctores Místicos y a los lectores. Sólo el amor a unos y a otros y una prolongada asimilación de las experiencias de ambos ha podido darle luz y valentía para llevar a cabo una obra que requiere mucho cariño, arte y competencia. La constante demanda de los lectores y la contínua sucesión de nuevas ediciones, manifiestan el conocimiento profundo que de nuestros Místicos castellanos posee y confirman con la experiencia la necesidad y los deseos de sus seguidores. Con estima y afecto, Federico Ruiz Salvador, O.C.D.



¿POR QUÉ SE VALORA TANTO LA ORACION EN ESTA FUNDACIÓN?



En la historia de la Iglesia se han dado y se darán distintas líneas y estrategias de pastoral, en los sacramentos y su recepción por los fieles, en los organismos de gobierno, etc. Pero si cambia la pastoral, no cambia el Evangelio. Siempre será verdad que he venido para que tengan vid abundante; si el grano de trigo no muere queda infecundo; pero si muere da mucho fruto; si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un codo a la medida de su vida?; ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios quien hace crecer.

Si en la vida cristiana, en la vida religiosa, no se trata de tener, sino de ser, hemos de acudir a Dios: Esto es la oración. La oración siempre será necesaria y fecundará el fruto de los sacramentos. Sin vino se puede vivir, sin agua no. Los sacramentos serían el vino, más preciosos, la oración sería el agua. Es en ella donde Dios nos recrea, nos infunde su Espíritu, nos entrega su entraña.



DISTINTAS SON LAS FILOSOFÍAS



Distintas son las filosofías que, en la práctica, pueden movilizar la acción, incluso pastoral: 

A) La materialista: Se destaca por la obsesión por el número, la productividad y la producción. Si no se produce, no vale. De ahí, los ancianos abandonados…hasta la eutanasia. Existe el peligro de confundir el ser con el producir. Y no es lo mismo producir un objeto, que realizar un acto. Un robot nos producirá todas los objetos que le programemos. Pero ningún acto interior.

B) La mundana: La lucha por el carrierismo. La ley del amiguismo. La práctica del arrimarse al sol que más calienta. La fuerza del enchufismo, que expuso en los "Intereses creados" D. Jacinto Benavente: "No hay hombre sin hombre". Y la otra: cuando las cosas no se ven claras, no comprometerse. Y cuando ya lo son, unirse al carro del triunfador.

C) La divina: La renovación del mundo comienza en el corazón de cada persona (Juan Pablo II en la India). Es más fácil calzarse unas zapatillas, que alfombrar de moqueta todo el mundo. Y ¿qué es renovarse? Dejarse cambiar el corazón. “Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y le daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas, y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios” (Ezequiel, 11) Es más fácil evadirse en el trabajo, que también aturde y gratifica. Es más difícil esperar, callar, sufrir, tener paciencia, amar a fondo perdido y no para que nos quieran o porque nos quieren. Es más difícil quemar una hora en la oración árida que ocho en la oficina con el teléfono repiqueteando a todo gas. Santa Teresa propone como fin de su gran reforma: “me determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo, pues el Señor tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fuesen buenos (Camino 1). “Son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos (Vida 15). La reforma de Santa Teresa está en la línea del ser, no del producir, aunque a la larga es la línea que más produce, sin intentarlo. Los mayores activos han sido los más grandes contemplativos. Por eso dice San Gregorio Magno: “Sea el Obispo el primero en la acción y el más alto en la contemplación”. “En muchos años, sólo se aprovecharon tres de lo que les decía; y después que ya el Señor me había dado fuerza en la virtud, se aprovecharon muchas. (Vida 13).

En realidad, ¿qué es más eficaz en el Reino? Hay que Mirar al Calvario. Hay que perseverar y aceptar el largo plazo. Apetece más el “veni, vidi, vici”. Esta no es la ley del Reino, como no lo es la del crecimiento de la vida en ningún orden: en una planta, un animal, un niño, y menos, en un Dios por participación, que crece contra natura. Sembrar sin ver la cosecha, con la seguridad, la certeza de la cosecha. Sembrar sin recompensas humanas…Era lanzarse al kamikaze. Practicarse el harakiri. Cuando se empezó se sabía que se había terminado la carrera humana. Pero había un fuego dentro que cegaba todas las razones y sorteaba todos los obstáculos, tribulaciones, asechanzas, aislamiento, desconfianza, celotipias, inseguridades e incertidumbre. Se comprende el aislamiento y también la soledad. Para amar hay que comprender, estar en la misma onda, por eso los hombres que quieren hacer algo grande por Dios, necesariamente tienen que verse o solos o poco acompañados. Don Marcelo González Martín, ex primado de Toledo, y biógrafo de San Enrique de Ossó, fundador de la Compañía de Santa Teresa, refiere que en los papeles de D. Enrique, consta: “Mossén Sol, quedó a deberme ciento cincuenta o doscientos duros. Están perdonados. Eran los dos únicos amigos. Los dos fundadores, éste de los Operarios Diocesanos: “La sangre y la vida darán por las empresas de Dios, las almas de Dios" (Santa Teresa).



LA FIEBRE DEL NUMERO



Si habláis de la obra, casi siempre escucharéis la misma pregunta: ¿Cuántos? Pero el número no lo es todo, no es decisivo en nada de verdad. En cuanto al número, oigamos a Cristo que dice a los doce: “¿También vosotros queréis marcharos? Está dispuesto a quedarse solo. Una sola ascua contiene energía para provocar un incendio gigantesco. Sin meternos con el átomo. El día 10.11.99, el Presidente de la CONFER, Jesús María de Lecea, decía en la inauguración de la VI Asamblea General de religiosos y religiosas españoles que “la vida religiosa se prevé minoritaria pero lo importante no es la cantidad sino la calidad. Al ser menos y con menos fuerza y poder, se nos abre el camino evangélico de realizar un servicio desde abajo: “Si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros. Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. En realidad, ¿para que sirve un ejército millonario de mediocres o cobardes?

Este es el ideal con que se empezó: vivir una vida en una gran vibración sobrenatural…No tendrán clausura, ni hábitos, ejercerían un trabajo corriente, en medio de los hombres, pero con un espíritu cien por ciento evangélico. “Sin otra luz ni guía, sino la que en el corazón ardía” (Noche oscura).

Un grano de trigo fue enterrado en el Calvario. La espiga llena ya toda la tierra. De esa espiga somos un grano. Y la vida de la Trinidad que en ella vive corre hoy por nuestras venas. “Es necesario que yo disminuya para que él crezca” Es verdad que todo es muy poca cosa, pero ¿en el orden del amor se puede decir que algo es poca cosa? 

LA ORACION, ACTIVIDAD PRINCIPOAL DE LA OBRA



Para Teresita del Niño Jesús la oración es un impulso, una sencilla mirada elevada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en la prueba como en la alegría.

Para San Juan Damasceno es la elevación del alma a Dios o la petición de bienes convenientes. 

Para Donoso Cortés “si una hora de un solo día la tierra no enviara al cielo una oración, esa sería la última hora del universo. 

Santa Teresita está más cerca de San Agustín para quien la oración es una elevación de la mente o del corazón a Dios.

Sto. Tomás resume las dos definiciones: “levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes”. Esta definición da lugar a que los teólogos radicales de la secularización, llamen a Dios el tapaagujeros del hombre. Los teólogos cristianos para evitar esta acusación, han potenciado más la vida teologal y han destacado que junto a la petición está la alabanza, acción de gracias, adoración. Porque Dios es bastante grande para que el hombre le inmole su ser y su tiempo en la oración. 

Desde la humildad, que es la base de la oración, y la disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios, dice San Agustín.

Cristo es el primero en buscarnos: “Si conocieras el don de Dios” y el que nos pide de beber. La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed (San Agustín). Nuestra oración es una respuesta a la queja de Dios vivo: “Tú le habrías rogado a él y él te habría dado agua viva”. Me dejaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas rotas” (Jeremías 2,13). 

La oración es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo; es comunión con Cristo y con toda la Trinidad.

En el Antiguo Testamento, la creación ya es un diálogo, y Dios le habla a Adán “¿Dónde estás? ¿Por qué lo has hecho? Y el Hijo al entrar en el mundo, le dice al Padre: “Vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad”. La oración por tanto se encuadra entre la caída y la restauración del hombre.

Abraham se pone en camino como se lo ha dicho el Señor. Y Abraham, que es hombre de hechos más que de palabras, en cada etapa levanta, como respuesta, un altar al Señor.

Moisés es el mediador y habla con Dios cara a cara. También David es hombre de oración, y compone los Salmos. Y Elías, atrae la sequía a Israel, y los profetas, no sólo hablan con Dios sino que también escriben de Dios. Y los Salmos son la oración del pueblo, que pide, suplica, da gracias, se queja, confía, ama, espera, y puede irse en paz con el Señor, a quien se dirige e increpa.

Jesús oró incesantemente. El, que pasó su vida en oración, comenzó también su Pasión orando en el huerto de Getsemaní (Lc 22,41). María comenzó a ejercer de Madre de la Iglesia, orando en el cenáculo con los apóstoles (Hech). El evangelio de Marcos 9, refiere que el padre de un joven endemoniado se dirigió a Jesús, después de que sus discípulos habían fracasado y no habían podido lanzar al demonio: "Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y donde le coge le tira; echa espuma, rechina los dientes y se pone rígido. He pedido a tus discípulos que lo alejen, pero no lo han conseguido". Cuando le preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Por qué no hemos podido expulsarlo nosotros? Jesús respondió: Esta especie sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno" (Mc 9,28). Habían fracasado los discípulos de Jesús, a quienes él estaba formando para continuar su acción; los que mientras Jesús oraba en Getsemaní, dormían (Lc 22, 45), y sólo el Espíritu Santo en Pentecostés les enseñará a decidirse por la oración: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra" (Hch 6, 4). Y San Pablo exhorta: «Orad sin interrupción» (1,14). 

Como el agua para los árboles y las plantas, como los alimentos para el cuerpo, como la sangre para el organismo, como los cimientos para la casa, como el estómago para la digestión, y el oxígeno para la vida, es la oración para la vida cristiana. En ella se aprenden verdades, no teóricas, sino sapienciales. Al Niño Dios, lo vieron muchos, pero sólo fue reconocido por Simeón y Ana, personas de oración, y como Hijo de Dios y Mesías, sólo por San Pedro entre sus discípulos, porque no lo supo por los sentidos corporales. Así como las manzanas no hay que rimarlas, sino morderlas para saborearlas y el perfume de la rosa hay que aspirarlo y no contentarse con saber de la rosa en la lectura de las Enciclopedias, a Dios hay que saborearlo para saber a qué sabe (San Juan de Avila). Lacordaire, el gran orador de Notre Dame de París, en la cresta de la ola de su fama de sabio, fue a ver y a escuchar al Cura de Ars, que había sido ordenado por misericordia. Y sentenció: Ha dicho con gran sencillez una idea, tras la cual voy yo muchos años. Me ha enseñado a conocer al Espíritu Santo. ORAR NO ES ESTUDIAR. ORAR PARA ESTAR CON DIOS.Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera y el vehículo, él, que es la placa de la expiación colocada sobre el arca de Dios y el misterio escondido desde el prin­cipio de los siglos. El que mira plenamente de cara esta placa de expiación y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza y caridad, con devoción, admira­ción, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirvién­dose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posi­ble en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más ínti­mo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta sabiduría mis­teriosa es revelada por el Espíritu Santo.Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pre­gunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al de­seo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Es­poso, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos. Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, dice San Buenaventura. No se trata de orar para conseguir nueva claridad de ideas, intuiciones, enfoques, sin someterse a la Palabra por encima de los intereses personales. Ha dicho Juan Pablo II: “Se ha discutido mucho,…pero se ha orado poco”. Y San Juan de la Cruz: “Adviertan los que son muy activos que quisieran ceñir el mundo con sus predicaciones, que harían más con una hora de oración, aparte del buen ejemplo que darían. Lo contrario todo será dar martillazos o envanecerse” (Cántico, 29). No hacemos oración para adquirir fuerza, que también, sino para ofrecer nuestras fuerzas a Dios, aunque sea en la Noche.En la vida cristiana, no podemos estar siempre gastando energías. Necesitamos reposo, sosiego, paz: Y así como el agricultor no pierde el tiempo cuando afila la guadaña, «si yo realizo el trabajo difícil de orar, caerán todas las murallas» (Von Braum).

Pero este trabajo nos resulta el más molesto. Y cuando comer, que restaura y recrea, cuesta más trabajo que el trabajo, mata la anorexia. ¡Qué epidemia de anorexia se extiende por el mundo, aun por el cristiano, que haría a Jeremías repetir: “los niños pedían pan, y no había quien se lo repartiera” (4,4). Pero he aquí que siempre se nos ocurren cosas que hacer cuando decidimos ir a orar. Porque la dificultad no sólo nos viene de la naturaleza, sino del príncipe de este mundo, que sabe que su reino lo tiene perdido si oramos.

“Marta, Marta, estás inquieta y nerviosa por tantas cosas: una sola es necesaria". Ella quería darle un buen hospedaje a Jesús. Honra al huésped y se olvida del Maestro. Quiere honrar a Jesús y termina por reprenderle. Hay que hacer la síntesis. Cuando Marta, ansiosa, tensa, agobiada y celosa, pidió a Jesús que reprendiera a Marta, consiguió ser ella la amonestada: No reprendió su servicio, sino el modo de servir. ¿Por qué estaba tensa? Quería hacer un buen papel delante de su huésped. Buscaba más ganar prestigio de buena anfitriona, que acoger a la persona del Maestro. Con amor de sí misma, se olvidó del amor al Señor. En vez de dedicarle a él la atención y el afecto y el cariño, la mirada y el acatamiento, la dedicó a los pucheros, y a las achicorias y a las manzanas, a los higos y dátiles y a la carne que estaba cociendo, al mantel y a la colocación de los muebles y esteras. No es que esto estuviera mal, pero es que lo otro era mejor, y es lo que hizo María, que supo elegir la mejor parte, que no se la quitarán (Lc 10,38). ¿Acaso será el Señor, el único amo que no paga a sus trabajadores, cuando es él quien manda hacerlo a los patronos?



SINTESIS NECESARIA



La Iglesia tiene que hacer la síntesis de las dos posturas. No excluir una en detrimento de la otra, sino integrar las dos. De la intensidad de la atención al Señor brota la iniciativa del servicio y la permanencia en él, aunque no sea gratificante. Porque sensiblemente casi siempre es menos placentero atender a Dios, que parece que no nos dice nada aunque nos pasemos la noche en oración, que dar de comer a un enfermo que nos corresponde con una sonrisa, o limpiar a un subnormal, siempre sonriente. Y seguramente es más apetecible organizar un club de muchachos agradables, que dedicar la mitad del tiempo a estar sentado a los pies del Señor como María, o estar de pie con los ojos fijos en él, como Abraham. Un esposo que trabaja toda la semana y cuando llega por la noche cansado, apenas le dice cuatro palabras a su esposa, y el viernes por la tarde le entrega el sobre abultado con el salario ganado y cree que porque ha estado enfrascado en el trabajo para la esposa ha cumplido con su deber de esposo, no se ha dado cuenta de que la atención a la persona de su esposa y al diálogo con ella es más importante. ¿Pueden estar toda la semana mirándose a los ojos? No, hay que integrar las dos actitudes. Primero, el corazón a la esposa y desde ahí, el trabajo con mayor ilusión. "Cuando estás en casa te entretienes jugando con el ordenador, y salimos de paseo con los niños, y te vas a ver a tu prima", se quejaba dolida a su esposo una esposa con razón. 

Santa Teresa decía que “entre los pucheros anda el Señor”, pero si no se enciende por la mañana el motor de la calefacción, estamos todo el día destemplados, pensando sólo en los pucheros. Para encontrar al Señor entre los pucheros, hay que cultivar su amistad. De lo contrario el Señor se va difuminando y quedando en la penumbra hasta desaparecer del horizonte, y entonces aparece la tensión, se pierde la calma y sólo cuenta el trabajo y "tantas cosas". Una Iglesia que centre más su atención en el trabajo de Dios que en la persona de Cristo, ni ha entendido el amor, ni ama de veras, y además, se agota en la esterilidad.



NO SE PUEDE DEJAR LA ORACION



“¿Por qué han de dejar la oración? Por cierto, si no es por pasar con más trabajo los trabajos de la vida, yo no lo puedo entender, y por cerrar a Dios la puerta para que la oración les de contento. Cierto, les tengo lástima, que a su costa sirven a Dios; porque a los que hacen oración el mismo Señor les hace la costa, pues por un poco de trabajo da gusto para que con él se pasen los trabajos” (Vida, 8,8). Pero cuando comenzó a hacer oración, dice que estaba más atenta al reloj. Sacaba agua del pozo con esfuerzo. Después vendrá la noria, y el río o arroyo y la lluvia con descanso y gozo.

Por eso hay que cultivar y estimular la oración de la Iglesia, y en lugar preeminente, la oración de los hombres de Dios, de los consagrados, las consagradas, que son nuevos Moisés. Pero también de las familias. Hay que fomentar la oración en familia, al comienzo del trabajo, antes y después de comer. A veces se siente vergüenza de hacerlo, porque nos parece que eso indica debilidad, y como menos hombría y, sobre todo, menos modernidad. Parece que el hombre ha de crecer a costa de Dios. Como si el recurso a Dios testificara la debilidad y minusvalía del hombre, cuando es lo contrario. “Nunca es más grande el hombre que cuando está de rodillas” decía Donoso Cortés. En la unión con Dios, que la oración establece, es el hombre el que sale ganando, como quien se une a un sabio, o a un rico poderoso, que gozan de sus riquezas y poder. De los primeros cristianos en Roma, decían los paganos: "Son hombres que oran". Preguntaba ya Pablo VI, angustiado:"¿Saben orar nuestros cristianos hoy?. Hoy se apaga adrede la plegaria.” 



ORAR NO ES REZAR MECANICAMENTE,

COMO EL MOLINILLO DE LOS BUDISTAS



No basta rezar, hay que rezar con fe, "si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá y se trasladaría; nada os sería imposible" (Mt 17,19). "Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" (Lc 18,1). Jesús veía lo difícil que es mantener esa fe viva, esa confianza en Dios Padre que vela por nosotros, y por eso propuso la parábola de la viuda que pedía justicia al juez injusto, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse. La oración pues, está en función de la fe. Orar para tener fe. Y tener fe para orar. Lo importante es la fe, que respira por la oración. Si la fe no respira, se muere. La crisis de la oración es consecuencia de la crisis de fe, y la falta de fe produce el decaimiento en la oración. Sin fe, a quién orar, para qué orar. 

Si creemos en la humanidad y en la divinidad verdaderas de Jesús, el Salvador, que nos introduce en la fe, en el conocimiento de Dios y de su adoración, hacemos nuestra oración confiada en su nombre, y es escuchada por su reverencia. Y lo primero que conseguirá la oración humilde y perseverante y tenaz, será nuestra conversión, y nuestra entrega al amor, a la bondad, a la paz y a la justicia. Porque no dirigimos nuestra oración a un Dios tapaagujeros, que alimenta la teoría de la alienación, sino a un Padre que nos transforma en hijos y que nos hace semejantes a El en su compromiso con el mundo y con los hombres, y nos participa su misericordia, su amor, su dicha y su justicia. La oración, al convertirnos, transforma el mundo de selvático en humano, y de humano lo hace divino. Y así se comienza la mejora del mundo por donde debe comenzar: por el cambio del corazón de la persona, que es lo que está más a nuestro alcance, pero es lo más difícil, porque cambiar de costumbres es morir. Y se prefiere más hacer planes y proyectos y pronunciar discursos y escribir libros, que cambiar de vida porque compromete más. Si se comienza la casa por el tejado, nunca habrá casa. Lo que Santa Teresa diría: "hacer castillos en el aire".

Si Moisés baja radiante del Sinaí es porque había permanecido con El (Ex 34,29). Si Agustín veía resplandecientes en la catedral de Milán a los jóvenes salmodiando, es porque oraban. Y esto le cuestionaba y se decía: “¿Lo que pueden éstos y éstas no lo podré yo?”

«No se puede ser cristiano sin oración" ha escrito Urs Von Balthasar. Se nota pronto cuando una persona ora o no ora. Cuando habla, cuando obra, porque al escucharle se experimenta frío, o calor de alto voltaje. Predicar no es estar una hora hablando de Dios, sino que venga a ti un demonio y salga hecho un ángel (San Juan de Avila).



La oración propicia la conversión diaria. Cuando San Agustín, el del gran corazón e inquieto buscador de la verdad, conoció a Dios en la oración, exclamó con belleza: ”¡Tarde te conocí, hermosura tan antigua y tan nueva”. Pero llamaste, clamaste, y quebrantaste mi sordera. Brillaste, alumbraste y acabaste con mi ceguera. Exhalaste tu perfume y respiré y estoy anhelándote. Gusté y tengo hambre y sed. Me tocaste y ardí, deseando tu paz”!. Es el mismo clamor a Dios del salmista: “Muéstrame tu rostro”.

Santo Tomás escribe que la enseñanza y la predicación brotan de la plenitud de la contemplación. He ahí el gran remedio que necesita nuestro mundo: la oración. Ha escrito Trueman Dicken: "El único remedio al que nuestro señor mismo prometió coronar con el éxito..., no ha sido aplicado seriamente: el remedio de la oración... La oración es la clave indispensable de la situación" (El crisol del amor). 

Si Santa Teresa pudo corresponder tan vigorosamente a los deseos de Dios fue debido a la oración. Santa Teresa menciona tres clases de oración: vocal, meditación y contemplación sobrenatural, llamada hoy oración infusa. Bien es verdad que el pueblo sencillo conoce sólo la vocal, y quiera Dios que conozcamos las otras dos los consagrados.



LA CRISIS DE LA ORACION



Han sido años difíciles, los pasados, para el tema de la oración. Digo el hábito de la meditación por cuanto formaba parte del horario de cada día, que no propiciaba mucho el hábito, al menos interior y de profunda convicción. En realidad no sé había hecho una pastoral pedagógica y eficaz de la oración, en todos los niveles. Fuera de una plática dedicada al tema de la oración en los ejercicios espirituales anuales, ya no se trataba más. Se consideraba tema sabido. Ocurría como en la ficha de la mili: Valor: se le supone. Era asunto supuesto. Los jueves y los domingos, se oían pláticas en las que se vertían ideas. Pero nada de ejercicio personal de oración. Esto era en general; siempre, en todos los campos, hay alguna excepción que confirma la regla. De todos modos se tenía conciencia de que había que hacer meditación. Quizá en los años cincuenta se mantiene, pero a la baja, esta conciencia. Y ya en los sesenta se invierten los términos: en vez de ir al sagrario, hay que ir al hermano, es mejor tomarse unas cervezas en el bar con unos muchachos, que estar un rato de rodillas ante el Señor. Y entonces comienza el rumor y la sospecha sobre la oración: es una evasión, urge el compromiso, hay que actuar ya. Se retrasaron un poco. En España siempre se retrasan los movimientos, sean del orden que sean. Ese movimiento del «activismo» se había iniciado y desarrollado en los Estados Unidos de América, a finales del siglo XIX. Lo descalificó León XIII en una carta al Arzobispo de Baltimore, Testem benevolentiae del 22 de enero de 1899. El Papa en esa carta condena el «activismo» y acuña un nombre para designarlo: el «americanismo», y que posteriormente Pío XII convertiría en la «herejía de la acción». Aún en el año 1945 publica un libro el cardenal Speellman, Arzobispo de Nev-York, con el significativo título de «Acción ahora mismo». Vemos que por aquellas fechas España aún andaba bastante regular. En el año sesenta y dos comenzó el Concilio y, lo que se esperaba una bocanada de aire fresco en la Iglesia que vivía con las ventanas cerradas, se convirtió en un huracán, que se llevó tras de sí aquellas conciencias, ya poco sólidas, de los años cuarenta. Se ridiculizó el rezo de oraciones tan venerables y arraigadas como el Rosario, se desmantelaron trisagios, adoraciones eucarísticas, triduos de cuarenta horas, novenas, ejercicios del mes del rosario, de las almas y de mayo, todo en nombre del Concilio, que no había dicho eso, sino todo lo contrario. Había rutinas y polvo de siglos que sacudir y poner al día, pero, de ninguna manera, extinguir. Al pueblo se le quitó lo que tenía sin darle ninguna sustitución. Comenzaron a cerrarse los templos por la mañana y abrirlos sólo por la noche para la misa vespertina, y se condenó a muerte la piedad popular. Ya Pablo VI se lamentaba y decía: «Un célebre escritor de nuestro tiempo hace decir a uno de sus personajes, un cultísimo e infeliz sacerdote: "Yo había creído con demasiada facilidad que podemos dispensarnos de esta vigilancia del alma, en una palabra, de esta inspección fuerte y sutil, a la que nuestros antiguos maestros dan el bello nombre de oración"» (Bernanos, L´impost). 

El Espíritu Santo que vela por la Iglesia va a intervenir. Ha escrito Oscar Cullman, teólogo protestante, que cuando la Iglesia deja la oración el Espíritu Santo la deja a ella. Quizá la expresión no es muy acertada, pero es gráfica e indica una situación psicológica, más que teológica, porque en realidad lo que hace el Espíritu Santo es corregir la dirección y curar el desvío. Y lo hará allí mismo donde comenzó el error. El americanismo, herejía de la acción y escape de la oración, comenzó en Estados Unidos. En la película americana Siguiendo mi camino, protagonizada por Bing Crosby. Este encarna a un sacerdote joven que llega a una parroquia americana, y que responde con una sonrisa irónica a la pregunta del sacerdote mayor sobre si hace oración. Pues allí, en Estados Unidos, entre los universitarios, nacerá la Renovación Carismática, que es la revalorización de la oración. Entre los laicos. Es tan vital la oración que, cuando las vocaciones de consagrados están pasando su invierno, el Espíritu Santo hace germinar la primavera en el pueblo llano, para que vengan a ser como los primeros cristianos, de quienes los paganos decían que eran «hombres que oran, y hombres que aman”



LA CONTEMPLACION ES TAREA DE TODOS LOS HOMBRES COMO TODAS LAS REALIDADES ELEMENTALES QUE ESTÁN EN LA BASE DE NUESTRO SER.



En la oración mental alimentamos las ideas, que son necesarias para vivir con coherencia el evangelio. Hemos de esforzarnos por razonar, juzgar actitudes, discernir y decidir. Es verdad que las ideas, siendo motores como son, "mens agitat molem", a fuer de humanas, no tienen capacidad de hacer mucha hacienda, en frase de san Juan de la Cruz. Por eso viene el Espíritu en nuestro auxilio a orar al Padre con gemidos inefables, por medio de la oración contemplativa infusa, por pura gracia cuando Él quiere. Y no sólo puede infundir esta gracia a quienes hacen meditación, sino también a los que rezan vocalmente. Y santa Teresa dice que el Maestro divino les está enseñando, sin ruido de palabras, suspendiendo las potencias mientras rezan. Pero sabemos también que el soplo de Dios puede llegar mientras se están realizando los trabajos dispuestos por la obediencia. Basta recordar al beato Rafael, saltando de júbilo de Dios en la cocina mientras está pelando nabos, a la misma santa Teresa en éxtasis con la sartén en la mano y, más cerca de nosotros, a Carlo Carretto, que le gustaba vestirse con ropas viejas para ir a la oración en el desierto para, cuando llegara el gozo de Dios, poder revolcarse en la arena. Santa Teresa escribe que con la oración le vino todo, porque antes "no entendía como lo había de entender, en qué consiste el amor verdadero a Dios". Pero tuvo que cambiar: Cuando aún no era monja, pensaba antes de dormirse en la oración del Huerto. Después en el convento tuvo que aprender un método complicado, que fue la causa de su enfermedad. Tenía que atenerse a puntos meticulosamente escogidos por días. Como tenía que dejar todo lo que hacía en el mundo, dejó también su forma de orar. Su oración era vida y ahora empezó a ser un ejercicio. El ejercicio produce especialistas y técnicos. Su oración era vida y pasó a ser tormento. Después la definirá que es tratar de amistad con quien sabemos nos ama, estando muchos ratos a solas con él. Pero al "Príncipe de este mundo" le interesa que no se de con el remedio, y que se vayan dando palos de ciego, a ver si se acierta por casualidad. La solución no es disparar al blanco, sino hacer diana. "No luchamos contra la carne y la sangre, sino contra los imperios y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos", que saben lo que se juegan cuando una persona se decide de veras a vivir el misterio de la cruz y del amor. "Les presenta el demonio tantos peligros y dificultades ante sus ojos, que no es menester poco ánimo para no volver atrás, sino mucho y mucho favor de Dios".

Así lo testifica Orígenes: "En el edificio de la Iglesia conviene que haya un altar, y son capaces de llegar a serlo los que están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios día y noche sus intercesiones y a inmolarle las víctimas de sus suplicas. Como los apóstoles que perseveraban unánimes en la oración y oraban concordes con una misma voz y un mismo espíritu" (Homilía en la Dedicación de la Iglesia).



GRADOS DE ORACION



Hay Educación primaria y secundaria. BUP. Selectivo. Carrera. Licenciatura. Doctorado y sigue estudiando. Cuando se habla de oración se habla de vocal, poco de mental y menos de infusa. Pero esa es la oración de principiantes. No han dejado el libro para la oración y la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, exclusivismo y petulancia, no se corrigen. Pero todo el pueblo de Dios está llamado a la santidad. Caminando por la vía ascética, somos principiantes, gusanos, dice Santa Teresa llamados a convertirse en mariposas, por la vía mística. Acción de las virtudes o acción de los Dones. Navegar a remo, o a vela y motor. No tendrán nunca madurez y suavidad que es propia de los frutos.

Paul Claudel tiene una parábola cuyos personajes Animus y Anima, son modélicos. Animus es pedante, vanidoso, tiránico. Anima la intuición, la originalidad y la fantasía creativa. El hombre occidental es acusadamente lógico, racionalista, voluntarista, crítico, intelectual; más Animus que Anima. Anima es ignorante, la creen tonta, porque jamás fue a la escuela. Pero la región de Anima es la más rica y profunda del hombre. Un día Anima comenzó a cantar y Animus se sorprendió. Era una hermosa canción, que al sentirse descubierta no repitió jamás.

Cuentan los monjes del Zen que un padre viudo quedó aferrado ante las cenizas del hijo que creía muerto, y cuando regresó vivo, no quiso recibirlo, aferrado a las cenizas del que creía carbonizado en el incendio de su casa. Santa Teresa habla de oración de principiantes: las cuatro aguas, y comienza sacando agua del pozo, y cuando llegaba sacar una gota, se veía afortunada. San Juan de la Cruz quiere hacer contemplativos, entre otras razones, porque ya conocía el magisterio de la Madre.

De hecho, tenemos un paradigma en el evangelio: Pedro, el activo, se echa al agua para salir al encuentro de Jesús, que estaba en la orilla. Pero aunque ha hecho tantos esfuerzos para sacar la red repleta de peces, no ha conocido al Señor. Nos ocurre lo mismo en medio de los afanes del mundo. No descubrimos al Señor presente a nuestro lado. Lo imaginamos demasiado lejano, demasiado celeste.

He aquí una frase de Líster, el marxista: "El marxismo está más lejos que Dios". Pero Jesús está a la orilla de cada actividad, de cada trabajo o empresa, de cada fracaso, de cada penalidad y disgusto y contradicción y de cada murmuración y de cada traición, para darnos su pan, alimento para cada día y para la vida eterna, y para examinarnos de amor. Más importante que dedicarse a las actividades de Dios es dedicarse a la persona de Cristo. 

Es Juan, el contemplativo, el que reconoce a Jesús y le insinúa a Pedro su presencia. Pedro escucha atenta y dócilmente, como debe hacer todo pescador, todo pastor. La Iglesia petrina y la joanea gozan carismas complementarios, pero no deben existir la una sin la otra. Para reconocer a Jesús es necesaria la contemplación. "La Iglesia ha de vivir entregada a la acción y dada a la contemplación" (Vaticano II).

Sin fe a quién orar. Sin fe para qué orar Y sin orar cómo mantener la fe. Pero con la oración renace la fe como en primavera echan brotes los árboles y se entreabren los capullos.