Beatos Juan de Perugia y Pedro de Saxoferrato, Martires

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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DOS ITALIANOS

Cerca del Tíber, en el centro de la península itálica, en la capital de la región de Umbría desde donde nos llega el famoso por su feria anual en octubre del chocolate, nació el Beato Juan de Perugia. Desde las más altas cumbres de los Apeninos, entre los ríos Aterno-Pescara, Sangro, Tronto, Trigno, Tordino, Vomano y el Liri que desemboca en el mar Tirreno Abruzos, a su vez nos llegó a Teruel, la tierra de María en Aragón, Pedro de Saxoferrato. Los dos se unieron a los franciscanos ya en edad avanzada y fueron formados por San Francisco. Juan era sacerdote, y Pedro hermano laico. Llegaron a Teruel en el año 1220.

A PREDICAR A LOS MOROS

Según la Crónica de los XXIV Generales habían sido enviados por el Seráfico Padre al Reino de Aragón para predicar la fe católica, pues el Reino de Aragón era el camino que les había de conducir a la España ocupada por los árabes, cuyo punto más próximo era Valencia. En esa misión fueron martirizados los protomártires de la Orden en Marruecos y nuestros Beatos, en Valencia. Ellos mismos eligieron la ciudad de Teruel. De su estancia en Teruel, dice la Crónica de los XXIV Generales que, con la oración y la predicación, esparcieron por aquellas tierras el buen olor de Cristo. Su porte humilde, caritativo y sencillamente franciscano les granjeó el afecto de todo el pueblo.

SU LLEGADA A TERUEL

Llegados a la ciudad se dirigieron al hospital de leprosos, situado en la plaza de San Juan, para atender a los enfermos. Pasaban as noches en casa de una persona caritativa, en la calle llamada de los Santos Mártires, que ha pasado a ser de los Amantes, y trasladada la denominación de los Mártires en el Ensanche. Muchísimos años después, 744, llegaron a la misma calle las Teresianas de Amor y Cruz, con su Fundador, a echar los cimientos de la Obra. En aquella casa existían restos de pinturas antiguas que recordaban el acontecimiento de aquella carismática llegada. Hoy tiene esta casa en la fachada unos azulejos con sus imágenes. Con la oración, la predicación y la caridad recorrían ciudades y villas, y sobre todo, los hospitales. Muy cercana a la ciudad y junto al río Turia, había una pequeña ermita dedicada al Apóstol San Bartolomé. Les ofrecieran esa ermita para edificar junto a ella su pobre morada. Fabricaron dos celditas adosadas al ábside de la ermita Junto a la ermita tenían los Beatos un huertecito en el que cultivaban las verduras que necesitaba para comer. El huerto existía todavía al final del siglo XVII.

SE CONSERVA EL POZO

Dentro del actual claustro de los Franciscanos hay un pozo obra de los Beatos, que es lo único de los santos mártires que ha llegado hasta nosotros. De escasa profundidad, nunca se ha agotado el agua. El tiempo que estuvieron en Teruel lo emplearon en la edificación de aquellas gentes con su buen ejemplo, con la oración y la predicación de la divina palabra. En su propia capillita la predicación era muy frecuente y concurrida, dada la veneración y afecto que les tenía el pueblo. La ermita tenía un púlpito que ellos construyeron donde solían dirigir la palabra de Dios a los fieles. Este púlpito había de ser el primer altar que recibiría sus cuerpos, rescatados después de su martirio y devueltos a Teruel.

Los dos santos varones Juan y Pedro, almas formadas al calor e irradiación de la santidad de San Francisco, quien les envió a predicar la fe a los sarracenos de España; acrisolados y maduros ya en el apostolado, la oración, caridad y la predicación. El celo santo de la fe, la salvación de las almas por la predicación de la divina palabra y el ardiente deseo del martirio, fueron los estímulos que empujaron a nuestros Beatos a emprender el viaje a Valencia.

LLEGADA A VALENCIA

Llegaron a Valencia, en el año 1228, en tiempos del último rey moro de aquel Reino árabe, el célebre moro Zeit Abuzeit, hermano de Miramolín, caudillo de los Almohades, derrotado en las Navas de Tolosa. Rey tirano y déspota, perseguidor de los cristianos en quienes vengaba la derrota de los Almohades en las Navas. Los miraba como a espías de los ejércitos cristianos; por eso permitió el asalto al barrio cristiano de Valencia, donde tantas crueldades y crímenes se cometieron.

Cuando llegan a la ciudad del Turia los Beatos Juan y Pedro, la persecución de los cristianos se encuentra en fase aguda. Entran en Valencia y comenzaron a predicar con ardor y valentía la fe de Cristo y la falsedad de la religión mahometana a los sarracenos. Fueron detenidos y llevados a la presencia del rey Zeit, que les interrogó sobre la causa de su venida a Valencia, y los encerró en cárcel durísima. Zeit pone todo su empeño en atraerles a la ley musulmana; para lo que emplea todos los medios a su alcance. Halagos, promesas y todo cuanto de humano pudiera cautivar su interés. Recurre a las amenazas, a los tormentos. Estas torturas las padecieron atados a un ciprés. Después del horrendo castigo, Los Beatos no se amilanaron y persistieron en la predicación. Perdidas todas las esperanzas de atraerles a la ley islámica, Zeit pronuncia la sentencia capital contra ellos. Era el día 29 de agosto de 1228, fiesta de la Degollación de San Juan Bautista, la sentencia era la decapitación, en lugar público la plaza de la Higuera o de la Higuereta, junto a la antigua iglesia de Santa Tecla, actual plaza de la Reina. En el palacio de Zeit, fueron encarcelados y sufrieron los interrogatorios fueron atados a un ciprés de aquella finca y allí recibieron el tormento de los azotes y vejaciones e injurias. Aquella regia morada, fue convertida más tarde en convento.

EL MARTIRIO

Dieron gracias al verdugo por el beneficio del martirio, y puestos de rodillas en tierra, con fervor rogaron por la salud espiritual del Rey, e interiormente recibieron del cielo la convicción de que su oración era atendida. Hincadas las rodillas en el suelo, y después de haber pronunciado unas palabras proféticas referentes a la conversión del tirano Zeit, los Beatos Juan y Pedro fueron decapitados, recibiendo con ello la tan ansiada palma del martirio, en la fiesta de la Degollación de San Juan Bautista, día 29 de agosto de 1228.El rey moro Zeit Abuzeit, en año 1229, ordenó su martirio antes de su destronamiento como rey de la Ciudad y Reino. Después del martirio de Juan y Pedro estalló la sublevación de los moros de la ciudad contra Zeit, y ocupó con sus tropas el noble jeque de aquella tierra y gobernador de Denia, llamado Zaen. Zeit tuvo que huir y buscar refugio en don Jaime I el Conquistador, a quien encontró en Calatayud. Después de 1229 reina ya en Valencia Zaen.

Los cristianos de Valencia se hicieron cargo de los cuerpos y de las cabezas separadas de los santos mártires, hasta las reliquias más insignificantes. Existía en Valencia, ya desde los comienzos de la conquista árabe, un barrio cristiano llamado de "Rebetins", situado entre las calles de la Concordia, San Bartolomé y Portal de Valldigna. A los cristianos, que tenían la costumbre de hacer sus enterramientos dentro de las iglesias, les servía de cementerio la iglesia del Santo Sepulcro, después iglesia de San Bartolomé, enclavada dentro del barrio cristiano. Obtenidos ya los sagrados cuerpos, les dieron honrosa sepultura, hasta su traslado a Teruel.

LA PRIMERA CONVERSION OBRADA POR LOS MARTIRES: EL MORO ZEIT

Consumado el martirio de nuestros santos religiosos, Zeit experimentó un cambio radical en su propia contextura psicológica y moral. Remordimientos y angustiosas tristezas le acompañaban constantemente.Entró disfrazado en el barrio cristiano. En 1229 estalló la rebelión del pueblo de Valencia contra Zeit, a quien destronó, proclamando en su lugar a Zaen. Zeit huyó a Zaragoza, en busca de don Jaime, con quien tenía un tratado de amistad, y se puso a sus órdenes. Zeit fue bautizado en 1233. Ayudó a don Jaime en la reconquista de Valencia, y éste le concedió la Señoría de Villahermosa, donde gobernó hasta su muerte, en 1247.

LOS MILAGROS DE LOS MARTIRES

El Señor se apresuró a honrar a sus siervos con el don de milagros. Pronto comenzaron a ser invocados con los nombres de Beatos y Santos, no sólo por el pueblo, sino también por las personas de la nobleza y de la familia real.

Por la comunicación que había entre Teruel y Valencia a través de los mercaderes que iban y venían por sus negocios, se divulgó en Teruel la noticia del martirio de nuestros Beatos. Además, los caballeros Blasco de Alagón y Artal de Luna, que fueron testigos en Valencia del proceso y martirio refirieron todos los pormenores de lo acaecido en Valencia. La devoción y afecto que la gente de Teruel sentía por estos santos por el olor de santidad que habían difundido en la ciudad y sus alrededores durante los ocho años de convivencia con ellos, tomaron mucho vuelo con la llegada de estas noticias.

EL REY DON JAIME DEVOTO DE LOS MARTIRES

El mismo rey don Jaime sintió viva devoción a los nuevos Mártires, y a su intercesión atribuía los triunfos logrados en su continuo batallar contra los moros. Con anhelo deseaba el rey y los turolenses recuperar sus santas reliquias,. No era fácil recuperar los cuerpos de los Beatos Juan y Pedro, pues las relaciones entre el nuevo régulo de Valencia, Zaen, y don Jaime no eran amistosas. La divina Providencia llevó las cosas de manera que con facilidad, pudieran ser trasladadas las reliquias a Teruel.

Estando el rey don Jaime en Teruel, a instancia de los turolenses, rechazando la ingente suma que le ofreció el rey moro Zaen, pidió los cuerpos de los mártires como precio del rescate de los nobles moros de Morella, prisioneros del monarca aragonés cuando aquella ciudad fue recuperada en 1231. No era difícil para Zaen encontrar los sagrados cuerpos. Depositados en la iglesia del Santo Sepulcro (San Bartolomé), cementerio de los cristianos, éstos los entregaron al rey moro, que los entregó a unos mercaderes cristianos, que traficaban entre Valencia y Teruel, para su traslado. Salieron de Valencia en una caja en la que los cristianos valencianos escribieron los nombres de nuestros Beatos: San Juan y San Pedro. Con este título ha quedado aún hoy profundamente arraigada en el corazón de los turolenses la devoción a los Beatos Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato.

EL RECIBIMIENTO DE SUS RELIQUIAS

El recibimiento de los sagrados cuerpos fue apoteósico. Llegan a Teruel al tiempo en que la ciudad se encuentra visitada por muchos y muy ilustres huéspedes de todo Aragón, convocados por don Jaime con motivo de la magna asamblea para preparar la conquista de Valencia. El rescate de las santas reliquias fue muy del agrado y de la devoción de don Jaime, y las lleva personalmente todas las gestiones, por el gran deseo que tenía de tenerlas consigo. Al acercarse la comitiva que traía los sagrados despojos, se prepararon por orden del Rey, todos los habitantes de la ciudad para recibirlos con gran devoción y solemne procesión. Y, reza el Proceso de beatificación, el propio don Jaime, que presidía esta fastuosa manifestación, recibió las santas reliquias en sus propias manos, llevándolas con suma devoción y recogimiento hasta la ermita de San Bartolomé, con las dos celditas que, adosadas al ábside, habían construido ellos mismos. En elegante urna de alabastro fueron colocadas en el púlpito desde donde tantas veces habían predicado la divina palabra a los turolenses.

Al llegar la caja con los santos cuerpos a Teruel, no faltaba ninguno de los miembros. Sin embargo, las cabezas de los dos mártires, separadas de sus cuerpos por la espada y contenidas también en el arca al llegar a Teruel, no fueron depositadas en el oratorio de San Bartolomé, sino que el rey don Jaime las sacó de la caja y, engastadas en plata, las colocó en su relicario o capilla con suma devoción y ternura.

EL CULTO INMEMORIAL EQUIVALE A UNA BEATIFICACION

La veneración y culto secular a los mártires, mantenido por la devoción de los fieles, tardó obtener el reconocimiento oficial de la Iglesia. El 31 de enero de 1705 la Sagrada Congregación de Ritos publicó, con la aprobación del papa Clemente XI, el decreto en el que confirmaba el culto inmemorial de estos santos mártires, lo que equivale a una beatificación formal. Y el 23 de julio de 1723 el Papa Benedicto XIII concedía el Oficio divino y Misa en honor de los Beatos Juan y Pedro, a toda la Orden franciscana, a las ciudades y diócesis de Valencia, Teruel y Perusa, y al pueblo de Saxoferrato.