Santa María Magdalena

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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SI ESTE FUERA PROFETA!!!... 

Caminando por Galilea, Jesús ha entrado en Naim, villa graciosa junto al Tabor en el panorama de la llanura del Esdrelón. Ha resucitado al hijo de la viuda. Y el pueblo todo revive la escena, la gratitud y la admiración. Simón es en Naim un representante del fariseísmo. Ha preparado un banquete, y ha invitado a sus amigos. Estima secretamente a Jesús, pero el orgullo farisaico le impide cumplir los deberes de la hospitalidad. Ni lava los pies al invitado ni le besa la mejilla, ni perfuma sus cabellos, según las tradiciones hebreas. Jesús en el banquete habla poco; pero observa y su mirada serena se fija sobre la multitud, como si buscase a alguien.

De repente, una mujer aparece en la puerta, se acerca al Señor y se arrodilla delante de Él. Tímida y audaz, indiferente a la lluvia de miradas que la acribillan, pero con un gesto de infinito respeto, rompe el frasco de alabastro que lleva apretado contra el pecho, y derrama los perfumes sobre los pies de Jesús. Todos los comensales se llenan de admiración y toda la casa se llena del olor del perfume. Con amor y con delicadeza, rocía los pies portadores de la paz; hasta que, la ola de ternura que le aprieta el corazón, rompe en llanto. La congoja le impide hablar, pero llora; llora en silencio, manifestando, como puede, su humildad, su gratitud, su arrepentimiento. Los pies del Nazareno están humedecidos de llanto y de nardo; la pobre mujer no sabe cómo enjugarlos; pero tiene su cabellera fina y suave. Lentamente, amorosamente, las va pasando por los pies virginales de Jesús, y los cubre de besos.

Los comensales se miraban unos a otros con caras de pasmo. Simón, en el fondo, se sentía satisfecho. Parecíale haber descifrado un enigma. Por fin sabía a qué atenerse con respecto a aquel convidado misterioso, que parecía humillar a los más grandes de Israel con sólo su mirada.

Era un hombre como los demás; a quien pueden engañar y sensible a las caricias de una mujer. "Sí éste fuese profeta—decía en su interior—, debiera saber qué clase de persona es la que le toca." Y revelaba en su ademán la complacencia y el desprecio. Pero Jesús, que ha leído en el corazón de la pecadora, descubre también el pensamiento del fariseo, y le dice: "Simón, tengo una cosa que decirte." Y Simón responde: "Maestro, habla.": "Un acreedor, prosigue Jesús, tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Y como ni uno ni otro tenían con qué pagar, les perdonó la deuda. ¿Quién de ellos le amará más?" Y Simón respondió; "Supongo que aquel a quien más perdonó." "Has juzgado rectamente", dijo Jesús; y señalando a la mujer, prosiguió: "¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has lavado los pies; pero ella me los ha regado con sus lágrimas y secado con sus cabellos. Tú no me has besado, pero ella, desde que ha entrado, no ha cesado de besarme los pies; no me has ungido con óleo la cabeza, pero ella me ha ungido los pies con perfumes. Por eso te digo que se le ha perdonado mucho, porque ha amado mucho" Luego dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados."

Los invitados de Simón habían seguido la parábola en silencio. Las últimas palabras de Jesús les desconcertaban: "¿Quién es éste que perdona los pecados; Jesús volviéndose hacia la pecadora, le dijo: "Tu fe te ha salvado; vete en paz." Y la pecadora salió, no ya a buscar las amargas alegrías del placer, sino a abrazarse con los rigores de la expiación. Porque esta pecadora, cuyo nombre calla San Lucas, no parece ser otra que la Magdalena. El Evangelio no lo indica claramente, pero Tertuliano, Clemente de Alejandría, San Cipriano, San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio Magno y San Cirilo de Alejandría; y entre los modernos, Baronio, Lacordaire, Maldonado y los Bolandistas, defiende la identidad de María de Mágdala, María de Betanía y esta desconocida. 

LA LEYENDA DEL TALMUD 

Su nombre y su historia han dejado huellas en los libros rabínicos. La leyenda del Talmud nos habla de su espléndida hermosura, de su cabellera famosa, de sus riquezas y de sus escándalos. Casada con un doctor de la Ley, hubo de sufrir los celos rabiosos de su marido, que la encerraba en casa cuando se ausentaba. Altiva e impetuosa, se rebeló contra esta tiranía, sacudió todo yugo, se fugó con un oficial de las tropas del César, y con él se estableció cerca de Cafarnaum, en el pueblecito de Magdala, llenando las cercanías del Lago con sus desórdenes.

Allí, sin duda, oyó hablar del profeta que prometía la felicidad al que sufre y es despreciado y es blanco de ultrajes y de insultos.

En la soledad de las horas vacías que siguen siempre a las horas de placer, debió considerar la tristeza de su vida de pecado: el ocaso de la belleza, la vanidad de un cuerpo que terminaría pasto de los gusanos, la miseria de los paños de seda, de las joyas, de los ungüentos. En esta soledad interior llegaron hasta ella los primeros ecos de la buena nueva; las luces alegres del sermón de la Montana y de las parábolas del Lago; "Bienaventurados los limpios de corazón... Llamad y se os abrirá; buscad y encontraréis. ¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le daría una piedra?" Estas palabras despertaron en ella una energía sobrenatural, se sintió libre, tuerte, capaz de vivir siempre en humildad de corazón, de regenerarse. Y, buscó a Jesús, el único que no la había de rechazar; le buscó con un amor impetuoso, con una voluntad resuelta de romper con el pasado. Y llegaba transformada, iluminada por la gracia, purificada por la llama de la caridad. Había pecado mucho, y por eso amaba mucho al que la llamó, y la salvó, y la convirtió, y la perdonó; y sus lágrimas, sus perfumes y su silencio, no son más que la expresión humilde de su amor agradecido.

Desde este momento, María Magdalena queda asociada al grupo de los íntimos de Jesús. Todo había cambiado en ella.

SIETE DEMONIOS

Siete espíritus inmundos habían entrado en ella. Ella les abrió su corazón y sus sentidos. La dominaban, la tiranizaban, y sólo vivía para ellos; para la envidia y del rencor, para la concupiscencia y el placer. Toda esta bandada infernal había huido con vuelo de pájaros nocturnos y agoreros. Aquellos ojos, fijos antes sobre las cosas de los sentidos, se habían vuelto hacia la luz de la vida verdadera. Ahora sólo les llenaba: la presencia de Jesús. María Magdalena vivía sólo para la contemplación ardiente y apasionada. Seguía a Jesús silenciosa, le miraba y recogía sus gestos, meditaba sus palabras y presenciaba sus milagros. Se unió a los mujeres que le seguían detrás de los doce, Él rara vez parecía distinguir aquella figura doliente que le miraba con ojos secos e inmóviles, como los que han llorado todas sus lágrimas. Pero ella le sentía dentro de sí, y ese sentimiento dejaba en su alma un consuelo perenne, una luz, una esperanza libre de inquietas incertidumbres. Lo demás la importa poco: el último lugar le basta; un rincón entre los discípulos de Jesús; un puesto humilde entre sus oyentes, lo bastante cerca para poder espiar sus movimientos y no perder el acento de su voz. 

EL MAESTRO ESTA AHÍ Y TE LLAMA 

María vive ahora en Betania, cerca de Jerusalén; vive con sus hermanos, con Marta, la activa, y con Lázaro, muerto y enterrado, cuya muerte está llorando. María sigue llorando la muerte de su hermano; sabe que Jesús llega a Betania, pero sigue sollozando sin atreverse a salir, hasta que Marta llega y le dice: "El Maestro está ahí fuera y te llama." Las lágrimas de María, la contemplativa, han conmovido a Jesús: “Mirad como le amaba”. Y Lázaro será "el hombre en quien se manifestó la gloria de Dios". 


MARIA HA ESCOGIDO LA MEJOR PARTE

Cuando Jesús va a la ciudad santa, y cuando vuelve, el Maestro se detiene en su casa; allí come, duerme, hace sus milagros y predica LA PALABRA. La casa de Lázaro es, en Judea, lo que era la de Pedro en Cafarnaum. Desde que pasa el umbral, Marta empezaba a trajinar por la casa; Lázaro se acercaba con el agua de las abluciones, clavando en el Señor una mirada de gratitud, como de quien había visto a la muerte; María quedaba como arrobada en éxtasis, inmóvil, sin poder hacer otra cosa más que contemplar a Jesús, admirarle, escucharle, sentir la caricia de su acento y el latido de su corazón. Ya era bastante; era lo mejor, lo más perfecto, porque saciaban las ansias de su amor. Ha entregado su alma, toda su alma embelesada. ¿Qué importa el cansancio de las manos y el los pies, sí puede ofrecer a su Dios el homenaje rendido del corazón? Y el Maestro aprueba su conducta: "María ha escogido la mejor parte, que nadie le arrebatará.

"SE HA ADELANTADO A UNGIR MI CUERPO PARA EL SEPULCRO 

Fue también en un banquete, un banquete celebrado en Betania. Marta sirve a la mesa; Lázaro se sienta al lado de Jesús; en la sala hay muchos judíos, que han venido de Jerusalén para ver a Lázaro resucitado. Había adoradores, había espías y había curiosos llenos de admiración y respeto, y miradas llenas de hostilidad. Ya terminaba la comida, y apareció la Magdalena en la sala. Como en el banquete de su conversión, el de las lágrimas que la habían purificado, el de la voz que la había perdonado. Ahora había permanecido oculta y silenciosa, recogiendo la gracia de los labios y de los ojos del Señor. Tal vez en su frente leyó la tragedia sombría que una semana más tarde se iba a desarrollar en el Gólgota. No lloraba, pero toda su alma era llanto. Roja de amor y de vergüenza, inundado el rostro de una tristeza infinita, se acerca a Jesús, y derrama en su cabeza el precioso ungüento de nardo, que le llega hasta los pies. La sala, y la respiración de todos en la noche campesina, quedaron envueltas en la suave fragancia. Jesús volvió la cabeza, y vio el alabastro roto y la mujer que le enjugaba con sus cabellos. Y comprendió una vez más, María de Magdala le hacía el sacrificio de lo mejor que había en su casa, de aquel nardo precioso y sin mezcla, que amó tanto en los tiempos del pecado, y que ahora era el símbolo de su amor y de su adoración. Pero no todos pensaban igual. Judas a la vista del pomo roto, decía: "¡Qué locura! Más de una libra de ungüento, pudo venderse por trescientos denarios, para socorrer a los pobres…." Habla de los pobres, pero lo que le importa es el dinero. Su mirada refleja avaricia y envidia. María, acribillada por aquellos ojos, era una paloma ante el gavilán. Jesús respondió a aquellas palabras como al silencio de Simón: "¿Por qué molestáis a esta mujer por esta obra de ternura que ha hecho conmigo?. A los pobres siempre los tendréis con vosotros; mas no a Mi. Se ha adelantado a ungir mi cuerpo para el sepulcro. En verdad os digo, que mientras se predicare el Evangelio a través del mundo, se contará lo que ha hecho esta mujer, en memoria suya.'' Jesús palideció; la Magdalena permaneció en una actitud de adoración; Judas se maldijo, y en su alma saltaron todas las víboras aletargadas de la perversidad. Ya no hubo alegría en. el banquete, En vano chispeaban los vinos en los vasos de plata; la sombra de la muerte flotaba entre el parpadeo de las luces, por encima de los comensales.


EN EL CALVARIO

Era un viernes, cuando empezaban a abrirse las flores de los manzanos. Una semana después, el viernes de la parasceve, María Magdalena, sosteniendo a la Virgen María, caminaba pálida y llorosa a través de la calle de la Amargura. Su amor llegaba hasta el fin; era más fuerte que la muerte. Allí, en la cumbre del Calvario, la tuvo clavada durante las horas mortales de la agonía de Jesús. Los ojos del Hijo del hombre la miraron; tal vez pensó que también para ella tendría una palabra, como para su madre, para Juan, para el buen ladrón; pero pensó que no era digna, que debía amarle más aún y llorarle más. Y lloró sobre su cuerpo muerto y besó sus brazos rígidos cuando José de Arimatea los desclavaba de la cruz, y le ungió por última vez antes de colocarle en el sepulcro, cuando ya no podía mirarla ni defenderla. Su amor era tan grande, que no podía apartarse del huerto de José de Arimatea: "Alejándose los discípulos—nos dice ella misma en la liturgia—, yo no me alejaba; y encendida en el fuego de su amor, me abrasaba en deseos," Iba y venía a través del huerto, siempre con los perfumes. Y al fin su anhelo mereció la mayor recompensa. Fue en la mañana memorable de la Resurrección. Ojerosa y pálida, María había llegado al sepulcro. Dos días llorando, dos días sin dormir. De repente, un nuevo dolor: el sepulcro estaba vacío. Muda de espanto, la pobre Magdalena mira en torno, busca huellas humanas entre los olivos, corre entre el follaje, agitada por una angustia infinita. De pronto, envuelto en los primeros rayos de la mañana, aparece un hombre, qué se acerca a ella y le dice: "Mujer, ¿por que lloras? ¿A quién buscas?" Creyó María que era el hortelano, y con voz suplicante le dijo: "Lloro porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Si has sido tú, dime dónde lo colocaste, y yo iré por él. ¡La locura del amor que piensa poder levantar ella sola un cadáver!" Enternecido por tan apasionado candor, conmovido por tan amable ingenuidad, el desconocido sólo pronunció una palabra, un nombre, su nombre, el de ella. Pero el acento era bien conocido: el inolvidable acento de los días de Naim y de Betanla: "¡María!". Al fin, lo comprendió todo:”Rabboni” "¡Maestro!", clamó cayendo ante él sobre la hierba cubierta de rocío, y esforzándose por besar aquellos pies, con la cicatriz roja de los clavos.

Pero Jesús la detuvo: "No me toques—dijo—, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre. Os precederé en Galilea."

Y mientras se alejaba entre los árboles coronados de luz, María, ciega de felicidad, apóstol de los apóstoles, corría al cenáculo llevando la noticia de la resurrección. Antes que nadie ella, la contemplativa, había logrado ver a Cristo triunfador, Resucitado.