Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo B

Bendito el Reino que viene de Nuestro Padre

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Según los apócrifos, María, después de su Presentación en el Templo donde vivirá y será educada hasta que se convierta en mujer, entre sus estudios y trabajos, tejía e hilaba y siempre con lana o hilo púrpura, el tejido de los reyes. Eso es lo que impelía a los compañeras a decirle que su hijo sería rey, y esa era una profecía que, aunque no sea canónica nos hace decir que se non e vero e ben trobato.

1. Si ser rey connota poder, dominio, boato, ostentación y a veces, muchas, casi siempre, despotismo, las lecturas de hoy contradicen el sentido mundano de rey. Porque a Cristo Rey la revelación por el profeta Daniel le atribuye "humanidad", en antítesis de la bestialidad de los otros reyes: "Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre" Daniel 7,13, contrapuesta a las cuatro bestias, que había visto el mismo profeta, y que simbolizaban otros cuatro reinos: un león, un oso, un leopardo, y una fiera extraordinariamente fuerte y terrible.

2. El Apocalipsis nos habla también de la veracidad y fidelidad de ese Hombre-Rey: "testigo fiel", y de su amor: "Aquel que nos amó"; de su propio sacrificio: "nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre"; y del regalo de su reino: "nos ha convertido en un Reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre" Apocalipsis 1,5.

3. Jesús, que había rechazado a Satanás cuando le ofreció el poder; que había huido cuando las gentes enardecidas por la multiplicación de los panes y los peces le buscaban para proclamarlo rey; ante Pilato, el Procurador romano, que le interroga judicialmente: "¿Tú eres rey?", asegura solemnemente que sí, que es Rey: "Tú lo dices: Yo soy Rey", matizando que "su reino no es de este mundo" Juan 18,33. Y cuando declara los episodios que le van a conducir a su Reino anunciando su pasión y muerte y Pedro le disuade, le llama Satanás y le dice que piensa como los hombres y no como Dios. Su Reino es inaudito y extraño para cuya entrada nos pide que le sigamos con la cruz. Y nos dice a todos que "si el mundo os odia, me ha odiado primero a mí. Si fuerais del mundo el mundo os amaría. El siervo no es más que su señor. A mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15,18). Pero ¿por qué ha de ocurrir así? Jesús, que dijo todo esto, y que habíamos de morir con él y que ese era el medio de salvar al mundo, nunca dijo por qué, sino que hay que prescindir de las razones y caminar según la lógica de la fe.

4. Leemos en la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II: Constituidos los discípulos de Jesús en Reino, formamos el pueblo de Dios, la Iglesia, pues el Señor no ha querido salvar a los hombres individualmente y aislados entre sí. En el reino tenemos por cabeza a Cristo; por estilo, la dignidad y libertad de los hijos de Dios; por ley, el amor, como el mismo Cristo nos amó; y como fin, el dilatar más y más el reino de Dios (LG 9).

5. Por fin, el Reino de Dios, que ya ha comenzado dentro de nosotros y en la sociedad, crece como el grano de mostaza, y como el grano de trigo enterrado y como la semilla sembrada en el surco, y se extiende y desarrolla como la levadura en la masa (Mt 13,24), en el interior de cada hombre, "el Reino de los cielos está dentro de vosotros" (Lc 17,21), y en el corazón del mundo. Cada pasito que das, oh cristiano, por leve e imperceptible que sea, en la viña de la virtud, es un racimo más que brota, un avanzar, aunque sea un milímetro del Reino; y cada oración y cada acto de paciencia o de sacrificio, y de afecto y de amor a los hermanos, hacen granar el fruto de la cruz y desarrollarlo, como el sol besa los racimos y las naranjas y las manzanas y las hace colorear y madurar.

6. Y hasta lo que parece que destruye el Reino, las tribulaciones y las persecuciones, lo hacen crecer. "La Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía la oposición y la persecución de sus contrarios: "Nos hacemos más numerosos, cuando nos segáis: la sangre es semilla de cristianos" (Tertuliano) (GS 44). "Las persecuciones no son en detrimento, sino el provecho de la Iglesia, y el campo del Señor se viste siempre con una cosecha más rica al nacer multiplicados los granos que caen uno a uno" (San León Magno).

7. La carta a los Colosenses nos dice que este Rey "El es el primogénito de toda la creación (Col 1,15). El Apocalipsis lo designa "Rey de reyes" (Col 18.14) y "Señor de los señores", cuyas "palabras lleva escritas en el manto y en el muslo". Jesús ha de reinar en este mundo, y aunque su Reino no es como los de este mundo porque es eterno y espiritual, de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz, tiene la misión de encarnarse en el mundo para impregnarlo de justicia y de amor, de verdad y de vida, de santa libertad y de paz. De verdad, en un mundo de mentira en que la verdad está en crisis por el abandono de la idea de una verdad universal sobre el bien, que ha subvertido la misma concepción de la conciencia, y cree poder otorgar a los hombres el privilegio de fijar de modo autónomo los criterios del bien y del mal, origen de la ética individualista, en la que cada uno encuentra su propia verdad en su propio criterio (Veritatis Fulgor). Es la situación en que se encontraba Pilato cuando preguntó escéptico "¿Qué es la verdad?". -Mi verdad es lo que me interesa, lo que en cada momento y en cada circunstancia me apetece prescindiendo del bien de los demás. Lo que conviene a mi política y a mi gusto y comodidad, a mi propio egoísmo y satisfacción de mis pasiones y de mis ambiciones. De vida: "Si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos" (Mt 19, 27) Es la misma vida de Dios en la que somos introducidos cuando Cristo reina en nuestra propia persona, en mente, corazón y acción, lo que conduce a la santidad. De santidad y de gracia. Sólo con la fuerza de la gracia, don de Dios, se puede vivir de veras el amor, que es crucificante, en una sociedad egoísta y selvática. De justicia, porque sólo de ella nace la paz.

8. De amor y de paz. El Beato Juan XXIII, que había sido testigo activo de las dos guerras mundiales, en la primera ejerció de militar y vio a muchos jóvenes destrozados, tuvo presentes aquellas catástrofes cuando escribió su célebre Encíclica "Pacem in terris", de la cual es este párrafo: "La grandeza y la sublimidad de la paz es tal, que su realización no puede obtenerse por las solas fuerzas naturales del hombre, aunque esté movido por una buena y loable voluntad. Para que la sociedad humana constituya un reflejo lo más per­fecto posible del reino de Dios, es necesario el auxilio sobrenatural del cielo. Exige, por tanto que acudamos con preces suplicantes a Aquel que con sus dolorosos tormentos y con su muerte no sólo borró los pecados, fuente principal de todas las divisiones, miserias y desigualdades, sino que, con el derramamiento de su sangre, reconcilió al género humano con su Padre celestial, aportándole los dones de la paz: El es nuestra Paz, que hizo de los pueblos uno... Y viniendo nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca. Cristo resucitado, presentándose en medio de sus discí­pulos, los saludó diciendo: «La paz sea con vosotros. Aleluya». El es quien ha traído la paz, nos ha dejado la paz: La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da os la doy yo. Pidamos al divino Re­dentor esta paz que El mismo nos trajo. Que El borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que El ilumine también con su luz la mente de los que gobier­nan las naciones, para que, al mismo tiempo que les procuran una digna prosperidad, aseguren a sus compatriotas el don her­mosísimo de la paz. Que Cristo encienda las volun­tades de todos los hombres, para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdo­nar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como herma­nos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz".

9. "El Señor, que reina vestido de majestad y ceñido de poder, cuyo trono está firme para siempre porque es eterno, nos llene de santidad, que es el adorno de su casa" Salmo 92.

10. Pidamos que "todos los pueblos de la tierra se lamenten porque le atravesaron" y que el arrepentimiento de su pecado le lleve a la conversión y al conocimiento de su Realeza. Y que todos caminemos con mansedumbre y humildad, con benignidad y paciencia, con perseverancia y amor, a conseguir que venga pronto su Reino. Que la Eucaristía, en la que hacemos el memorial de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, nos enardezca en el amor del Rey de reyes y Señor de los señores y nos afiance en nuestra misión de profetas y sacerdotes de Dios Padre por el Espíritu Santo, cuyo soplo incesante y poderoso de un extremo al otro de la tierra con suavidad y misericordia nos va conduciendo a través de nuestro trabajo desinteresado al Reino del Padre. Amén.