Domingo XI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

"Tus pecados estan perdonados"

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

1. Eligió Dios a David para gobernar a su pueblo. Lo había dotado de grandes y extraordinarias cualidades: corazón noble, valeroso, justo y profundamente religioso. Al entregarle Yahvé el reino de Saúl, le da posesión también de su harén. ¿Qué le pasó a David para, teniendo una situación tan fácil, encapricharse de Betsabé, una mujer casada con uno de sus generales? El corazón humano es muy débil, y ni los reyes ni nadie están libres de ser seducidos y sorprendidos en un momento bajo. El cansancio, el aburrimiento y el ocio, el hastío o el vacío de lo que se tiene que nunca llega a llenar el hambre del hombre, junto con lo que solicita y atrae desde fuera, pueden derrumbar el castillo, por alto que sea y por encumbrado que esté. No nos había enseñado todavía Jesus a rezar el Padre nuestro, “no nos dejes caer en la tentación” y sobre todo, no había derramado su sangre para merecernos la fuerza del Espíritu Santo. Pero el pecado más grave de David no fue el adulterio, con serlo tanto, por quebrantar la justicia robando la ovejita única del pobre Urías, el esposo burlado. El crimen mayor fue su asesinato, fríamente calculado y estratégicamente perpetrado "Líbrame de la sangre"(Sal 50).

2. Como quien no quiere la cosa, se presenta el profeta Natán ante el rey y le cuenta una parábola. Un rico y un pobre. El rico tiene abundantes rebaños de ovejas, y el pobre sólo una ovejita. Llegan invitados a casa del rico y le duele matar una de sus ovejas para obsequiarles y roba la que dormía en el regazo del pobre, que no tenía otra. "¡Vive Dios que el que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar lo del otro, pues pagará cuatro veces el valor de la cordera". David no se ha dado cuenta del rodeo de Natán: -"¡Ese hombre eres tú!". -"He pecado contra el Señor". -"El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás", le dijo en nombre de Dios Natán.

3. A David atribuye la tradición el conocido y tantas veces recitado por millones de corazones contritos, salmo "Misserere". El Salmo 31 también implora el perdón: "Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado". Perdón que se acepta con alegría y corazón feliz, porque el Señor perdona las culpas y sepulta los pecados del que no encubre al Señor sus delitos sino que humildemente los reconoce", como David, gran pecador y gran santo. "Pecó David, cosa que suelen hacer los reyes, hizo penitencia David, lo que no suelen hacer los reyes", sentencia San Agustín.

4. Como a David, igualmente perdona Jesús, en casa de Simón donde estaba invitado a comer, a la prostituta, que no dudó en buscar a Jesús, acercarse a donde estaba, venciendo todo respeto humano, porque era bien conocida, regarle los pies con sus lágrimas de arrepentimiento, enjugárselos con sus cabellos, cubrirlos de besos y ungírselos con perfume. Porque amó mucho, se le perdonaron muchos pecados. Era mujer de mucho corazón. Habría sufrido muchos desengaños. Se entregaba de verdad, pero la buscaban de mentira. Estaba desengañada y hastiada de su vida. Llegó con un frasco de perfume. Fue una escena callada; no hubo palabras, sino sólo gestos silenciosos: entra una mujer; se acurruca a los pies de Jesús, los empapa en lágrimas, los seca con sus cabellos y, besándolos, los unge con perfume. El fariseo que había invitado a Jesús a comer, habla para sí: Al verlo, el fariseo que le había invitado, se decía para sí: "Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora". Tras los dos silencios, Jesús da su juicio sobre la acción de la mujer y sobre los pensamientos del fariseo, con una parábola: "Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?". Respondió Simón: "Supongo que aquél a quien perdonó más". Le dijo Jesús: "Has juzgado bien". Jesús, sobre todo, da a Simón la posibilidad de convencerse de que Él es un profeta, pues ha leído los pensamientos de su corazón; al mismo tiempo, con la parábola, prepara a todos para comprender lo que está a punto de decir en defensa de la mujer: "Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. En cambio, a quien poco se le perdona, poco amor muestra". Y le dijo a ella: "Tus pecados quedan perdonados".

5. El estilo de Jesús es positivo. No dice: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra y lo esconde de nuevo; después va, lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra ese campo”. No comienza: “Un hombre vendió cuanto tenía y se puso a buscar un tesoro escondido”. Uno pierde lo que tenía y no encuentra ningún tesoro. Historias de ilusos, de visionarios. No: un hombre encontró un tesoro y por ello vendió todo lo que tenía para adquirirlo. Es necesario haber encontrado el tesoro para tener la fuerza y la alegría de venderlo todo. Primero hay que haber encontrado a Dios; después se tendrá la fuerza de vender todo. Y esto se hará llenos de gozo, como el descubridor del que habla el Evangelio Así aconteció en el caso de la pecadora, ha encontrado a Jesús y esto le ha dado la fuerza para cambiar.

6. La mujer, como todos, iba buscando la felicidad y se percata de que la vida que llevaba no le hacía feliz, dejaba una insatisfacción y un vacío profundo en su corazón. Hermann Cohen, era un músico brillante idolatrado como niño prodigio de su tiempo en media Europa. Después de su conversión, escribía a un amigo: “He buscado la felicidad por todas partes: en la elegante vida de los salones, en el ensordecedor jaleo de bailes y fiestas, en la acumulación de dinero, en la excitación de los juegos de azar, en la gloria artística, en la amistad de personajes famosos, en el placer de los sentidos. Ahora he encontrado la felicidad, de ella tengo el corazón rebosante y querría compartirla contigo... Tu dices: "Pero yo no creo en Jesucristo". Te respondo: "Tampoco yo creía y por eso era infeliz". La conversión es el camino de la felicidad y de una vida plena. No es algo penoso, sino sumamente gozoso. Es el descubrimiento del tesoro escondido y de la perla preciosa.

7. Muchas de estas mujeres entran en el torbellino por necesidad, otras porque tienen el corazón de metal y son calculadoras e interesadas. La sociedad las margina. Jesús las acoge. El fariseo, que no creía necesitar perdón de nada porque estaba convencido de su rectitud de conciencia y estricta justicia, se quedó sin el encuentro con Cristo y sin su perdón. Le había hospedado en su casa física, exteriormente y de fachada. Ni él se conocía a fondo, ni menos había llegado a penetrar en el corazón de Jesús y en la misericordia del Padre. Jesús salió de casa de Simón gozoso por haber podido ejercer de médico cariñoso con una mujer que estaba perdida, pero que él había encontrado. "No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos" (Lc 5,31). Simón el fariseo también estaba enfermo, pero no lo sabía ni le interesaba saberlo. Jesús entró en su casa, pero él no supo aprovechar la visita y aquella presencia Lucas 7, 36.

8. En el encuentro que tenemos hoy con el Señor en este banquete al que nos ha invitado, lo fundamental no es lo externo. Lo que tiene la importancia máxima es saber aprovechar la oportunidad de presentarle nuestro corazón contrito, humilde y humillado, para pedirle perdón con la seguridad de que nos oye y nos perdona. Si nuestra conciencia rectamente formada, nos dice que vayamos al sacramento de la reconciliación, no nos demoremos.

9. De la Eucaristía hoy y del sacramento del perdón, sacaremos y beberemos aguas vivas de salvación. Nadie puede comprender mejor el corazón de Dios que el que ha pecado y se siente perdonado. Y el que ha recibido mucho perdón, tiene más motivo para amar más por el pleno perdón concedido. La mujer pecadora y otras que habían recibido curación de espíritus malos y de enfermedades, expresaron su gratitud al Señor, siguiéndole, poniéndose a su servicio y ayudándole a él y a sus discípulos con sus bienes. Seguir a Jesús imitándolas, será la demostración de la gratitud de haber sido perdonados.