Los protomártires de Roma

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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LA CALUMNIA

Si a Oriente, Jerusalén, le bastó un Prrotomártir, Esteban, porque le había precedido la Cabeza, Cristo, a Occidente, la Capital del Imperio, Roma, a quien alude, le hizo falta la multitud innumerable del Apocalipsis, los Protomárties de Roma, de cuya historia nos dan testimonio Tacito, Dion Casio y Plinio el Joven por la historia civil, Tertuliano y San Clemente I papa, por la de la Iglesia. En el año 64 un incendio devastó 10 de los 14 barrios de Roma. Fue un incendio tan voraz que dispersó a los vecinos por todas partes enloquecidos por la fuerza de las llamas. Gritaban las mujeres, chillaban los niños y en su desesperación algunos ya se daban por vencidos y se dejaban alcanzar por el fuego trepidante. El emperador Nerón, fue acusado por el pueblo de haber provocado él mismo el incendio con la intención de satisfacer su orgullo de querer alzar una nueva Roma, sobre los escombros de la vetusta y cochombrosa Roma. Siempre ha ocurrido, para alzar una Constitución nueva y derrumbar un Estado, se busca un chivo expiatorio sobre el que se carguen los muertos a base de mentiras, silencios y trampas. 

LOS ANALES DE TACITO

El gran historiador Tácito Cornelio (54-120), senador y cónsul, describirá este acontecimiento escribiendo en tiempo de Trajano sus Anales. Cuando los rumores se hicieron públicos, Nerón, encontró los culpables, los cristianos. Con ello empieza la primera, gran persecución que durará hasta el 68 y acabará con la vida entre otros de los apóstoles Pedro y Pablo. Sometió a refinadísimas penas a los cristianos, que ya eran mal vistos por las infamias que se les atribuían. El nombre de cristianos venía de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio había sido condenado al suplicio por orden del procurador Poncio Pilato. Momentáneamente adormecida, esta maléfica superstición irrumpió de nuevo no sólo en Judea, sino también en Roma, adonde todo lo que es vergonzoso y abominable viene a confluir. Primeramente fueron arrestados los que hacían abierta confesión de su fe. Después, tras denuncia de estos, fue arrestada una gran muchedumbre, no tanto porque acusados de haber provocado el incendio, sino porque se los consideraba encendidos en odio contra el género humano. 

LOS TORMENTOS

Aquellos que iban a morir eran también expuestos a las burlas: cubiertos de pieles de fieras, morían desgarrados por perros, o eran crucificados, o quemados vivos como antorchas que iluminaban las tinieblas, puesto el sol. Nerón ofreció sus jardines para gozar de tal espectáculo, mientras él anunciaba los juegos del circo y vestido de auriga se mezclaba con el pueblo, o aparecía erguido en su carroza. 

JUICIO PERSONAL DE TACITO

Los cristianos eran, pues, considerados también por Tácito como gente despreciable, capaz de crímenes horrendos, como el infanticidio ritual, la renovación de la Cena del Señor, en la que se alimentaban de la Eucaristía, era interpretada como el asesinato de un niño para comérselo. Lo que originó la disciplina del arcano, que prohibía divulgar el sacramento de la eucaristía. También interpretaban como incesto el abrazo de paz que se hacía en la celebración de la Eucaristía «entre hermanos y hermanas»). Estas acusaciones, nacidas del chismorreo de la gentuza, fueron sancionadas por la autoridad del emperador, persiguiendo a los cristianos y condenándolos a muerte. Desde ese momento, nos lo atestigua Tácito, se añadió a la imputación contra los cristianos también un nuevo crimen,: el odio contra el género humano. Plinio el joven, irónicamente, escribirá que con una acusación semejante se habría podido en lo sucesivo condenar a muerte a cualquiera.

ACUSADOS DE ATEISMO

El historiador griego Dión Casio, que en Roma fue pretor y cónsul, en el libro 67 de su Historia Romana afirma que bajo Domiciano fueron acusados y condenados «por ateísmo» (ateótes) el consul Flavio Clemente y su mujer Domitila, y con ellos muchos otros que «habían adoptado los usos judaicos». 

La acusación de ateísmo, es dirigida contra quien no considera divinidad suprema la majestad imperial. Domiciano, durísimo restaurador de la autoridad central, pretende el culto máximo a su persona, centro y garantía de la «civilización humana». 

Parece mentira que un intelectual como Dión Casio llame «ateísmo» el rechazo del culto al emperador, lo que significa que en Roma no se admitía ninguna idea de Dios que no coincida con la majestad imperial. Quien tiene una idea diversa es eliminado como gravemente peligroso para la «civilización humana».

LA COARTADA DE NERON

Sobre los cristianos en consecuencia, descargó Nerón, las acusaciones que se le habían hecho a él, condenándolos a terribles suplicios. Aparte de que la doctrina cristiana eran un desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... “Los paganos—dirá Tertuliano— atribuyen a los cristianos todas las calamidades públicas, cualquier catástrofe. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”. 

ANTORCHAS HUMANAS

Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio. Antorchas humanas, rociadas con brea ardiendo en los jardines de la colina Oppio, mujeres y niños vestidos con pieles de animales en las garras de las bestias feroces en el circo, fueron espectáculos tan horrorosos que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. “Entonces —dice Tácito—se manifestó un sentimiento de piedad, aunque se tratara de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67. La gente sin embargo pensaba que había sido el propio emperador Nerón, “el loco”, quien lo provocó, y es famosa la imagen del emperador tocando el arpa en su palacio mientras observaba las llamas destruyendo la capital del imperio. Hay muchas teorías: desde la simple y llana demencia de Nerón hasta una compleja maniobra política con vistas a replantear todo el urbanismo de Roma. El caso es que, hoy por hoy, no podemos afirmar con seguridad si Nerón fue o no el culpable. Lo que si sabemos es que el emperador empezó a preocuparse cuando sus súbditos comentaron que él era el pirómano.

De modo que buscó a un responsable que pagara las culpas, alguien en quien descargar la ira y la frustración del pueblo romano. Los cristianos no adoraban a los dioses del imperio, tenían fama de raros y hasta se decía que eran caníbales. La gente de la calle estaba dispuesta a echarles mano, y que pagaran tal atrocidad. Así comenzó la primera persecución de cristianos Decapitados, crucificados, quemados en la hoguera, pero los romanos.

“PAN Y CIRCO”

Era uno de los lemas favoritos de los emperadores; de modo que hicieron del martirio de estos hombres y mujeres una diversión para el pueblo romano. Los cristianos eran conducidos al coliseo, donde eran devorados por las fieras ante el asombro y sobrecogimiento del público, que rompía en aplausos o carcajadas cada vez que un mártir era devorado por un león. La costumbre parece que tuvo éxito, y durante años los cristianos fueron perseguidos y asesinados. Primero por el incendio, después por el odio que se había inculcado hacia ellos y, por último, porque eran peligrosos, porque crecían, pudo escribir Tertuliano, “somos de ayer y llenamos todo el orbe” y porque negaban la legitimidad misma de un imperio basado en la divinidad del gobernante. El historiador Tácito (120) da cuenta en sus Anales de la muerte de «esas gentes a las que el vulgo denominaba cristianos. Eran, según dice, «una inmensa multitud», estos son los que vienen de la gran tribulación, dice Juan en el Apocalipsis. Su muerte «fue organizada como una diversión. Unos, cubiertos con pieles de fieras, fueron desgarrados por perros; otros fueron izados a cruces en las que, al caer el día, se convirtieron en antorchas vivas, a fin de iluminar la noche. Nerón había ofrecido sus jardines para semejante espectáculo. Facilitaba juegos en el circo, mezclándose entre la multitud, vestido de auriga de cuadrigas o bien tronando sobre su vehículo. Por eso, aun cuando estas gentes fueran unos culpables dignos de los últimos suplicios, uno se sentía lleno de compasión al ver cómo eran inmolados no para el bien público, sino por crueldad de uno solo». 

EL SEPULCRO DE PEDRO

El apóstol San Pedro fue uno de los crucificados en esta noche atroz, puesto que su cuerpo se hallaba depositado en la ladera de la colina vaticana. Posteriormente, el lugar fue identificado y se construyó el primer templo conmemorativo. Hoy, en el centro de la Basílica, bajo la cúpula de Bernini es, precisamente donde se encontró su cuerpo. Importantes excavaciones realizadas con todo el rigor científico durante el Pontificado de Pío XII encontraron los restos del Apóstol Pedro hecho datado y acreditado con toda seguridad. 

LA TUMBA DE PABLO 

San Pablo fue decapitado en Tre Fontane, Tres Fuentes y enterrado muy cerca en el mismo sitio donde hoy se alza la Basílica de San Pablo extramuros, en la Vía Ostiense. Allí, además, del cuerpo de Pablo está también la cabeza de Pedro. En el interior del templo hay dos impresionantes estatuas de los dos Santos Apóstoles. Pedro exhibe las llaves del Reino. Pablo, la espada de su palabra. Se llama Extramuros porque se encuentra fuera del recinto de la muralla de Roma. Esta basílica, muy importante, es como un santuario dedicado a las Iglesias de Oriente y su arquitectura guarda la inspiración de los grandes templos orientales. El lugar se denominó Tre Fontane por las tres fuentes que brotaron en los tres rebotes que dio la cabeza en tierra al ser decapitada.