San Isidoro de Sevilla

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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SU SANTA FAMILIA

San Isidoro de Sevilla (Cartagena, año 560 - † Sevilla, 4 de abril de 636). Obispo, teólogo, cronista, compilador y santo hispanorromano en la época visigoda. Fue arzobispo de Sevilla durante más de treinta (599-636) y se le considera uno de los grandes eruditos de la temprana Edad Media.

Nacido en el seno de una familia que contribuyó a la conversión de los reyes visigodos al catolicismo, pues eran arrianos, herejía que habían adoptado en Roma al descender de Germania, cuando la capital de imperio decadente estaba plagada de arrianos. La familia era originaria de Cartagena y parece que se desplazó a Sevilla tras la conquista bizantina. Miembros de esta familia son su hermano Leandro, su predecesor en el arzobispado de Sevilla, su hermano Fulgencio, obispo de Cartagena y su hermana Florentina, abadesa de 40 monasterios.

 

San leandro, su educador

Fue educado por su hermano san Leandro, metropolitano de Sevilla, a quien sucedió en esta sede el año 601. En 635 presidió el IV concilio de Toledo que sirvió para unificar en España la disciplina litúrgica. El saber de san Isidoro fue universal y abarcó todas las materias de las ciencias y las letras. Escribió numerosas obras, muchas de ellas históricas, acerca de los godos, pero se le recuerda sobre todo por sus Etimologías, que constan de 20 libros y abarcan todo el saber de su época y anteriores. Fue además un gran pedagogo y sus obras hicieron perdurable el saber de su tiempo y se difundieron por todas las universidades europeas de la alta Edad Media. Fue san Isidoro el último de los grandes filósofos antiguos y el último de los grandes Padres de la Iglesia.

 

UNA VERDADERA ENCICLOPEDIA

El VIII Concilio de Toledo dijo de él que era "Doctor egregio de nuestro siglo, nuevo honor de la Iglesia católica, posterior a los demás doctores en edad, pero no en doctrina, el hombre más docto que ha aparecido en los últimos tiempos, cuyo nombre se ha de pronunciar con reverencia." Fue el hombre providencial que consiguió que en el salto de la cultura romana a la visigótica se salvara la práctica totalidad de la herencia que los griegos y los romanos nos habían dejado. Antes de que los árabes (redescubridores de Aristóteles) llegasen a España, san Isidoro enseñaba en Sevilla filosofía aristotélica. Dominaba el latín, el griego y el hebreo, por lo que no tuvo ninguna limitación para acceder a las tres grandes fuentes de nuestra cultura. Su obra magna es en realidad una enciclopedia completísima que toma el nombre del 10º de sus 20 libros. Fue tan apreciada en la Edad Media , que después de la Biblia , las Etimologías es la obra de la que se hicieron más copias. En el Renacimiento, en 60 años (1470-1530) se hicieron más de 10 reimpresiones. Al margen de la producción laica, sus obras de tema religioso fueron numerosísimas. La más singular y profunda, que se tradujo a varias lenguas, fue "De fide catholica ex Veteri et novo Testamento contra Judaeos". Es un compendio de teología moral y dogmática. Contribuyó también de forma decisiva a organizar la Iglesia y el culto. Favoreció los monasterios y se ocupó en sus obras de regular la vida monástica.

 LAS ETIMOLOGIAS.

 

Lenguas, razas, ejércitos, monstruos, animales, minerales, plantas, edificios, campos, caminos, jardines, construccio­nes, vestidos, costumbres, instrumentos de la paz y de la gue­rra y utensilios de toda clase. Era una verdadera enciclopedia, cuyo elemento original estaba en la concepción y en el espíritu amplio con que Isidoro supo amalgamar la ciencia pagana con la tradición científica de los Santos Padres. Para él, todos aque­llos conocimientos debían tener valor de edificación, todos podían ser una ayuda para bien vivir, con tal que se hiciese de ellos mejor uso que los paganos. Dispone y ordena, enseña y lee; lee metódicamente, infatigablemente. Busca libros por todas partes, libros clásicos y patrísticos, latinos y griegos, poéticos y jurídicos, científicos y filosóficos. Un libro nuevo era para él una gracia de Dios, la mayor alegría. Ha formada una biblioteca que no habrá otra en toda la Edad Media. Allí ha puesto su orgullo, su cariño, su cuidado exquisito. Había sabido unir lo religioso con lo profanos. El hombre del orden, de gobierno, el consejero de reyes y prelados, constante, y previsor, guía de pueblos y de excelsa santidad.                             

 

VENERADO EN TODA ESPAÑA

 

Causó gran impresión Isidoro en toda España el plan gran­dioso de su obra, que los intelectuales se apresuraron a arran­cársela de sus manos al autor. Ya en 620, el rey Sisebuto logró que Isidoro le enviase una copia de lo que hasta enton­ces llevaba compuesto. Se hizo con todo sigilo, pues el autor no se decidía nunca a dar por terminada su ohra. Durante siete años, Braulio de Zaragoza le elige con insistencia inoportuna el envío de un ejemplar; y al fin, agotada la paciencia, le escribe una carta llena de amistosos reproches: "En adelan­te--le dice-, mis ruegos se convertirán en injurias, mis pala­bras en gritos; y no te dejaré en paz hasta que abras la mano y des a la familia de Dios ese pan de vida que ella exige de ti." Isidoro cede, y entrega los borrones a su amigo, encargándole de dar la última mano. Era el año 632. En medio de sus abrumadoras tareas de metropolitano y de maestro, de escritor y de obispo, de consejero de reyes y director de concilios, de organizador del reino y de la Iglesia , retiro monacal: "¡Ay, pobre de mí- exclama en el muchos lazos que me es imposible romper! Si emente la nostalgia del continuo al frente del gobierno eclesiás­tico, el recuerdo de mis pecados me aterra, y si me retiro de los negocios mundanos, tiemblo más todavía, pensando en el crimen del que abandona la grey de Cristo."tercer libro de las Sentencias-, pues me veo atado por Estas palabras parecen el eco de una vida espiritual intensa; y efectivamente, aquel erudito sin igual, aquel gran gobernante, era también un místico; y como un místico se nos revela en el libro de los Sinónimos efusión inflamada del corazón llagado por las tristeza. "I'crdonadme todas las faltas que he cometido, parecía Isidoro sentir constantemente. La profunda belleza de la virtud, le encanto, la boudad divina y las alegrías inefables de los caminos de la santidad y el del amor más puro le fascinaron. La humildad le atrajo.

 

Su MUERTE

 

Colocado delante del altar, rezó en alta voz delante de la multitud;, dirigiéndose a los fieles, les dijo estas palabras: "Perdonadme todas las faltas que he cometido con­tra vosotros; si he mirado con odio a alguno; si, irritado, mo­lesté a alguien con mis palabras, humildemente le ruego que me perdone." A estas súplicas, el pueblo respondía con sollozos. Dos obispos vistieron el cilicio al moribundo y le rociaron de ceniza. "Indulgencia", gemía Isidoro, y sus manos se dirigían al cielo, empujadas por su anhelo heroico de descanso y de luz. Era el año 636. Así murió aquel gran bienhechor de la humanidad, trabajador infatigable y sabio universal, a quien llamará un concilio toledano “doctor insigne de nuestro siglo, novísimo ornamento de la Iglesia Católica , el hombre más docto en estos críticos momentos del  fin de las edades”. Trató todas; las ramas del saber, e influyó profundamente en toda la vida social y religiosa.. Fue el mayor pedagogo de la Edad Media. Durante muchos siglos, la cristiandad vivirá de su hálito ardiente, como dirá el Dante. Todavía no ha muerto, cuando sus obras recorren triunfantes todos los pueblos de Europa. Italianos, francos, sajones, germanos, sajones y celtas le estudian, le imitan, le copian, le plagian incansablemente. Y San Braulio escribió.”Tus libros nos llevan hacia la patria eterna cuando andamos errantes y extraviados por la ciudad tenebrosa de este mundo. Ellos nos dicen quiénes somos, de dónde venimos, y dónde nos encontramos. Ellos nos hablan de la grandeza de la patria y nos dan la descripción de los tiempos. Nos enseñan el derecho de los sacerdotes y las cosas santas, la disciplina pública y la doméstica, las causas, las relaciones y los géneros de las cosas, los nombres de los pueblos y la esencia de cuanto existe en el cielo y en la tierra”.