San Mateo Apóstol y Evangelista

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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JESÚS empezaba a llamar discípulos. El Reino de Dios no es obra exclusiva de él. Se ha dignado trabajar en equipo, participar a los hombres tan gran dignidad. Ha querido que compartamos los sudores con él como quiere que llevemos la cruz con él. Los elegidos le acompañaban por los pueblos de Galilea y del mundo y participaban sus más ín­timos secretos. Ya tenía seis elegidos, frutos de su oración al Padre: los dos hijos de Jonás, los Bar-Jona, los dos hijos del Zebedeo, Felipe y Bartolomé; todos pobres, sencillos, rudos e ignorantes. Vivieron junto al Verbo de vida, escucharon sus palabras, recogieron sus lati­dos. Eran simples pescadores galileos. Ningún sacerdote, ningún escriba, ningún fariseo, ningún rabino. Hubo, en cambio, un publicano; despreciable y odioso. Los evangelistas dan a San Mateo el nombre de Leví, sólo Marcos lo llama, "hijo de Alfeo". Posiblemente Leví era su nombre original y adoptó el mismo el nombre de Mateo cuando se convirtió en seguidor de Jesús. Era galileo predicó la doctrina de Cristo en oriente, pero nada cierto se sabe de ese periodo de su existencia. La Iglesia también lo venera como mártir, aunque hasta la fecha, se desconocen las causas y el lugar de su muerte. 

LOS PUBLICANOS 

Los .publicanos del Evangelio no tenían la categoría propia de los recaudadores de Roma. Eran simples subordinados, cobraban, vigilaban y exigían en nombre de las grandes compañías, que por estos empleados extendían sus redes en todo el Imperio. Todos eran mirados con des­precio y ojeriza. Nadie escogía ese oficio, o muy mal tenía que estar para ganarse la vida ejerciéndolo. Por eso tenían que buscar a gente sin prestigio que perder y sin escrúpulos que sufrir. Gente con entrañas duras, para que no se apiadasen de las lágrimas ni de la miseria. Dice un escritor de aquella época, que eran lobos de la sociedad; y según Marco Tulio, los más viles de los hombres. 

SACRILEGOS

En Judea, el cobrador tenía un estigma más infamante aún, porque el pago del tributo a los romanos estaba prohibido por la Ley, era un sacrilegio; el que colaboraba en ese sacrilegio, hacía traición a su patria, se vendía a los gentiles. Jerusalén era una teocracia. Es el pueblo de Dios. Al ser invadida por los romanos, Jerusalén deja de pertenecer a Dios convertida en provincia romana, gobernada por el emperador de Roma. Así es como la condición de los publicanos sólo podía compararse con la de los criminales y las prostitutas. Por eso una de las acusaciones que dirigían contra Jesús, es que andaba con los publicanos y comía con ellos. Y no solamente comía con ellos, sino que sacó de entre ellos a uno de sus apóstoles. 

EN CAFARNAUM. “SIGUEME”

Fue en Cafarnaún, después de sus primeras excursiones a través de Galilea, después de su encuentro con la Samaritana. Situado Cafarnaum en un cruce de caminos, centro de las contrataciones entre Tiro y Damasco, entre Séforis y Jerusalén, Cafarnaún era un centro mercantil, residencia de mercaderes y traficantes, de ten­deros y comisionistas, y, punto estratégico para los cambistas y los recaudadores, oficina importante de los publicanos de Galilea. 

Baja Jesús hacia el puerto. Ha visto a Leví, sentado en el telonio, banco de la recaudación de la contribución, se acerca y le dice: "Sígueme." Y él, dejándolo todo, se levantó y echó a andar con el Señor. La llamada la hace el Señor. “No me habéis elegido vosotros, soy yo quien os he elegido". Nuestra vocación desciende de Dios. Seámosle fieles, que es una llamada de predilección. Para Leví fue una llamada inesperada y su respuesta fue una adhesión tan espontánea como la de Pedro , una aceptación súbita, completa, definitiva. Leví deja un negocio lucrativo, una ganancia segura y creciente. Se había hecho rico, y pudo ofrecer un banquete de despedida a todos sus amigos y a sus compañeros nuevos; un banquete presidido por el Señor. Pero la plata había terminado para él, y había dejado los rimeros de siclos y de dracmas y el mostrador donde temblaban los agricultores y artesanos de Galilea. Jesús había sub­yugado su corazón, y ya sólo recogerá palabras de vida y tesoros de verdad. Ni siquiera será él quien lleve la bolsa del colegio apostólico. 

Odiaba su pasado. Ya no se llamará Leví, sino Mateo, don de Dios. En actitud humilde sigue a Jesús por los caminos, admira a Pedro, que había sido un pescador honrado, mira a Juan con envidia porque halló al Nazareno tan joven. Camina en silencio, casi avergonzado de si mismo; no habla, ni se exhibe, ni promete. 

Escucha atento las parábolas del Salvador, y la rumia y las pesa, con el cuidado que antes ponía en pesar los dineros. Más tarde las recogerá en un libro; escribirá la historia de aquellos dos años de vida misionera; una historia en que él se oculta, como antes se ocultaba entre el grupo de los doce. Sólo una vez hablará de si mismo, y precisamente para decir que era publicano; para recordar la dignación infinita de Jesús al levantarlo desde el abis­mo de la miseria hasta las cimas de la gloria.

EVANGELISTA

Además de apóstol, Mateo fue evangelista. A él le debemos, según San Papías, discípulo de los discípulos de Jesús, la más antigua recopilación de dichos y hechos memorables del Señor, que constituirán el primer Evangelio. Antes de separarse de sus compañeros para predicar en tierras lejanas la doctrina que había escuchado con tanta avidez, quiso de­jarnos un gran tesoro. Debemos estar agradecidos a este recaudador amable. Acostumbrado a los números, hecho a extender letras y recibos, era casi un letrado al lado de Pedro, y tal vez se distinguía también entre los demás por sus relatos de la vida de Jesús, por la facilidad de la palabra, y por el arte de llevar el evangelio a las inteligencias y a los corazones de los hijos de Israel. Pero un día tuvo que alejarse, como los demás, y entonces fue cuando los primeros cristianos de la Ciudad Santa consiguieron de él que les dejase por escrito lo que con tanto gusto le habían oído exponer de viva voz. Así explica Eusebio el origen de la primera historia de la vida de Cristo. 

LA LENGUA MATERNA DE JESUS

Mateo la escribió en la lengua de sus com­patriotas, en arameo, la lengua en que Cristo había pronunciado sus discursos y sus parábolas. Hoy sólo tenemos la traducción griega, un griego correcto y casi clásico: pero delata su origen semita, desde las primeras palabras, desde las genealogías del primer capitulo. 

Entre los ritmos de los oradores del ágora saltan de vez en cuando las palabras rudas de los pescadores del lago de Genesaret -raca, córbona, gábba­ta-: y cuando nos parece oír a un discípulo del Museo alejandrino, nos encontramos sumergidos en aquella Judea orgullosa de sus tradiciones mosaicas y de su ciudad sagrada, en aquella Jerusalén orgullosa de su templo y de sus sacerdotes, en aquel templo donde se pagaba el diezmo de la menta y el comino, donde los des­cendientes de Aarón se paseaban arrogantes, ostentando sus filacterias de pergamino ante la multitud devota que les rodea y les aclama: "Rabbi, rabbi." Es la Jerusalén de Agripa y de Gamaliel, la que vivía ya entre los primeros presagios de la tormenta, pero aún no presentía el castigo del deicidio. La memoria de Cristo estaba fresca todavía: apenas quince años habían pasado desde que expiró en la cruz, cuando el antiguo publicano recogía en un libro sus hechos y sus discursos.

CONSERVAR LA DOCTRINA

El único objeto que le guiaba era fijar la predicación oral, que, al dispersarse por el mundo los Apóstoles, podría perder la uniformidad y aquella autoridad que habla tenido hasta entonces. Lucas, Marcos y Juan, se propondrán la misma finalidad. Los tres escribirán la vida de Jesús, reproduciendo la enseñanza apostólica y recogiendo las expresiones consagradas durante quince años. Esto explica sus concordancias y divergencias. 

El Cristo de San Mateo, se nos figura menos familiar que el de San Marcos, tan indulgente siempre frente a la rudeza de sus discípulos: En Lucas aparece el Salvador dé los hombres; y Juan nos dará a conocer más tarde el Verbo de Dios. Juan es el revelador de la vida interior de Jesús y empieza a destacar la familia de Jesús que en su Evangelio aparece ya con el nombre de la Iglesia. Jesús , Dulce y humilde de corazón, no extingue la mecha humean­te, ni remata la caña cascada, pero resiste a los hipócritas y los desenmascara. Mateo nos dice que el Mesías es un legislador superior a Moisés, que habla en su propio nombre y con autoridad divina: es el Hijo único de Dios, a quien Israel ha desconocido, perdiendo así sus privilegios para transmitírselos a la Iglesia. Esta tesis hace al primer Evangelio el más didáctico entre los sinópticos. Se trata de demostrar el gran hecho histórico de que el profeta condenado unos años antes por los judíos como blasfemo por usurpar el nombre de Hijo de Dios, era realmente el Mesías, de quien es­taban llenos todos los libros del Antiguo Testamento. Como consecuencia, los soberbios habían sido rechazados y los humil­des escogidos para continuar la obra del Crucificado y extenderla por todas las naciones. La preocupación apologética se manifiesta en el afán de señalar la realización de los oráculos proféticos en la vida de Jesús. 

DIFERENTES ESTILOS

Pero lo que San Mateo se pro­pone, ante todo, es enseñar, recogiendo fielmente los discursos de su Maestro. 

No tiene el realismo expresivo que Marcos sabe dar a su narración, ni la gracia conmovedora de San Lucas, ni la mirada penetrante de San Juan, pero es más abundante; nos ha conservado más palabras de Jesús, palabras sencillas y directas, y tan vivas, que nos parece oírlas con el acento, con la entonación que tenían al salir de los labios del Hombre-Dios. Sin el sentido cronológico de Lucas, Mateo tiene en la composición una lucidez que no tiene Marcos; menos vida, pero más orden, más lógica, más claridad. 

Antes de que Cristo le llamase a ocupar uno de los primeros puestos en el reino de los Cielos, según su expresión favorita, debió de ser apreciado por sus jefes por el cuidado y la regularidad con que llevaba sus cuentas y sus papeles.