Santa Soledad Torres Acosta: no es una mujer 10

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

 

 

No es una mujer 10. En cualquier sala de espera no figuraría en ninguna de las revistas de moda. Ni en “Diez minutos”, ni en “¡Hola!” Ni, por supuesto, en “Interviú”. Todas esas revistas que te hacen pensar que hoy se lee mucho más que antes, con la ventaja al menos, de que la lectura con el movimiento de las neuronas, retrasa el Alzeimer, pero la cultura se rebaja por los modelos que desfilan en sus páginas y por las costumbres que inoculan lentamente en las mentes, incluso de personas mayores. No. Definitivamente, Soledad Torres no es modelo de ninguna de esas revistas. La naturaleza no ha sido demasiado generosa con ella, era bajita, enfermiza, inapetente, padecía asma y tenía los ojos enfermos. ... 

LA MUJER FUERTE

Más encajaría en la descripción de la “mujer fuerte” de Prov.31, 30, “vale mucho más que las perlas”, es buena ama de casa, buena madre, buena vecina, hablando bien, sin chismes... “engañosa es la gracia, vana la belleza; la mujer que teme a Dios, ésa es de alabar”. A Soledad le compensan con creces las dotes de espíritu con las que sí ha sido generoso el cielo. Toda su vida estuvo adornada por la prudencia y el tesón en el cumplimiento de la voluntad de Dios

Su madre, Antonia Acosta, fervorosa cristiana, educó a su hija en las virtudes evangélicas, especialmente en la honradez, en la sinceridad, en el amor al prójimo y en una gran devoción a la Eucaristía y a Maria. Esta siembra producirá en toda la vida de Soledad y que inculca a sus hijas espirituales y a sus enfermos.

NO SE ACOMPLEJA

A pesar de sus pocas agraciadas dotes físicas, en lugar de encerrarse en su casa se lanza al apostolado en la parroquia de San Martin de Madrid con gran fruto y gratitud de todos. Las Hijas de la Caridad sostienen una casa de pobres ancianos que atienden. Allí pasará largos ratos consolando, dando conversación y ayudando a las pobres ancianitas. Las lleva de la mano y las acompañan a donde quieren ir y sus piernas o su cabeza no se lo permiten. Les cuenta noticias agradables de España o de fuera. Les lee las cartas a las que no saben leer, que son muchas... Emplea todo el día ayudando a aquellas personas que ya se gastaron en favor de los demás y que ahora necesitan ayuda y consuelo. Y allí se siente feliz. Allí, en aquel ambiente. Y no descuida su formación. Como sus padres no pueden pagarle un colegio asiste a una escuela gratuita. Y hace tales progresos que admira a profesoras y compañeras. Todo le servirá para el día de mañana cuando la divina Providencia le abra nuevos caminos para ayudar a estas mismas personas, en la que va discerniendo su decidida vocación. A los veinticinco años pidió la admisión en el convento de dominicas, pero tenía que esperar hasta que hubiera lugar En esa espera conoció los planes de fundación del cura de Chamberí, Miguel Martínez, de una asociación de mujeres para asistir a enfermos en casa. En 1851 reunió a siete mujeres en comunidad que el día 15 de agosto recibieron el hábito y el nombre de Siervas de María. Manuela tenía veintisiete años y escogió el nombre de María Soledad en honor de la Virgen. A finales de 1853 la pequeña comunidad de Siervas llegó a veinticuatro personas. En 1855, de las siete fundadoras sólo quedaba una, la hermana Soledad, que había llegado la última, y que el padre había recibido a regañadientes por su juventud y poca salud, y: cuatro de las fundadoras habían abandonado el grupo y dos habían muerto. ... 

EN TRANCE DE DISOLUCION

Se ha hecho todo muy rápidamente y casi sin formación ni noviciado, y poco a poco, sin solidez, se desmembra el grupo. Era aquello una especie de asociación llamada “Devotas de Maria” y queda casi sola la joven Maria Soledad. No se desalienta. Allí sigue y a los cinco años es nombrada Superiora General de aquel naciente Instituto del que el Papa Pablo VI al canonizarla, lo definirá como “era único en su genero y nadie la había precedido con este carisma de visitar a los enfermos en su domicilio”... Se difunden y llueven las vocaciones. Abundan tambien las dificultades, pero la gracia de Dios y el tesón de la Madre Fundadora, durante los treinta años que dirigió el Instituto de Siervas de Maria, Ministras de los enfermos, se consolidó y se extendió por otras latitudes. El 11 de octubre de 1887, moría en Madrid, consumida por su gran caridad.

SE VA DON MIGUEL

Finalmente en 1856 también Don Miguel abandonó la asociación por él fundada dejando sola a sor María Soledad que se convirtió en fundadora y superiora de doce religiosas distribuidas en tres casas: Madrid, Getafe y Ciudad Rodrigo. El 13 de noviembre de 1856 el nuevo director, padre Francisco Morales, decidió cambiar a la superiora y el cardenal de Toledo pensó en suprimirlas. Cambiaron entonces al padre Francisco por el padre Gabino Sánchez, fraile capuchino, quien en 1857 repuso a la madre Soledad como superiora; ambos redactaron unos estatutos para la asociación y, con el apoyo de la reina de España, Isabel II, evitaron la supresión.

LA APROBACION

Dos años después de la aprobación, en octubre de 1878, madre Soledad visitó al papa León XIII quien le puso las manos sobre la cabeza y le dijo palabras cariñosas que la hicieron llorar. En 1875, con ayuda del obispo Orberá, fundaron una casa en Cuba. A partir de entonces se aceleró el crecimiento de la congregación en España: Santander, Almería, Zaragoza... De 1877 a 1887 se pusieron en pie veintinueve fundaciones. También se les confió el Hospital de San Carlos del Escorial. En la epidemia del cólera del año 1885 las Siervas, con madre Soledad, ayudaron a cuidar a los enfermos. El 21 de noviembre el cardenal Rampolla, nuncio del Papa en España, inauguró la casa madre y el noviciado, con la presencia de veintiocho superioras que representaban a trescientas religiosas. Se celebró un capítulo general extraordinario, que designó a la madre Soledad superiora general. 

EL PAPA PABLO VI 

A finales de septiembre de 1887 madre Soledad cayó enferma. Al acercarse la muerte, le pidieron su bendición. Una hermana le sostuvo la mano mientras decía: Hijas, que tengáis paz y unión. Murió el 11 de octubre. El papa Pío XII la beatificó el 5 de febrero de 1950 y fue canonizada por el papa Pablo VI el 25 de enero de 1970. Cuando el Papa Pablo VI el 25 de enero de 1970, la canonice, dirá en la homilía de ella que: “Unió una vida hecha de humildad y de amor”. Humildad en su origen sencillo. Sus padres, un modesto matrimonio dedicado a la industria. Había nacido en la calle Flor Baja, donde hoy se levanta el teatro Lope de Vega, en Madrid, el 2 diciembre de 1826.