Ha muerto el Cardenal Lustiger (2007)

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

1. HA MUERTO EL CARDENAL LUSTIGER

A punto de emprender una Visita Pastoral a Asia, treinta y cuatro mil kilómetros, el Siervo de Dios Juan Pablo II se enfrentó al nombramiento episcopal más comprometido y audaz de su pontificado, el del Arzobispo de París. Es un nombramiento que muestra la talla del Pontífice.

Situaciones como ésta ponen de relieve su profundidad, su clarividencia, su fe de raíz y su grandeza, que nos permite admirar las maravillas que Dios puede hacer a través de un hombre de tal envergadura. Cuanto más bravo un toro en la plaza, mejor pone de relieve la casta y el fuste del torero.

Poco se ha hablado de esta decisión de Wojtyla en las muchas biografías del Papa, pero señala no sólo el calado de la elección del Arzobispo de París, sino el hondo significado del deseo de la unión con el pueblo judío, que él identifica como el pueblo de nuestros hermanos mayores y la capacidad de Juan Pablo de no sólo de no rehuir los desafíos sino de provocarlos y hacerles frente.

Su historia personal le había preparado para cimentar su posición: aparte de su pasión por la libertad y el respeto de la dignidad humana, refuerzan esta convicción el impacto producido por lo que vio en su niñez y juventud y lo que sufrió ante la hecatombe apocalíptica de aquellos que desde su niñez habían sido sus amigos polacos en el gheto de Cracovia.

Su persecución, malos tratos, asesinatos, pesquisas de la GESTAPO como de acoso de fieras, el humo homicida y el nauseabundo hedor que llegaba desde el campo de Auschwitz a la ciudad, que llenaron sus noches jóvenes de estudiante clandestino y le dejaron una huella profunda e indeleble.

2. LA IGLESIA FRANCESA

En Francia, como en España, se constatan dos Francias: “Españolito que vienes al mundo, te proteja Dios Una de las dos Españas te partirá el corazón”, cantó Machado.

La Francia de tradición clerical y conservadora, y la Francia republicana, progresista y laica.

Aparte de que entre 1901 y 1905, las leyes afectaron a la Iglesia en su estructura interna, y aunque la política del gobierno defendió la república frente a los peligros del nacionalismo y del antisemitismo, existía una gran división entre progresistas e integristas.

Algunos católicos apostaban por el liberalismo doctrinario, hijo del protestantismo, otros reaccionaban apelando al Ancien Regime, el tradicionalismo. Los que peor lo pasaban y tenían que sufrir eran los de centro.

Eran catalogados como cristianos inmaduros por los liberales y como tibios por los tradicionalistas. Quienes creen en el carácter sobrenatural de la Iglesia saben que la barca no se hundirá, pero no saben cuánto tardarán en sacar el agua que inunda la nave.

3. UN OBISPO FRANCES, JUDIO, POLACO

Había nacido en París. Era hijo de padres judíos polacos emigrantes. Su madre fue deportada de Francia a Auschwitz, donde murió en 1943. El joven Aron no había recibido educación ni judía ni cristiana.

Un día, de camino al Instituto, entró en la catedral de Orleans. Era Jueves Santo. Se detuvo ante el monumento y quedó extrañado ante el montón de flores y la profusión de las luminarias. Permaneció mucho rato absorto. No sabía qué significaba todo aquello, ni qué fiesta se celebraba, ni lo que hacía aquella gente allí en silencio. Marchó a su casa sin decir nada a nadie.

Al día siguiente volvió a la catedral. Quería volver a ver aquel lugar. La iglesia estaba vacía. Espiritualmente vacía también. Lo cuenta él: “Sufrí la prueba de aquel vacío, sin saber que era Viernes Santo. En aquel momento fue cuando pensé: quiero que me bauticen”. Era una elección clara. Ni un asomo de proselitismo, que hubiera rechazado la gran personalidad de este adolescente.

4. UNA CLARA LLAMADA DE DIOS. UNA PREDILECCIÓN. UN MISTERIO.

Se dirigió al obispo de Orleans, un oratoriano muy culto que le instruyó en la doctrina cristiana, y le aconsejó que pidiera permiso a sus padres. “Hablé con mis padres, fue una escena muy dolorosa, totalmente insoportable. Los dos se negaron a darme el permiso. Les dije que mi decisión no implicaba tener que abandonar la condición judía, sino, por el contrario profundizar en ella, desarrollarla y darle plenitud. Yo no tenía en absoluto sensación de traicionar, ni de esconderme, ni de abandonar, sino, por el contrario, de haber descubierto el alcance de lo que había recibido al nacer.

Aquello les parecía incomprensible, absurdo e insoportable, era lo peor de todo, la peor desgracia que podía haberles sucedido. Y yo tenía conciencia muy aguda de que les causaba un dolor absolutamente inaguantable. Aquello me destrozaba pero sentía una necesidad interna. Tiene 14 años. Fue bautizado en agosto de 1940, con el nombre cristiano de Jean-Marie.

Su conversión costó al niño Aron Lustiger, la separación afectiva y real de su padre judío, que llegó a suprimirle los medios de subsistencia. Estudió literatura, filosofía y teología en la Sorbona, y fue ordenado sacerdote en 1954.

Durante 15 años fue capellán de estudiantes católicos y no creyentes inquietos en la misma universidad. En 1969 fue nombrado párroco de Santa Juana de Chantal en París, donde su trabajo con estudiantes y ancianos siguió llamando la atención, y atrayendo a muchos intelectuales a escuchar sus homilías.

5. UNA ENCUESTA DEL CARDENAL MARTY

En 1979 el cardenal Marty, Arzobispo de París, empezó a hacer consultas ante su jubilación, y pidió a los sacerdotes de la archidiócesis que enviaran memorándums sobre las cualidades que debía reunir el nuevo arzobispo. Un grupo de sacerdotes acudió a Lustiger y le dijeron: “Escribe lo que pensamos”. Antes de la Revolución la Iglesia francesa había sido una Iglesia de poder, aliada del orden político. En 1789, y después en el Terror, el catolicismo francés recibió el ataque más prematuro de la modernidad secular. La Iglesia se dividió en restauracionistas con el extremismo de Action Française, el petainismo de la Segunda Guerra Mundial y el rechazo del Vaticano II del arzobispo Lefebvre y en los partidarios de pactar con el laicismo y la izquierda política, que engendró el marxismo cristiano. Divididos los católicos franceses, la Iglesia perdía su vigor evangélico.

La creatividad del análisis de Lustiger veía las dos posturas como dos variantes de la misma falsa opción: una Iglesia de poder, que la convertía en vulnerable al asalto de la modernidad laica.

Para Lustiger, la única opción que la Iglesia debía seguir era la evangélica. La Iglesia debía renunciar a sus pretensiones de poder, rechazar alianzas con fuerzas políticas y reevangelizar a Francia desde la cultura, sin mediación de la política.

Había que llevar directamente el Evangelio a los forjadores de la cultura francesa, a la inteligencia laica. Había que reconvertir a Francia desde arriba. Programa coincidente con la primacía que proponía Juan Pablo II a la cultura en su concepto de la historia.

Aunque Wojtyla y Lustiger no se conocían, tenían un interlocutor intelectual común, Kalinowski, antiguo colega de Karol Wojtyla en la universidad de Lublin.

Este, que daba clases en Francia, había propiciado que Lustiger y los responsables de Communio, conocieran la renovación en sus fuentes y otros escritos de Wojtyla.

Lustiger y los intelectuales franceses del círculo de Communio conocían bastante bien el punto de vista del cardenal Wojtyla sobre el catolicismo francés, que Wojtyla admiraba mucho, pero era también muy crítico, como lo había expuesto con claridad en París.

6. OBISPO DE ORLEANS Y ARZOBISPO DE PARIS

El memorando de Lustiger dirigido al cardenal Marty llegó a Roma. Jean-Marie Lustiger fue nombrado obispo de Orleans. Juan Pablo daba muchas vueltas a una cuestión de las más importantes.

La necesidad de un nuevo liderazgo y un cambio de rumbo en el catolicismo francés eran evidentes. Pero Lustiger sólo hacía unos meses que había sido consagrado obispo y su nombramiento para Orleans no había sido bien recibido por algunos obispos por su biografía y su condición y porque veían un desafío a la rutina.

¿Podía ser arzobispo de París un hijo de judíos polacos? Juan Pablo abordó el importante nombramiento de rodillas. Por fin la decisión quedó clara. Lustiger Arzobispo de París. Lustiger quedó aterrado. Le pareció que el Papa corría un riesgo enorme, y que le pedía a él otro tanto.

Cuando su nombramiento como obispo de Orleáns, había escrito a Juan Pablo recordándole quiénes eran sus padres. A Juan Pablo había llevado adelante el nombramiento de Orleáns, como ahora hacía con el nombramiento de París. El secretario del Papa Estanislao Dziwisz, dijo tres veces a Lustiger: “Usted es el fruto de las oraciones del Papa”. Lustiger respiró hondo. Se serenó en la fe.

Más tarde diría que de no ser por la certeza de que el nombramiento era el resultado de intensas oraciones en las que el Papa había hecho frente a los riesgos que correrían los dos, lo habría rechazado.

Francia quedó estupefacta. Juan Pablo había hecho lo impensable. Como se esperaba las críticas llegaron de los católicos y de los judíos por la elección de un converso que siempre había declarado que se consideraba hijo del pueblo judío. Su idea sobre el judaísmo y el cristianismo es diáfana y culmina los planteamientos proféticos, especialmente de Isaías sobre el Siervo de Yahvé.

7. EL SILENCIO DE DIOS

Las máximas autoridades religiosas de Israel, condenaron la participación del arzobispo de Paris en un simposio sobre el Holocausto. El cardenal Jean Marie Lustiger asistió a un debate titulado «El Silencio de Dios», el Día del Holocausto en la Universidad de Tel Aviv. El Gran Rabino, Israel Lau, manifestó que en vez de organizar un simposio sobre el silencio de Dios ante el genocidio de los judíos, sería apropiado discutir el silencio de la Iglesia cuando los nazis dominaban Europa».

Una alusión directa a la actitud que tuvo el clero católico durante la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que más indignó al rabinato israelí, es que el arzobispo de Paris sea un judío converso. «Nos parece intolerable que la Universidad de Tel Aviv haya concedido el honor de inaugurar el simposio, a un hombre que renegó de su fe y se hizo sacerdote, poco antes de que los nazis pusieran en marcha las cámaras de gas», declaró Eliahu Bakshi, rabino de la comunidad sefardí. El cardenal Lustiger jamás ha renegado de su judaísmo, identidad que considera perfectamente armónica con la fe de Cristo. Jean Marie Lustiger era considerado como uno de los grandes teólogos de nuestra época, y su nombre sonó cómo posible sucesor de Juan Pablo II. En una entrevista en el diario israelí Haaretz, el cardenal parisino expresó que el Holocausto fue posible, en gran medida, debido a que «una parte de la humanidad renegó de Dios y optó por el paganismo nazi-facista». El rector de la Universidad de Tel Aviv, Moshé Dinstein, calificó de «absurdos» y «mezquinos», los ataques de los que había sido objeto Lustiger. «No comprendo como el Gran Rabino Lau puede manifestar tal agravio. El marxismo favoreció el Holocausto El cardenal Jean Marie Lustiger declaró que la transformación del hombre en una mercancía por el marxismo, y el laicismo, crearon el clima espiritual que posibilitó el Holocausto judío. A diferencia de quienes atribuyen el trasfondo ideológico de la persecución y matanza de seis millones de judíos en Europa a mil años de antisemitismo cristiano, que los acusó, de ser el pueblo deicida, Lustiger declaró al diario Haaretz que para causarles semejante desgracia fue necesario que varias generaciones silenciaran a Dios en su imaginación. No tengo respuesta dijo el cardenal, para explicar que Dios hubiese permitido el Holocausto, pero cabe preguntarse cómo pudo la civilización tecnológica de Occidente tratar a seres humanos como objetos, y agregó, hay que remontarse al Manifiesto Comunista.

8. EL SIERVO DE YAVE

El pueblo de Israel es el desarrollo histórico del Siervo, culminado en la cruz por el Mesías Jesús que se prolonga por los siglos en la Iglesia de Jesús Mesías. Ni distorsión, ni separación, sino progreso y culminación en el sacrificio Redentor Universal. Lustiger no se arredró. Inició una campaña sistemática entre el clero parisiense, que le ocupó sesenta y dos horas de reuniones, y emprendió la tarea de reevangelizar o evangelizar a Francia desde arriba, predicando cada sábado por la noche a intelectuales y estudiantes en la catedral de Nôtre-Dame y escribiendo una serie de libros de gran difusión. Por un lado Lustiger, que había sido capellán en La Sorbona durante la marea revolucionaria de Mayo del 68, seguía siendo un brillante jefe de los circuitos eclesiásticos: su severo análisis de los problemas de fondo del catolicismo francés eran tan independientes del frente progresista como de los nostálgicos de la restauración, y sugería un auténtico cambio de rumbo. Y si la decisión podía remover las aguas internas, no menos podía reabrir otras cuestiones delicadas, por ejemplo la hipersensibilidad de la comunidad judía, siempre atenta a descubrir agravios en la orilla católica. Lustiger, cuya madre murió en Auschwitz, nunca ocultó sus raíces judías: más aún, ha expresado con suma delicadeza, que entrar en la Iglesia católica había sido para él la forma de recuperar el judaísmo.

Nombramiento arriesgado, desde luego, pero muy pensado y más aún rezado. Juan Pablo II demostró con él que no estaba dispuesto a aceptar la inercia o los prejuicios. La Iglesia necesitaba superar algunos bloqueos en el corazón de Europa, y para ello era preciso el liderazgo de hombres como Lustiger. El nuevo arzobispo demostró enseguida por qué había sido elegido: era capaz de dialogar de tú a tú con la cultura hija de la Ilustración, aceptaba dialogar con la contestación juvenil y con los medios de comunicación, y estaba dispuesto a realizar los cambios que fueran necesarios en las instituciones de la gran diócesis de París. La Francia laica y republicana se quedó estupefacta cuando vio que el nuevo arzobispo no se sentía acomplejado, y poco a poco la sociedad francesa aceptó que su voz era imprescindible a la hora de abordar las grandes cuestiones nacionales.

Durante años predicó sin descanso en la catedral de Notre Dame, escribió libros, recogió el guante que le tendieron los medios, estimuló a una nueva juventud liberada de clichés ideológicos que él conocía al detalle, y sus iniciativas han hecho surgir una nueva generación de intelectuales católicos en Francia. También es verdad que en los momentos difíciles aceptó ser la voz incómoda que otros renunciaban a encarnar, como en la destitución del obispo de Evreux. El momento más feliz del cardenal Lustiger fue el agosto del 97, cuando un millón de jóvenes llegados de todo el mundo ocuparon las arterias de París para mostrar que París era su casa, que habría sido inhabitable sin la savia del Evangelio, que ellos comunicaban con desenvoltura.

Veintidós años después, la huella de Lustiger en la Iglesia de Francia era profunda y benéfica. El mismo escribió, “treinta años han bastado para consumar la ruptura de nuestra sociedad con el antiguo mundo cristiano”... y sin embargo esto no impide que se presenten “signos de una nueva vitalidad cristiana”. Cuando ya contaba 77 años, Lustiger encontró fuerzas para lanzar una gran misión en París, a la vista de “una multitud extenuada y agotada, por la que Jesús siente el mismo amor que le conducirá a la Pasión”. Y dejó a sus hijos esta amonestación paternal: “fuera las envidias, las ambiciones y los repliegues sobre sí mismas de las comunidades cristianas: hay que tejer una trama solidaria para la evangelización”. Estaba jubilado. Era Arzobispo emérito de París. El año pasado escribió a los sacerdotes y seminaristas que padecía una enfermedad grave y que estaba hospitalizado. Ha muerto el domingo 5 de agosto. Su encuentro con Juan Pablo II en el cielo ha debido de ser espectacular. Descanse en paz el gran Cardenal Lustiger.