San Francisco Javier

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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Una infancia turbada por inquietudes guerreras entre los muros del castillo navarro de Javier, "aquel palacio que, como dirá Martín de Azpilcueta, estaba ya en pie antes de Carlomagno". Aunque hombre de letras, su padre Juan de Jassu, partidario de Labrit, toma parte en la guerra de Navarra en los primeros años del siglo XVI. Labrit, rey de Navarra, queda derrotado, el duque de Alba entra vencedor en Pamplona, los franceses son vencidos en Noaín, la capital aclama a Fernando el Católico, y las pie­dras del castillo de Javier caen demolidas. Los Jassu aceptan la derrota, y destruidas sus almenas, se entregan al cultivo de sus tierras señoriales. En esas circunstancias ha ido creciendo Francisco de Jassu y Azpilcueta, un adolescente dulce, amable, gracioso, alegre y juguetón, de singular penetración de espíritu, curioso de saber, ávido de sobresalir, lo que acrecentaba el cariño de su familia, escuela de enseñanzas cristianas. Francisco Xabier o Etxaberri es vasco- navarro. Los franceses dicen que su linaje de Jasso, está situado en la Baja-Navarra, que siempre fue tierra francesa, luego San Francisco es francés. España dice que el Santo nació en Javier, España, luego el Santo es español. Hijo del doctor Don Juan de Jatsu. no llevó el apellido de su padre, sino el de Xabier, nombre del Señorío que comunicó a la familia su mayor prestigio. Que se apellidó Jasso lo confirmó él mismo en París el 13 de febrero de 1531: “Me llamo Francisco de Jasso.”, y así consta en los registros de la Universidad de la Sorbona de Paris. Su padre había estudiado Leyes, en la Universidad de Bolonia y se graduó de Doctor en Decretos y casó con Dª María de Azpilikueta, Señora de Azpilikueta y de Xavier. Juan de Jaso Atondo y María Azpilcueta Aznárez son pues los padres de Javier. Juan de Jaso doctor en Leyes, pertenecerá al Real Consejo de Navarra, del cual será Presidente, y Maestro de Finanzas del Reino.

Cuando fueron coronados los últimos reyes de Navarra, Juan de Jaso tomó juramento a los tres Estados del Reino. María Azpilcueta desciende de los monarcas pirenaicos. Como Aznárez, también, ha aportado al matrimonio el Castillo de Javier. Matrimonio de honda Fe, de vida intensa de piedad, "tenía especial empeño de criar bien a sus hijos y educarles bien en la Ley de Dios, aficionándolos a la virtud, pues pensaban que ésta la mejor herencia que les podían dejar".

SUS HERMANOS

Los hermanos de Francisco Javier son Miguel de Jaso, el mayor y heredero de la familia, que vivirá en el castillo; y Juan, que recibirá el apellido de su madre, Azpilcueta, y que se establecerá en Obanos y Tafalla, con el nombre de Capitán Azpilcueta. Su carrera son las armas. Ana de Jaso se casará con Diego de Ezpeleta, señor de Beire. Magdalena, fue dama de honor de Isabel la Católica. Pero entró en el convento de Clarisas de Gandía, y fue elegida abadesa. Era un alma de Dios, anticipando la santidad de su hermano Francisco. Fue ella la que retuvo a Francisco en París, pues Miguel, el mayorazgo, por falta de recursos, había decidido que su Francisco dejara los estudios y volviera a Xavier. «No hagáis tal, dijo Magdalena, estoy cierta de que mi hermano Francisco será gran servidor de Dios y una de las columnas de su Iglesia.» Miguel y Juan eran los hermanos mayores del Santo, Juan, su preferido. Una frase de Juan descubre su temple militar: detestaba las corridas de toros, «porque en ellas se aprende y acostumbra, en vez de atacar al enemigo, a escapar de él». Durante la invasión del Duque de Alba estuvieron en Pamplona, donde cayó herido Iñigo de Loyola, del bando enemigo. ¡Cómo podían aprender la lección los hombres de hoy!

EL CASTILLO DE JAVIER

Donde el río Aragón empieza a regar las tierras de la ribera de Navarra existía un castillo medieval, edificado en el siglo XIII sobre otro más antiguo y renovado por sus padres, como hemos hecho constar al propio Carlomagno. Coronado de macizas torres y rodeado de un foso con altos muros y puentes levadizos, demostraba a las claras su carácter defensivo frente al vecino Reino de Aragón.

Mientras los criados preparan las cabalgaduras con los pertrechos para tan lago viaje, María de Azpilcueta da sus últimos consejos a su hijo Francisco con el triste presentimiento de que nunca más lo volverá a ver. Javier espera triunfar en la vida y, piensa que ayudará a sus hermanos a reconstruir el castillo, tal como lo vio en su niñez cuando la torre del homenaje erguía majestuosa sus almenas. Javier abraza a su madre y a sus hermanos y con diecinueve años emprende su marcha a la Universidad de París.

JUVENTUD DIVERTIDA

París siempre ha tenido fama de ciudad alegre y divertida; pero ninguno de sus barrios era tan bullicioso y jaranero como el Latino, donde se hacinaban los 50 colegios que componían la Universidad. La sociabilidad innata de Javier y su jovialidad será una característica propia hasta el fin de su vida. La severidad de los reglamentos de los Colegio Mayores no le impedía a Javier escapar de noche y respirar un poco de libertad por las timbas, tabernas y figones, abundantes en el barrio Latino. Le gustaba beber, jugar a las cartas y, sobre todo, cantar. Y así hasta que empezó a tratar a Iñigo de Loyola...

JAVIER E IGNACIO

Un buen día Javier se encuentra con un estudiante guipuzcoano, cojo, recogido y muy piadoso, 16 años mayor que él y contra el cual habían luchado sus dos hermanos mayores en las murallas de Pamplona, por lo tanto enemigos políticos. Era Iñigo de Loyola. Providencialmente se hospedaron en la misma habitación del Colegio Mayor de Santa Bárbara. Mientras. Javier era un joven fogoso, de porte distinguido y apuesto, con anhelos de gloria, queriendo brillar en el mundo. Ignacio sólo ambicionaba la gloria de Dios y servir a la Iglesia. Javier rehuía a Iñigo, Iñigo le prestaba dinero y sobre todo se alistaba a sus clases cuando ya Javier las daba y le buscaba alumnos. Los favores de Iñigo, su constante ejemplaridad y la reiterada pregunta de Ignacio "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?" Por fin Iñigo logró que Francisco hiciera los "Ejercicios Espirituales", guiado por él y quedó transformado por la gracia. Decidió renunciar al mundo, alistarse en la bandera del Rey Eternal y seguir a Iñigo hasta formar parte de los siete compañeros fundadores de la Compañía de Jesús. Iñigo había conseguido, como buen alfarero, reconstruir aquella masa, la más difícil que había tenido en sus manos, según sus mismas palabras, en un instrumento colosal que convirtió un mundo de almas.

JAVIER ANTE EL PAPA

Tras intenso apostolado de Javier por Italia, una vez aprobada la Compañía de Jesús, el Papa solicita misioneros jesuitas para evangelizar las Indias bajo protectorado portugués. Y es designado Javier, quien acepta el encargo con extraordinario entusiasmo. Recibe del Papa la misión de evangelizar el lejano Oriente, siguiendo las rutas portuguesas.

Se dirigió a Lisboa para embarcar. En la ciudad italiana de Bolonia, donde anteriormente había evangelizado, el pueblo le dispensó un recibimiento entusiasta. Se encontró y despidió de antiguos compañeros de estudios y fatigas. Uno de ellos, Fabro, en carta a San Ignacio manifestó: "¡sabe Dios! que ya con Javier no nos volveremos a ver en la tierra hasta que nos reunamos para siempre en el cielo".

LA INDIA Y EL JAPÓN

Cuatro grandes viajes realizó Javier en tan sólo once años y medio de apostolado misionero, además de otros muchos menos importantes:

Desde el puerto de Lisboa a la India. Dela India a las islas. De la India al Japón. De la India al Japón. En total, más de 100.000 Km. de recorrido; es decir, dos veces y media la vuelta a la Tierra. Fue el apóstol incansable los portugueses con su predicación continua, su amistad con los grandes pecadores, su autoridad y prestigio extraordinarios, hizo revivir la fe y la moral de gobernantes, comerciantes y soldados portugueses.

Llegó al Japón tras peripecias incontables. Intelectual y moralmente el Japón era muy superior a todos los demás pueblos evangelizados. Los japoneses no se convertirán tan pronto como los paravas o los macuas. Pero, una vez convencidos de la Verdad, la seguirán sin vacilar, profesarán un cristianismo auténtico y hasta se convertirán en magníficos propagandistas del Evangelio. Dos años pasó Javier evangelizando en Japón, que había partido a las misiones a los 35 años, con la entrega que le hizo el rey de Portugal, de un breve del el Papa, por el que le nombraba nuncio apostólico en el Oriente. No quiso Javier llevar consigo a ningún criado, pues "la mejor manera de alcanzar la verdadera dignidad es lavar los propios vestidos sin que nadie lo sepa". La expedición navegó meses para alcanzar el Cabo de Buena Esperanza y llegar a la isla de Mozambique, donde se detuvo durante el invierno.

Goa era colonia portuguesa desde 1510. Había ahí un número considerable de cristianos, con obispo, clero y varias iglesias. Después de pasar la mañana en asistir y consolar a los enfermos y a los presos, en hospitales y prisiones miserables, recorría las calles tocando una campanita para llamar a los niños y a los esclavos al catecismo. Para instruir a los pequeños y a los ignorantes, el santo solía adaptar las verdades del cristianismo a la música popular, un método que tuvo tal éxito que, después, se cantaban las canciones que él había compuesto, en las calles y en las casa, en los campos y en los talleres.

MISIONERO CON LOS PARAVAS

En las costas de la Pesquería, frente a Ceilán habitaba la tribu de los paravas, que habían aceptado el bautismo para obtener la protección de los portugueses contra los árabes y otros enemigos; pero, por falta de instrucción, conservaban las supersticiones del paganismo y practicaban sus errores. Javier fue a esa tribu que "sólo sabía que era cristiana y nada más". Hizo trece veces aquel viaje tan peligroso, aprendió el idioma nativo e instruyó y confirmó a los ya bautizados. Los paravas, recibieron el bautismo en grandes multitudes y Javier informaba a sus hermanos de Europa que, algunas veces, tenía los brazos tan fatigados por administrar el bautismo, que apenas podía moverlos. Los generosos paravas, que eran considerados de casta baja, extendieron a San Francisco Javier una acogida calurosa, pero los brahmanes, de clase alta, le recibieron con gran frialdad, y al cabo de doce meses, sólo había convertido a un brahmán. Dios le concedió maravillosas consolaciones interiores. Decía Javier: “Señor no me des tantos consuelos en esta vida; pero, si tu misericordia ha decidido dármelos, llévame entonces todo entero a gozar plenamente de Ti”.

MUERE FRENTE A LAS COSTAS DE LA CHINA

Sanchón es una pequeña isla. Aunque hoy sus habitantes pasan de 10.000, en tiempos del Santo estaba deshabitada. Es un islote árido y poco hospitalario que se había convertido en lugar de reuniones secretas de mercaderes portugueses y traficantes chinos para sus transacciones comerciales. Distaba sólo 10 km. de las costas de China. El 21 de noviembre, el santo se vio atacado por una fiebre y se refugió en el navío. Pero el movimiento del mar le hizo daño, de suerte que al día siguiente pidió que le trasportasen de nuevo a tierra. En el navío predominaban los hombres de Don Álvaro de Ataide, los cuales, temiendo ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto al terrible viento del norte. Un compasivo comerciante portugués le condujo a su cabaña, tan maltrecha, que el viento se colaba por las rendijas. Ahí estuvo Francisco Javier, consumido por la fiebre. Sus amigos le hicieron algunas sangrías, sin éxito alguno. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba constantemente. Poco a poco, se fue debilitando. El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio, "viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús".

“Rendido de tanto hacer

Frente al mar y a su oleaje

Ya va a rendir su viaje

La barquilla de Javier”

Tenía cuarenta y seis años y había pasado once en el oriente. Fue sepultado el domingo por la tarde. Al entierro asistieron Antonio, un portugués y dos esclavos. Anhelando disponer de barco que le trasladara a China, Javier había viajado hasta Sanchón, donde se estableció a la espera de poder llegar a China.

“Cinco talentos me diste

Y te devuelvo otros cinco”

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“¿Qué si yo gano a Javier?

Javier me ganará un mundo”

SE CUMPLIÓ EL EMPEÑO DE IÑIGO

Era la esperanza de Ignacio de Loyola, como canta Pemán en el “Divino impaciente”. En efecto, Javier era un hombre de gran corazón, capaz de responder a la llamada de Jesucristo e ir a evangelizar hasta los confines de la tierra y convertirse en el gigante de la propagación de la fe, a quien el Papa Pío XI nombró patrono de las misiones "Señor, tú has querido que varias naciones llegaran al conocimiento de la verdadera religión por medio de la predicación de San Francisco Javier", que había nacido en 1506, en el castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona, España, el que a los dieciocho años fue a estudiar a la Universidad de París, donde en 1528 obtuvo el grado de licenciado; que residió en el colegio de Santa Bárbara, tuvo como compañero de la pensión a Pedro Fabro, que le llevó a conocer a Ignacio de Loyola, bastante mayor que sus compañeros, cuya influencia rehusó, que le repetía la frase del evangelio: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?". Este pensamiento le parecía fastidioso y contrario a sus aspiraciones, pero poco a poco fue calando e interpelando su orgullo y vanidad. Por fin San Ignacio logró que Francisco hiciera los "Ejercicios Espirituales", guiado por Ignacio y quedó transformado por la gracia. Comprendió las palabras que Ignacio: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente".

Fue uno de los siete primeros seguidores de San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, consagrándose al servicio de Dios en Montmatre, en 1534. Hicieron voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose a la total disposición del Papa. Recibió la ordenación sacerdotal en Venecia y compartió las vicisitudes de la naciente Compañía. Colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Será amado por Ignacio y él le devolverá amor. Veámoslo: Estaba en Cochín el 29 de enero de 1552. Francisco Javier tenía cuarenta y seis años, acababa de volver de su aventura en Japón y está escribiendo al Padre de su alma Ignacio de Loyola: "Verdadero Padre mío: una carta de vuestra santa caridad recibí en Malaca agora cuando venía de Japón; y en saber nuevas de tan deseada salud y vida, Dios sabe cuán consolada fue mi alma; y entre todas muchas santas palabras y consolaciones de su par­te, leí las últimas que decían: "Todo vuestro sin poderme olvidar en tiempo alguno. Ignacio"; las cuales así como con lágrimas leí, con lágrimas las escribo, acordándome del tiempo pasado, del muchos amor que siempre me tuvo y tiene..." Corazón de Javier, corazón tierno para la amistad, fiel y delicado, sensible, impresionable. Tal el hombre, el navarro ardoroso a quien las fatigas sin cuento afinaron su afectividad. Hombre pronto al amor, a la ilusión, al entusiasmo, a la gratitud también, al cariño. Hombre por ello fácil a las depresiones y tristezas. San Francisco Javier fue canonizado en 1622, junto con Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro Labrador.