Beata Juana María Condesa Lluch

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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(1862-1916).


MI GOZO POR SU BEATIFICACION

La Beatificación el 23 de marzo de 2003 de Juana María Condesa Lluch me ha llenado de una gran satisfacción, en primer lugar por ser, como yo de Valencia, rica en grandes testigos de la fe y en segundo lugar por cuanto conozco desde adolescente su obra a través de mujeres contemporáneas y amigas de mi familia materna y de una amiga mía que lleva mi mismo apellido, María Concepción Martí, que padece una larguísima y cruel enfermedad durante la mayor parte de su vida y debido a ese contacto he predicado en sus casas de Esclavas de María Inmaculada de Valencia y de Barcelona en repetidas ocasiones

BAUTIZADA EN LA PILA DE SAN VICENTE FERRER

Juana María nació en Valencia (España) el día 30 de marzo de 1862, en una familia cristiana de buena posición económica. Fue bautizada en la parroquia de San Esteban, en la misma que fueron bautizados San Vicente Ferrer y San Luis Bertrán. Recibió una esmerada formación humana y cristiana, que contrastaba con la mentalidad racionalista e ilustrada de aquella época, que produjo una oleada de descristianización. En su adolescencia y juventud reforzó su vida cristiana, nutriéndose de la Eucaristía, y cultivando la devoción a la Inmaculada, a San José y a Santa Teresa, lo que la llevó a una mayor sensibilidad y compromiso con los mas necesitados.

SE SIENTE AMADA POR DIOS

Descubre el don del amor de Dios que se estaba derramando abundantemente en su corazón, como asegura San Pablo (Rm 5, 5) y quiere acoger ese don en su vida para ser «Santuario de Dios, morada del Espíritu» 1 Co 3, 16. Su intensa vida de oración, su constante relación con Dios, fueron la fuerza que hizo madurar los frutos propios del Espíritu: la alegría, la humildad, la constancia, el dominio de sí, la paz, la bondad, la entrega, la laboriosidad, la solidaridad... la fe, la esperanza y el amor. Por ello, quienes la conocieron nos la presentan como una mujer que «Logró vivir lo ordinario de forma extraordinaria». Tenía 18 años, cuando descubrió que la voluntad de Dios sobre su vida era entregarlo todo y entregarse del todo a la causa del Reino evangelizando y sirviendo a la mujer obrera, interesándose por sus condiciones de vida y laborales, realidad sufriente que contemplaba desde la tartana que la conducía desde Valencia a la playa de Nazaret, donde la familia tenía una casa de descanso y expansión. De su director espiritual, el sacerdote Don Vicente Castañer, aprendió a ser sensible hacia los problemas que generaba el proceso de industrialización del siglo XIX. Después nos dirá Juan Pablo II en la Redemptor hominis, que “el hombre es el camino de la Iglesia, es necesario que la misma Iglesia sea siempre consciente de la dignidad que obtiene el hombre en Cristo, por la gracia del Espíritu Santo”.

NADA SIN EL OBISPO.

Se siente llamada a fundar. El acuciante deseo de realizar esa moción de Dios la inquieta, pero Juana, fiel lectora de Santa Teresa daba una gran importancia en su vida a la virtud de la obediencia, por la que el alma se somete a Dios, que manifiesta su voluntad a través del superior. La obediencia ordena al súbdito con respecto a su superior que gobierna, y hace pronta la voluntad para ejecutar los mandatos expresos o tácitos, del superior. El fundamento de la obediencia es la autoridad del superior, recibida de Dios directa o indirectamente, y así, cuando se obedece, a Dios se obedece, porque el superior ocupa su lugar.

LA OBEDIENCIA, ESA GARANTÍA

La vida humana discurre entre el orden providencial o divino, el orden social, y el racional. En la actualidad y siempre, desde que hubo ángeles en el cielo y hombres en la tierra, la obediencia ha sido piedra de escándalo, y la redención tuvo este motivo: restablecer la desobediencia. El primer hombre desobediente fue sustituido por el Hombre Obediente hasta la muerte, para restablecer ese triple orden, machacado por la rebeldía. "Por la desobediencia del primer hombre entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte (Rm 5, 12).

CRISIS DE LA OBEDIENCIA

La crisis de la obediencia es hija del humanismo naturalista, racionalismo, democratismo, totalitarismo, personalismo. En el fondo de todo está el antropocentrismo, suplantando al teocentrismo, y el resultado es el desorden.

El racionalismo es la consecuencia primera del naturalismo humanista, y el liberalismo, la segunda. Por él el hombre sólo acepta el magisterio de su razón, y no reconoce más ley que su voluntad. Esto es el personalismo.

SOMETIMIENTO DE LA VOLUNTAD

Frente a estos errores, la virtud de la obediencia somete la voluntad propia al mandato de la autoridad. El objeto formal de las otras virtudes es el bien mandado; el de la obediencia es el mandato.

Afirma santo Tomás que el ser racional que obedece es movido por el mandato del superior como las cosas naturales por sus motores. Así como Dios es el primer motor de cuanto se mueve, es también el primer motor de todas las voluntades. Y así como todas las cosas naturales están sujetas a la moción divina, todas las voluntades deben obedecer al imperio divino, con cierta necesidad de justicia.

Pero Dios no rige las vidas humanas siempre de modo inmediato, sino por mediación de otros seres a los que en parte comunica su poder y gobierno. Esta organización del régimen divino origina la ley providencial de la obediencia mediata a Dios e inmediata a los hombres, constituidos superiores por la participación de la autoridad divina.

LOS ORGANOS DE LA PROVIDENCIA

"En el gobierno la Providencia de Dios se vale de medios, pues gobierna los inferiores por los superiores. Y esto no por falta de poder, sino por abundancia de bondad, que comunica también a las criaturas la dignidad de la causalidad".

Pero el derecho que Dios tiene de dirigir la vida humana es un derecho que él participa y por tanto es ejercido por su delegación: "Todos habéis de estar sometidos a las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino por Dios, y las que hay han sido ordenadas por Dios, de suerte que quien resiste a la autoridad resiste a la disposición de Dios, y los que la resisten se atraen sobre sí la condenación...La autoridad es ministro de Dios para el bien. Es preciso someterse no sólo por temor sino por conciencia" (Rm 13, 1).

La obediencia al superior humano es la mejor garantía para vivir bajo el gobierno divino. El mandato de la autoridad es una buena garantía para el súbdito; pero si el mandato fuera equivocado, la obediencia no lo sería si el súbdito lo acataba como expresión de la voluntad de Dios. Así pues, el súbdito acierta, aunque el superior se equivoque, porque la obediencia no mira a lo mandado sino al mandato, ni a éste como expresión de la persona que lo impone, sino como signo de la voluntad de Dios.

SAN JUAN DE LA CRUZ Y LA OBEDIENCIA

Dice san Juan de la Cruz: "Es Dios tan amigo de que el gobierno y trato del hombre sea por otro hombre semejante a El, y que por razón natural sea el hombre regido y gobernado, que totalmente quiere que todas las cosas que sobrenaturalmente nos comunica, no les demos entero crédito, ni hagan en nosotros confirmada fuerza y segura hasta que pasen por este arcaduz de la boca del hombre" (II Sub 22, 9).

Y añade san Ignacio que en cosas y personas espirituales es más necesario este consejo, por ser grande el peligro de la vida espiritual cuando sin freno de discreción se corre por ella (Carta de la obediencia).

La obediencia tiene un modelo para el cristiano en Cristo. Pero en los hombres llenos de su grandeza y adultez, no cabe la necedad de la cruz. Este misterio sólo es revelado a los sencillos de corazón y a los pobres y pequeños.

Pueden objetarse los fallos de la autoridad, pero con ello no se anula el misterio y la función providencial de la autoridad, y el bien de la obediencia no consiste en el bien o el valor de lo mandado, sino en el bien o el valor del mandato. Además de que la Providencia ayuda a que el superior acierte, puede sacar bienes de los desaciertos, y hasta convertirlos en bienes mayores. Dios da con creces lo que se renuncia por obedecerle.

Cuando san Pedro y san Pablo enseñaban a los cristianos a obedecer a las autoridades y en ellas a Dios, el emperador era Nerón. Santa Teresa, como es bien conocido, ha practicado finamente la obediencia y así la proclama piedra de toque de la vida interior. "El gran bien y la mina y el tesoro de la preciosa virtud de la obediencia".

Quien falte en la obediencia, no sólo se cierra el paso a la vida contemplativa, sino también a la activa. La fuerza de la obediencia facilita las cosas que parecen imposibles. Ella tiene muy claro, porque se lo ha dicho el Señor, que la obediencia da fuerzas. El discernimiento del espíritu es bien fácil, tomando como punto de mira la obediencia.

LECTORA DE SANTA TERESA, MAESTRA DE OBEDIENCIA

Santa Teresa había dejado en sus obras testimonio de la importancia de la obediencia, y Juana los había asimilado bien.

Escribe Teresa: ¡Oh, virtud de la obediencia, que todo lo puedes! (V 18, 7; CN 8).

Siempre que el Señor me mandaba una cosa en la oración, si el confesor me mandaba otra, el Señor volvía a hablarme diciéndome que obedeciera al confesor; después Su Majestad le cambiaba el corazón para que me mandara la voluntad del Señor (V 26, 5).

Me acordaba de las injurias que le habían hecho los judíos y le suplicaba que me perdonara, pues yo lo hacía para obedecer a quien le representaba, y que no me echara a mí la culpa pues me lo mandaban los ministros que él tenía puestos en la Iglesia. Me decía que estuviera tranquila, que hacía bien en obedecer, más que él manifestaría la verdad (V 29, 6).

Que no temiera que se fallara en esto jamás que aunque la obediencia no se prometía a mi gusto, su Hijo estaría con nosotras. La Reina de los ángeles me dijo acerca de la obediencia que a mí me repugnaba no darla a los superiores de la Orden, que ya el Señor me había dicho que no era conveniente dársela a ellos (V 33, 14-16).

Yo obedecí al Rector, y con lo que se me había dicho en la oración, iba sin miedo (V 34, 3).

Digo que quien tenga voto de obediencia y falte contra él en vez de llevar todo el cuidado necesario para ver cómo lo cumplirá con la mayor perfección, no se para qué está en el monasterio; yo le aseguro que mientras falte en esto nunca llegará a ser contemplativa, ni siquiera buena activa; y esto lo tengo por muy cierto (C 18, 8).

Aunque no sea persona que tenga voto de obediencia si quiere o pretende llegar a contemplación, debe someter su voluntad con toda determinación a un confesor competente. Porque es cosa muy sabida que aprovechará más así en un año, que en muchos años que viva sin esta determinación (C 18, 8).

Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan difíciles como escribir ahora sobre la oración...Mas como se que la fuerza de la obediencia suele facilitar cosas que parecen imposibles, la voluntad se decide a escribir de buena gana, aunque la naturaleza parece que se aflige mucho. Si tampoco me diere el Señor esto, con cansarme y acrecentar el dolor de cabeza por obediencia, quedaré con ganancia, aunque de lo que dijere no se saque ningún provecho (M prl 1-2).

Yo no lo se, preguntadle a quien me lo manda escribir, que yo no estoy obligada a disputar con los superiores, ni sería correcto, sino a obedecer III M 2, 11).

Lo que les haría mucho provecho a los que por la bondad del Señor están en ese estado, es estudiar mucho en la prontitud de la obediencia (III M 2, 12).

Y aunque no sean religiosos sería muy importante tener a quien acudir para no hacer en nada su voluntad (que es lo que más nos perjudica) y no buscar a otro de su talante que vaya con tanto tiento en todo, sino buscar a uno que esté muy desengañado del mundo, que es muy provechoso tratar con quien ya conoce el mundo para conocernos (III M 2, 12).

Mas ¡cuántos debe de haber a quienes llama el Señor al apostolado, como a Judas..., y después por su culpa se pierden! De lo cual deduciremos que para ir mereciendo más y más y para no perdernos como éstos, lo único que nos puede dar seguridad es la obediencia y no desviarnos de la ley de Dios (V M 3, 2).

Guardo obediencia a quien me confiesa, aunque imperfectamente; pero cuando veo que quiere una cosa o me la manda, no la dejaría de hacer, y si no la hiciera pensaría que andaba muy engañada (Cc 1ª, 15).

Estando pensando una vez en la gran penitencia que hacía doña Catalina de Cardona y cómo yo hubiera podido hacer más, según mis deseos, si no hubiera sido por obedecer a los confesores, que si sería mejor no obedecerles en adelante, me dijo: "eso no, hija; buen camino llevas y seguro. ¿Ves toda la penitencia que hace?; en más tengo tu obediencia (Cc 20ª).

Procuraba todo lo que podía no ofender a Dios y obedecer siempre (Cc 53ª, 19).

Por experiencia he visto, aparte de lo que en muchos lugares he leído, el gran bien que es para un alma no salir de la obediencia. En esto entiendo está el ir adelantando en la virtud y el ir ganando la de la humildad; en esto está la seguridad de la duda de errar el camino del cielo. Aquí se halla la quietud que tan preciada es en las almas que desean contentar a Dios. Porque si de veras se han resignado en esta santa obediencia y han rendido el entendimiento a ella, no queriendo tener otro parecer más que el de su confesor o el de su superior, el demonio cesa de acometer con sus continuas inquietudes; y también nuestros bulliciosos movimientos amigos de hacer su voluntad cesan, acordándose de que determinadamente pusieron su voluntad en la de Dios , tomando por medio someterse a quien toman en su lugar. Habiéndome Su Majestad dado luz para conocer el gran tesoro que está encerrado en esta preciosa virtud, he procurado tenerla, auque muchas veces protesta la poca virtud que veo en mí, porque para algunas cosas que me mandan entiendo que no llega (F prl 15).

Muchas veces me parecía que no se podía soportar el trabajo conforme a mi instinto natural, me dijo el Señor: "Hija, la obediencia da fuerzas" (F prl 2).

De la virtud de la obediencia (de la que soy muy devota, aunque no sabía tenerla hasta que estas siervas de Dios me enseñaron), pudiera decir muchas cosas que allí vi. Una recuerdo ahora y es que, estando un día en refectorio, nos dieron raciones de cohombro, a mí me tocó una muy delgada y podrida por dentro. Llamé con disimulo a una hermana de las de mejor entendimiento y talento que allí había, para probar su obediencia, y le dije que sembrara aquel cohombro en un huertecillo que teníamos. Ella me preguntó si lo había de poner alto o tendido; yo le dije que tendido. Ella fue y lo puso, sin pensar que era imposible que no secara, sino que al hacerlo por obediencia se le cegó la razón natural, y creyó que era muy acertado (F 1, 3).

Y en lo que toca a la obediencia, no querrá que quien bien lo quisiere, vaya por otro camino que él, "obediente hasta la muerte" (F 5, 3).

Yo creo que como el demonio ve que no hay camino que más pronto lleve a la suma perfección que la obediencia, pone tanto disgusto y dificultades debajo de color de bien, para guardarla; y esto se observe bien y verán claro que digo verdad (F 5, 10).

¡Oh, Señor, cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras torpes imaginaciones, y cómo de un alma que está ya determinada a amaros y abandonada en vuestras manos no queréis otra cosa sino que obedezca y se informe bien de lo que es más servicio vuestros y eso desee! No ha menester ella buscar los caminos ni escogerlos, que ya su voluntad es vuestra (F 5, 6).

Pues créanme que para adquirir este tesoro no hay mejor camino que cavar y trabajar para sacarlo de esta mina de la obediencia; que mientras más cavemos hallaremos más, y mientras más nos sometamos a los hombres no teniendo otra voluntad que la de los superiores, más señores seremos de ella para conformarla con la de Dios. Esta es la unión que yo deseo y querría en todas, que no unos embebecimientos muy regalados que hay, a los que tienen puesto el nombre de unión. Mas si después de esa suspensión queda poca obediencia y poca sumisión de la voluntad, unida con su amor propio me parece a mí que estará, que no con la voluntad de Dios (F 5, 13).

Aquí se ve bien que somos esclavos suyos, vendidos por su amor con nuestra voluntad a la virtud de la obediencia, pues por ella dejamos de alguna manera de gozar al mismo Dios. Y no es nada si consideramos que él vino del seno del Padre por obediencia a hacerse esclavo nuestro (F 5, 17).

Quisiera más verla obedecer a una persona que no tanta comunión (F 6, 18).

Si es por contentar a Dios, ya saben que se contenta más con la obediencia que con el sacrificio (F 6, 22).

En este monasterio se ejercitaban mucho en mortificación y en obediencia; de manera que algún tiempo que estuve en él, a veces se había de mirar lo que decía la priora, que aunque fuese con descuido, ellas lo ponían enseguida por obra (F 16, 3).

JUANA MARIA CONOCE Y PRACTICABA EJEMPLARMENTE ESTA DOCTRINA

Siente que debe fundar una congregación, pero heredera de esta doctrina teresiana, Juana María, no procedió siguiendo su impulso sino sometiendo su deseo al superior en 1884, y pasó varios años de dificultades y obstáculos por parte del Arzobispo de Valencia, Cardenal Antolín Monescillo, que la consideró demasiado joven para llevar a cabo la propuesta que le hacía de fundar una Congregación Religiosa. Por fin logra el permiso necesario para abrir una casa para acoger y dar formación y dignidad a las obreras que, dado el creciente proceso de industrialización del siglo XIX, se desplazaban de los pueblos a la ciudad para trabajar en las fábricas, donde eran consideradas meros instrumentos de trabajo. Ha esperado la voluntad del Prelado que le ha dicho: «Grande es tu fe y tu constancia. Ve y abre un asilo a esas obreras por las que con tanta solicitud te interesas y tanto cariño siente tu corazón». Unos meses después, en esta misma casa se inauguraba una Escuela para hijas de obreras y otras jóvenes se unían a su proyecto compartiendo los mismos ideales. Desde este momento comenzaba a tomar forma en su vida lo que experimentaba como voluntad de Dios: «Yo y todo lo mío para las obreras», no se trataba de una frase hecha, era el espacio que posibilitaba la llamada de Dios y la respuesta de una persona, Juana María Condesa Lluch.

UNA CONGREGACION RELIGIOSA

Convencida de que su obra era fruto del Espíritu y con el deseo de que fuese una realidad eclesial, continúa insistiendo a fin de poder organizarse como Congregación Religiosa, pues seguir a Cristo, dando la vida por Él en el servicio a las obreras le pedía exclusividad, de ahí su opción por vivir en castidad, en obediencia y en pobreza de forma radical. Acrisolada en la prueba, pero manteniendo un espíritu sereno, firme y confiado: «Señor, mantenme firme junto a tu Cruz», haciendo de la fe su luz, de la esperanza su fuerza y del amor su alma, consigue la Aprobación Diocesana del Instituto en 1892, el cual crecía en miembros y se iba extendiendo por distintas zonas industriales. En 1895 emite la Profesión Temporal junto con las primeras hermanas y en 1911 la Profesión Perpetua , Pronto logró una pequeña comunidad que inició su andadura bajo la inspiración profética de sor Juana.

FLORACION DE APOSTOLES EN EL SIGLO XIX

Hoy la Iglesia reconoce que “Estamos ante una insigne figura del rico florecimiento de apóstoles que, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, han trabajado para actualizar la doctrina social de la Iglesia. La situación de las jóvenes obreras fue percibida por Juana Condesa quien, en su sensibilidad y delicadeza de espíritu iluminado por la luz de Cristo, consagró su propia vida a levantar material y espiritualmente la mísera condición de las jóvenes obreras. Sostenida por la fe, por la esperanza y por la caridad, emprendió una benemérita obra social, para cuyo sostén instituyó una Congregación Religiosa” (Positio, p.9). Su vida, por influjo del Espíritu Santo, fue seguir al Señor dándose al servicio de las jóvenes obreras. “Dios estaba en el vértice de sus pensamientos” (Positio, p.20). He ahí la clave de una vida cristiana plena. Desde Dios todo adquiere sentido y todo se ilumina. Desde Dios somos impulsados a una vida nueva forjada por el Amor. La beata Juana María Condesa vivió de forma extraordinaria la vida diaria. Su valentía, desde la sencillez del corazón, procedía de su identificación con la persona de Jesús. De su participación en los sacramentos y su devoción a la Eucaristía sacó fuerzas y la confianza para llevar adelante su vocación cristiana. Su espíritu de comunión, plasmado en la fundación de su Congregación, brotaba de la intensa experiencia de Dios mostrada en el radiante amor hacia todos. La llamada de Dios pide nuestra respuesta fiel y generosa. Sólo desde el amor es posible llevar a plenitud la obra de Cristo en el mundo, “El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón” (Gaudium et Spes, 1).

CONSIGNAS DE LAS ESCLAVAS

Sed “signo de la presencia de Cristo hecho hombre y llamado hijo del carpintero, del trabajador para testimoniar el valor del trabajo como medio de perfeccionamiento del hombre y de colaboración al progreso del mundo” (Constituciones de las RR. Esclavas de María Inmaculada, cap V, nº 71).

La vida de Juana, a ejemplo de la Virgen Inmaculada , fue una entrega incondicional a la voluntad de Dios, haciendo suyas las palabras de María ante el anuncio del Ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi, según tu palabra» (Le 1, 38), palabras que se convirtieron en clave de espiritualidad y en estilo de vida, hasta el punto de definirse como «esclava de la Esclava del Señor» y de dar nombre y significado a la Congregación fundada por ella.

EL ROSTRO DE DIOS

El 16 de enero de 1916, la Madre Juana María Condesa Lluch pasaba a contemplar el rostro de Dios por toda la eternidad, alcanzando su anhelo de santidad, manifestado tantas veces a las hermanas con estas palabras: «Ser santas en el cielo, sin levantar polvo en la tierra». Expresión que denota que su vida transcurrió según el Espíritu de Cristo Jesús, conjugando la más sublime de las experiencias, la intimidad con Dios, con el empeño de que la joven obrera alcanzara también la más sublime de las vocaciones, ser imagen y semejanza del Creador, y que pone de manifiesto su ser de «Mujer bíblica, llena de coraje en las elecciones y evangélica en las obras», tal como la definió por uno de los Teólogos Consultores al estudiar sus virtudes.

A LOS ALTARES

El Instituto nutrido de la firme voluntad de su Fundadora, alcanzaba el 14 de abril de 1937 la aprobación temporal pontificia de XI y el 27 de enero de 1947 la aprobación definitiva de Pío XII. La apertura diocesana del Proceso de Canonización de la Madre Juana María tuvo lugar en Valencia en 1953. Sus virtudes heroicas fueron declaradas en 1997 y el dia 5 de julio de 2002, ante Juan Pablo II, fue promulgado el Decreto de aprobación de un milagro atribuido a su intercesión. Fue beatificada el 23 de marzo de 2003 por el Papa recordado el Siervo de Dios Juan Pablo II.