Juan de Ribera

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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La iglesia celebra este 14 de enero el recuerdo de este gran santo

Cuando media Europa ha sido ganada por el protestantismo, en plena crisis durísima, nace Juan de Ribera. La confusión y el dolor reina en el mundo católico, pero el Espíritu Santo suscita una pléyade de santos en España e Italia. Juan de Ribera será amigo de todos, de Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Francisco de Borja, Teresa de Jesús, Luis Beltrán, Alonso Rodríguez, San Pío V, San Carlos Borromeo, San Francisco de Borja, San Lorenzo de Brindis, San Pascual Bailón. Mantuvo noble discrepancia con Santa Teresa de Jesús.

SEVILLA

Natural de Sevilla, hijo del ilustre don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero, conde de los Molares, marqués de Tarifa, duque de Alcalá, virrey de Nápoles y antes de Cataluña. Su madre, doña Teresa de los Pinelos, falleció muy pronto. Sevilla era la puerta de América, por donde llegaba a Europa un torrente de riquezas, de conocimientos nuevos, de sustancias desconocidas: oro, plata, perlas, cacao, maíz, animales raros, hombres y mujeres de razas exóticas. Don Perafán envió a Juan a la Universidad de Salamanca, que vivía un periodo áureo: lecciones de Vitoria, y de Soto, envía teólogos a Trento, introduce el método teológico salmanticense en Italia. Y en suma, foco del prestigio hispano que batalla con la espada y con la pluma frente a turcos y herejes. Ribera salió discípulo aventajado en aquellas aulas, sacó sus títulos y regentó cátedra en la Atenas española.

OBISPO DE BADAJOZ

Estaba para terminar el concilio de Trento y el papa Pío IV le designa obispo de Badajoz a Juan de Ribera, que a sus virtudes y alcurnia unía ser hijo del virrey de Nápoles. Aún no tiene treinta años. Para la reforma y santificación de sus ovejas reclutó misioneros y recabó la ayuda del Maestro Ávila, quien dice con gran consuelo en una de sus cartas: "EI obispo de Badajoz ha enviado seis predicadores por el obispado, según él me ha escrito”. El mismo administra los sacramentos a los enfermos y confiesa en su iglesia. Dormía muchas veces sobre haces de sarmientos y seguía el mismo rigor que en Salamanca. El arzobispo de Granada, respondió por carta a una que el mismo don Juan le había escrito: "Me pide V. S. Ilma. que le dé cuenta de mi vida; eso deseo saber de V. S. Ilma., que siempre desde su niñez fue santo, pues cuando V. S. Ilma. vino a Salamanca, de poca edad, yo era estudiante, y ya entonces erais santo." Los avisos que él dio, a petición de los padres y del concilio provincial Compostelano, en 1565, han pasado a las actas. Señala remedios prácticos para la reforma personal de los obispos, primer intento de aplicación de los decretos Tridentinos. En la predicación puso tal fuego y acierto, que la gente decía: "Vamos a oír al apóstol." Vendió dos veces la vajilla de plata para comprar trigo para los pobres en años de carestía. El divino Morales nos ha transmitido la imagen del obispo de Badajoz: sus facciones revelan a un hombre de nervio, pero limpio de excitación exterior, contemplativo y apóstol, con aires de alta nobleza y finos modales.

ARZOBISPO DE VALENCIA

El día que saló de su obispado, siendo ya patriarca de Antioquia, para regir la diócesis valentina, dio a los pobres todas sus alhajas, dinero y bienes. Más de una vez había quedado sin un maravedí, pero siempre contó con la bolsa paterna. En Valencia, como en Badajoz, se sujetó a un horario que recuerda hábitos estudiantiles. Se levantaba a las de tres o las cuatro de la mañana y comenzaba el estudio y meditación de la Biblia hasta las siete; dedicaba cuatro horas para el rezo del oficio divino, santa misa, preparar sermones y un breve descanso. A la una de la tarde, audiencia. Se retiraba a las tres, y en la comida sólo tomaba algunos higos secos, uvas o fruta del tiempo. Bebía muy poco, raramente vino con agua. Por la tarde recibía visitas. Después, marchaba a un jardín donde iba acumulando libros y más libros. Volvía a palacio al anochecer, y dedicaba tres horas a la oración. Antes de acostarse tenía unos momentos de recreo con los suyos.

ORACION Y AYUNO

Al rigor ordinario en la comida, añadía ayunos, como en los días de Semana Santa, que se pasaba cuarenta horas sin probar alimento, y, mientras fue joven, tres veces por semana ayunaba a pan y agua. Su criado, Pedro Pascual, se maravillaba muchas mañanas al entrar en su alcoba porque veía la cama como el día anterior, y, para cerciorarse, metía las manos entre las sábanas, y al sentirlas frías, deducía que el patriarca no se había acostado durante la noche. Tenía don Juan ciertos lugares secretos en sus habitaciones, en palacio, en el colegio y en su jardín - biblioteca de la calle de Alboraya, donde escondía las disciplinas y cilicios, que la curiosidad de Pedro Pascual descubría, ensangrentados. Tal vida presagiaba un pontificado santo, como el de Santo Tomás de Villanueva, predecesor suyo, que había fallecido quince años antes, que todos recordaban, y que cuando murió fue tan general el llanto y la pena, que el espectáculo causaba la mayor tristeza. Le llamaban "el arzobispo santo". Vestía un hábito humilde y apedazado, guardó en todo gran pobreza voluntaria. No hizo testamento, porque no tenía de qué. Y para morir totalmente desprendido, renunció en favor de su iglesia los derechos que le correspondían.

ANCIANO EN DOCTRINA Y VIRTUD

Los valencianos se percataron pronto que don Juan de Ribera, su nuevo pastor, aunque joven - llegaba a esta sede a los treinta y seis años -, era viejo en doctrina, virtud y prudencia. Decían los que le trataban que de sus palabras fluía un no sé qué misterioso que infundía juntamente respeto y gozo. Fray Tomás había dejado abiertos con sus fatigas los primeros surcos para la reforma de esta diócesis, que por más de cien años estuvo huérfana de la presencia de sus pastores. Cierto que Ribera tenía ante sí las trazas y el ejemplo del arzobispo limosnero. Pero también una perspectiva ardua: aplicar a sus ovejas la doctrina reformista del concilio de Trento, que acababa de ser aceptado en España: un plan salvador, intenso, y cuyos frutos no se tocarían sino a largo plazo. Estaba también la cuestión morisca, con todos los anteriores fracasos de evangelización y apaciguamiento. Meditaba don Juan cuál sería el método adecuado para aquella tan general y variada misión entre cristianos viejos e infieles astutos, que no otra cosa eran los moros bautizados unas veces por la fuerza, otras voluntariamente, aunque para mayor amparo y encubrimiento de su infidelidad.

SUS VISITAS PASTORALES

Abrió el buen pastor su campaña con las visitas pastorales. Lo mismo aparecía en los fragosos lugares del arciprestazgo de Villahermosa del Río, como en los de la región alicantina. Salía cada año durante tres o cuatro meses a visitar la diócesis (500 pueblos y ciudades y 290 parroquias rurales) predicando en todas las iglesias. Entre los años 1569 y 1610 hizo 2.715 visitas pastorales. Celebró siete sínodos. Los decretos eran pocos, breves y prácticos, para evitar que se dejaran de leer. Son de carácter marcadamente sacerdotal. Fray Luís de Granada le consideraba «perfecta imagen del predicador evangélico». Fue comisionado para intervenir en la reforma de mercedarios, mínimos, cistercienses, dominicos y servitas. Fue fundador de la Provincia de la capuchina de la Sangre de Cristo y de las Agustinas Descalzas de Agullent y ayudó a todos los religiosos, pues supo ver en ellos importantes elementos de revitalización espiritual de donde saldrían los grandes brazos para sembrar la reforma.

VIRTUDES PASTORALES

Por la gran entereza de su carácter, huía de la adulación y protestaba virilmente ante la injusticia. Pero era tierno y espléndido, alargando la mano con un sentido social que entonces no se conocía: al terminar las obras de su Colegio-Seminario, jubiló al maestro de obras con una pensión vitalicia; a los demás operarios les costeó los estudios para conseguir el magisterio en su propio arte. Educado siempre con grandeza, usaba para su persona vajilla modesta y cama pobre. Las bases de su espiritualidad eran las virtudes pastorales, la oración, la penitencia corporal y los estudios bíblicos hasta en su extrema vejez. Pero su característica más peculiar fue su devoción a Jesús Sacramentado. El papa San Pío V pensó hacerle cardenal, y San Carlos Borromeo, que le amaba entrañablemente, aunque no se habían visto nunca, pedía consejo a Ribera para gobernar su vastísima diócesis de Milán.

EL PATRIARCA ESTUDIA

Aun en medio de penosas ocupaciones halla tiempo para el estudio, hurtando horas al descanso. Alojaba en su casa el cura de Carcagente al patriarca durante la visita pastoral. Y muy entrada la noche, vio luz en la alcoba del prelado. Atisbó el rector por los resquicios de la puerta y vio al arzobispo en la cama, sentado y estudiando rodeado de libros. El cura se conmovió recordando que lo mismo hacía San Ambrosio. Exegeta notable, comentó toda la Biblia , que él mismo anotó.

Del clero, en estrecha comunión con su obispo, cabía esperar la enmienda del pueblo y una vida cristiana floreciente. Los trataba con exquisita cortesía, tanto en los retiros a puerta cerrada en la parroquia de Santo Tomás, como en privado con advertencias paternales. Jerónimo Martínez de la Vega recordó las palabras del arzobispo cuando le otorgaba licencia de confesar: "Mirad, hijo, lo que hacéis; que sois mozo y el oficio es peligroso." Y hablaba el bueno del patriarca aleccionado por la experiencia. En Badajoz rechazó a una joven, que simulando confesión, le descubrió los torpes deseos que hacia él sentía, Ribera huyó del lazo y ganó aquella alma para Dios.

CON LOS NIÑOS Y LOS JOVENES

Sabía tratar a los pequeños. Acostumbraba a ponerse en una sillita en la plaza de Burjasot, cercano a la capital, y enseñaba por sí la doctrina cristiana a los niños. Y luego repartía dulces, monedas, ropas y otras cosas que necesitaban. Cuidadoso de la juventud, estableció en su palacio una escuela para los hijos de los nobles, en número de unos treinta, pues él afirmaba que se debía a todos como pastor. Desde muy niños estaban en casa del señor patriarca aprendiendo la piedad y las letras. Se servia de ellos para el mayor esplendor de los pontificales. Cuando ya cursaban estudios superiores acudían a la Universidad. Aquella escuela parecía más bien un seminario. De ella salieron un cardenal, un arzobispo, doce obispos, y un buen número de religiosos, canónigos y rectores de iglesias.

VIRREY Y CAPITAN GENERAL

A petición de Felipe III aceptó el cargo de virrey de Valencia y capitán general (1602-04), y acabó con el bandidaje en su jurisdicción, que era una plaga general e inveterada en la cuenca del Mediterráneo. El punto más discutido de su actuación como pastor y consejero de los monarcas Felipe II y Felipe III es el de la expulsión de los moriscos, después de su fracaso en atraerlos a la convivencia nacional y a la fe cristiana, en lo que había trabajado lo indecible durante 40 años. Eso dificultó su canonización, que estuvo detenida cuatro siglos. La tranquilidad, largos años perturbada, vino como por encanto y la justicia se aplicaba con rectitud. Nada escapaba al ojo vigilante del virrey arzobispo. Una viuda que llevaba pleito de importancia, se quejó alegando sospecha de parcialidad en el juez. Se personó al día siguiente en el consejo y preguntó: "-¿Quién de vuestras mercedes tiene la causa?"- "Yo, señor", -respondió el oidor. -"¿En qué punto está?", siguió el patriarca. -"Ya está acordado sentenciar y entregados los memoriales de ambas partes". Y mirando a los otros oidores insistió el patriarca: - "¿Por qué no se da sentencia?" Y como todos guardasen silencio, prosiguió: -"Venga el proceso mañana y estudien la causa, porque quiero que se dé sentencia". Cuando terminó el pleito dijo el oidor a un amigo: -"Verdaderamente este señor es un santo. Yo estaba ciego con favorecer a una persona, y con sola la visita del patriarca y dos palabras que habló en consejo, cobré luz y descargué mi conciencia".

COLEGIO SEMINARIO DEL CORPUS CRISTI


En 1583 fundó ante notario el Real Colegio, y tres años después, puso la primera piedra del edificio. En el acta notarial dice: “Hemos determinado fundar e instituir en la presente ciudad de Valencia, a nuestra costa y de nuestros propios bienes y hacienda, un Seminario y Colegio, así para descargo de nuestra conciencia como para provecho y utilidad de nuestros feligreses, para que en él se instruyan personas en la disciplina eclesiástica”. El domingo 8 de febrero de 1604, aunque el edificio del Colegio no se encontraba completamente terminado, san Juan de Ribera, aprovechó la presencia en Valencia del rey Felipe III, para inaugurar su fundación, trasladando el Santísimo Sacramento desde la Catedral hasta la Capilla del Colegio. Él asumió la responsabilidad de ser arzobispo de Valencia con solo treinta y seis años, pero con una gran madurez humana, intelectual y espiritual. La santidad se reflejaba en su vida y en sus obras. No ahorró esfuerzos ante los grandes retos de su pontificado. No se desalentó ante los graves problemas que tenía planteados: la conversión de los moriscos, la renovación de la Iglesia , mediante la reforma del clero, la dignificación del culto divino y la propagación de la piedad eucarística. Los Sínodos diocesanos, las frecuentes visitas pastorales por toda la geografía de la archidiócesis, la fundación de conventos y monasterios, la renovación de estructuras eclesiales y la difusión de una auténtica religiosidad fundada en la doctrina de la Iglesia , dieron vida a una de las etapas más creativas de la historia de la Iglesia particular de Valencia. Fue el suyo un largo y fecundo pontificado de más de 40 años. Todo con una inquebrantable fidelidad a la Iglesia , al Papa y al Magisterio de los Concilios.

LAS CONSTITUCIONES

En el capítulo I de las Constituciones de la Capilla , escribe san Juan de Ribera: “Ante todas las cosas presuponemos que lo que nos ha movido a escoger esta obra, fue considerar lo que el Concilio de Trento dice en la sesión 23 Cáp. 18, a lo cual, por ser ordenado por el Espíritu Santo, se le debe humilde y pronta observancia”. “Esta nuestra casa se llama y se ha de llamar Colegio o Seminario, por ser éstos los términos con que dicho Concilio los nombra; y por fundarse para el mismo y principal fin que el santo Concilio pretendió, que es criarse sujetos tales que con virtud y letras ministren en la casa de Dios”. En el capítulo 11 de las Constituciones del Colegio, refiriéndose a los seminaristas, san Juan de Ribera escribe: “Y porque nuestra intención es que de estos tales se provean las iglesias de nuestro Arzobispado y que abunden en ella sacerdotes ejemplares y doctos: encargamos a los rectores que, correspondiendo a nuestro deseo, procuren con gran cuidado y diligencia que los dichos colegiales se críen y eduquen con tan buena y santa disciplina que donde quiera que les vean den noticia de nuestra intención y de su diligencia, y muestren por su comportamiento interior y exterior el provecho que sacan de estar en esta congregación”.

FUNDACION DE LA CAPILLA

“Aunque nuestro primer intento ha sido fundar este dicho Colegio-Seminario, siempre ha estado firme en nuestro ánimo un vivo deseo de fundar juntamente una Capilla, o Iglesia, donde se celebren los oficios divinos con veneración del Santísimo Sacramento y de la benditísima Virgen María, Señora y Abogada nuestra. Capilla hermosísima que refleja la personalidad del Patriarca, austero pero con un sublime gusto artístico.

Y que en tal Capilla o Iglesia se observe en la celebración de los oficios divinos lo que está dispuesto en los santos Concilios y ha sido observado en los tiempos que florecía la disciplina eclesiástica, y lo que enseñan los autores que escriben de esta materia, a saber, que se digan y canten con toda pausa y atención, de manera que se conozca que los que cantan consideran que están delante de Dios, hablando con la Suprema Majestad suya: que asimismo mueva a los oyentes a devoción y veneración de este Señor y de su santo Templo”. Fundó en la ciudad el Colegio y Seminario de Corpus Christi para atender a la formación del clero y en esta misma casa, una capilla - institución famosa de la Iglesia - donde se adora al Santísimo Sacramento con un ceremonial y una liturgia llena de majestad y de sosiego, aun en nuestros días. Con frecuencia celebraba el santo sacrificio en una capilla de su propia iglesia y, luego de alzar a Dios, se iba el ayudante, hasta que le avisaba el patriarca con una campanilla. Esta misa le duraba de dos a tres horas por el arrobamiento y las lágrimas. San Juan de Ribera, vio hecho realidad un gran deseo y proyecto pastoral: la inauguración del Real Colegio-Seminario de Corpus Christi. Éstos y otros más españoles.

EL SEÑOR PATRIARCA ESTÁ EN LA GLORIA

Falleció en su colegio donde se venera su cuerpo, el 6 de enero de 1611. A las pocas semanas se iniciaron las diligencias con vistas a su glorificación. Lo beatificó Pío VI (30 ag. 1796); Juan XXIII le canonizó (12 jun. 1960). Le retrataron El Greco, Morales y Ribalta. Aún pudo ver la expulsión de los moriscos por mandato de Felipe III en 1609. Cuando el anciano pastor murió, los niños cantaban por las calles de la ciudad: "El señor patriarca está en la gloria, con la palma y corona de la victoria." En sus funerales abrió los ojos y se le encendió el rostro para adorar al Señor desde la consagración hasta la comunión del celebrante. San Pío V le había llamado, hacía cuarenta años, "lumen totius Hispaniae", "lumbrera de toda España".