Martirio de Juan Bautista

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

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“TÚ CIÑETE LOS LOMOS, PONTE EN PIE Y DILES LO QUE YO TE MANDO” (JEREMÍAS 1,17)

La semejanza de Juan Bautista con Jeremías es muy clara. Por eso la liturgia lee hoy al profeta. Jeremías, como Juan, elegido en el seno materno antes de nacer: “Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta” le ha dicho claramente el Señor. También Juan fue elegido y anunciado a su padre Zacarías como profeta: “Y tú, niño, serás profeta del Altísimo”, decimos cada día en el Benedictus, refiriéndonos a Juan.

El profeta no lo es porque predice acontecimientos futuros, que a veces también, sino porque sean futuros o presentes los dice en nombre de otro, de Dios. Porque se trata de hablar, Jeremías objeta que no sabe hablar. Pero Dios le dice que hablará por él, que estará con él, que pondrá las palabras suyas en su boca. ¿Cómo, sino, podrá hacer frente a tantos enemigos que le van a odiar a muerte?

Es lo mismo que le va a ocurrir a Juan Bautista frente a los poderosos de este mundo, a quienes tiene que decir lo que Dios le manda, sin tenerles miedo. “El que dice las verdades, pierde las amistades”. Por miedo a perder las amistades, y los puestos, se callan muchas verdades, sobre todo cuando afectan esas verdades a los que tienen el poder de postergarte, de enviarte al ostracismo, de dejar que se pudra ahí en ese ambiente hostil el que tuvo la osadía, la valentía, de decir lo que era necesario para el bien de la comunidad, de la sociedad. En la democracia es esencial la libertad de expresar la opinión propia, pero ¿dónde existe esa verdadera democracia? El poder tiene el poder de acallar ese derecho fundamental. ¿Quién se atreve a decirle al rey que está desnudo? Sólo un loco o un libre, totalmente libre. Y a Juan Bautista le costó la cabeza. Anunciaba a Cristo, de quien era precursor, que también pagaría con su muerte la libertad de anunciar la Verdad-El era la Verdad-que era Hijo de Dios. Pero antes de decir esta suprema verdad, había pronunciado ante los poderosos de Israel, todos aquellos “piropos” con que les descalificaba y les condenaba y por los que aceleraban la hora de su cruz.