Santo Tomás Moro

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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En una época en que Europa se niega a reconocer sus raíces cristianas, en la que los reyes católicos tienen que abdicar para no firmar leyes abortistas, donde se pretende legislar contra la ley natural y donde se adoctrina para el laicismo y la supresión de la ley moral y dónde tantos gobernantes católicos esconden su condición de creyentes, es necesario poner en el candelero a un hombre que se jugó la cabeza por su fidelidad a la Iglesia y al Papa, pasando por encima de sus honores temporales y por el amor a los más entrañables sentimientos de esposo y de padre, a un hombre, Tomás Moro, Canciller del Reino de Inglaterra.

EL HOMBRE

Tomás Moro, nació en Londres, el 7 de febrero de 1478, fue abogado, escritor, político y humanista inglés. Destacó en poesía, como pensador, era un humanista, traductor y escritor, canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles y abogado. Hijo de jurista, recibió estudios conformes a su posición. Tras cinco años de enseñanza primaria en la Escuela de San Antonio, la mejor escuela y gratuita de gramática de Londres, fue conducido según la costumbre imperante entre las buenas familias, al Palacio de Lambeth, donde sirvió como paje de John Morton, arzobispo de Canterbury y lord canciller de Inglaterra.

SU PREPARACION INTELECTUAL Y RELIGIOSA

A los catorce años, Tomás Moro ingresó en la Universidad de Oxford donde pasó dos años estudiando la doctrina escolástica, perfeccionando su retórica. Sin embargo, Moro se marchó de Oxford sin graduarse, a estudiar los fundamentos del derecho en Londres. En esta época aprendió el francés, el inglés y perfeccionó el latín, ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso del Reino.

Empezó escribiendo poesías con una ironía acertada, con lo que adquirió fama y reconocimiento. Fue amigo de los precursores del Renacimiento, e íntimo de Erasmo de Rotterdam.

Tradujo obras del latín al inglés y viceversa. Tras realizar una traducción de Pico della Mirandola, quedó prendado del sentimiento de la obra que adoptó para sí, y que marcaría definitivamente el curso de su vida.

Ingresó en la Orden de los Cartujos, dedicado al estudio religioso. Después siguió los pasos de su padre, y cursó derecho. Ejerció como abogado con notable éxito por su desprendimiento y su preocupación por la justicia y la equidad; más tarde fue juez de pleitos civiles, y profesor de Derecho.

EL POLÍTICO

Miembro del Parlamento desde 1504, fue elegido juez y subprefecto en la ciudad de Londres y se opuso a algunas medidas de Enrique VII. Con la llegada de Enrique VIII, protector del humanismo y de las ciencias, Moro entró al servicio del Rey y se convirtió primero en miembro de su Consejo Privado. Viajó a Europa, y recibió las influencias de distintas universidades. Desde allí escribió un poema dedicado al rey, que acababa de tomar posesión de su trono. La obra llegó a manos del rey, que le llamó, y nació a partir de entonces entre ambos una amistad. Enrique VIII se sirvió de su diplomacia y tacto confiándole algunas misiones diplomáticas en países europeos; más tarde lo nombró para varios cargos menores como tesorero, y por fin Lord Canciller, en 1529. Fue el primer Canciller laico en varios siglos.

SU FAMILIA

Tomás Moro, sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, hija de un caballero de Newhallen en 1505. Tuvieron 3 hijas: Margarita, Isabel, y Cecilia, y un hijo: Juan. Tras la muerte de Juana en 1511, Tomás se casó por segunda vez con Alicia Middleton, viuda.. Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía a yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración común y la «lectio divina», así como para sanas formas de recreo hogareño.

VIDA CRISTIANA

Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos contrajo matrimonio con Juana, La casa de Moro estaba considerada como una de las más acogedoras y hospitalarias de Londres. La armonía que en ella reinaba, el buen humor, la inteligencia de Moro y de sus hijos (¡sus hijas podían corregir ediciones críticas de textos griegos!), la fe que en ella se vivía y se esparcía, despertaban fascinación y nostalgia en todos los que se aproximaban a ellos. Pero Tomás Moro era también el hombre que por la noche reco­rría los «barrios bajos» para localizar a los pobres vergonzantes y dejarles dinero de forma sistemática; el hombre que alquiló una gran casa para recoger a ancianos y niños enfermos, llamada «Casa de la Providencia»; el hombre que oía misa todos los días y que no tomaba ninguna decisión importante sin haber comulgado previamente; el hombre que escandalizaba a los nobles cantando en el coro parroquial con una humilde sobrepelliz, aunque era el Lord Canciller. Cuando se le censuraba por ello, replicaba con fina ironía: «No es posible que disguste al rey mi señor por rendir público homenaje al Señor de mi rey.» Se negaba a participar montado a caballo como le correspondía, en la procesión de las rogativas, porque, decía: «No quiero seguir a caballo a mi Maestro que va a pie.» Pasaba las noches de Navidad y de Pascua rezando con toda su familia.

DIOS PREPARABA A SU MARTIR

El Viernes Santo leía y comentaba a los suyos el relato de la Pasión del Señor. Debajo de sus vestimentas lujosas, llevaba un áspero cilicio, que tan sólo se quitó cuando se acercaba la hora de su muerte y se lo envió a su hija. Todos estos detalles tienen por objeto mostrar las múltiples facetas de este hombre al que se le aplicó la significativa definición de: un «hombre para cada hora», un hombre que siguió siendo tal en todos los momentos de su vida. Pío Xl, cuando lo canonizó en 1935, exclamó con admiración: «Ciertamente es un hombre completo.» Y su martirio debe ser entendido sobre este fondo. Enrique VIII era amigo de Tomás Moro: era un rey humanista y con cualidades fascinantes, también él era poeta y «teólogo». Es más, el Papa le otorgó el título de «defensor de la fe». Desgraciadamente, también tenía «uno de esos caracteres que quieren tener la alegría de hacer el bien incluso cuando obran mal... que le dan vueltas y vueltas a la ley, llamando virtud al pecado, para no tener que arrepentirse, y de este modo son muy peligrosos para ellos mismos y para los demás, por la prolijidad con que trabajan para justificarse» (D. Sargent).

DECISION REAL

Cuando el Rey Enrique VIII decidió divorciarse de Catalina de Aragón, Tomás, como Canciller, no podía aprobarlo. Pero siguió con su capricho y pidió al Papa el divorcio. La negación causó la ruptura con la Iglesia Católica.

El rey insistía en obtener su divorcio de una manera eclesiástica, como medio para acallar las murmuraciones de la Corte. El divorcio borraría la infidelidad, y todo quedaría en un asunto intrascendente.

EL PROCESO DEL REPUDIO DE CATALINA DE ARAGÓN

Catalina, la hija de los Reyes Católicos, y tía del emperador Carlos, había estado casada con el hermano del rey y Enrique VIII alegaba que por eso su matrimonio con ella era nulo. Pidió y compró las opiniones de distintos expertos y de las mejores universidades europeas, el dictamen favo­rable de la Universidad de Padua le costó centenares de libras esterlinas. En 1532, chantajeando al clero, el rey se hizo proclamar «único protector y cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra». Este hecho fue aceptado por las Convocatorias sin excesivas dificultades, porque la votación se realizó con la cláusula restrictiva: «en cuanto lo permite la ley de Cristo». Cuando esto ocurrió, Tomás Moro devolvió al soberano los sellos, símbolos de su cargo, y se retiró de la vida pública, preparándose a hacer frente a una dura pobreza. No había ahorrado nada (todo se le había ido ayudando a los pobres y en el mantenimiento de su numerosa familia y de las familias de sus seres queridos), y de pronto perdió toda remuneración de la Corte y cualquier otro ingreso profesional, por lo que a partir de ese momento ni siquiera pudo permitirse mucha leña para el fuego. Decía bromeando que aun no era tiempo de salir todos juntos a pedir limosna, de puerta en puerta, cantando con alegría el Salve, Regina.

LA CORONACION DE ANA BOLENA

Su negativa a asistir a la ceremonia de coronación de Ana Bolena le granjeó el odio de la nueva reina. En 1534, se exigió el juramento general del Acta de sucesión que quedó vinculada al Acta de Supremacía. Tomás Moro fue el único laico de toda Inglaterra que se negó a realizar el juramento; un obispo y algunos monjes cartujos fueron los únicos miembros del clero que se negaron. Encarcelado en la Torre de Londres, Moro se negó a jurar, pero callaba: no daba ninguna explicación, no quería dar ningún pretex­to para que se le condenara a muerte. Ni las acusaciones, ni las calumnias, ni las amenazas, ni los halagos, ni la presión de sus familiares lograron disuadirle: no quería juzgar a nadie, no quería imponerse a nadie, pero no juró y no explicó nada. No lograron encontrar motivos jurídicos para condenarlo: con su habilidad de abogado, destruía de forma sistemática la validez jurídica de las acusaciones de rebeldía presentadas contra él. En la cárcel escribió uno de los textos filosófico-espirituales más bellos en lengua inglesa: el Diálogo del consuelo en la tribulación; después empezó un Comentario a la Pasión de Cristo. Cuando en su comentario de la Pasión, llegó a la frase evangélica que dice «le pusieron las manos encima», el tratado quedó interrumpido porque le retiraron sus instrumentos de escribir.

CONDENADO A MUERTE POR ALTA TRAICIÓN

El 1 de julio, fue condenado a muerte por alta traición. Sólo entonces, con toda la claridad jurídica de la que fue capaz, declaró la ilegitimidad del Acta de Supremacía. A primera vista, la posición de Tomás Moro tiene algo de des­concertante. Al leer su Comentario a la Pasión de Cristo, que se ha publicado en Italia con el título Nell’Orto degli ulivi, En el Huerto de los Olivos y en español con el título La agonía de Cristo, encontramos la clave de su conmovedora humildad. Moro no se creía digno de la gracia del martirio: tenía miedo de sí mismo, de su debilidad, de la vida que había llevado entre las comodidades del mundo. Sentía envidia de los cartujos, que afrontaban con serenidad aquel terrible martirio, la pena por alta traición era espantosa: el condenado era ahorcado de forma incompleta, hasta lograr que se desvaneciera; después, le reanimaban y, seguidamente, le destripaban y lo descuartizaban. Todo esto, para lo que la vida no le había preparado, le llenaba de terror, y ante el heroísmo que se le pedía se sentía únicamente como un terrible pecador.

MIEDO A SUCUMBIR

«A los inquisidores que lo escarnecían porque no declaraba abier­tamente las razones por las que disentía, exponiéndose así a la conde­na a muerte, replicó que no se sentía tan seguro de sí mismo como para ofrecerse de forma voluntaria a la muerte por el temor de que Dios castigase mi presunción haciéndome caer. Por esto no doy un paso hacia delante sino que me quedo atrás. Pero si el mismo Dios me lleva a hacerlo, confío en que, en su gran misericordia, no dejará de darme gracia y fortaleza» En el Comentario a la Pasión, al hablar del temor que Cristo experimentó en Getsemaní, explicaba su postura: tener miedo no es anticristiano, pero el que siente miedo tiene que seguir a Cristo. Seguir quiere decir en verdad pisar sobre sus hue­llas, no querer moverse por sí mismo: «El que no tiene otra elección que renegar de Dios o afrontar el suplicio puede estar seguro de que ha sido precisamente Dios el que lo ha puesto en ese aprieto... » .

EL MARTIR

Las sucesivas negativas de Tomás Moro a aceptar los deseos del rey, acabaron por provocar su odio y enemistad y fue encarcelado en la Torre de Londres, tras la negativa a aceptar un juramento de reconocer a Enrique VIII como cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra, por su ruptura con Roma.

Fue ejecutado por orden del rey Enrique VIII. El rey Enrique VIII, lo encerró en la torre de Londres, donde pasó un año. Se le practicó un juicio sumarísimo y fue condenado a muerte por delito de alta traición.

Altas Instancias europeas como el Papa o el rey Carlos I de España y V de Alemania, quien veía en Tomás al mejor pensador del momento, presionaron para que se le perdonara la vida, y se le conmutara la pena por cadena perpétua o destierro, todo fue inútil y fue decapitado el 6 de julio de 1535.

SU SENTIDO DEL HUMOR

Mantuvo hasta el final su sentido del humor, confiando plenamente en el Dios misericordioso que le recibiría al cruzar el umbral de la muerte. Mientras subía al cadalso le dijo al verdugo: "¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo". Luego, al arrodillarse dijo: "Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel; ella pues no ha desobedecido al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla. Permítame que la aparte". Finalmente se dirigió a los presentes: "Muero como fiel servidor del Rey, pero antes como siervo de Dios”. La espada del verdugo separó su alma de su cuerpo, llevándolo al Dios al que había amado hasta la muerte.

Moro no fue el único que tuvo que sufrir la misma suerte. El recién nombrado cardenal Juan Fisher también le acompañó en el martirio. El mismo Enrique VIII le mandó el capelo cardenalicio a la prisión antes de ser ejecutado. Fue canonizado por la Iglesia como San Juan Fisher. La fiesta litúrgica de ambos se celebra el 22 de junio.

SUS ESCRITOS

Su obra cumbre fue Utopía, en la que aborda problemas sociales de la humanidad, y con la que se ganó el reconocimiento de todos los eruditos de Europa. Uno de sus inspiradores fue su íntimo amigo Erasmo de Rotterdam. El resto de sus obras van desde retratos de personajes públicos, como el caso de Vida de Pico della Mirandola o La Historia de Ricardo III como a poemas y epigramas de su juventud (Epigrammata). Mención importante dentro de su obra merecen los diágolos-tratados que realizó en defensa de la fe tradicional atacando duramente a los reformistas tanto laicos como religiosos. Entre este tipo de obras se encuentran por ejemplo Respuesta a Lutero, Un Diálogo sobre la Herejía, Refutación de la Respuesta de Tyndale o Respuesta a un Libro Envenenado.

Aparte de escribir sobre la defensa de la Iglesia, también escribió sobre otros aspectos más espirituales de la religión, como Tratado sobre la pasión de Cristo, Tratado sobre el Cuerpo Santo, La Agonía de Cristo, redactada de su puño y letra en la Torre de Londres en el tiempo que estuvo confinado antes de su decapitación. Este último manuscrito, salvado de la confiscación decretada por Enrique VIII, pasó por voluntad de su hija Margaret a manos españolas y a través de Fray Pedro de Soto, confesor del Emperador Carlos V, fue a parar a Valencia, patria de Luís Vives, amigo íntimo de Moro. Actualmente se conserva en el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia.

Un hombre para la eternidad

Fred Zinnemann dirigió la película Un hombre para la eternidad, premiada con 6 Óscar, sobre los últimos años de Tomás Moro y sus difíciles relaciones con Enrique VIII, centrándola en su conflicto entre seguir sus creencias religiosas y la obediencia al rey. Está basada en una obra de teatro de Robert Bolt, representada con éxito durante años.

BEATIFICACION Y CANONIZACION

En 1866 fue beatificado por León XIII y canonizado el 19 de Mayo de 1935, por Pío XI. Juan Pablo II lo proclamó patrón de los políticos y gobernantes, respondiendo a la demanda del presidente de la República italiana, Francesco Cossiga, y que recogió centenares de firmas de jefes de Gobierno y de Estado, parlamentarios y políticos.

SU PERSONALIDAD DESCRITA POR ERASMO DE ROTTERDAM:

«Su elocuencia habría logrado la victoria incluso sobre un enemi­go; y es hombre tan querido para mí que si me pidiese que bailara y cantara ‘a la rueda rueda’ le obedecería gustoso... A menos que me engañe el enorme afecto que siento por él, no creo que la naturaleza haya forjado antes un carácter más hábil, más rápido, más prudente, más fino, en una palabra, que estuviese mejor dotado que él con toda clase de buenas cualidades. A ello se agregan un dominio de la conversación que iguala a su intelecto, una maravi­llosa jovialidad en el trato, riqueza espiritual... Es el más dulce de los amigos, aquel con el que me agrada mezclar con placer la seriedad y el buen humor.»