La hora de la oración, ¡ya!

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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«Ha llegado la hora de que se inicie una vigorosa reacción espiritual en la vida de la Iglesia , empezando por las instituciones y personas eclesiásticas. La pérdida del sentido de Dios en nuestra vida y de la dimensión exacta de nuestra relación con Jesucristo, Redentor y Salvador nuestro, está provocando una frustración de las mejores energías sacerdotales y una desorientación del pueblo cristiano y puede tener consecuencias funestas en un plazo breve si no se restauran los valores primarios de nuestra vida sobrenatural. Trabajaremos juntos pero debemos empezar nuestra misión rezando y encontrándonos en oración ante Dios. Al Obispo se le pide todo y le llaman todos; pero pocos son los que se ofrecen a él para hacer oración juntos y fortalecer su fe en la oración y en el arrepentimiento» (Don Marcelo González, cardenal primado, ya fallecido). Estas palabras del Cardenal Primado ponían el dedo en la llaga de la Iglesia ya hace 20 años. ¡Cuánto más hoy!

Hoy en la Iglesia no hay nada más primordial que orar. ¿Cómo no lo vemos? ¿Nos damos cuenta de la responsabilidad y honor que nos dispensa el Señor al iluminarnos para asegurarle a la Iglesia una lamparita que quiere orar y ayunar en un desierto nuevo, comienzo de una primavera luminosa, vivificante y fecunda? No tenemos autoridad para decir a los Pastores que no abandonen el rebaño dejando la oración, como ya decía San Juan Crisóstomo, y que desencadenen en el mundo un huracán de Amor con una campaña en serio de oración, pero debemos hacer lo que podamos para orar y escribir y enseñar poco a poco y en pequeños grupos que Cristo nos quiere en la oración y que no reformaremos la Iglesia ni la vitalizaremos por otro camino. Originar una corriente de oración, he ahí el secreto.

NECESARIA

¡Qué necesaria veo la oración! Pero cómo va a ser de difícil hacerlo comprender en el desierto frío de vida materializada que a todos nos arrastra hoy y que ha perdido la sensibilidad para entender las palabras del Señor e invocar su nombre sobre su pueblo: «El Señor habló a Moisés: Di a Aarón ya sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz»... «Y yo los bendeciré» (Nm 6,22-27).

Hemos de invocar, como Aarón, la bendición del Señor. Sobre todos los hijos de la Iglesia , para que se transfiguren por la fe. Sobre todos los hombres, para que conozcan a Dios. Sobre las tiernas virtudes para que maduren y se robustezcan. Sobre los defectos para que sean sanados y desaparezcan. Sobre toda la familia para que crezca. Sobre nuestros bienhechores para que el Señor los haga más liberales y les dé el ciento por uno. Sobre la salud de los enfermos y la eficacia del trabajo. Sobre la perseverancia en el surco día a día y golpe a golpe.

La hemos de invocar sobre los elegidos y enviados por el Señor para ser instrumentos suyos en el desarrollo de la Iglesia y en su prosperidad y extensión. Que les dé esa fortaleza para no desanimarse nunca, para seguir en la brecha siempre. Ese corazón grande para querernos a todos mucho, y buscar nuestra santidad por todos los medios. La bendición del Señor esté con todos nosotros. Que se fije en todos nosotros y nos haga muy suyos. Que nos conceda su paz distinta de la del mundo. Paz en el alma, transformada en Dios. Paz en las comunidades que viven la vida de Dios. Paz. Bendición. Luz divina, prosperidad. La bendición del Señor en este mundo en que se recibe poca ayuda para llevar un silencio interior. Y esto es grave porque sin silencio la vida interior es imposible.

SANTO TOMÁS

Santo Tomás daba estos consejos para ser un buen intelectual: «Deseo que seas lento en el hablar y lento en acudir a la sala de visitas. No te inquietes en manera alguna por las acciones de los demás. Muéstrate amable con todos pero con nadie seas demasiado familiar porque demasiada familiaridad origina desprecio y da pábulo a muchas distracciones. No te preocupes de palabras y acciones mundanas. Evita, sobre todo, los inútiles correteos. Estima tu celda si deseas ser introducido en la bodega del vino» (Sertillanges, «La vida intelectual», pág. 39)

Para ser un buen cristiano también hace falta un relativo silencio exterior y mucho silencio interior. Si éstos fallan el cristiano es superficial, inevitablemente superficial. Cuando todo por la calle nos grita y nos quita el equilibrio y nos turba el sentimiento, que podamos al menos encontrar en el templo clima propicio para la vida interior. Distinguimos la piedad interior y la exterior. Pero las relacionamos como la causa y el efecto. Si externamente brilla la piedad exterior por lo menos no se hace daño con el ejemplo y ésta es un primer paso para llevar los hombres a Dios.

El medio más importante para obtener la piedad exterior es la irreprochable compostura, el religioso silencio, en el templo y sus dependencias. El ejemplo debe partir, en primer lugar, de los que tienen más deber de ser piadosos por consagrados. No nos ahorremos sacrificio hasta conseguir el silencio en el templo y evitar en sus dependencias todo lo que huela a sa1ón o indique comercialidad y veremos unos resultados de piedad auténtica en el pueblo de Dios que necesita la oración como el aire que respira.

Bernanos en su novela El cura rural, pone en labios del cura de Torcy estas palabras dirigidas al protagonista de la novela, un sacerdote joven que sufre extremadamente: «Muchacho, oras poco para lo que sufres. Hay que alimentarse en proporción a las fatigas y la plegaria tiene que estar también en proporción con nuestros dolores» (Bernanos, Luis de Caralt, Barcelona, pág. 192). Sí, realmente necesitamos mayor entrega a la oración cuando son mayores los sufrimientos, o cuando el trabajo también es extraordinario, o las tentaciones se acentúan.

Pero es entonces cuando, por una parte el estado psíquico y por otro también el enemigo, que si es enemigo del alma es enemiguísimo de la oración, pues si logra que el alma la deje él se va de vacaciones, trabajan para que se deje de orar. El alma que no ora no necesita diablo que la tiente. Y esto es semejante a lo que sucedería si cuando tenemos mucho trabajo, y porque lo tenemos, dejáramos de comer; o cuando sufriéramos desgaste extraordinario dejáramos de nutrirnos. Dejar la oración cuando tenemos poco tiempo, equivaldría a no comer por exceso de trabajo. El cuerpo y el alma se han de resentir, necesariamente, e incluso hasta la muerte.

Dom. Chautard en “El alma de todo apostolado” escribe que el sacerdote que, abrumado por la actividad y deslumbrado por los éxitos, deja la oración y el sacrilegio no se deja esperar. Es muy fuerte la afirmación pero muy real. Ha de ser la primera actividad del día la oración. Ora como puedas, si no puedes llegar a la oración que tú hayas visto más perfecta. Porque interesa comer, sea lo que sea. Si no se puede comer paella, comer aunque sea arroz con acelgas, la cuestión es nutrirse de vida de Dios, tener contacto con Dios.

EL QUEHACER DE LA ORACIÓN

En una casa bávara estaba escrita esta sentencia: «Afilar la guadaña no retrasa la siega, la oración no retrasa el trabajo». Esta frase impresionante debería estar grabada a fuego, pues en la religión apenas existe algo más importante que la oración. Ella puede sustituir en parte, hasta con plena validez, a todos los sacramentos necesarios para la salvación. En cambio a la oración no se le puede reemplazar con nada. Por eso la enseñanza de la oración es una de las tareas más importantes de la educación religiosa y, con todo, nada ha sido probablemente tan descuidado como esta enseñanza de la oración. Generalmente nosotros los católicos conocemos tan sólo la oración vocal y, aun ésta, sólo en textos y fórmulas prefabricadas. Pero hemos oído hablar muy poco o nada de la oración mental. Nuestros cristianos podrían decir como los de Éfeso al ser preguntados por san Pablo: «¿Habéis recibido el Espíritu Santo? Ni hemos oído hablar del Espíritu Santo» (Hb 19, 1 ss). ¿Cómo podrían haberlo recibido si ni siquiera tenían noticia de Él.

Con igual extrañeza y dolor podrían hablar nuestros cristianos: «De la oración mental jamás si hemos oído hablar una palabra, ¿cómo podemos, por tanto, practicarla?» (R. Graf. «El poder de la oración», Dinor, San Sebastián, página 73)

¿Nos extrañaremos después de que nuestras asociaciones lleven una vida lánguida? ¿Dejará de ser lógico que nuestros cristianos sean hombres fríos y de poco empuje apostólico, que trabajen cuando hay recompensa, pero que escapen a la hora del sacrificio y de la prueba? No lo olvidemos. Si la guadaña no está afilada se trabaja más en la siega y con menos rendimiento. ¡Lo que sería una comunidad que afilara todos los días su alma en el contacto luminoso y vivificante con el Ser Todopoderoso! Y así las cosas, ¿no seremos reos de lesas realidades por haber enterrado el talento?

En la oración Dios nos comunica su luz y su fuerza, sus consuelos y los dones del Espíritu Santo; en una palabra, en la oración Dios nos comunica su entraña y su vida y por consiguiente nos impele a pisotear la terrena, y no digamos el desorden de esta pobre vida, de este viejo Adán que es nuestro cuerpo y alma privados de su gracia. Pero todos estos tesoros no deben quedar enterrados. Cuando Dios actúa es porque nos quiere colaboradores de su Redención y quiere que obremos en consecuencia en la práctica de las virtudes.

Salir de la oración será salir siempre más humildes y con más energías para la lucha y con más amor fraterno y con más deseos de perdonar y de trabajar y de estudiar y de orar y de obedecer, cuanto más contradiga a nuestro natural más. El que hace oración se va purificando, va adquiriendo las costumbres de Dios de cuya vida trinitaria participa. Con esto ya tendremos una piedra de toque para averiguar si nuestra oración es auténtica o falsa: las obras que de ella nazcan lo pondrán en evidencia.

TERESA DE JESÚS

«Porque si el alma está mucho con Él, como es razón, poco se debe acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en qué, o por dónde mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual; de que nazcan siempre obras, obras» (Santa Teresa, «Séptimas moradas», 4, 6. 46).

Santa Teresa nos dice que la oración es trato de amistad. «El Señor lo enseñe a las que no lo sabéis, que de mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción, hasta que el Señor me enseñó este modo» («Camino», E, 50, 3). Interesa que nos diga la misma santa Teresa en qué consiste este modo que a ella llenó de satisfacción y que el Señor le enseñó y que de él sacó tantos provechos. Lo primero que constatamos es que se trata de oración de recogimiento pues dice ella que esto es «costumbre de recogimiento dentro de mí».

Digamos en seguida que este recogimiento no es el recogimiento pasivo, todo él sobrenatural y causado por una acción de Dios más intensa. Más bien es un recogimiento por obra y esfuerzo del orante, asistido siempre por la acción general de Dios, sin la cual nada bueno podemos hacer. «Entended que esto no es cosa sobrenatural, sino que está en nuestro querer y que podemos nosotros hacerlo, con el favor de Dios, que sin éste no se puede nada, ni podemos nosotros tener un buen pensamiento. Porque esto no es silencio de las potencias, es encerramiento de ellas en sí misma el alma» (Ibid. E, 49, 3)

Tanto del estudio atento del Camino de Perfección, como del capítulo de las Segundas Moradas se deduce que esta oración de recogimiento tiene tres tiempos:

1º. Recoger los sentidos exteriores: «un retirarse los sentidos de estas cosas exteriores y darles de tal manera de mano que, sin entenderse, se le cierran los ojos por no verlas, y porque más se despierte la vista a los del alma. Así, quien va por este camino, casi siempre que reza tiene cerrados los ojos...» (Ibid. V, 28, 6).

2º. Una vez se ha cerrado la comunicación con el mundo exterior ¿no puede caer el alma en una especie de nirvana u ociosidad? Para prevenir este peligro santa Teresa quiere que el entendimiento y voluntad actúen, pero no en cosas de este mundo, lo cual sería la distracción, el pensar en el trabajo, o en el estrujarse para solucionar los problemas de la vida, cayendo siempre en un egoísmo o narcisismo... sino en Dios (Ibid. E, 50. 1). San Agustín buscaba a Dios ansiosamente fuera de sí y... no lo encontraba. Lo encontró dentro de sí.

3º. Los dos preámbulos anteriores de recoger sentidos y potencias deben llegar a esta meta: Dios dentro del alma. Y, mejor, Jesús, que está con el Padre y con el Espíritu Santo. «Si alguno me ama vendremos a él y haremos nuestra morada en él» (Jn 14, 23).

Es preciso leer y estudiar detenidamente todo el capítulo 28 del Camino de Perfección y el capítulo de las Segundas Moradas para aprender y saborear y poner en práctica esta divina comunicación con Jesús, Padre, Hermano, Señor, Esposo, alegre, triste, abatido, lleno de dolores, y mirarle, mirarle «que Él os mirará con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros... sólo porque os vayáis vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle» (Ibid. E. 50. 1)

San Juan de la Cruz. Ahí es donde nos lleva san Juan de la Cruz considerado por los orientales como un verdadero Yogui, el Yogui por excelencia como ya dije en la Introducción al Cántico espiritual leído hoy (Ediciones Paulinas, 7ª ed., 1981, Y una nueva lectura del Cántico espiritual de san Juan de ka Cruz, de BAC, citando a Swami Sideswaranada en «El Raja-Yoga de San Juan de la Cruz », Editorial Orión, México 1974). Nos conduce por esta senda, con una diferencia, a mi entender, de los orientales: él quiere que el alma se entregue al ocio santo cuando se sienta movida a ello por unos signos especiales 75 y no le permitirá adelantar esa hora divina. El oriental comienza de entrada provocando el silencio y el vacío interior de la mente por la relajación y la concentración, bien atento a la respiración en estado de alerta, o bien a la repetición del mantra o frase, lo que él llama hacer japan, 0 bien a la observación atenta de que ya he hablado antes. ¿Cómo vencer? ¿Cómo dominar toda esa selva intrincada y malsana del hombre carnal, del cuerpo de muerte? « ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte?» (Rm 7, 24).

Comienza cultivando el silencio y observando el desorden y el alboroto de la mente inalterablemente y sin sobresaltos. Mírate atentamente tal cual eres con sinceridad, sin juzgar ni analizar, sin aprobar ni condenar. Sigue haciendo un silencio cada vez más hondo, más profundo cada vez. Al observar con mirada atenta tus pensamientos malsanos verás cómo corren y se escabullen, como ratas que escapan a sus madrigueras en la cueva del subconsciente, para no volver a salir mientras tú los observes. Sin saber por dónde, ni de dónde, ni cómo. «Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes» (San Juan de la Cruz , «Subida», 1, 13, 11) y te sentirás aliviado y descargado y curado. Si no me equivoco creo que vamos a encararnos afortunadamente con un acontecimiento de síntesis de dos culturas de la que ambas pueden resultar enriquecidas.

El esfuerzo por injertar en nuestra mística cristiana la psicología y técnica orientales puede ser de una fecundidad enorme e insospechada. Y nótese que hablo de psicología y técnica, nunca de religión y teología. Es evidente que la finura, penetración inteligente, sagacidad y exquisitez con que los orientales dominan el funcionamiento de la mente y su interacción con el cuerpo por la experiencia de cinco mil años, está muy por encima de lo que nosotros, occidentales, hemos conseguido y elaborado. Así lo han visto los obispos de Asia que, reunidos en Asamblea Plenaria para tratar el tema de la oración han declarado: «Asia tiene mucho que dar a la auténtica espiritualidad cristiana: una oración ricamente desarrollada de toda la persona en unidad cuerpo-psyche-espíritu; oración de profunda interioridad e inmanencia; tradiciones de ascetismo y renuncia; técnicas de contemplación de las antiguas religiones orientales, como Zen y Yoga; formas de oración simplificadas, como el nam-japa y el bhajans, y otras expresiones profundas de fe y piedad de aquellas personas que con mente y corazón se dirigen fielmente a Dios en su vida cotidiana» (19-25 de noviembre de 1978). Los años decisivos (1960-1963)

TOMAS MERTON

El gran maestro de espiritualidad y cisterciense Tomás Merton, nos ha dejado una larga bibliografía, fruto de su larga experiencia fundada en el estudio de diversos maestros de espiritualidades con quienes ha vivido y experimentado. Cito un texto de su Diario espiritual: “24 de marzo de 1961: He recibido una espléndida carta del doctor John Wu en res­puesta a la que yo le había escrito proponiéndole colaborar en algunas lecciones de textos de Chuang Tzu. Una carta de gran humildad y nobleza, escrita, desde el fondo de su gran corazón, por alguien que ama profundamente su legado chino y conoce a la perfección los abismos de esa sabiduría. Una vez más me doy cuenta de que esta­mos tocando algo real que grita esperando ser escuchado (< La Sabiduría grita en la plaza pública»). No encuentro otra manera mejor de ser sincero con Dios que escuchar las premoniciones de Su sabiduría en un autor como Chuang Tzu. El doctor Wu tenía mucho que decir acerca de las tradiciones confuciana y taoísta que nos hacía des­cubrir apasionantes horizontes. Pienso que ésta será una obra interesante, aunque tal vez no «consiga nada». (¿Por qué leer a Chuang Tzu y desear conseguir algo?) La Sabiduría se cuida de sí misma. El tao sabe de qué va, porque en realidad él es un «logro» de esa misma Sabiduría. He tenido el primer atisbo de un depósito que ya está lleno hasta los bordes. Sólo falta que nosotros nos animemos a beber”).

El difícil silencio

Se hace tan duro a veces

hablarte, Señor, cuando oyes y te callas,

que las tareas externas y gratificantes

sustituyen el doloroso silencio vivificante.



E, insaciables sanguijuelas, nos comen

y devoran hasta más adentro, la entraña

Y en campos estériles sembrados de sal,

quedan convertidos los llamados a fructificar.



En los largos silencios, cuando pareces sordo,

y hasta descortés y arisco cual si no estuvieras,

sufre embates la fe, y se enflaquece

si nos alejamos, inconscientes, del manantial.



Si te nos ofreces y no te queremos,

si nos ciega el capricho o la abulia,

si no forzamos tu Corazón,

nos quedamos desiertos e inacabados.



Como torre sin base,

reloj sin máquina, fruta carcomida,

sal insípida, palabra vacía,

y como grano sin germen vital.



Para los momentos grises

Getsemani es pedagogía

Repitiendo la palabra humilde y dolorida,

repite el grito de angustia: "Padre, si es posible..."



Si sigo clamando fielmente

nacerá fulgurante la luz,

carbones con fuego nuevo

otra vez brillarán. !Ora,ora, ora!...



Lentos pasan los minutos,

amarga se muerde la monotonía,

como en el reloj la arena fina

el ser se desliza en Dios.



Manará óleo perfumado,

cuajará el oro aquilatado

de ofertorio sacrosanto,

desangrándose las flores en eucaristía.



El pueblo que ora y ama

a su Padre a quien canta

sin descanso en el cansancio

por siempre: No pasa!



No le robes a Dios un solo minuto,

¡es tan frágil el tiempo que pasa!

y el diálogo secreto y amoroso

del ocio santo es tan valioso...



Gota a gota de sangre divina,

insensiblemente fijada en la entraña...

Hombre nuevo que crece y multiplica

oxigenando el pulmón del universo.



Boca a boca, soplo divino,

trasplante de corazón bíblico,

corazón de piedra. en carne convertido,

invasión de Dios, sublime transfiguración.



Los bacilos mueren, el gusano es vencido,

la palomica graciosa nace nueva y joven

y canta Aleluyas y hossannas de júbilos

en el triunfo de la operación de Dios.

LOS BIENES DE LA ORACIÓN

¡Qué de bienes se derivan de este trato de amistad con el Verbo Encarnado! ¡Oh si lo supiéramos qué 'avaros del tiempo de la oración nos haríamos y cómo no la dejaríamos por nada, por nada del mundo y enseñaríamos a todos estos tesoros ya saberlos y quererlos allegar! Mirad que os mira, acompañadle y habladle, y pedidle y humillaos y regalaos con Él… que Él os enriquecerá, bendecirá vuestros deseos.

Sin embargo da pena ver a la gente. En grandes aglomeraciones, en medios de locomoción apretujados, me pregunto ¿cuántos de éstos oran? Pero ¿les hemos enseñado a orar? Da ganas de salir gritando, como quería santa Teresa: ¡Hombres ¿en qué pensáis?, hombres ¿por qué cosa os afanáis?! ¿No os dais cuenta de que estáis vacíos? ¿de que corréis hacia el vacío? ¿de que os habéis desmedulado? ¡No! ¡No! Lo más importante no es el fútbol y la política y lo económico... Lo más importante es lo único necesario: ¡Dios! Ya Dios le tocamos en la oración.

JESÚS ORA

Un sinnúmero de veces nos exhortó Jesús a orar y otras tantas Él oró y habló con su Padre. Y notemos que Él goza de la visión beatífica, ya pesar de estar siempre en diálogo idílico con el Padre y el Espíritu, siente la necesidad de subir… lejos del ruido a estar con el Padre de una manera especial. Y, junto con su necesidad sicológica, la intención de enseñarnos a retirarnos a orar.

Hay que predicar incansablemente el gran poder transformador de la oración. Pero hay que haber experimentado en sí mismo la enorme fuerza de la oración para que, valorándola, la enseñemos a valorar, amándola la enseñemos a amar y, practicándola, la intentemos hacer necesaria en la vida de los hombres. En la oración se ven las cosas de la tierra de distinta manera. Y se adquiere un conocimiento también más profundo y claro de las del cielo. En la oración Cristo nos habla de la necesidad de la cruz y de la muerte.

Jesús en la oración nos hablará, seguro, de nuestra muerte constante en aras de la santidad, en aras del amor. Es el quotidie morior de san Pablo (1 Co 15,31). Nos hablará y le hablaremos derramando ante Él nuestro corazón, de la cruz de nuestro estado, de nuestra vida, de nuestra falta de salud, de la aceptación de las incomprensiones, de la cruz del trabajo monótono y oscuro, desagradecido y mal pagado. Nos dirá que es necesario subir al monte. y que subir exige energía y causa desgaste y produce cansancio. Todo eso. ..Todo eso y mucho más nos dirá Jesús a quien hemos de escuchar I porque el Padre, el mismo que en la cumbre del Sinaí se apareció a Moisés y le habló también de lo necesario para la salvación, el mismo que se apareció a Elías en el Horeb, nos dice ahora que Jesús nos enseñará, que a su Hijo el escogido es a quien hemos de escuchar (Mt 17,5; Mc 9, 7; Lc 9,35).

¡Cuánto nos enseñará! Pero diametralmente opuesto a lo que nos enseña la carne. Nos enseñará lo mucho que necesitamos estos contactos con Dios, cómo hemos de sacrificar lo que sea para no quedamos sin ellos. ¡Cómo es necesario seguir caminando hacia Jerusalén por el camino que Él nos vaya trazando, plegándose dócilmente -a los designios de su voluntad! Nos enseñará la trascendencia del hombre.

ENTRAR EN LA NUBE

Hemos de entrar en la nube. Y la nube es la oscuridad, el no ver nada, el fiarse sólo del testimonio de la fe. Vivir, como el justo, de la fe (Ha 2, 4; Ga 3, 11; Hb 10, 38; Rm 1, 17). ¡Con qué gusto se hubiera quedado Pedro en la montaña contemplando la Gloria de Dios! Pero eso no es de este mundo. La Transfiguración , como la teofanía a Elías ya Moisés, es sólo un episodio en la vida cristiana. Después hay que bajar del monte y encontramos en la lucha, cotidiana y el cansancio y el tedio, y las tentaciones y las caídas y la experiencia de nuestra debilidad con el apoyo único de la fe: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle» (Lc 9, 35). Esto es lo que nos queda, y no es poco: La Palabra que Dios nos dice por Cristo. Adherirse a esta Palabra es lo que constituye la fe, «como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro» (2 P 1,19).

La fe no tiene más entrada que el oído. No se ve nada de lo que se promete. Sólo se hace la promesa. Dios empeña su palabra y el hombre ha de prestar el asentimiento de su voluntad. Pero Jesús subía al monte. Monte alto y que exigía esfuerzo su escalada. Subía venciendo las dificultades, subía con fatiga. ¿A qué subía? Bien claro nos lo dice el Evangelio: «Jesús se llevó a Pedro, a Juan ya Santiago a lo alto de una montaña para orar» (Lc 9,28).