A imagen de Dios hombre y mujer los creo

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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“Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó”. He aquí dos verdades fundamentales del Génesis sobre la persona humana: creada a imagen de Dios y creada como hombre y mujer. Según el texto, la imagen completa de Dios la da el hombre y la mujer. Dios no crea al ser humano para que viva solo, sino hombre y mujer, para que puedan formar una familia como comunión de amor. En este plan de Dios, la diferencia sexual es un elemento constitutivo del ser del hombre y de la mujer, que no implica desigualdad, sino que está profundamente inscrita en el ser de cada uno. En efecto, cada uno de nosotros, es hombre o es mujer hasta lo más profundo del corazón y así lo reconoce y afirma la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el documento Sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mun­do, 8: «La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino tam­bién en el psicológico y espiritual y es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano».

NO MERO DATO BIOLOGICO

Y cuando la sexualidad se reduce a mero dato biológico, se corre el riesgo de cosificarla y despersonalizarla y se habla de orientación sexual, que cada uno puede de­terminar libremente. Pero no se puede elegir ser hombre o mujer, pues la diferencia sexual nos es dada. Esta diferencia sexual tiene un profundo significado afirma Juan Pablo II: «A través de la comunión de las personas, el hombre llega a ser imagen de Dios». Lo hace en la comunión del hombre y la mujer, que implica en ambos, toda la persona, alma y cuerpo. El hombre y la mujer, en todo su ser corpóreo-espiritual, experi­mentan la llamada al amor y la comunión. Por eso en el paraíso, antes de la creación de Eva, Adán se siente solo. Dios, que conoce el corazón del hombre, se da cuenta de su soledad, y dice: «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18). Entonces, el Señor formó a Eva y se la presentó a Adán, que exclamó: «Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). Este hermoso texto, que contiene verdades fundamentales acerca del ser humano en un lenguaje simbólico, expresa el enorme gozo de Adán cuando Dios le presenta a Eva. No es el hombre quien se fabrica la mujer, sino que Eva es modelada por Dios como ayuda semejante para el hombre, un otro yo igual en la humanidad. Así se nos insinúa que la mujer nace más del corazón de Dios que de la costilla de Adán. La misma exclamación gozosa resuena cuando un hombre y una mujer descubren la belleza de la llamada al amor conyugal y a formar juntos una familia. 


POEMA EN LA CUNA DE FLORES del amor humano

En el crepúsculo inmenso del Paraíso, aquella tarde de otoño, había dejado de llover. Las palmeras desperezaban sus abanicos, y los nardos sacudían las gotas de la lluvia en el césped brillante. Adán se había quedado dormido en su gruta de cuarzo cristalizado, y el Señor, que se había puesto aquella tarde un traje de arco iris, lo despertó. Adán, quedó deslumbrado. -¡Buenas tardes, Señor! -dijo y el Señor le sonrió y le puso en el hombro una mano transparente. -¿Te aburres? - Sólo estoy contento cuando estamos juntos. -¡Míra los cielos! -dijo el Señor. La mirada de Adán traspasó las nubes y se hundió en el infinito, hasta donde llegaban las últimas galaxias. -Es hermoso. La mirada de Adán se enredaba en las constelaciones, perseguía las estrellas fugaces, inquiría en el seno confuso de la Vía Láctea. -Es bonito. Y, todo eso, ¿sirve para algo? ¿O es como los frutos de los árboles o las aguas del río, para que yo me alimente; o como las flores y los insectos... Todas las cosas que hay en el Universo -continuó el Señor-, me aman, cada cual a su manera. Las orugas lo mismo que los soles, las hierbas como las aves. Ese conjunto inmenso se mueve por amor a Mí; por amor viven los animales, y crecen las plantas en el campo, y hasta esos cristales de tu gruta tienen su modo de amarme. -Me aman lo mismo que tú. Lo que sucede es que su amor no se dice en palabras, y no está dicho todavía. 


EL HOMBRE SACERDOTE DEL AMOR DE LA CREACION

Precisamente por eso estás tú en el mundo. Ahora que el Cosmos está completo, tienes que recorrerlo para traerme el mensaje de amor de cada cosa. - Vas a hacer un viaje, vas a recorrer el cielo hasta las últimas estrellas; vas a hurgar en los campos hasta dar con las hierbas escondidas; vas a hablar a todos los animales del aire, del mar y de la tierra; vas a interrogar al oro, y al diamante, y a todos los pedruscos subterráneos. Preguntarás si aman a su Señor. Y cuando te hayan dado respuesta, me la traes. Y, durante este tiempo, ¿estaré sin verte? -Pero no lo notarás. Adán a la mañana siguiente, partió para su viaje. Era también la tarde en el Paraíso, pero no había llovido. Adán vino cansado y un poco triste y se dejó caer a la orilla del río, hasta que oyó la voz del Señor, que le llamaba. -¿Dónde estás, Adán? -¡Estoy aquí, Señor!. El Señor le tendió la mano y Adán sintió desvanecerse la fatiga y la tristeza de su corazón. -¡Cómo me alegra verte, Señor! ¡Qué bien me siento a tu lado! Un impulso le llevó hasta los brazos del Señor, y reclinó la cabeza en su pecho. El Señor acarició su frente. -¿Cómo te ha ido por esos mundos? -Son muy bonitos. No se da uno cuenta de lo mucho que has hecho y de lo bien que te ha salido. Pero... cuando estoy junto a Ti, parece que entre nosotros no existen distancias. Te llamo y me respondes; te miro y me sonríes; te amo, y me devuelves amor. No me atrevo a decir que somos uno mismo, pero es como si lo fuésemos. La voz se le amargó, y una arruga profunda surgió en su frente. 


PREPARANDO EL CAMINO

El Señor trataba de ocultar su regocijo. -Ni las cosas me entienden, ni las entiendo. Sean estrellas, ranas, cataratas de agua, leones o claveles, cuando les pregunto, enmudecen; cuando les habla de amor, me miran sin comprender. Somos distintos, no hablamos la misma lengua. Siento como si un abismo nos separase. - Y, eso, ¿te ha entristecido? -Sobre todo, Señor, porque no pude cumplir tu encargo, y porque me gustaría entenderme con las cosas que me rodean. Hasta ahora me parecía suficiente, Señor, nuestra recíproca amistad. Pero las criaturas te aman, y Tú las amas, y me duele quedar fuera de ese concierto y no poder traerte... y se le escapó un sollozo. Se echó a llorar en los brazos del Señor, y Dios le sonrió. Y esa sonrisa divina fue para Adán como el jugo de las amapolas, y en sus brazos quedó dormido. Después, trajo la noche y mandó al universo entero que guardase silencio. El Universo se sobrecogió; y todo quedó callado, hasta la música de los astros. Aquella noche, el Señor estuvo muy atareado. Iba y venía por el jardín del Paraíso. Sus manos hurgaban en la arena, sus dedos palpaban su finura; las metía en las aguas y probaba su delgadez. Recorrió los cielos, y el fondo de los mares, y estudió el color del firmamento y del coral, el resplandor de los soles y la transparencia de las aguas marinas, la piel más suave de las fieras, y la palpitación de la marea. Escuchó la voz de las caracolas, el susurro del aire nocturno y todo lo que en las cosas naturales era dulce, delicado y bello; cuando lo tuvo bien estudiado, se sentó en un rincón del Paraíso, y estuvo un rato pensando. 


CREACION DE EVA

Se encerró en la espelunca de Adán hasta la madrugada. Salió, y fue a lavarse al río, porque traía las manos sucias de barro. Después, llamó a los ángeles, y ordenó que cantasen a toda orquesta el Himno del amor universal. Le obedecieron. Cantaban en las alturas, y las otras criaturas cantaban acordes. Al salir el sol desde los ángeles a las hormigas, todos sentían curiosidad por saber qué pasaba. Despertó Adán al escuchar los cánticos y vio a Eva en el suelo dormida. Quedó suspenso y se acercó poquito a poco; se atrevió a tocarla y Eva se movió. Adán soltó un grito de júbilo: Eva, al moverse, había descubierto la cara, y Adán pensó que no había visto nada tan seductor y pensó: - Tengo que decírselo a Dios, para que venga también y vea... Salió corriendo, y tropezó en las espaldas inmensas del Señor. -¿A dónde vas, Adán? -¡Iba a buscarte, Señor! ¡Ven a mi gruta y verás...! Hay... una criatura nueva. Se parece a mí, pero no es enteramente igual. Tienes que verla. ¡Es tan bonita!. Mira, algo así como esas estrellas que pusiste tan lejos!. Y dijo el Señor: Te refieres a Eva. Es lo que me faltaba por hacer, y esta noche lo hice. Es para ti. -¿Para mí? -Sí, para que te haga compañía. -Entonces, ¿puedo tocarla? -Claro. Debes hacerlo cuanto antes. Adán regresó a la gruta, y se había arrodillado junto a Eva. Su mano acariciaba tímidamente los cabellos largos, oscuros. Adán se encontró envuelto en la luz que reflejaba el cuarzo de las paredes; la luz de la mica, la luz verde de las esmeraldas, la roja de los rubíes, la azul de los zafiros de las paredes de la gruta. Fuera, en todo el ámbito del Universo, la música seguía, y el Señor alzó el brazo derecho y de repente, todas las criaturas de todos los mundos lanzaron unánimes un grito de alegría, un grito que retumbó más que los truenos, que hizo temblar los ejes de los astros y que llenó de música los confines remotos de la nada. “Yo hice sobre la tierra al hombre; mis manos desplegaron el cielo y doy órdenes a su entero ejército” (Is 45,12). - El Señor les esperaba. Era esbelto y gigante como los cedros. - Agarró a Eva por los hombros y la abrazó fuertemente. Hacían una hermosa pareja, y se advertía que Adán amaba a Eva. “El gozo que siente el esposo con su esposa lo siente tu Dios contigo”. 


GOZO CUMPLIDO

Ese gozo que experimentaban se multiplicó cuando, como esposos y padres, pudieron abrazar a su hijo. En la paternidad y en la maternidad los esposos encuentran una más plena realización de su ser personal como hombre y mujer. La convocatoria a la existencia de un nuevo ser humano sólo se hace de modo digno dentro del matrimonio y como expresión del amor conyugal, como Tobías antes de conocer a Sara: “Yo no tomo a esta hermana con deseo impuro, sino con recta intención. Te piedad de mí y de ella para que podamos legar juntos a nuestra ancianidad” (Tb 8,7) y como Luís Martin, el padre de Santa Teresita, “no es la pasión la que me guía, sino el deseo de darte hijos que te amen eternamente”. Lo contrario supone relativizar el inestimable servicio que el matrimonio presta a la sociedad al engendrar y educar a los hijos, como dice la Conferencia Episcopal Española, en el documento “En favor del verdadero matrimonio”, 3. Esa es la gran vocación del hombre y de la mujer, llamados al matrimonio. Ayudar a completar la creación. “Creced y multiplicaos y llenad la tierra.” La gran vocación, la incomparable ayuda, que el hombre y la mujer prestan al Creador con quien colaboran en el plan inmenso de llenar la tierra de adoradores y concreadores de vida para poblar el cielo de vida feliz y eterna. De Dios también recibirán el supremo agradecimiento que le prestan, por su voluntad, los hombres y las mujeres llamadas a crear familias santas.